Juan Malpartida

Repasamos junto a su actual director, Juan Malpartida, las claves de la historia de la revista, fundada por Pedro Laín Entralgo en 1948 y por la que han pasado algunas de las firmas más importantes de ambas orillas del Atlántico.

Setenta años acaba de cumplir ese puente cultural entre España e Hispanoamérica, con la cultura europea y universal de fondo, que es la revista Cuadernos Hispanoamericanos. Con su acostumbrada severidad, el semblante de Mario Vargas Llosa desafía al lector desde la portada del número 812 (febrero de 2018) con el que la publicación dependiente de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo celebra su aniversario y que se presenta este miércoles, a las siete de la tarde, en la Casa de América de Madrid.



El médico, filósofo y ensayista Pedro Laín Entralgo, que representaba al sector más liberal dentro del falangismo, fundó la revista en 1948, en plena posguerra y adscrita al Instituto de Cultura Hispánica. La publicación, que fue desprendiéndose poco a poco de su carácter oficialista, fue dirigida sucesivamente por Laín, el poeta Luis Rosales, José Antonio Maravall, Félix Grande, Blas Matamoro, Benjamín Prado y, en los últimos seis años, Juan Malpartida, vinculado a la revista desde hace casi tres décadas.



En un artículo con motivo de este septuagésimo aniversario incluido en el último número de la revista, Malpartida resume la historia de la publicación, señalando sus antecedentes (revistas como Hora de España, Revista de Occidente, Litoral, Residencia o Índice), y afirma que la revista nace con la vista puesta en Hispanoamérica, pero no con un afán importador del pensamiento y la literatura de allí sino con voluntad de "proyectar una imagen de España y una influencia sobre los países de habla española", actitud que cambió con los años. Al tiempo, la revista "quiso insertarse en una tradición europea, sin duda católica y conservadora, no podía entonces pensarse en otra cosa, pero ya no fascista".



Muestra de la relativa independencia de la que Cuadernos Hispanoamericanos gozó desde sus inicios es, según Malpartida, el monográfico que ya en 1949 se le dedicó a Antonio Machado, que "había sido decididamente republicano, combatió el alzamiento con sus artículos y poemas y murió nada más alcanzar el exilio francés. Teniendo en cuenta estos datos, la actitud de Rosales [responsable de aquel número monográfico, y también de otro especial sobre Pablo Neruda] fue admirable si se piensa en las dificulatdes de la época".



Como recuerda también en este número especial de la revista su exdirector Blas Matamoro, por las páginas y los pasillos de Cuadernos Hispanoamericanos pasaron autores del otro lado del océano como Borges, Paz, Sábato, Rulfo, Onetti, Bioy Casares, Vargas Llosa, Monterroso, Cabrera Infante, Roa Bastos, Parra, Mutis, Edwards... Y también exiliados españoles que recuperaron su tierra, como Rosa Chacel, Francisco Ayala, Rafael Alberti o Maruja Mallo.



Malpartida entró en Cuadernos Hispanoamericanos en enero de 1990. Era amigo de Félix Grande, a la sazón director de la revista, y de su esposa, la poeta Paca Aguirre. "Confluyeron dos cosas: yo necesitaba trabajo y Cuadernos un jefe de redacción que conociera la literatura hispanoamericana". Con Malpartida repasamos algunas claves de la historia de la revista.



P.- ¿Cómo era su relación con Félix Grande y qué cree que aportó él a la publicación?

R.- Mi relación era de amistad y por lo tanto de cordialidad, pero eso no puede ocultar que con el tiempo aflorara que no veíamos todo igual. Pero tengo que añadir que el subdirector era Blas Matamoro, con quien trabajé todos los días de manera muy activa. Con Félix hablaba de poesía y de flamenco; con Blas, de todo lo demás. Creo que Félix Grande aportó a la revista una relación intensa con la literatura hispanoamericana. Siempre amó a César Vallejo y Neruda, como su maestro Rosales, que fue también uno de los directores de la revista, y probablemente el que le dio forma.



P.- ¿Por qué criterios se ha guiado usted como redactor jefe, primero, y como director después?

R.- Como redactor, sobre todo en los primeros años, fui un entusiasta. Escribía en todos los números, traducía, y trataba de sugerir temas y autores. Como he estado muchos años, mi presencia ha tenido muchos matices que darían para una larga conversación. Digamos que me precio de haber sumado algunos nombres valiosos a la revista y temas y autores menos visibles pero insoslayables, como Alejandro Rossi, por ejemplo, poetas mayores algo desconocidos, como Gorostiza, y escritores nuevos por entonces y creo que muy valiosos, como Antonio José Ponte, Jordi Doce, etc. Como director, desde hace ya casi seis años, mi tarea ha consistido en tener en cuenta lo que Cuadernos ha sido, desde Laín Entralgo, Rosales y José María Maravall, y al mismo tiempo mantener un equilibrio entre la plural expresión literaria y reflexiva de nuestra lengua y el contexto universal.



P.- Después del fértil intercambio durante el modernismo, las letras españolas y las letras latinoamericanas se dieron en cierta medida la espalda durante varias décadas. ¿Cómo contribuyó Cuadernos a subvertir esta situación?

R.- Pues creo que determinantemente. Pero yo matizaría algo. Después del modernismo, sobre todo en poesía, tuvimos una presencia muy grande de la literatura hispanoamericana. Piense en Vicente Huidobro, que introdujo en España el creacionismo, que, como el modernismo, se había inspirado en Francia, en este caso en la vanguardia incipiente representada por Reverdy. Y luego está otro chileno, Pablo Neruda: su influencia en algunos poemas de la Generación del 27 es evidente. Además, fue amigo de muchos de ellos. Bien, desde el comienzo Cuadernos trató de leer a los poetas y narradores de Hispanoamérica, les dedicó estudios, monográficos, no solo a los clásicos ya muertos (Rubén Darío, por ejemplo), sino a los vivos: a los mencionados Huidobro y Neruda, por ejemplo. En eso, Luis Rosales, que fue también amigo de los jóvenes, por entonces, poetas nicaragüenses, fue decisivo.



