Reena Saini Kallat: Woven Chronicle, 2015

Es indudable ya que la globalización ha traído consigo un aumento (o un resurgir) de los sentimientos nacionales. Esta es la principal amenaza para la integración europea, que busca diluirlos. Son sentimientos que vienen acompañados de la reivindicación de identidades culturales que a menudo se blanden como defensa contra la uniformidad de lo global, o contra aquella famosa alianza de civilizaciones, cuando no en abierta oposición al inmigrante o al extranjero, que trae su cultura a cuestas. Coincidiendo con la publicación de La identidad cultural no existe, de François Jullien (Taurus), preguntamos a una veintena de personalidades del pensamiento y el arte si en un mundo en el que las fronteras son más porosas que nunca, en el que las lenguas y las culturas, la literatura, el cine o el arte, parecen ir camino de conformar un rico magma común, existen aún las identidades culturales. Y de existir, ¿en qué consisten? ¿Se han de defender? ¿Pueden defenderse sin menospreciar otras identidades con las que convivimos a diario? He aquí diecisiete opiniones sobre un tema de absoluta actualidad.




Félix Ovejero: "La identidad cultural es una superstición"

No estoy seguro de que la globalización suponga uniformización. Jamás hemos tenido más acceso a experiencias culturales tan diversas como ahora. No hay mayor uniformidad que la del que no se expone a otras perspectivas, el que no se mueve de su maceta. Otra cosa es que la globalización, en general beneficiosa, no suponga perdedores a corto plazo, locales. Y ese es un excelente magma para el nacionalismo o el populismo: el votante es miope y la pérdida concreta e inmediata moviliza. Es, por cierto, la misma dinámica que pone en peligro el planeta: yo atiendo a mi beneficio inmediato y el que venga detrás que arree. La idea de una identidad que gravita en torno a la nación es una superstición que funciona porque los mercados políticos son territoriales. La clase social, el sexo, la religión y hasta el clima son mucho más importantes a la hora de perfilar la identidad. Me permiten predecir mejor la conducta de un individuo que su "nación". Como diría el poeta, somos "un yo plural de sombra única". Por lo demás, preocuparse de la identidad es, en algún sentido, ridículo: la tenemos, por definición. Si acaso, nos interesan aquellos atributos que ayuden a emanciparnos. En ese sentido, la "unificación" de las lenguas, que es un proceso bastante automático, una economía de red (apostamos por aquellas redes que tienen más usuarios y con ellos las reforzamos), es indiscutiblemente liberadora: nos permite acceder a más personas y a más información. En otros casos, las identidades serán neutras, como sucede con las pautas gastronómicas. Y otras veces, hay que combatirlas: el sexismo o el racismo son culturas en más de un sentido.



Félix Ovejero es profesor de Economía, Ética y Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona y uno de los fundadores de Ciudadanos.




Victoria Camps: "Es imprescindible salvaguardar lo común"

Las identidades culturales existirán en la medida en que queramos potenciarlas o incluso inventarlas. En la época de los mestizajes inevitables, la afirmación de unos rasgos culturales propios, configurados por una tradición, unas costumbres, una lengua o una religión, es una reacción que busca subrayar las diferencias en lugar de propiciar el autorreconocimiento. Siendo como es bueno y reconfortante conservar lo propio, es imprescindible construir y salvaguardar al mismo tiempo lo común, lo que nos permite convivir pacíficamente bajo unos mismos principios. El relativismo cultural, el multiculturalismo, han buscado poner de manifiesto rasgos diferenciales cuya conservación no ha dejado de ser conflictiva. Los populismos nacionalistas emergen de una voluntad de diferenciarse en nombre de la libertad. De esta forma, seguimos relegando el valor de la igualdad. De ahí el desconcierto de la izquierda en toda Europa. Para contrarrestar las perversiones de la globalización, mejor que exaltar las diferencias culturales sería no desperdiciar los logros que la humanidad ha ido consiguiendo a lo largo de la historia, que no son pocos.



