Xosé M. Núñez Seixas. Foto: Archivo del autor

La crisis política que vive España coincide con repasos, impugnaciones o revisiones de la breve historia de la democracia en nuestro país. ¿Es el conflicto en Cataluña la consecuencia de algún problema irresuelto en la Transición? ¿Hemos de acostumbrarnos a ver de nuevo símbolos nacionales por las calles? A estas y otras cuestiones responde Xosé M. Núñez Seixas con motivo de la publicación de España en democracia, 1975-2011 (Crítica).

El creciente interés de los lectores en los últimos -y relativamente apacibles- años de historia española ha vencido la clásica resistencia de los historiadores a pronunciarse sobre los hechos recientes. "La historia es hipermétrope: ve mal de cerca", se resigna Xosé M. Núñez Seixas (Orense, 1966) en el prólogo de España en democracia, 1975-2011 (Crítica / Marcial Pons). He aquí el colofón cronológico -aún queda un tomo sobre la integración europea y otro de carácter general- a una historia de España en doce volúmenes dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares, en la que han participado, entre otros, José Álvarez Junco o Juan Pablo Fusi. En este décimo volumen colaboran con Núñez Seixas Lina Gálvez (economía) y Javier Muñoz Soro (cultura).



El gallego es un caso singular en la historiografía patria. Catedrático de Historia Contemporánea en Santiago, después de años dedicado a España y Galicia dio en 2008 el salto a la historia europea con Imperios de muerte. La guerra germano-soviética (Alianza). Este libro tuvo una continuación en Camarada invierno (Crítica, 2016), sobre la División Azul. Seixas domina el alemán, el francés, el inglés y el italiano, y aprendió ruso para su anterior libro. En 2012 se trasladó a Múnich, en cuya universidad ha sido profesor hasta este año.



Pregunta.- La primera es obligada. ¿Vivimos la mayor crisis política desde el 23-F?

Respuesta.- Creo que sí. Aunque quiero matizar: lo de Cataluña es un desafío al orden constitucional, al modelo de Estado. No es un ataque al conjunto de los valores democráticos, sino a los procedimientos con que se dotó legalmente al país y su interpretación. Y es la cristalización de un problema, el de la cuestión nacional, al que se dio una solución provisional que contentó a muchos, pero no a todos.



P.- Hace unos meses publicó, junto a Javier Moreno Luzón, Los colores de la Patria, en donde hablaban de los símbolos nacionales en el contexto español. ¿Qué importancia tienen en el conflicto catalán?

R.- Una importancia decisiva: canalizan emociones y son una expresión condensada del "nosotros versus ellos". Basta ver las imágenes.



P.- Muchos españoles que se avergonzaban de la rojigualda ahora la sacan con orgullo. ¿Le parece una buena noticia?

R.- ¿Por qué no? El uso social de la rojigualda, mal visto por parte de la izquierda debido al abuso que hizo de ella el franquismo, ha tenido cuarenta años para normalizarse. Y desde que en 1981 se redefinió como bandera constitucional, se había normalizado ya en eventos deportivos, festivos...



P.- ¿Existe la idea de España? ¿No es un fracaso de nuestra democracia no haber logrado consolidar esa idea en determinadas zonas del país?

R.- Se puede ver como un fracaso, sí, aunque con raíces anteriores. Recordemos que esa idea de España se enfrentaba a muchas dificultades en la Transición. Gran parte de la oposición democrática carecía de proyecto nacional y de símbolos fuertes. La izquierda había pasado de abrazar la tricolor republicana a guardar fidelidad solo a sus símbolos de partido. Y de ahí tuvo que pasar a aceptar la rojigualda, que no fue inventada por el franquismo, sino mucho antes.



P.- Pero los nacionalistas jamás llegaron a aceptarla.

R.- Pero es que seguramente tampoco ha- bían aceptado la republicana. Ahora bien, las estadísticas nos dicen que, incluso en Cataluña, la identidad compartida sigue siendo mayoritaria, al menos hasta hace poco.



