Inés Mendoza. Foto: Víctor García Antón

Los personajes de Inés Mendoza (Caracas, 1970) huyen de lo establecido en un mundo liderado por el capitalismo. Ella misma dice escapar también de ese "monstruo que sigue siendo la fuente de la mitad de los horrores de la sociedad". Su nuevo trabajo, Objetos frágiles, un volumen de 18 cuentos que edita Páginas de Espuma, profundiza en la insignificancia humana con un estilo que recupera el Romanticismo, las vanguardias y los asuntos que más le preocupan. La amistad, la duda o el paso del tiempo son algunos de los temas que Mendoza trata en este compendio, todos ellos objetos frágiles por su carácter efímero. "Si algo vive es porque puede morir", opina la escritora.



Pregunta.- El título del libro, Objetos frágiles, se contrapone con la solidez de los relatos que alberga. Sin embargo, los personajes y los temas que los pueblan sí que pueden sentirse representados por esa fragilidad que le da nombre al volumen. ¿Son la amistad, la duda, lo onírico, las utopías… 'objetos frágiles'?

Respuesta.- Yo diría que en la medida en que requiere cuidados, casi todo lo que merece la pena es un objeto frágil. Son fenómenos que están en vías de extinción y que más nos valdría rescatar o reinventar. Porque cuidar una relación de amistad o de amor, cultivar la duda que sirvió de cimiento al contrato social, incluir los sueños en la vida cotidiana o desear y materializar utopías son fenómenos que no crecen solos: necesitan atención, riego. Además, lo sólido se apoya en lo frágil. Por eso mis personajes son casi sonámbulos, habitantes de los sueños: se hacen y deshacen, dudan de su identidad, de sus decisiones, eligen su camino y sobre todo rehúyen la comodidad de lo dado. En suma, que si algo vive es porque puede morir. Lo otro es la fantasía histérica de la plenitud. La plenitud no existe, por fortuna para todos. Sea como fuere, los 'objetos frágiles' que recorren mi libro son los que me interesan a mí; seguro que hay muchos más.



P.- En sus cuentos se respiran varios niveles de lectura incluso en algunos casos se requiere volver sobre lo leído, sobre todo en los más cortos. ¿Diría que sus relatos están dirigidos más bien a lectores exigentes, formados, con conocimientos de corrientes como el romanticismo para que puedan establecer conexiones?

R.- Mi visión es la de una habitante del mundo contemporáneo, así que para leer mi libro solo hace falta vivir en el siglo XXI. No es una tesis, es un volumen de cuentos. ¿Que algún lector o lectora conoce el universo simbólico del que me alimento? Pues genial. Mi intención es que Objetos frágiles se pueda leer en varios niveles. Claro que un lector que esté familiarizado con la arquitectura, el psicoanálisis, la filosofía política, la tradición romántica o las vanguardias, hará una lectura más rica. Pero salvando las diferencias, para leer el Poeta en Nueva York de Lorca no es necesario saber cómo se construye un verso. Es suficiente con dejarse atravesar por la lectura, con nadar en ese fluido que une al lector y al autor. A mí lo que me gustaría es que mis relatos se leyeran como si fueran poemas. O como si fueran rituales de magia negra.



P.- En ese sentido, ¿cree que es necesario volver al romanticismo?

R.- Bueno, en El otro fuego también exploré no el romanticismo, sino los romanticismos, entre los que incluyo a varias vanguardias. Y es que el romanticismo no deja de ser inherente al espíritu humano, una de las formas específicas de su esencia. ¿O no tienden todas las culturas a mezclar lo inmaterial con lo material? Mucho me temo que sigue pendiente que pongamos en práctica el deseo de Schlegel de "hacer poética la vida y la sociedad". Sigue pendiente que repensemos la sexualidad, los símbolos, lo afectivo, las costumbres, los modos de agrupación. Ni siquiera hemos abolido la preponderancia de lo económico en la vida social, y el espectáculo de Debord sigue vigente, aunque haya cambiado de estrategia. Por eso es tan importante no tanto que volvamos a la poética romántica en una especie de gesto kitsch, sino que construyamos sociedades en las que merezca la pena vivir, aunque a estas alturas nuestros recursos materiales sean más bien escasos.