Victoria Camps es filósofa y presidenta de la Asociación Federalistes d'Esquerres.




Álvaro Delgado-Gal: "Lo peligroso es el nacionalismo de cuño romántico"

Debemos al Estado moderno grandes bienes (seguridad jurídica dentro de un marco estable; servicios sociales universales) y grandes males, o mejor, gigantescas degeneraciones, que identificamos con Auschwitz y la supresión del diferente. El nacionalismo moderno surge por una combinación de lo bueno y lo malo. Siguiendo la fórmula de Gellner: el nacionalismo intenta elevar un estado, con su maquinaria burocrática y su monopolio del poder, sobre una pretendida identidad cultural, en ocasiones, por desgracia, también racial. Se me pregunta si tiene sentido el nacionalismo en una época en que la globalización ha derribado fronteras económicas y culturales. Pues bien, la historia responde por sí misma.



El nacionalismo más peligroso, el de cuño romántico, toma forma como reacción contra la hegemonía francesa en el terreno de las ideas y los mores, hegemonía a la que seguirá en lo político y militar el gran espasmo napoleónico. Sería pueril condenar el nacionalismo en nombre de inmaculados principios cosmopolitas. Prefiero reconocer que existe, y, lo que es más importante, que no todos los nacionalismos son igualmente implausibles. Yendo a lo nuestro: ¿se constata una oposición esencial entre Cataluña y el resto de España, o comprenderíamos mejor la situación reparando en los intereses de ciertas elites políticas? Qué nos explica mejor los hechos, ¿la incompatibilidad entre el catalán y lo que se habla un poco al oeste, o el empeño de unos individuos en blindarse contra la acción de la justicia por la comisión de delitos bien descritos en el Código Penal? Sí, sé que la cosa es más compleja, pero no estaría mal contestar a estas cuestiones tan elementales como pertinentes.



Álvaro Delgado-Gal es físico y doctor en Filosofía. Dirige Revista de Libros desde su fundación en 1996.




Aurelio Arteta: "La identidad cultural es la coartada del nacionalismo etnicista"

La identidad cultural existe, claro. Existen las lenguas, las tradiciones, pero en las sociedades actuales, en sociedades como las europeas, es la identidad cultural minoritaria la que se impone a una mayoría. Siempre hay una imposición. En Cataluña, por ejemplo, hay como mucho un 40% de nacidos en esa lengua, y eso después de la inmersión. El caso es mucho más escandaloso en el País Vasco, en donde la política ha sido muy agresiva para lograr revertir las cifras. Está comprobado: en Bilbao hay un 5% de personas que han nacido con el euskera como primera lengua; en San Sebastián un 17% y en Pamplona un 5%. El euskera era una lengua desaparecida que reinventaron para ponerla al servicio del nacionalismo etnicista. La identidad cultural es algo natural en el sentido de que nos lo da el lugar de nacimiento. Algo así de arbitrario es el punto de partida de los nacionalismos etnicistas, que buscan diferenciarse con la coartada de la identidad y para ello necesitan una lengua que afirme la presunta superioridad de su cultura.



La gente está encantada de haberse conocido, de ser un pueblo, o de sentirse un pueblo, pero no entiende que lo mejor sería que esas identidades culturales se subordinasen a identidades más universales, como la identidad democrática, que no nos ha venido dada por nacimiento, sino que la hemos alcanzado. ¿No es por eso mucho más digna de reivindicarse? La identidad democrática afirma que todos los hombres son iguales. Pero claro, esto tiene menos tirón porque nos cuesta sentirlo como propio: preferimos que lo nuestro, lo que pasa en nuestro valle, sea lo central, y lo sea para todos. Hoy tenemos por primera vez una identidad global, formamos un mundo, aunque solo sea por el factor económico. Los nacionalistas se sublevan frente a esta identidad global que rompe sus fronteras. Recuerdo a Otegui en una entrevista, mirando los montes desde un caserío mientras decía que en el momento en que en Lekeitio todo el mundo comiera en hamburgueserías o escuchara música rock extranjera, ya no merecería la pena vivir. Es un buen ejemplo de lo que supone reclamar en exceso las identidades culturales.