P.- En la portada de su libro aparece Chacón, embarazada, pasando revista a las tropas. ¿Simboliza esa foto algo más allá del zapaterismo?

R.- Creo que sí. Queríamos una foto lo más inclusiva posible. Pensamos en una con todos los presidentes de la democracia, pero ninguna era buena. La foto simboliza el cambio que tuvo lugar desde 1975: ahí está la Guardia Real, que es la Monarquía, pero constitucional; y una mujer catalana, embarazada, que es ministra y pasa revista a las tropas. Es decir, la subordinación del poder militar al civil.



Adolfo Suarez, el "trilero"

P.- En el primer capítulo cita a Franco, y aquello de que "todo está atado y bien atado". ¿Hasta qué punto lo estaba?

R.- Todo estaba atado de manera muy precaria. Se sabía que a la muerte de Franco las cosas iban a cambiar. Pero nadie podía aventurar en qué dirección. Dentro de los sectores reformistas del régimen, los había que querían, como Fraga, una suerte de democracia muy controlada por el Ejecutivo. Otros preferían un franquismo sin Franco. Y otros se decantaban por una democracia homologable al resto de las democracias occidentales. Aquí estaba la mayoría de los monárquicos, de los asesores del Rey, que sabían que esa era la única manera de garantizar la pervivencia de la monarquía. Esta versión final es la que se impuso. A partir de ahí hubo bandazos, negociaciones...



"El uso de la bandera rojigualda se ha ido normalizando, aunque es verdad que La idea de españa se ha enfrentado a dificultades"

P.- Y un personaje providencial, que fue Suárez.

R.- Sí. Como suele ocurrir con muchas figuras relevantes de la historia, nadie podía prever el papel que jugaría. Era el personaje que hacía falta. No espantaba a nadie, era un trilero que lo entendía todo, como escribía la prensa entonces. Se decía que Fraga lo sabía todo, que le cabía el Estado en la cabeza, pero políticamente no entendía nada. Y que Suárez no sabía nada, pero políticamente lo entendía todo. Suárez era incapaz de acabar un libro, pero tenía mucha gramática parda y una gran habilidad para negociar. Engatusaba, era fotogénico, atractivo, joven. Esto le permitió llegar hasta la aprobación de la Constitución, pero después, cuando había que hacer política parlamentaria, se desinfló.



Adolfo Suárez, Juan Carlos I y el entonces príncipe Felipe

P.- ¿Qué ocurrió para pasar de ser uno de los políticos más denostados de su tiempo a un mito de la transición?

R.- Eso es porque se echan de menos figuras como la suya. Después de él vino una etapa de hiperliderazgos, con González y Aznar. Y se han echado de menos caracteres conciliadores.



P.- Sobre el 23-F han corrido ríos de tinta. ¿Pero podemos decir que sabemos ya lo fundamental de lo que ocurrió?

R.- No creo en las teorías de la conspiración. Básicamente en el 23-F coexistieron una dinámica de golpe blando y otra de golpe duro. El golpe blando era el de Armada y otros más y el golpe duro era el de Tejero. Sobre todo los del golpe blando necesitaban del favor del Rey; se ha hablado de las reuniones y cenas con el Rey, pero de eso no se puede colegir que el Rey estuviera con el golpe. Era una jugada excesivamente arriesgada: si se hubieran movido determinadas unidades militares, la historia habría sido muy distinta...



"Suárez era el político que hacía falta. Se echan de menos figuras conciliadoras como la suya, ya que Después tuvimos una era de hiperliderazgos"


En el libro, Núñez Seixas señala que los mandos del Ejército, "casi al completo", eran partidarios de la involución política. Y que a la democracia le salvó precisamente el papel que hasta entonces Franco había dado a los militares. "Aquí hay una paradoja-cuenta el historiador-: Franco nos legó un ejército franquista, identificado con los llamados los valores del 18 de julio, pero a la vez disciplinado y subordinado al Ejecutivo. Franco jamás concibió su poder como una Junta de Militares, al estilo griego o suramericano. Los militares estaban ahí, como algo decorativo, pero mandaba él", cuenta. Esto fue lo que hizo que, al llegar la Transición, los militares sólo tuvieran dos opciones, "o plegarse a lo que les decían los políticos o, como mucho, buscar a un político que pudiese ser su instrumento".



