Éric Vuillard

Con el importante aval del Premio Goncourt, el escritor francés presenta en España El orden del día (Tusquets), una exploración poética e irónica que explica a través de anécdotas reveladoras la llegada al poder del nazismo en el complejo tablero de ajedrez histórico de la Europa de entreguerras.

Probablemente no exista tema más abordado por escrito que todo aquello relacionado con las dos Guerras Mundiales que desfiguraron para siempre la realidad del siglo XX. Desde todos los ámbitos y géneros de la literatura y de las variadas ciencias sociales se han publicado innumerables títulos que reflexionan sobre la incongruencia de la Gran Guerra, sobre el ascenso del nazismo, sobre batallas como Stalingrado... Podría parecer que no queda ya nada por contar, y quizás sea cierto, pero sí es posible repensar lo que ya sabemos moviendo un poco el foco, centrándose en las anécdotas, conocidas u olvidadas, que nos permitan comprender mejor los acontecimientos que "reestructuraron nuestra relación con el conocimiento y hasta nuestra sensibilidad". Las palabras son del escritor francés Éric Vuillard (Lyon, 1968), que aborda precisamente esta tarea de reinterpretar un pasado con ecos en el presente en El orden del día, novela que le ha valido el Premio Goncourt 2017.



Ciñéndose estrictamente a los hechos, Vuillard explora episodios como una furtiva reunión entre los grandes industriales alemanes y los jerarcas nazis en 1933 que sirvió para aupar a Hitler al poder o todas las entretelas ocultas tras el Anschluss, la forzada anexión de Austria a Alemania en 1938. Y lo hace sin miedo a desvelar lo que esconde la gran historia debajo de la alfombra, con un brío feroz, recordando que "las mayores catástrofes a menudo avanzan lentamente". Una reflexión válida para la actualidad.



Pregunta.- ¿Qué supone que un libro como el suyo, que no es estrictamente una novela, haya ganado el Goncourt?

Respuesta.- Pienso que debería hacernos reflexionar sobre la distinción que se hace hoy en día entre ficción y no ficción. Opino que la literatura siempre ha optado por la realidad, y lo que llamamos ficción es un subterfugio de la propia realidad para narrar determinados hechos o hacerlo de determinada forma. Pero hoy en día es evidente que la ficción falla en decirnos una serie de cosas y como lectores exigimos una mayor realidad. Y el jurado del Goncourt está compuesto por lectores como los demás.



Todo relato viene ya impregnado de la subjetividad y las elecciones del escritor. Ahí reside la ficción"

P.- Usted escribe sobre hechos históricos, ¿cuál es su relación con la ficción, qué hay de ficción y de realidad en El orden del día?

R.- Todo depende lo que entendemos por ficción. Si pensamos en ella como el ente de lo imaginario, el libro no tiene nada de ficción, todo está basado en documentos. Los diálogos, por ejemplo, no son inventados, jamás me hubiera permitido inventar palabras que salieran de la boca de Göring o Hitler. En cambio, lo que normalmente no se considera como ficción es lo que yo creo que es realmente la ficción en un sentido más profundo, el de la propia construcción narrativa. Todas las estructuras narrativas son ficticias, incluso las de las ciencias sociales. El propio conocimiento, que siempre es incompleto, tiene también un montaje, una composición, y tiene en ese sentido una estructura ficticia. El relato viene ya impregnado de una subjetividad y unas elecciones que son las del escritor. Ahí reside la ficción.



P.- Parece que el nazismo vuelve a ser un tema de actualidad en Francia: Olivier Guez ganó el Premio Renudot por un libro sobre Josef Mengele, ¿por qué vuelve a preocuparnos?

R.- El nazismo es un tema bastante recurrente y creo que el que hayan coincidido estos dos premios es un poco casual. Acontecimientos como la Segunda Guerra Mundial o la catástrofe que fue la Shoá, que han reestructurado nuestra relación con el conocimiento y hasta nuestra sensibilidad, están siempre en el corazón de muchas narraciones. Sin embargo, creo que hoy en día, por razones vinculadas con el periodo sombrío que atravesamos, las referencias a la época de entreguerras se hacen más frecuentes que antes. Evidentemente, todos sabemos que las comparaciones con cualquier periodo histórico valen lo que valen, pero al mismo tiempo cuando son recurrentes significan algo. Al menos nos dicen que identificamos nuestro horizonte con el de entreguerras más que hace algún tiempo.