Aurelio Arteta es ensayista y fue profesor de Filosofía Ética y Moral en la Universidad del País Vasco hasta su jubilación en 2015.




Dora García: "La generación, el género o las afinidades están hoy más ligadas a la identidad"

Entre las personas que trato y con las que trabajo, ninguna de ellas con fuertes sentimientos nacionales de cualquier nación, existe la identidad cultural, pero menos ligada a un país o nación y más consecuencia de una generación, de un género, de preferencias y afinidades de culturas y subculturas. Yo creo que puedo tener mucha más identidad cultural con personas (concretas, ciertas personas) de Rumanía o San Francisco -que han leído libros parecidos, apreciado películas similares, escuchado grupos de música que nos entusiasman- que, desde luego, con gente que haya nacido en el mismo sitio que yo. Tengo tanta afinidad con gente nacida en el mismo sitio que yo como con gente con la que comparto signo del zodíaco. Ahora, sé que hay muchos, con los que no he hablado demasiado, que son profundamente nacionalistas, algunos, incluso xenófobos (cuando todos somos extranjeros). Yo imagino, desde mi ignorancia quizás, que xenofobia y nacionalismo ocurren porque es la estrategia que han encontrado para superar la angustia, la inseguridad y el miedo que produce el estar vivo y no saber muy bien por qué.



Dora García es artista. Tras vivir casi dos décadas en Bruselas trabaja ahora desde Barcelona. Con su proyecto Lo inadecuado protagonizó el pabellón español en la Biena de Venecia de 2011.




Borja Cobeaga: "El orgullo no es exclusivo del nacionalismo"

Reivindicar un hecho diferencial no significa automáticamente que mires por encima del hombro a los demás, no es un rasgo exclusivo de un nacionalismo rancio. De hecho la globalización creo que ha ayudado mucho al intercambio cultural, a conocer otras identidades culturales. Por supuesto ha habido homogeneización pero también conocimiento. Por lo demás, es como todo, depende de cómo lo enfoques. Estar orgulloso de tu cultura, de tu idioma, de tu gastronomía no significa que pienses que la del otro es una identidad peor. Otra cosa es que siempre habrá quien diga "Gibraltar español", o tenga el "España ens roba" en la boca, o proclame "Make America Great Again". Pero no creo que sea algo consustancial a la identidad cultural sino que responde a un enfoque exaltado y profundamente narcisista. Porque justamente lo complicado es estar orgulloso de tu identidad cultural. A mí me resulta bastante difícil en estos días y pienso en la razón que tenía Fernando Trueba cuando dijo lo de "nunca me he sentido español ni cinco minutos de mi vida". Una afirmación con mucha sorna que sentó fatal en su momento pero que ahora mismo para mí es una declaración de principios de una sensatez descomunal.



Borja Cobeaga es cineasta y director de Ocho apellidos vascos, Negociador y Fe de Etarras.




Javier Gomá: "La identidad ha de someterse a dieta"

El corazón es comunitario, la inteligencia es cosmopolita. Las redes de afectos personales se trenzan entre los locales más próximos, mientras que el pensamiento, que es ciudadano del mundo, aspira a la universalidad y viaja por todo el planeta. La identidad cultural atiende primeramente a esta necesidad del corazón: propone un hogar acogedor. Pero el individuo, además de corazón, posee entendimiento y comprende las urgencias del proyecto cosmopolita ahora en marcha y que dice: sólo existe una raza, la humanidad; sólo existe un principio: la dignidad. La ciudadanía moderna y democrática debería ser capaz de armonizar ambos principios: corazón y razón, proximidad y globalidad. Y eso se hace propugnando un cosmopolitismo no homogeneizador sino abierto la diversidad, imitando, por ejemplo, a la Unión Europea, que asentó el principio cultural de "unidad en la diversidad". Pero, por otro lado, la identidad debe someterse a dieta, rebajar sus pretensiones totalizadoras y comprender que el ciudadano moderno posee identidades múltiples compatibles entre sí (catalán, español, europeo, cosmopolita) y que asumir una identidad es sólo una manera de ser contemporáneo y de formar parte del proyecto cosmopolita.