Renovación de españa

P.- ¿La verdadera transformación de España llegó con la "era socialista"?

R.- Es evidente. Se aplicaron políticas redistributivas, se entró en la Unión Europea -con los fondos que eso implica-, se invirtió en educación, se domesticó del todo al ejército. El país se normalizó. Es un logro indiscutible. Aunque podemos debatir si fue todo gracias a las políticas públicas del Gobierno o si también fue resultado de la época que le tocó gestionar, con la incorporación a la comunidad económica europea.



P.- ¿Y qué quedaría en el "debe" de González?

R.- Bueno, no se llevó a cabo una política de la memoria proactiva, no se acabó con el clientelismo ni se creó una nueva cultura política deliberativa.



P.- De Aznar dicen que aplicó cierto continuismo, al menos en la economía.

R.- En la política económica el continuismo parte de la UCD, sigue con el PSOE y llega a Aznar. Aunque es cierto que los gobiernos socialistas, y sobre todo el de Zapatero, han tenido más en cuenta los aspectos redistributivos, mientras en los años noventa, con Aznar, predominó la privatización de empresas. Hay que tener en cuenta que los socialistas llegaron al poder en un contexto internacional complicado para ellos, con Reagan, Thatcher… Esto es importante: el estado del bienestar en España se creó tarde y a contracorriente, aunque luego quedara extraordinariamente bien dotado en relación con lo que había antes.



P.- Después llega Zapatero. ¿Habría que partir su gobierno en dos, entre el antes y el después de la crisis?

R.- Sí, la división se produce exactamente cuando se vio obligado a enmendarse la plana y plegarse a las exigencias de Bruselas. Eso originó un desplome de su popularidad y del propio PSOE. Zapatero al principio fue caricaturizado como Bambi, tenía un equipo muy desigual, en el que convivía gente especializada en la ramplonería política, como José Blanco, y gente con fuste intelectual, que es lo que le llevó a él a encarnar la filosofía del republicanismo. Eso, que es lo más interesante de su mandato, explica su interés por ampliar derechos sociales, el cuarto pilar del estado del bienestar, la igualdad de género...



Ni apología ni enmienda

P.- ¿Cree que el revisionismo de la Transición es un fenómeno más mediático que historiográfico?

R.- Es más ensayístico, creo, entre historiadores culturales que dan más valor a alternativas a lo que ellos llaman cultura de la Transición. Pero yo no veo una revocación historiográfica global.



"Intentamos huir de la enmienda radical de la Transición. Aquello No fue franquismo con otro collar; tuvo virtudes, pero también defectos"

P.- ¿Y en qué punto se sitúan ustedes con este libro?

R.- Hemos intentado huir de la enmienda radical a las élites de la Transición, de los que dicen que aquello fue franquismo con nuevo collar. No: hubo cambios muy sustanciales, como el título octavo de la Constitución, el divorcio o el aborto, avances que ahora vemos con normalidad pero que entonces no lo eran. Y también huímos del discurso encomíastico, de la visión de la Transición como gran designio de las élites sabias.



P.- ¿Y cuáles son los defectos que le ven a la Transición?

R.- Creo que no se asentó una cultura política pluralista, y a cambio tenemos esa querencia por un poder Ejecutivo fuerte que desconfía de las coaliciones porque las considera inestables... tampoco hemos conseguido un funcionamiento correcto de la independencia de los tres poderes.



P.- ¿Ha habido en España un verdadero relevo de las élites desde entonces?

R.- Es inevitable que haya continuidades entre el franquismo, la Transición y la democracia. Pero váyase usted a Italia o a Alemania, regímenes derrotados militarmente en 1945 cuyas élites se mantuvieron después aunque tuvieran que adaptarse a la nueva realidad y hacer tabula rasa con el pasado.