P.- Su libro resuena en el presenta al mostrar cómo las fuerzas políticas se radicalizan poco a poco hasta llevarnos a un punto de no retorno, ¿podría leerse como una alerta para el auge de ciertas políticas radicales del presente?

R.- Terminé el libro hace dos años y desde entonces ha habido varias elecciones, con mucha dosis de espectáculo, que han fortalecido el poder de la extrema derecha en varios países. De pronto, lo que hace solo dos años podía parecer una comparación brutal con el presente, hoy se ve menos exagerada. Eso demuestra que como escritor existen dos niveles, uno el de la actualidad inmediata, con el que no se puede hacer gran cosa, y otro más profundo que se inscribe en las estructuras profundas de la sociedad y puede advertir ciertas tendencias. Ése es el que me interesa y el que hace que los acontecimientos de la actualidad posterior parezca que responden al libro. De todas formas, cualquier periodo se puede contemplar con más o menos distancia. Si leemos el libro desde muy cerca, considerando las similitudes entre ese pasado y hoy, sí se perciben en seguida las llamadas, las amenazas. Máxime cuando las anécdotas que refleja, esas escenas minimalistas, nos dicen algo de forma más cercana a nosotros que los grandes acontecimientos, porque se parecen más a lo cotidiano, a lo que conocemos. Sin embargo, como digo, muestran solo ciertas tendencias. De ahí a que se repitan los dramas de la historia hay un gran abismo.



P.- En sus libros aborda la historia desde el detalle, desde fuera de foco, ¿en qué medida son ilustrativas estas pequeñas anécdotas perdidas de la historia?

R.- Como todo, pueden ser clave o pasar desapercibidas, depende de cómo las entendamos o de la atención que les prestemos. Algunas de las que recojo en el libro pueden parecer anécdotas incluso graciosas, como cuando Halifax, el Primer Ministro británico, confunde a Hitler con un criado por las gastadas suelas de sus zapatos y le tiende su abrigo. Puede parecer algo gracioso, pero refleja una verdad profunda muy dolorosa. Que el extremo clasismo de Halifax le hizo despreciar a Hitler, un error fatal para millones de personas. Otro ejemplo es el de la frase del presidente Daladier al volver de firmar los acuerdos de Múnich de 1938. Cuando bajó del avión, la gente lo aclamaba como el salvador de la paz de Europa, pero él dijo algo así como: "Esos gilipollas, no se enteran de nada". Sin embargo, después por radio tranquilizó y mintió al país. Y estábamos hablando de una guerra.



Deberíamos ver la historia como algo incompleto que debemos ir construyendo subjetivamente"


P.- La historia vista desde su prisma pierde la condición de mito y se convierte en algo cotidiano, burdo, ¿qué consigue con ello?

R.- La literatura en general, y con ella la historia, tiene por vocación principal, al contrario de lo que se puede pensar, no contarnos historias, es decir, mentiras, sino más bien desilusionarnos y ponernos en contacto con la realidad. En lugar de querer dormirnos con las historias, como hacemos con los niños, la literatura sirve para despertar. Ocurre algo así con William Faulkner en El ruido y la furia. Cuando abres ese libro te sientes perdido, tienes bruscamente la impresión de no saber quién habla. Pero poco a poco te acostumbras a su escritura y te das cuenta de que lo que hace Faulkner en realidad es restituirnos la subjetividad real. Es decir, por primera vez un novelista se ubica directamente en el interior de los personajes, suprime al narrador artificial y te coloca en una situación que es la de la vida, en la que no oyes todo lo que dice la gente ni entiendes todo lo que va pasando. De esta manera te despierta de la idea de ese narrador omnisciente que sabe todo lo que pasa en todas las mentes de los personajes. Así deberíamos ver la historia, como algo incompleto que debemos ir construyendo subjetivamente.