Javier Gomá es filósofo y director de la Fundación Juan March.




Ignacio Peyró: "Aunque le duela a la razón, necesitamos una raíz y no sólo un pasaporte"

La identidad ha tenido una notable ambivalencia en su sustantivación política: baste pensar que está detrás de causas nobles como la unificación italiana, por ejemplo, y de causas abominables como el nazismo. Por mucha incomodidad que nos cause, sin embargo, la identidad no vuelve, sino que ha estado y es de temer que estará siempre con nosotros: si la política real nos lo está mostrando con crudeza día tras día, la ciencia lo corrobora al subrayar el amplio espacio que dejamos a las emociones, lo queramos o no, en nuestra consideración de lo público. Al cabo, los hombres somos también nuestros vínculos y arraigos, somos seres comunitarios y contextuales, difícilmente escindibles de un marco o una tradición que opera sobre nosotros -lo agradezcamos o nos volvamos en su contra.



De hecho, cabría plantearse si en nuestro cosmopolitismo no hemos tenido un punto de candor, de arrogancia o de ceguera voluntaria al dar por enterradas las identidades o desactivadas en su repercusión política. Aunque le duela a la razón ilustrada, en efecto, parecemos necesitar una raíz y no sólo un pasaporte; lo demás, me temo, es ilusionismo, e incluso ilusionismo culpable. A la inversa, la inevitabilidad de la identidad se demuestra con las resistencias patentes al ideal de la construcción de un "demos" europeo. En todo caso, precisamente al tener en cuenta el potencial daniño de lo identitario es cuando podemos encauzarlo con "los mejores ángeles de nuestra naturaleza" racional.



Ignacio Peyró es ensayista y director del Instituto Cervantes de Londres.




Laila Ripoll: "La cultura potencia la empatía y la empatía desactiva conflictos"

No tengo muy claro si existen las identidades culturales. Pero de lo que no dudo es de la existencia de las particularidades culturales. Y de que estas pertenecen a toda la humanidad. Un buen ejemplo serían las lenguas. La desaparición de cualquiera de las que todavía perviven es un hecho tan lamentable como la extinción de una especie animal o la quema de un bosque. Por supuesto que hay que proteger ese patrimonio. Si no, acabamos en la Gran Vía, desprovista de su carácter a base de tiendas de H&M, Burger Kings... O comunicándonos todos en inglés. Somos lo que hemos sido. No debemos olvidarlo. Yo no entiendo hacer teatro contemporáneo sin conocer a fondo a Lope de Vega o Calderón de la Barca. Pero, claro, esa protección no debe impedir que las culturas fluyan. Sólo así generan mestizajes tan valiosos como el flamenco, el jazz, el son cubano… En la música se ve muy bien pero lo mismo sucede con la pintura, el cine... La cultura potencia la empatía y la empatía, todos lo sabemos, desactiva potenciales conflictos. Es fundamental que lo tengamos muy en cuenta, más en esta época, en la que estamos a un paso de la violencia, no sólo en España sino en otros muchos lugares del mundo. Yo estos días he escuchado en mi ciudad, Madrid, cosas que nunca creí que podría escuchar.



Laila Ripoll es directora de escena y dramaturga española. El 3 de mayo estrena en el Teatro Español Donde el bosque se espesa.




