Edurne Portela. Foto: Javier Oliaga

Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2017. 240 páginas. 19,90 €. Ebook: 12,99 €

El curriculo oficial de Edurne Portela (1974) deja constancia de que fue profesora de Literatura Española y Latinoamericana en universidades americanas, donde participó en trabajos de investigación sobre la violencia y sus representaciones en la cultura contemporánea, y sobre la relación entre memoria y ficción. A esta información agrega un título, El eco de los disparos (2016), entre el ensayo y la ficción, lograda y valiente declaración de su propósito de contribuir a la reflexión de que el relato de la violencia vivida en el País Vasco ha de empezar a llenarse con historias que no deben callar.



Y nada más en su curriculo oficial, ningún dato biográfico, salvo que ahora se dedica de lleno a la escritura, y que ahora presenta su primera apuesta por la ficción narrativa, Mejor la ausencia. Aquí se le intuye decidida a traspasar los límites de una novela testimonial al arrastrar a un primer plano una acción de una intensidad emocional abrumadora, difícil cuando el empeño persigue encarar silencios y poner voz a vivencias y personajes de un paisaje de infancia. Sin duda, un firme paso al frente, en la misma dirección que otras ficciones de incuestionable interés y admirable factura literaria, como Los peces de la amargura y Patria, de Aramburu, prueba de que necesitamos escuchar y que nos cuenten.



Mejor la ausencia es una primera novela, y sobre ella pesa el hecho de que su esquema narrativo esté al servicio de la tesis que brinda su argumento: una vida que desde la infancia asiste a golpes, insultos, portazos, amenazas, gritos, explicaciones que nunca llegan,... necesita tiempo, distancia y un cauce que permita conducir tanto daño. Contarlo, por ejemplo, es lo que hace Amaia (la menor de cuatro hermanos, Aníbal, Kepa y Aitor) a su regreso al pueblo después de diecisiete años fuera, cubierta de cicatrices reveladoras de las heridas que han determinado la formación de su personalidad y su sensibilidad. Ella narra sin relevos esta historia, en un presente puntual, absorbente desde el primer momento por su tono incisivo y directo. Mantiene buen pulso a la hora de reproducir escenas y diálogos, en sostenido equilibrio con lo narrado, de recrear situaciones de una familia donde la falta de recursos nunca fue el problema, aunque la procedencia del dinero fuera turbia, como lo era la razón de los impulsos violentos del padre, su repentina desaparición y reaparición posterior, el comentario de los vecinos del pueblo (próximo a Bilbao), el inexplicable sometimiento de la madre... Eran los años 80 y primeros 90 en el paisaje inequívoco del País Vasco.



Mejor la ausencia es también el testimonio de cómo vivieron ese modo de violencia las mujeres de ese universo familiar, de la necesidad de huida extrema que experimentó cada uno de sus miembros (el alcohol, la droga, la distancia defensiva), y de la búsqueda de un refugio. Es, en suma, una novela generacional sobre el silencio, el miedo y la literatura como arma que ayuda a imaginar y a escrutar en la memoria para ponerle cara y cuerpo a fantasmas del pasado, a culpas nunca nombradas y a intuiciones nunca formuladas. No era fácil reunirlo todo, y ahí está la historia: emocionante y necesaria. Más que digno este paso adelante de una prometedora escritora.