P.- Entonces, en esta dicotomía entre literatura e historia, ¿cuál es la relación de la literatura con el pasado?

R.- Cuando la literatura se vuelca hacia el pasado es señal de los problemas y trastornos de la época y del hecho de que es muy difícil leer lo que va a suceder. Algo así no ocurre cuando es posible leer el futuro, como por ejemplo durante la época de entreguerras, porque en el fondo el ascenso del fascismo era evidente, mucha gente cerró los ojos. Pero nuestra época es más turbia, más imprevisible. Creo que el pasado es un recurso. En nuestra época lo que nos interesa en primera fila se nos escapa. A fin de cuentas, nos dicen que vivimos en democracias, y es verdad en cierto sentido. Pero también es cierto que cada vez más parece que hay muchas decisiones que se nos escapan porque se toman desde la lejanía o en circunstancias invisibles para nosotros, por ejemplo, las decisiones económicas estratégicas, que afectan a nuestra vida concreta, a los salarios, los alquileres, el precio de las mercancías...



El pasado es un recurso del escritor para poder rastrear ciertas claves que es imposible hallar en el presente"

La literatura, que en principio busca contar la realidad, choca contra unas realidades imposibles de superar. Entonces recurrimos a la ficción, pero la realidad no se puede satisfacer con la imaginación y como lector te frustras y prefieres leer lo que te cuenta un periodista de investigación que un novelista. Por eso para el escritor el recurso es el pasado, porque en el pasado hay huellas que nos pueden dar ciertas claves del presente. Por ejemplo, la reunión de los empresarios que relato en el libro. Gracias a los archivos de los Juicios de Núrembergy a otros documentos es posible reconstruir lo que los hombres de negocios y los políticos se dijeron a puerta cerrada. Ese día se trataba de negociar simplemente la rendición de la República.



P.- Esa reunión que narra, cuyas empresas siguen siendo punteras hoy en día a pesar de haber apoyado el nazismo, o todos los episodios relacionados con el Anschluss, tan falseado, demuestran cómo se construye la memoria colectiva, en base a intereses y falsos postulados, a olvidos… ¿cómo podemos sustraernos a esa manipulación?

R.- Hoy en día todos venimos ya penetrados por la ideología, pero podemos defendernos de ella con lo que yo llamo una lectura sintomática, una mirada que intenta prestar atención a momentos muy sutiles y difíciles de nombrar que producen una molestia. Hay muchísimos ejemplos en el libro, pero uno es el que encierra las memorias del canciller austriaco Schuschnigg. Él mismo relata, como si fuera un hecho positivo por su parte, una estrategia, que durante su entrevista con Hitler en la que éste le obligaba a firmar la anexión de Austria, Schuschnigg, que había sido un dictador inflexible, se opone invocando el derecho constitucional, diciendo que la Constitución austriaca no le permite firmar este acuerdo. Cuando uno lee este fragmento se molesta, ocurre un síntoma. Si despegamos la frase del contexto, lo que escuchamos es que un dictador como Schuschnigg está, para defenderse, invocando el derecho constitucional que llevaba pisoteando varios años.



P.- Asegura no creer en la neutralidad del novelista, ¿qué tipo de visión debe ofrecer ese compromiso, moral o política?

R.- Debe ser política por una razón simple. La literatura en general, en Francia, por ejemplo, desde la Revolución, está ligada a las ansias de emancipación, a la liberación de las ideas falsas. En cierta manera Los miserables de Victor Hugo funciona así al contar la trayectoria de cómo Fontine se convierte en prostituta. El relato de Hugo nos muestra cómo la prostitución es una trayectoria social y nos emancipa de la idea de que la prostitución sería algo consustancial a la persona. No se puede despreciar porque no es algo categórico que pertenezca al individuo. Desde este punto de vista, aunque haya componentes morales como en los libros de Faulkner, a ambos los une este movimiento emancipador. Mis libros se inscriben en este movimiento, no se trata de reprochar cosas a nadie, ni al lector, ni a mí mismo, se trata más bien de reflexionar sobre algo colectivo, la responsabilidad política individual.