José Carlos Llop: "Lo que amo y soy se defiende solo y ha de perdurar"

Resulta irónico que en tiempos donde la identidad personal es objeto de cuestión, la identidad cultural sea un dogma incuestionable. El falso razonamiento del Romanticismo ‘lengua, cultura, nación' ha hecho más daño en Europa que el sida.



Y lo ha hecho porque tras la última sílaba de su última palabra nos deja solos frente al abismo. Solos como individuos, digo, cuando precisamente el Romanticismo defendía la exaltación del individuo. Es decir, la exaltación de la identidad personal y Byron sería su paradigma. Paradojas sin resolver.



En mi tierra carecemos de románico (sin t), pero tenemos dos lenguas y en las canciones de siega habitan ecos de la música de Oum Kalsoum. He visto vivir en ella al poeta Robert Graves y a Joan Miró y ser visitada por El Negus y por Ava Gardner. Pertenezco a la cultura europea: catedrales y mercados y Johann Sebastian Bach al fondo. Y Cervantes y Proust y Joseph Roth y Anthony Powell. Y Altamira y Lascaux y El Giotto y Canaletto y Boucher. La lista sería interminable. Lo que amo y soy se defiende solo y ha de perdurar. Si no lo hiciera sería que quienes lo heredaron no se lo merecían.



José Carlos Llop es escritor. Su última novela es Reyes de Alejandría (Alfaguara).




Denise Despeyroux: "Hablar de identidad cultural es una falacia"

Si el concepto de identidad personal ya es difuso y problemático (ha traído de cabeza a los filósofos durante siglos), el de identidad cultural lo es por lo menos en la misma medida. Hoy en día se exige hablar de multiculturalismo y de interculturalidad, pero paradójicamente el fantasma del nacionalismo, que pretende vincular territorio y cultura, recorre Europa. Según el filósofo, helenista y sinólogo François Jullien, que sabe bastante del tema, el concepto de ‘identidad cultural' conduce a un debate estéril porque ignora la capacidad de mutación permanente de la cultura y genera oposición y desencuentro entre los diferentes colectivos sociales que conviven en un territorio.



Defender una cultura en la actualidad ya no sería protegerla, sino explotar toda su fecundidad a través de un diálogo entre los diferentes colectivos (o, si se quiere, identidades) que la componen. Desde esta perspectiva, cualquier cultura está hecha de muchas culturas, y por eso hablar de "identidad cultural" es una falacia.



Denise Despeyroux es dramaturga hispanouruguaya. Estrena el 16 de noviembre El tercer lugar en el Teatro Español.




Chus Martínez: "Identidad y cultura son interdependientes"

Identidad cultural y cultura son nociones interdependientes. La imaginación individual y colectiva del significado de "cultura" está gravemente debilitada, y en esta debilidad radica la nueva fuerza de la idea de identidad. El gran problema estriba en determinar qué es la cultura, cómo ésta depende de las distintas creencias que le dan forma, de los usos que cada comunidad hace de esas creencias, de la capacidad de transformar creencias en valores y los valores en legislación. Nos hace falta un gran movimiento capaz de dar forma, en el lenguaje y en las imágenes, a una noción que hoy no solo nombra el mundo de lo humano, sino también el natural.



Necesitamos trabajar para alcanzar un nivel de comprensión colectivo y de elocuencia que motive, que ayude a la creación de nuevos sentimientos. Solo así, la identificación dejará de ser un modo de nombrar y reducir la identidad a unos pocos rasgos definitorios, a un origen, a una diferencia, etc., y pasará a ser un ejercicio de constante redefinición de los vínculos que debemos ser capaces de crear para vivir juntos y en libertad. Para mí, el gran reto es precisamente la posibilidad no de separar las cuestiones, sino de ver los muchos vínculos que existen entre todas las cuestiones a tratar. La urgencia de comprender -y transmitir de un modo sencillo- el hecho de que tanta identidad hay en mí como en cada uno de los elementos del planeta, insistir en la necesidad de una imaginación política radicalmente distinta, libre de soberbia, libre de falsa agencia heroica, libre de la hegemonía de género, me parece más urgente que nunca.