P.- ¿Qué tipo de romanticismo es el que necesitamos actualmente?

R.- Tendríamos que irlo definiendo, colectiva e individualmente, digo yo. El gran obstáculo para eso es el de siempre, el mismo de hace dos siglos: el capitalismo, ese monstruo que sigue siendo la fuente de la mitad de los horrores de la sociedad, de la injusticia económica, política, la represión moral, etc.



P.- En los relatos se tratan temas como la duda, las incógnitas del ser humano como el más allá, el paso del tiempo. Son, todos ellos, temas que nos afectan a todos. ¿Se trata de un libro en el que vuelca las preguntas que se hace de manera personal para que el lector las recoja, piense sobre ellas y saque sus propias conclusiones?

R.- Claro, entre otras cosas porque los relatos de Objetos frágiles no dan respuestas, son la huella de ciertas preguntas que me hago. A lo mejor ni siquiera se trata de sacar conclusiones o de reflexionar. Querría que a mis lectores les pasara lo que me ha pasado a mí con tantos libros; que al leer estos relatos se preguntaran si la rosa más delicada puede vencer a un ejército o si el sexo puede ser una forma de resistencia. Yo he aprendido cosas así en muchos libros (en los románticos, por ejemplo). Me gustaría 'pasar la antorcha' y que ese fuego fuera digno de mis maestros, de mi familia literaria, que es la romántica.



P.- El romanticismo y las vanguardias son dos de los temas sobre los que imparte clase y, además, cultiva en su escritura. ¿En qué podemos apreciar la influencia de estas corrientes en los relatos?

R.- Quizá la influencia que ambas corrientes han tenido en mis dos libros se podrían resumir en una frase: el gran rechazo. Rechazo del capitalismo, de lo económico, de la separación entre lo individual y lo colectivo, del aburrimiento vital, del amor o el sexo comedidos, de 'lo que hay', etc. La realidad se construye, se sueña y se construye. Nunca me he conformado con lo que hay, soy desobediente y curiosa por naturaleza. Ahora bien, ¿por qué esta manía? No lo tengo claro. Tal vez deseo y rechazo lo mismo que algunas vanguardias, lo mismo que los románticos. Todo empezó cuando estudiaba arquitectura y los proyectos utópicos de El Lissitzky me abrieron las puertas a las ideas vanguardistas. Varios años después el tema de mi tesina en la Politécnica de Madrid eran los 'arquitectones' de su maestro Malevich. En cuanto al romanticismo, sólo sé que en los libros de numerosos autores románticos me he tropezado con mis convicciones e impulsos más secretos. Es algo que me ha pasado siempre, no sé por qué.



P.- Hoy en día vivimos a toda prisa, leyendo en las pantallas de los móviles mientras vamos en un transporte público, sin tiempo apenas para nosotros mismos. En ese contexto, ¿por qué es necesario volver al cuento, un género que hay que afrontar prestando la mayor atención posible?

R.- En efecto, el relato y la poesía exigen una gran atención del lector. En cambio, la lectura rápida a la que nos incitan las pantallas trabaja contra la comprensión crítica, que nos sirve, por ejemplo, para cuestionar las noticias. Naturalmente, considero lícito leer por diversión, pero ¿solo por diversión? No sé, yo unas veces leo para pasar el rato y otras para aprender, para vivir, incluso para aprender a vivir. Como les digo a mis alumnos, no hay por qué confundir un tipo de lectura con la otra. No nos acercamos igual a Las flores del mal o al Childe Harold de Byron que a las novelas de Agatha Christie. Quien lea el Frankenstein de Mary Shelley sólo como un cuento de terror se perderá la reflexión que ofrece este bello libro sobre el proceso creativo y el estudio que hace de los vínculos enfermizos; un estudio cuyo parecido con el futuro psicoanálisis es sorprendente. Por el mismo motivo, si esperamos que en una aventura del detective Poirot la autora analice la dependencia entre la sociedad industrial y el crimen, igual deberíamos leer las novelas de Chandler o a Los secretos de Oxford de Dorothy L. Sayers.



