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La nueva novela de Santiago Gamboa (Bogotá, 1965), Volver al oscuro valle, involucra a diversos personajes cuyas trayectorias son contadas en paralelo hasta converger, gracias a una sucesión de cruces y coincidencias que quiero imaginar paródicos o desacomplejadamente absurdos, sin una vocación de gran estructura polifónica que, de existir, habría que juzgar fallida (tal vez no en el ritmo, pero sí en la significación o la simple credibilidad narrativa). Esos personajes y sus trayectorias, para cuya caracterización mínima remito al lector a la contraportada confeccionada por la editorial, le permiten al libro zigzaguear entre las violencias europeas y las latinoamericanas, con especial atención a España, Argentina y Colombia, en un relato múltiple cargado de urgencia sociológica. Hay narcotráfico, racismo, feminicidio, asaltos sexuales, desigualdad económica… El contrapunto lo pone otra narrativa en paralelo que despliega la biografía de Arthur Rimbaud, como proporcionando un punto de fuga al conjunto. Es decir: bien pensado, la ambición estructural sí existe, y en efecto hay que juzgarla fallida, e incluso previsible en varias de sus resoluciones.En primer lugar, la decisión de volver a explicar la vida de Rimbaud (con el libro que le dedicó Enid Starkie siempre sobre la mesa) se revela estéril. Los pasajes rimbaudianos, pese a la solvencia narrativa del autor, están atravesados por el aroma de lo epigonal, y no logran ni rescatar al mito del tópico ni integrarlo con verdadera naturalidad en el cuerpo de la novela. Para entendernos: el poeta maldito está aquí para recordarnos que estamos asistiendo al espectáculo de unos personajes fugitivos, y así lo explicita esta cita bastante apañada, dentro del cliché: "Obligado a irse muy lejos para cumplir un destino o encontrarse con él y abrazarlo". Pero esto, que es aceptable, se derrumba del todo si más adelante ese mismo Rimbaud queda caracterizado en términos tan tardo-kitsch como estos: "Podría tener mucho de místico o de soñador, pero en el fondo era un poeta".
Por otra parte, Volver al oscuro valle incorpora una mirada al mundo estrictamente de hoy que juega al análisis especulativo, esa modalidad narrativa en la que es tan fácil acabar pareciendo Houellebecq; de hecho, cuando se alude anecdóticamente a la probabilidad de que Francia sea gobernada por un partido islámico, uno casi juraría que se está guiñando el ojo a Sumisión. Y aunque la literatura no sea sociología, si este componente entra en juego y una novela aspira a ofrecer un dibujo del mundo, no estaría de más que sus especulaciones tengan audacia, originalidad, o al menos lucidez. Si logra decir algo que podamos considerar eventualmente verdad, ni te cuento. En el caso que nos ocupa, no faltan anotaciones muy sólidas sobre la relación de España con sus inmigrantes-emigrantes, o precisiones sobre la extrema derecha realmente fascinantes (con cita incluida de Primo de Rivera, de la mano de uno de los personajes más atractivos, el predicador gore Tertuliano), por no hablar de una llegada al aeropuerto de Bogotá perfecta. Pero en la mayoría de casos, los cimientos abstractos son frágiles (no se entiende a qué llama "posmodernidad" el narrador), y entre las páginas 74 y 77 se suceden unos apuntes sobre redes sociales y consumismo de una obviedad vieja y perezosa. En cuanto al encuentro entre el sacerdote Jorge Bergoglio y una militante montonera en los años setenta argentinos, la escena tiene enorme gracia en su enfoque a quien acabará siendo el Papa Francisco; en cambio, su aproximación a los montoneros resulta descorazonadora después de haber leído el Diario de una princesa montonera de Mariana Eva Pérez (Marbot Ediciones, 2016), cuya prosa ha inhabilitado para siempre una aproximación tan genérica a ese conflicto.
Cuando Piglia hacía coincidir a Kafka y Hitler en Respiración artificial, el campo de colisión era un estilo, no una anécdota; aquí, Bergoglio tiene algo parecido a una voz (parabólica, solemne), pero al otro lado hay un trazo grueso.
Avanzando entre escenas de violencia y sexo que no se deciden a ser ni gamberras ni rigurosas, topando de tanto en tanto con imágenes o giros estilísticos poco convincentes (la muerte es nada más y nada menos que una "señora de traje oscuro" sentada a los pies de la cama de Rimbaud, acariciando sus cabellos; la policía española utiliza el término "reporte"; etc.), aferrándose a los pasajes más logrados o a cameos como el del poeta Miguel Ángel Velasco, el lector alcanza el final de Volver al oscuro valle porque la agilidad del libro es indudable. Pero no es suficiente.