Imaginad que tuviéramos un programa de educación que tuviese en cuenta la vida en el campo, los límites a la pobreza, canales para la formación adecuada y de apoyo a la juventud, planes para minimizar la distancia entre generaciones, métodos para el acceso al aprendizaje… Alcanzar estas metas podría ser lo verdaderamente identitario.



Chus Martínez es directora del Institute of Arte del FHNW Academy of Arte and Design de Basilea y comisaria de exposiciones. La última, la novena edición de KölnSkulptur en Colonia.




Santiago Muñoz Machado: "La solución sí está en Europa"

Las identidades culturales existen, eso es innegable. Y se ponen de manifiesto en países avanzados como España. Otra cosa es que tenga sentido reivindicarlas a estas alturas, en un mundo como el nuestro, un mundo globalizado en el que la cultura es cosmopolita, la economía es universal y las relaciones interculturales son más fluidas que nunca. Lo malo de las identidades territoriales, de las identidades culturales que buscan solo su singularidad o su excepcionalidad, es que conducen al localismo y, en último término, al catetismo. Las identidades culturales hoy se han exacerbado con la globalización, pero al mismo tiempo se nos han mostrado en su diversidad. Son distintas entre sí. Escucho y leo a menudo que lo que está ocurriendo en Cataluña forma parte de la ola populista que recorre Europa. No es tan sencillo. Es cierto que el fenómeno catalán es en parte un efecto de los populismos identitarios de nuestro tiempo, pero a la vez, en este caso, tiene que ver con una tradición reivindicativa propia que hunde sus raíces en el pasado, y que de vez en cuando aparece, atizada por determinados factores externos.



De entre todos estos factores, uno sería el auge de los populismos europeos, pero hay más: la crisis económica, por ejemplo, o la inmigración, aunque en este caso en menor medida. No hay que olvidar que en España la xenofobia pesa menos que en otros lugares, como demuestran todas las estadísticas disponibles. Por otra parte, creo que la solución sí está en Europa. En recuperar y anteponer los valores sobre los que se asienta la Unión Europa, que son los valores comunes, los fundamentos que nos unen. Europa se fundó como una unión económica, pero desde su fundación ha venido evolucionando hacia una unión política, que incluye a un pueblo que comparte una cultura, unos valores y una tradición.



Santiago Muñoz Machado es jurista y escritor y miembro de la Real Academia Española.




Francesc Torres: "No somos de pura raza"

La identidad cultural es como el misterio de la Santísima Trinidad; sí, un dogma de fe para algunos o un cuento chino para otros. Es lo que uno quiere creer que es traducido en puro sentimiento y pura narrativa. Me llamo Francesc (Barcelona) Torres (Granada) Iturrioz (Bilbao). Tengo pasaporte estadounidense (también lo tengo español) que es mi único documento oficial en el que aparece mi nombre de pila en catalán. Solo tuve que deletreárselo al funcionario de correos que me atendió. Hacer lo mismo en España representa una molestia burocrática que puede conmigo. Cuando oigo partida de nacimiento, notario, etc., mi alma se reseca y puedo arder como lo hace Galicia, tierra que adoro. Hablo y escribo cuatro lenguas y entiendo y leo tres más. No lo digo para quedar como un figurín, ha pasado así sin forzarlo ni buscarlo, ha sucedido de una manera natural. Dicho en corto, no soy ni un catalán, ni un español, ni un norteamericano de raza en el sentido literal de la palabra, y, sin embargo, sin todos esos ingredientes no sería quien soy. Por lo tanto, cuando hablamos de identidad cultural, ¿de qué hablamos? De lo que realmente somos cuando no pensamos en identidades, creo yo.



Francesc Torres es artista. Pionero del lenguaje de la instalación, reflexiona críticamente sobre las diversas manifestaciones de la cultura como pudo verse en 2008 en su retrospectiva en el MACBA.




