Hoja de lata

Pez de Plata, Oviedo, 2018. 400 páginas, 23,90 €

Fue Mariano Antolín Rato (Gijón, 1943) uno de los más aguerridos y osados cultivadores de la gran renovación formal de nuestra narrativa en los amenes de la dictadura. También quien sostuvo propuestas de mayor singularidad por su búsqueda de una literatura "psiquedélica". Los propios títulos de sus libros reflejaban su mundo raro: Cuando 900 mil mach aprox. (Júcar, 1973) o De vulgari Zyklon B manifestante (Júcar, 1975). Más tarde abandonó aquel modernismo febril, se serenó y a finales de siglo pasó a hacer novelas algo convencionales, nada extrañas ni de lectura ardua, aunque exigentes y de fuerte temática cultural. El mismo rumbo sigue su nueva obra.



El meollo anecdótico de Silencio tras el telón del sueño contiene una historia de amor: la tormentosa y guadianesca relación de una creativa publicitaria madrileña, Kay Quirós, y de un gijonés que llegará a exitoso pintor, Pedro Velasco. Sus amoríos parten de una compartida actitud de rebeldía frente al autoritarismo y la mediocridad de la España franquista que convierten en su particular proyecto de futuro. Antolín Rato plantea como materia de interés intrínseco estas relaciones y consigue un buen retrato de las sutilezas emocionales, las diferencias temperamentales y los egoísmos que las sostienen. Aunque narradas desde fuera, el autor le saca máximo provecho a las posibilidades del relato psicologista y redondea una historia compleja de alto voltaje dramático en la que confluyen el idealismo neorromántico y las mezquindades del alma. La fortuna con que se recrean los polos de la felicidad y el fracaso, de la exaltación y el abatimiento, del desprendimiento y el egocentrismo proporcionan auténtica robustez a la peripecia sentimental.



Sin embargo, y aunque se ofrezca en primera instancia una historia de amor autosuficiente y por sí sola valiosa, ésta solo constituye un elemento de la novela. Es más, casi funciona como cebo para llegar a otras metas. La primera tiene un marcado carácter noticioso acerca del periodo que abarca el cogollo argumental, los años 1966 a 1977. En abundancia aparecen signos definidores del sector juvenil universitario de nuestro país: la música, la droga, el aggiornamento sexual, la mili, la confrontación con la dictadura, la controversia política, los efervescentes movimientos contraculturales y, en un plano preferente, el debate estético. La época se reconstruye con minuciosidad verista, con un costumbrismo galvanizado por el humor y el distanciamiento. La veracidad de la estampa se debe a que el autor no ha necesitado estudiar aquel tiempo sino que vuelca en la ficción su experiencia autobiográfica. No digo que lleve su propia vida a la novela y que esta flojee en requisitos inventivos, pero la aventura espiritual del escritor Antolín Rato sí se engasta en el pintor protagonista.



El otro gran objetivo de la novela se vincula con una parte de su vertiente testimonial, la reflexión artística. De hecho, espigando aquí y allá en muchas de sus páginas, el libro daría para formar un tratado de estética, referido a las artes plásticas porque las disyuntivas proceden de la condición de pintor de Pedro, pero generalizable a otras manifestaciones como la literaria. La batalla del protagonista de la novela se centra en conseguir un arte liberado de la comercialidad y volcado en descender hasta el fondo ignoto del mundo y en plasmarlo en el lienzo. Lo cual supone una refutación del realismo epidérmico y la legitimación de medios de explorar la realidad (fumar yerba y hachís, ingerir LSD) que permitan alcanzar una representación plena de la vida. La plástica de corte alucionatorio que cultiva Velasco circula por la novela como la respuesta a una existencia fundada en un racionalismo gris y conformista.



Silencio tras el telón del sueño no participa curiosamente de tal desiderata, que sí tendría que ver con los años mozos literarios del autor asturiano. Ahora, en cambio, su relato es directo y claro, sin otro artificio constructivo que recurrentes saltos temporales y una recapitulación final. Con tal disposición clásica Mariano Antolín Rato cuenta una historia amorosa atractiva, recrea interesantes personajes y sucesos complementarios y agrega sugestivas disquisiciones artísticas y literarias. Como todo ello cobra vida dentro de un amplio fresco histórico y el conjunto resulta entretenido, ¿qué más puede pedírsele a una novela?