Richard Ford con sus padres, en Biloxi, en 1957 Richard Ford Traducción de Jesús Zulaika. Anagrama. Barcelona, 2017. 168 páginas. 16,90 €. Ebook: 9,99 € Mientras agonizo, de William Faulkner, contiene dos frases a las que he vuelto con frecuencia en los veintitantos años transcurridos desde que las leí por primera vez: "Hacen falta dos personas para hacerte y una para morir. Así es como se acabará el mundo". Me he devanado los sesos a menudo preguntándome por qué estas frases me han vuelto a arrastrar hacia ellas una y otra vez. Tampoco son tan profundas. No dicen nada nuevo o sorprendente. Por lo general, cuando cojo de la estantería mi envejecido ejemplar de la novela y voy a la página 39 para descubrirlas de nuevo, me siento decepcionada. En mi recuerdo son más penetrantes de lo que resultan en la página, en la que se limitan a enunciar una simple verdad: nacemos de dos y morimos solos. Sin embargo -lo he sabido siempre, aun en mi desconcierto y decepción-, lo que, obviamente, me lleva de vuelta a ellas es una verdad que se halla bajo la superficie de los hechos gemelos y universales de nuestro origen y nuestro fin: la tríada inequívoca madre-padre-yo. Tanto si es sólida como si está rota, unida por la biología, el afecto, o ambas cosas, la mayoría de nosotros tenemos que contar con ella, de una manera u otra, toda nuestra vida. Hace poco volví a dar vueltas a las frases de Faulkner cuando, en vela a la una de la mañana, pensaba en Entre ellos, el nuevo libro de memorias de Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944) que había terminado de leer hacía una hora. Está compuesto por dos biografías independientes, de la extensión de una novela corta, escritas con una diferencia de más de treinta años. La primera trata de su padre, un viajante de comercio llamado Parker que murió cuando Ford tenía dieciséis años, y que escribió recientemente. La segunda, que habla de su independiente y sensata madre Edna, la escribió poco después de la muerte de esta en 1981. Juntas forman un esclarecedor retrato de una pareja blanca ligeramente no convencional nacida en los primeros años del siglo XX. Con una profundidad de percepción afectuosa y perspicaz al mismo tiempo, el autor narra una detrás de otra la historia de la vida y la muerte de sus padres; su traslado de Arkansas a Mississippi; su paso de la casi pobreza a la clase media; de quince años de matrimonio sin hijos a la sorpresa de la paternidad a una edad que entonces se consideraba tardía; y de la muerte precoz y repentina de su padre de un ataque al corazón a la viudedad de su madre hasta su muerte de cáncer. El libro trata de ellos, pero también del chico que engendraron y de cómo los ve este al cabo de más de setenta años. Al mostrarnos a su madre y a su padre, Ford -un niño corriente que ha llegado a ser uno de nuestros más distinguidos autores de ficción- nos muestra inevitablemente una buena parte de sí mismo. En gran medida lo hace mirando hacia fuera más que hacia dentro. El motor de Entre ellos es la curiosidad del autor por quiénes eran sus padres; tanto quienes a él le parecía que eran en sus vidas, como quienes, visto retrospectivamente, imagina que pudieron ser más allá de su visión. Es a través de este deseo innato de conocer, unido al excepcional talento como maestro de la prosa de Ford, como estas dos personas corrientes se vuelven vívidas y vitales a nuestros ojos en las páginas del libro. Las descripciones y los exámenes de sus progenitores antes y después de que él naciese -sus costumbres y sus modales; sus heridas y sus silencios; sus discusiones y sus placeres- ofrecen una clase magistral de desarrollo de los personajes y economía narrativa. El de Ford no es un libro que avance impulsado por la energía de qué va a pasar a continuación, sino más bien por la fuerza contemplativa e inquisitiva del anhelo de su autor de ver por fin a sus padres, que lo obliga inevitablemente a mirar atrás. "La mía ha sido una vida de observar y ser testigo", dice en las páginas finales, una afirmación que no sorprenderá a aquellos que han admirado la penetrante comprensión de los matices del carácter humano evidente en sus obras de ficción. No obstante, esta observación adquiere un tono diferente en Entre ellos. Hay una vulnerabilidad que no había visto hasta ahora en la obra de Ford, una tierna rendición a la búsqueda. Lo que hace el libro tan conmovedor es, en parte, el magnífico compromiso del autor con lo incognoscible por lo que, paradójicamente, somos recordados. Al fin y al cabo, solo en la ficción el autor posee el lujo de la omnisciencia; de ser el dios del quién, cómo, cuándo, dónde, qué y por qué. En las biografías no hay dios. Todos tenemos una asombrosa falta de autoridad sobre las vidas interiores incluso de las personas más íntimas. En Entre ellos, el autor se sirve de ello a su favor. Su profunda indagación de aquello que no sabía ni podía saber sobre sus padres va de la mano del hecho de que nadie los conocía mejor ni los recuerda tan bien como él. Precisamente en los pasajes que dan lugar a esta convergencia de conjetura y conocimiento, recuerdo y suposición, es donde Ford está más cerca de captar con mayor plenitud quiénes eran sus progenitores. Su manera profunda, atenta, casi metódica de preguntarse por ellos -en otras palabras, aquello que podría o no ser verdadero- son lo que trae a la vida de manera más palpable la realidad de su existencia. De su padre, que viajaba vendiendo almidón de lavandería, un trabajo que lo tenía fuera de casa toda la semana, dice: “¿Cómo era para él? ¿Iba conduciendo, conduciendo solo? ¿Se alojaba en habitaciones de hotel; se sentaba en el vestíbulo a leer un periódico extraño a la luz mortecina de una lámpara; fumaba?”. Se ha dicho muchas veces que prestar atención es el mayor acto de amor, y en Entre ellos, Ford la presta magistralmente. Pero hace algo más. En estas memorias de discreta belleza, nos regala -al igual que otras veces en su obra de ficción- un extraordinario relato acerca de dos personas a las que nunca habríamos conocido si no hubiese sido por él. Un relato que él nunca podría haber escrito si no hubiese sido por ellas. © New York Times Book Review