Image: Por qué el tiempo vuela

Image: Por qué el tiempo vuela

Letras

Por qué el tiempo vuela

9 marzo, 2018 01:00

Salvador Dalí: La persistencia de la memoria, 1931. Foto: Fundació Gala-Salvador Dalí, VEGAP, Madrid, 2018

Alan Burdick Traducción de Pablo Hermida Lazcano. Plataforma. Barcelona, 2017. 400 páginas, 22 €. Ebook: 10,44 €

Ciertamente, Por qué el tiempo vuela, de Alan Burdick (Siracusa, Nueva York, 1965), no responde a todas nuestras preguntas. Precisamente por eso nos atrapa, porque abre un pozo de interrogantes fascinantes y nos ofrece un atisbo de lo que se ha convertido en un misterio cada vez más profundo para los humanos: la naturaleza del tiempo. En principio puede parecer que el tiempo no plantea ningún problema. ¿Qué se puede decir de él? El tiempo vuela, las cosas suceden tarde o temprano, los relojes lo miden, y todos somos muy conscientes de su paso. Usted tardará más o menos tres minutos en leer esta reseña. No hay nada particularmente curioso en ello. Pero, cuanto más lo analizamos, menos clara se vuelve nuestra percepción del tiempo. En primer lugar, el cerebro, el cuerpo y las células lo controlan de diversas maneras, no todas demasiado bien conocidas. A los psicólogos les desconcierta la cantidad de experimentos que muestran que procesamos el tiempo de formas más sutiles y complejas de lo esperado. Algunos expertos en neurociencia interpretan el cerebro como una “máquina del tiempo” cuyo mecanismo central consiste en recopilar recuerdos del pasado con el fin de predecir el futuro. Los filósofos debaten la existencia misma del tiempo. Y lo que quizás resulte más desconcertante de todo, la física nos enseña que el tiempo físico es asombrosamente diferente de cómo lo intuimos nosotros: transcurre a velocidades diferentes, a distintas altitudes; la materia lo distorsiona, y no está organizado linealmente en pasado, presente y futuro. Las teorías conjeturales del universo avanzadas incluso excluyen toda temporalidad de los ingredientes básicos del mundo. Lo miremos como lo miremos, la naturaleza del tiempo es fuente de perplejidad y asombro. Todavía más intrigante es el hecho de que, al parecer, la calidad abstracta del tiempo está conectada subterráneamente con muchos, si no todos, los grandes misterios sin resolver que nos rodean: la naturaleza de la mente, el origen del universo, el destino de los agujeros negros, la irreversibilidad de los fenómenos macroscópicos y el funcionamiento de la vida. Burdick es redactor de The New Yorker y colaborador de Elements, el blog de ciencia y tecnología de la revista. Es uno de esos periodistas que posee un agudo sentido de lo científicamente relevante, además de la capacidad de traducir el árido lenguaje de la ciencia de laboratorio en algo que conecte de manera directa con nuestra experiencia, nuestras emociones y nuestras preguntas cotidianas. Presenta la investigación científica como lo que realmente es: no un paquete de conocimiento adquirido, sino una aventura de descubrimiento dinámica y vivaz en la que lo que no sabemos todavía es más interesante que lo que sabemos. Además, pocos temas nos tocan tan directamente como el tiempo. No es solo algo en lo que vivimos inmersos, como los peces en el agua, sino también un elemento de nuestras vidas contra el cual luchamos sin cesar, que nos enloquece, nos abre posibilidades, nos arrulla y nos pierde. En Por qué el tiempo vuela, Burdick entreteje con delicadeza el cautivador relato de su batalla personal con el tiempo -la modificación de la percepción y la organización del tiempo que se vio obligado a emprender cuando nacieron sus encantadores gemelos y durante el crecimiento de estos- con un resumen docto y extenso de los numerosos experimentos de laboratorio realizados a lo largo del último siglo y medio que investigan la compleja relación de los seres vivos con el tiempo. No pretende que el libro sea exhaustivo a este respecto, pero cubre un amplio espectro que va desde la demora entre el estímulo y la percepción hasta las alteraciones en la percepción de la duración, y desde las maneras sorprendentemente múltiples en que nuestro cuerpo controla el tiempo hasta la historia de cómo acabamos poniéndonos de acuerdo en una hora común para todo el planeta. El libro es un tesoro de historias y hechos sorprendentes en el que cada página aumenta nuestra curiosidad y revela un aspecto desconocido de nuestra relación con la temporalidad. Asimismo, contiene capítulos sobre el debate filosófico clásico acerca de la naturaleza del tiempo, desde Platón hasta San Agustín, pasando por William James. El autor acaba el libro señalando que el suyo no es un trabajo conclusivo: “Puedo garantizar que estas páginas no responden hasta a su última pregunta sobre el tiempo”. Así debe ser, y está claro que esa era la intención de Burdick. Nos damos cuenta de que en este tema hay muchos más rompecabezas sin resolver de lo que creíamos antes de abrir el libro. Los tres minutos durante los cuales ha estado leyendo esta breve reseña llegan a su fin. ¿Cómo conecta su cerebro el usted que empezó la lectura hace tres minutos con el usted presente? ¿Por qué pliega los sucesos de estos tres minutos agrupándolos en la experiencia unitaria de su paso? Cuando llegue al final de Por qué el tiempo vuela, el verdadero significado de “el presente” lo dejará perplejo; se preguntará cómo sabemos qué hora es sin consultar el reloj, cómo sabemos que el tiempo vuela, y qué significa que vuele. Entonces estará más cerca de lo que hoy en día es el estado del conocimiento científico sobre la naturaleza del tiempo: un enigma fascinante. © New York Times Book Review