Ben Clark. Foto: Vicent Marí

De todos los poetas que han recibido el Loewe, Ben Clark es probablemente el único que no recuerda una época anterior a la existencia del premio. El poeta español de ascendencia británica, de 33 años, ganó en octubre de 2017 la edición número 30 del galardón que convoca la fundación adscrita a la marca desde 1988. "Con ello no quiero destacar un valor efímero como la juventud, sino que para mí el Premio Loewe forma parte de lo que yo entiendo por poesía contemporánea en castellano, y de mi biblioteca desde que empecé a comprar libros de poesía". Ahora, Clark forma parte de la misma colección que admirados colegas como Juan Antonio González Iglesias, José María Álvarez o Luis García Montero.



Clark recoge este miércoles en Madrid el premio y presenta, ya editado por Visor, el poemario ganador: La policía celeste. El autor atiende a El Cultural la víspera, poco después de bajarse de un AVE procedente de Málaga, donde vive desde hace unos meses. La descomunal burbuja inmobiliaria de Ibiza, que afecta especialmente a la vivienda de alquiler, le expulsó de la isla que le vio nacer en 1984. "Nos hemos cargado la gallina de los huevos de oro. De la Ibiza de la libertad, de los poetas, de los pintores, ya no queda casi nada", lamenta Clark, que defiende la necesidad del "crecimiento cero" en un mundo superpoblado y que, de hecho, no tiene ni planea tener hijos. "Somos la gran generación destinada a no tener hijos". Algunos, como él, por convicción. Otros, "porque cada vez lo vemos más complicado, por los tiempos que corren, por la precariedad, la dificultad para encontrar la satisfacción con la pareja, ya que a las mujeres y a los hombres nos están enseñando

Soy un autor joven pero comprometido. La juventud es valiosa, la madurez es un tesoro"

a exigir cada vez más en el amor, como si todos fuéramos buscando una taza de Mr. Wonderful…".



Este tipo de cuestiones se filtran en una poesía que, como mostró ya en Los hijos de los hijos de la ira (Premio Hiperión, con el que se dio a conocer en 2006, y que ha reeditado en 2017 en la editorial Delirio), tiene bastante de altavoz generacional. "Vivimos momentos en los que hay que replantear muchas cosas: la ecología, la familia, la economía… Son muchísimas cuestiones y creo que por primera vez se están planteando estos grandes temas. Lo estamos viendo, por ejemplo, con el feminismo. Se están produciendo muchos cambios de manera sosegada".



Pero volvamos a La poesía celeste, un libro que toma su título del nombre de la primera sociedad astronómica, fundada en 1800 en Alemania con el objetivo de encontrar un planeta perdido que, según la ley de Titius-Bode, debía existir entre las órbitas de Marte y Júpiter. Un año después (no por ellos) fue descubierto y hoy recibe el nombre de Ceres, el planeta enano. La simbología cósmica barniza todo el libro como una versión universal de cuestiones terrestres, cotidianas, íntimas. Y, como dice Vila-Matas, "en su inspección de la bóveda celeste el amor es central".



Pregunta.- El jurado destacó que La poesía celeste es un "libro de madurez de una persona que aún es joven". Ahora que la sociedad tiende a la infantilización de los adultos, su caso parece ir a la contra.

Respuesta.- La madurez, igual que la juventud, es un estado mental. Depende de las experiencias que hayas vivido y de las personas de las que te hayas rodeado. Yo he tenido la fortuna de relacionarme desde pequeño con gente me sacaba muchos años, he sentido siempre que el tiempo es algo realmente escaso y hecho todo lo posible por ganarle la partida al tiempo, en el sentido de leer, trabajar, escribir, publicar. He sentido siempre la urgencia de hacer. Este premio llega en un momento en que llevo media vida, literalmente, dedicado en cuerpo y alma a la poesía. Soy un autor joven pero comprometido y es verdad que me siento una persona con madurez en el pensamiento, en mi forma de reaccionar ante las cosas. La juventud es valiosa, pero la madurez es un tesoro. Para mí fue fundamental el hecho de rodearme de gente que me sacaba quince años de media, tanto en el teatro -hice mucho teatro de adolescente-, como en el mundo de la poesía de Ibiza y Baleares. No sólo solía ser el más pequeño, sino además con muchísima diferencia.



P.- En sus comienzos como poeta recibió una beca de la Fundación Antonio Gala. ¿Cómo le influyó aquella experiencia?

R.- Mi paso por la Fundación Antonio Gala fue trascendental para mí. Tenía veinte años y entré a convivir con personas que por lo general tenían mi edad pero algunos de los compañeros escritores me sacaban tres o cuatro años. Era una diferencia de edad pequeña pero muy grande en lecturas. Comparativamente, yo había leído muy poco y el hecho de convivir con ellos me obligó a ponerme las pilas en ese sentido. Todo lo que sea empujarte hacia delante es bueno.
He encontrado un lugar donde estoy cómodo y por eso mismo debería buscar otro donde me encuentre incómodo otra vez"


Fue una experiencia maravillosa y a la vez complicada y dura, porque tuve que darme cuenta de mi propia ignorancia y enfrentarme a mis primeras críticas. Nunca había trabajado sobre un poema de forma metódica. Llegué a la fundación con mis poemas y muchas ganas, y me encontré con gente que me dijo por primera vez "esto está muy bien, pero esto, esto y esto está mal". Al principio me costó asimilarlo, por eso en los talleres que imparto intento que la gente entienda que es necesaria esa sensación de que te duela que critiquen lo que haces. Que se den cuenta de que más allá de tu obra está el lector.



