De izquierda a derecha, arriba, fichas de los libros de Homero, Shakespeare y Darwin. Abajo, de Fitzgerald, Harper Lee y Capote
Nacida en 1800 con 740 libros, la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos es hoy (junto a la Británica) la más grande del mundo, con sus 165 millones de documentos y objetos relacionados con la literatura. Ahora, un libro para bibliófilos recorre, a través de estas fichas de catalogación, la historia de la institución, de Homero a Harper Lee.
Decía el escritor y periodista estadounidense Sammy Nickalls que si un lector avezado pretendiera leerse todos los libros de la biblioteca del Congreso tardaría unos 80.000 años en finiquitar la tarea. Puede parecer una boutade, pero los 38 millones de volúmenes que atesora la institución provocan que el cálculo pudiera considerarse incluso generoso.
La Biblioteca del Congreso, que se constituyó en 1800, compite desde hace años con otra biblioteca, la Británica, a la hora de erigirse como la más grande del mundo: la primera guarda en su interior 165 millones de manuscritos, documentos, pruebas caligráficas y objetos históricos relacionados con la literatura y la segunda llega hasta los 170 (millones), si hacemos caso a estadísticas casi imposibles de comprobar a menos que uno disponga de herramientas casi tan grandes como las propias bibliotecas. Sin embargo, es la estadounidense la que ahora recibe merecido homenaje a través de un delicioso libro para bibliófilos presentado por la editorial Chronicle Books y titulado The Card Catalog: Book, Cards and Literary Treasures.
Rarezas enterradas
El primer folio pergeñado por William Shakespeare, portadas nunca vistas de clásicos como El guardián entre el centeno, Ulises o Las aventuras de Huckleberry Finn, centenares de fotografías de las fichas que durante casi dos siglos han servido de referencia para los buscadores de rarezas y un sinfín de documentos que hasta ahora habían permanecido enterrados en las tripas de la institución, conforman la columna vertebral de The Card Catalog, que, en realidad, rinde homenaje a todas las bibliotecas del mundo."Uno de mis primeros encargos cuando empecé a trabajar en la Biblioteca del Congreso fue colocar las fichas dentro de un gigantesco archivador de madera. Todas ellas pertenecían a la sede de Chicago: la importancia de la precisión en esta labor fue una de las primeras cosas que quedó grabada en mi cabeza", dice la legendaria Carla Hayden, considerada una de las mejores bibliotecarias del mundo y autora del prólogo de la obra, que incide en la envergadura y, sobre todo, en la relevancia de la asociación para surtir de libros y datos a toda la red de bibliotecas dependientes de la nave nodriza (por decirlo de un modo entendible) y conseguir que el público estadounidense en su totalidad tenga acceso a toda la cultura que puedan necesitar. Un lujo que algunos parecen olvidar pero que sigue siendo una religión (la del papel) difícil de extinguir.
Hayden resalta también el trabajo del hombre que la precedió en el trabajo y que convirtió a la institución en el monstruo que es hoy, Herbert Putnam, y el de Henriette Avram, a la que le fue encargada la titánica tarea de trasladar la Biblioteca a la era moderna, informatizando todo el catálogo (un trabajo de dimensiones homéricas, huelga decirlo) y poniéndolo online a disposición del público. Precisamente, esa disquisición entre la vieja escuela de las notas manuscritas, de redondeada caligrafía de tintes preciosistas, y la moderna era de los teclados y el cacareado acceso digital, recorre el libro como si se revisitara aquel cuento de Dickens donde al malvado Mr. Scrooge se le presentan los fantasmas del pasado y el futuro.
The Card Catalog es en ese sentido un cálido homenaje al universo (caduco pero de algún modo perpetuo) que generaron todas esas fichas que trataban de poner orden a un universo de tintes épicos.
740 libros, John Adams y 50.000$
La Biblioteca del Congreso arrancó su andadura con 740 libros que fueron indexados y colocados en las estanterías de un local sin pretensiones después de que John Adams, uno de los padres fundadores, destinara un presupuesto de 50.000 dólares para ese propósito. En 1814 los británicos destruyeron la mayor parte de la institución, que poco tiempo después compraría la colección privada del presidente Thomas Jefferson, libros que sentaron las bases para la recuperación del patrimonio cultural de la nación. Otras versiones afirman que fue el propio Jefferson quien donó su biblioteca y fue compensado por ello.Hoy, la Biblioteca del Congreso ocupa tres gigantescos edificios de Capitol Hill, en Washington, conectados entre sí por pasillos subterráneos, y recibe más de 15.000 ítems al día (de vinilos a cómics y documentos, pasando -obviamente- por un gran número de libros). Se calcula que sus dimensiones digitales superan los 250 Terabytes, unos 250 billones (con b) de megas.
El otro gran atractivo del libro de Chronicle es su ingenio a la hora de rastrear el origen de la costumbre de crear fichas que permitieran después dar con el volumen/documento deseado. Desde la Mesopotamia que 2000 años antes de Cristo ya anotaba sus posesiones culturales hasta la llegada de la imprenta y la aparente alergia de los 13 bibliotecarios que ha tenido la institución a abandonar la pluma primero y el bolígrafo después, The Card Catalog ofrece un amplio abanico en el que conviven Aristóteles, Walt Whitman, Francis Bacon, Melville y Houdini. Un extraño paraíso de tesoros encuadernados que recuerda a las leyendas de la biblioteca de Alejandria, aquel faro cultural que Julio César y Teófilo de Alejandría arruinaron y que hoy revive en las colinas de Washington, entre montañas de papel y miles de preciosos muebles de madera que contienen la sabiduría manuscrita que -Dios no lo quiera- seguiría siendo útil si un día internet decidiera apagarse.