P.-¿Qué papel tiene el lector en este volumen?

R.- Imagino que cada lector asumirá los diversos papeles que le dicten su deseo y su experiencia lectora. Ya se sabe que en la sociedad contemporánea no tiene sentido que un libro lo dé todo hecho, para eso están las películas con finales felices y los best-sellers, que nos dejan satisfechos. Los textos literarios, al menos eso pienso yo, son máquinas para conmover, para inspirar y soñar, para narrarnos. Objetos frágiles no es un libro autobiográfico, aunque inevitablemente contenga huellas de una vida, la mía, y se inscriba en la historia de una sociedad, la nuestra. En otro lugar lo he definido como un viaje del espíritu (del espíritu en el sentido filosófico, no en el religioso), una especie de bildungsroman contemporáneo que cada lector ha de vivir a su manera.



P.- Son 18 relatos con una portada de Giorgio de Chirico que muestra también sus conocimientos de arquitectura. ¿Qué influencia tiene esta a la hora de estructurar los cuentos y, al fin, el volumen?

R.- Creo que mi lado de arquitecta se cuela cuando escribo. Recuerdo que cuando publiqué El otro fuego un lector me preguntó por qué en el libro había tantas ciudades y casas derruidas. Me dejó de piedra. Tampoco había tantas, pero es cierto que en mis dos volúmenes de relatos abundan las ruinas. Tengo la impresión de que la geografía imaginaria de Objetos frágiles es todavía menos amable, quizá porque registra el caos natural y social que estamos padeciendo los que vivimos en este horrible periodo histórico. La estación de trenes de Petite place de gare, la isla de Mohr, las murallas de Las ciudades perdidas, la rosa de Estado de sitio, el Madrid que recorre la protagonista de Todo lo sólido, o el faro del cuento homónimo son escenarios de la destrucción, pero también de la transformación; ciudades del deseo, que diría Calvino. En cambio la metrópolis de Arcontes se parece mucho a una cárcel. Quizá más que una urbe sea el símbolo de una época. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.



P.- Actualmente se advierte una corriente latinoamericana y femenina que cultiva el cuento. ¿Lo achaca a la casualidad o es algo premeditado?

R.- Desconozco las cifras pero para mí lo fundamental es la calidad, no el número, ya hablemos de autoras o de autores. Ha habido grandes cuentistas entre nuestras predecesoras, en Europa y en América. Prueba de ello son los relatos de Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Silvina Ocampo, Susan Sontag, Katherine Mansfield, Carson McCullers, Ursula K. Le Guin, Edith Wharton, Vernon Lee, o los de las surrealistas Unica Zürn y Leonora Carrington, por mencionar unas pocas. Hasta Mary Shelley escribió magníficos cuentos. De hecho, algunos libros de relatos escritos por mujeres son imprescindibles para el género. Es el caso de Los niños tontos, El balneario o La balada del café triste. ¿Qué hoy las escritoras tenemos mayor visibilidad? Excelente noticia. En cualquier caso, a mí solo me interesan las autoras que hacen una cuidadosa propuesta poética y tienen un discurso de respaldo o las que practican y conocen el feminismo, no las que escriben cuentos por seguir una moda. Como dijera Simone de Beauvoir, no se nace mujer, se llega a serlo. Tampoco se nace escritora, hay que trabajárselo.



@scamarzana