Paloma Pedrero: "El nacionalismo surge de un error"

La identidad cultural es el lugar donde nacemos, donde crecemos, donde nos socializamos. Es lo que origina nuestra estructura emocional y sensorial. El paisaje, los olores, los sabores, la lengua, las expresiones artísticas… todo eso nos hace sentir que pertenecemos a un lugar único y amable que, a veces, confundimos con el mejor lugar.



Cuanto más extenso sea ese sentimiento de pertenencia, mejor. Es importante en la educación viajar y conocer otras culturas. Eso nos hace humildes. Hay que dejar de ser espectador del otro y darte cuenta de que lo que nos une es mucho más que lo que nos separa. Porque lo que nos une es lo esencial del ser humano. La lucha por la supervivencia y el amor. El mundo es de todos y hay que respetar y aprender los distintos modos de vivir. Todas las culturas tienen su sentido y su grandeza. Ser capaz de disfrutar de la diferencia es una forma de gozo. Después cada uno tendrá su casa como quiera, y ahí volverá cuando necesite la soledad.



Un mundo sin fronteras es la única posibilidad de un mundo en paz. Porque los sentimientos nacionalistas surgen siempre de un error, de sentir o pensar que lo nuestro es mejor. De un afán de superioridad que genera conflicto.



Paloma Pedrero es dramaturga y profesora de arte dramático. Vicepresidenta de la SGAE en Artes Escénicas y fundadora de ONG Caídos del cielo.




Carlos León: "Amar lo propio es encomiable, pretender la superioridad es el inicio del totalitarismo"

La identidad de las personas, como la de los pueblos o grupos humanos, es la resultante de un entramado de avatares de todo orden, de lo vivido y lo aprendido, que configuran un discurso interior en permanente mutación. Solo el vivir lo identitario como se disfruta de un don, de una riqueza intangible o de un valioso legado, vale la pena. El recurso de arroparse en lo identitario para sobreponerse a frustraciones interiores, para culpar a otros de la propia impotencia o para sentirse con ello superiores y con derecho a imponerse, es, por el contrario, miserable. Lenguas, morales, paisajes, memorias, mitos y hechos históricos… todo ello y mucho más es lo que entra en juego en toda elaboración identitaria. Amar lo propio es encomiable, y abriga mucho… pero construir sobre ello proyectos políticos de pretendida superioridad constituye el remoto inicio de todo totalitarismo.



Una cosa es el poder moral que la identidad colectiva puede aportar en situaciones de lucha contra un poder opresor exterior, y otra bien distinta es la manipulación de sentimientos identitarios para la elaboración de discursos y proyectos que comienzan intentando la exclusión del otro y que acaban por planear su extinción.



Ir borrando fronteras o ir creándolas… esa es la disyuntiva moral, la que nos hace elegir entre ser humanos solidarios, habitantes atentos a cuanto ocurre en un mundo que es de todos, o permanecer en alguno de esos rebaños erráticos que aún buscan un amo.



Carlos León es artista. Ha ganado el premio de Cultura de la Comunidad de Madrid en 2014 y el premio Arte y Mecenazgo de la Fundación "la Caixa" en 2016.




Carme Riera: "Debemos defender el legado cultural europeo"

Existen sin duda las identidades culturales. No es lo mismo la cultura clásica greco- latina que forma parte de nuestra tradición europea que la china e incluso dentro de la europea hay diferencias importantes. La cultura mediterránea es distinta de la nórdica y eso a mí entender, supone riqueza. La diversidad es positiva y el sincretismos cultural también. Pero creo que debemos defender el legado cultural europeo y lo que este supone de civilización. No me imagino un mundo que olvide a los griegos que pusieron las bases del concepto del logos y de la belleza ni a los romanos que aportaron las leyes.



Carme Riera es escritora. Su último libro es Las últimas palabras (Alfaguara).