P.- Suele decirse que los poetas tienen un ego muy grande, pero en seguida se ve que no es su caso. ¿Se encuentra con otros que sí lo tienen?

R.- Sí. De hecho uno de los problemas con los que me encuentro es que hay gente que me envía poemarios para que los lea y les dé mi opinión y, si no les dices lo que quieres oír, se enfadan. Todos deberíamos aceptar mucho más la crítica. Sin ir más lejos, puedo decir que La policía celeste ha recibido muchas críticas y correcciones, es un libro muy trabajado en ese sentido.



P.- ¿Ha encontrado ya su voz definitiva o no existe tal cosa en poesía?

R.- Espero que no exista. He encontrado un lugar donde estoy cómodo y por eso mismo debería buscar otro sitio donde me encuentre incómodo otra vez, ese lugar en el que uno no sabe muy bien qué va a ocurrir. Ahora tengo una voz que me gusta y que me sirve para expresar las cosas que me interesan, pero insisto en la necesidad de no acomodarse en un espacio, ya sea en términos metafísicos o de carrera profesional o cualquier otro ámbito.



P.- El jurado también ha definido su poesía como "transparente" y, efectivamente, es de fácil comprensión. ¿Diría de "línea clara", como se suele hablar de la obra de otros autores como Luis Alberto de Cuenca?

R.- Hace muchos años el poeta Javier Cánaves dijo algo parecido de mi poesía, pero también que al releer los poemas uno se encuentra pequeñas trampas, pequeñas bombas que había dejado en ellos y que daban siempre una pequeña interpretación nueva. Me gusta que es posible entender el poema pero que al mismo tiempo pueda sorprenderte con cada nueva lectura. Trabajo muchísimo los poemas, intento insertar múltiples lecturas y capas en ellos. Me gusta escribirlos como me gusta leerlos: que no sean un producto de consumo rápido.



La emoción contenida es la que más me interesa. Soy un enamorado de Lorca, pero un obseso de Philip Larkin."

P.- Internet, y en especial Twitter, ha promocionado mucho la poesía. ¿Cree que sobre todo ese tipo de poesía de consumo rápido?

R.- En general tenemos que valorar positivamente el movimiento de la poesía en las redes. Lo que hay que hacer es ver cómo aplicamos la poesía en las aulas para que los chavales entiendan que hay diferentes tipos de poesía, ni mejores ni peores, pero igual que la gente puede entender la diferencia entre la música pop y otros tipos de música. Por supuesto, hay un tipo de poesía para cada momento o espacio.



P.- Hay un paralelismo entre el cuerpo humano y los cuerpos celestes, entre lo íntimo y lo universal.

R.- Es así, el libro intenta llevar todas las experiencias cotidianas a la experiencia universal y en ese empeño trabaja con muchos elementos: el propio cuerpo, la memoria, los objetos… Por ejemplo, un poema muy trivial que sin embargo para mí es muy importante habla del horno de cerámica de mi padre. Un horno que en principio no le debería importar a casi nadie, ya que pocas personas tienen uno, pero creo que esa experiencia puede remitir a otras vivencias del lector.



P.- Su padre aparece en varios de los poemas, ¿diría que su figura planea por todo el libro?

R.- No lo tuve presente a la hora de escribir todos los poemas. Al principio, la intención primera es que fuera un libro de amor, y lo sigue siendo, pero sobre muchos tipos de amor. No quise escribir el gran libro sobre mi padre, pero sí una reflexión sobre el amor hacia el padre, hacia los hijos que uno tiene o no tiene, hacia los amigos o el prójimo.



P.- ¿Cómo se le presentó la imagen de este grupo de astrónomos de 1800 que se autodenominó la "policía celeste" y por qué se inspiró en ella?

R.- Me la encontré de forma casi aleatoria en internet y al instante me enamoré del concepto. Lo que más me interesa, y por eso he titulado el libro así, es la idea de la búsqueda. Eran hombres de ciencia que buscaban algo sin saber si realmente estaba ahí o no, no se basaban en principios matemáticos sino en cábalas. La intención de que hay algo más allá, de que algo debe existir, es una metáfora de casi todas las cosas.



P.- En el poema "Tristan da Cunha", sobre la isla más remota del mundo, menciona explícitamente esta manera de viajar a lugares o épocas remotas sin salir del despacho, gracias a Internet. ¿Es algo que hace habitualmente?

R.- Sí, muchas veces dejo que sea el algoritmo de sugerencias de YouTube quien me lleve de un sitio a otro y termino viendo cosas realmente extrañas, como motores de combustión de principios del siglo XX. En ese poema, intento expresar el choque entre la experiencia cibernética frente a la real. Vivir la experiencia de visitar virtualmente en HD la isla de Tristan da Cunha (Brasil) frente a la experiencia real de mi padre, que era marino de la Royal Navy y cuando le hablé de la isla, me contó que él había pasado muy cerca de ella durante una tormenta. Este poema podría enlazarse con algo que apuntaba en Los hijos de los hijos de la ira y que es una de las cosas que más me entristece de mi generación: la sensación de que somos herederos de los despojos, de lo que sobra. Esa diferencia entre lo cibernético y lo real es ahora más palpable que nunca.



P.- En su crítica sobre La policía celeste, Túa Blesa destaca que sus poemas son "siempre eficaces en su encerrar una emoción, si bien legible, sin asomo de aspavientos, siempre contenida". ¿Diría que es un rasgo general de toda su poesía?

R.- Soy una persona que siente de una forma muy pasional y reacciona de forma muy analítica. No sé si es algo de flema británica, pero en cualquier caso la emoción contenida es la que más me interesa. Soy un enamorado de Lorca, pero un obseso de Philip Larkin.



@FDQuijano