P.- ¿Cómo ve hoy la relación entre la literatura española y la latinoamericana?

R.- Yo la veo sustentada. Hace ya muchos años que España se convirtió en el país privilegiado de edición de las letras hispanoamericanas, y tras la bajada motivada por la crisis económica, creo que de nuevo ese espacio se está revitalizando. El peligro es caer en la novedad y el exceso de novelas, y olvidar los nombres que están detrás, muchas veces más valiosos, y que no siempre escriben novelas. Hay vida más allá de la novela. Tenemos la suerte de tener una lengua que la hablan, como lengua materna, veintidós países. Tenemos un espacio franco admirable y una diversidad no menos interesante. Sin salir de nuestra lengua tenemos muchos mundos. Aunque yo aconsejo no quedarse en ella. Le recuerdo que Cuadernos siempre se ha ocupado de nuestras literaturas insertándolas en lo universal. No hay Borges sin literatura inglesa; o Paz sin la inglesa y la francesa, sin el budismo.



P.- La revista se centra en literatura y pensamiento. ¿Diría que Rosales y Laín representaban cada una de las dos facetas, respectivamente?

R.- Sí. Laín fue un humanista cuyo centro era la ciencia, la historia de la medicina. Pero, como sabe, se ocupó del pensamiento, de la literatura, y le debemos un libro precioso sobre la curación por la palabra en el mundo clásico. Rosales fue un poeta y un ensayista muy fino. Fue un gran poeta y un prosista creativo. Es una pena que esté un poco olvidado, porque ese olvido nos empobrece. No solo recomiendo su poesía, toda, sino también uno de nuestros mejores ensayos biográficos literarios: Fulgor y muerte del Conde de Villamediana.



P.- ¿Qué aspectos de la obra o las ideas de Rosales no han sido estudiados convenientemente?

R.- Fundamentalmente, su poesía. Necesitamos un buen estudio (no una tesis universitaria morosa y aburrida), ensayístico, escrito por un poeta si fuera posible, sobre su obra poética, que es muy amplia, con muchos registros. Rosales fue un hombre tocado por una sabiduría socarrona. Supo pensar y supo decirlo. Tenía algo del Machado de Juan de Mairena.



P.- La revista fue fundada por falangistas y menos de 20 años después su redactor jefe recibía un premio en la Cuba castrista. ¿Cómo se explica ese viraje ideológico?

R.- Bueno, eran los falangistas más cultos, y que no tardaron en ser discretamente críticos, fueron cambiando, tanto Laín como Rosales, que fue un hombre conservador pero liberal. Y el historiador José Antonio Maravall se hizo socialista. Félix lo era, incluso vio con buenos ojos los inicios de la revolución castrista. Fuera de Cuadernos, un escritor y verdadero falangista, como Dionisio Ridruejo, no solo se hizo socialista sino que fue un crítico lúcido del franquismo. Ya sabe que el falangismo, sin excluir el autoritarismo, estaba trufado de ideas socialistas, tal vez por eso Torrente Ballester lo fue durante tanto tiempo. Constato el paso, explicarlo es algo que han hecho algunos con competencia, como Mainer y Jordi Gracia.



P.- Durante la Transición le salió a la revista una "feliz competencia". ¿Cómo recuerda aquella efervescencia en el panorama de las revistas literarias? ¿Cómo ve hoy ese panorama?

R.- La eclosión de las revistas literarias y de pensamiento durante la transición fue una verdadera fiesta, porque era como decir: aquí estamos. No todo era bueno, ni podía serlo, pero articuló muchas de las búsquedas no solo de pensadores y creadores ya maduros sino de muchos jóvenes que al tiempo que hacían una revista comenzaban a escribir su obra. Cuadernos pasó un poco a la reserva, pero mantuvo su propio paso, quizás por eso aún está aquí. Seguimos caminando, mirando y hablando de lo que vemos.



P.- La revista siempre ha dependido de organismos públicos. ¿Cómo ha sido su relación con ellos desde su fundación hasta hoy, que depende de la AECID?

R.- De nuevo, ese es un tema que merecería un pequeño estudio, pero me temo que hay poca documentación. Laín, Rosales, Maravall y Grande fallecieron, pero estamos Blas Matamoro, Benjamín Prado y yo, que podríamos aportar algo. Por lo que sé, por lo que he oído y por lo que he vivido, ha habido un respeto que, más allá de algún tira y afloja, nunca ha movido a Cuadernos de su camino, que es el que el lector puede haber observado a lo largo de tantos años. Cuadernos es una revista viva porque para ser del lector antes ha querido, al menos en sus mejores momentos, cumplirse para sí misma. Como toda obra, sea crítica o creativa, ha de tener en cuenta si quiere ser real.



P.- ¿Su faceta de director de la revista le come terreno a la de autor literario o, al revés, la nutre?

R.- No puedo negar que trabajar en Cuadernos ha limitado mi actividad como autor, por la sencilla razón de que tengo menos tiempo que si fuera rentista, pero por otro lado la ha enriquecido y le estoy agradecido a la vida por esta posibilidad. No solo ha acentuado mi interés por las letras hispanoamericanas, sino que, creo, ha aguzado mi capacidad de observar la evolución de los autores y también me ha permitido conocer a muchos escritores que, desde mi casa, tal vez no habría conocido. Espero que Cuadernos y yo nos hayamos enriquecido mutuamente.



@FDQuijano