La fama del escritor noruego Knut Hamsun (1859-1952) resulta incómoda. Sus lectores dejamos de lado su persona moralmente reprobable, el hecho histórico de que fue un nazi confeso, porque apreciamos el valor de las verdades psicológicas contenidas en sus libros. Ganó un merecido premio Nobel (1920) antes de que declarara públicamente sus posiciones políticas, y figura con pleno derecho en la lista de escritores repudiados por la opinión pública internacional, junto a Louis-Ferdinand Céline y a Martin Heidegger, entre otros.
Al terminar la segunda guerra mundial, Knut Hamsun fue condenado a prisión y luego al ostracismo social. Su talento literario resulta, sin embargo, incuestionable. Posee una notable capacidad para representar al hombre en el momento cuando dejamos entrever un aspecto del envés de nuestra personalidad. Generalmente ese lado oscuro, como gustan algunos de llamarlo, se refiere a las miserias que nos dominan a veces, el deseo de poder o la vanidad. Hamsun, en cambio, y aquí reside su novedad novelística, escribe sobre una personalidad humana que se siente incómoda dentro de su propia piel. La voluntad que debe mover al cuerpo y al espíritu no funciona, como si el motor estuviese roto. Ni el dinero ni halago alguno puede hacerle sentirse mejor. Hoy reconocemos ese malestar, pues los escritores existencialistas, como Miguel de Unamuno (Augusto Pérez, Niebla), Albert Camus o Jean-Paul Sartre, lo representaron en sus novelas. Hamsun fue, pues, el pionero de esa tendencia literaria.
La inauguró con sus primeras y mejores novelas, Hambre (1890) y Pan (1894), esa mencionada veta narrativa existencialista, donde las normas sociales no ayudan demasiado al ser humano a sentirse bien. El protagonista de El círculo se ha cerrado (1936), su última novela, Abel Brodersen, resulta un tipo raro, como lo fuera el mismo autor, carente de aspiraciones, atravesado por una fría indiferencia hacia los valores de la sociedad. No hay valor alguno, religioso, ideológico o familiar, que le auxilie. Vive como flotando por encima del mundo moral, abocado a ser devorado por su incapacidad para toda acción positiva. Ya de niño, cuando acude a la escuela del pueblo noruego donde transcurre la novela, se manifiesta su escaso talento para los estudios, sin embargo, su singular personalidad resulta atractiva para algunas chicas de su clase.
La novela gira en torno a Abel. Hijo de un capitán retirado, farero de una pequeña y remota ciudad noruega, que emigra a EE.UU, donde parece haber tenido diversos trabajos y llevado una vida agitada. Vivió unos años en una comunidad en Kentucky de gentes de color bastante pobres, y según entendemos se casó con una tal Angèle, pero algo terminó mal. Cuando regresa viudo a Noruega, a su ciudad, muerto ya su padre, se mantendrá sin hacer nada gracias a un dinero heredado. Le acompaña la leyenda de haber llevado una vida interesante, auténtica, entre gentes de color, que vegetan satisfechos con una vida de apenas sobrevivencia.
Varias mujeres rondan alrededor de Abel, le tientan para que emprenda una nueva vida con ellas. Olga, niña bien y belleza local, casada con un aburrido abogado, que gusta de ir a escuchar a una banda de músicos negros que excitan su sexualidad, coquetea con Abel, interesada por los rumores que corren sobre su vida en Kentucky. Lili, otra amiga de la niñez, casada con un obrero de una serrería, mantendrá con él una larga relación amorosa, y quizás alguno de los hijos de ésta sean suyos. Lolla, la mujer joven que se casó con el padre de Abel poco antes de morirse, tampoco cesa de rondarle.
Y la historia prosigue, pero Abel permanece más o menos igual, indiferente a todo. No entendemos si la pasividad es causada por lo sucedido en Estados Unidos, la misteriosa muerte de la mujer, la deuda contraída con un amigo, que quizás está pagando por un crimen que no cometió, o es que su personalidad le impide ser un hombre que se guía por las reglas que rigen en la sociedad donde vive. Al final regresa a EE.UU., donde tampoco sabemos qué destino le espera .