Rodrigo Blanco Calderón

Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981) publica Los terneros siete años después de su último libro de cuentos, Las rayas. Después de su primera incursión en la novela con The night, con muy buena acogida, regresa al género del relato, que le ha valido un amplio reconocimiento internacional. Sin embargo, afirma, "nunca me he despegado del todo de la escritura de relatos, y en estos siete años he seguido escribiendo". La escritura de la novela le absorbió hasta el punto de que, cuando pudo volver a centrarse en los cuentos para preparar Los terneros, sintió una gran alegría al comprobar "que seguía atado a este tipo de escritura, porque yo siento que provengo de las formas breves, y tenía miedo de que el paso a la novela me hubiese alejado de los cuentos".



La gran diferencia entre escribir una novela y escribir un cuento, según el autor, "es la intensidad que se le puede imprimir". En teoría, dice, la novela es el género en el que la categoría del personaje cobra mayor relevancia, mientras que el cuento sería el reino de la anécdota, de la acción narrativa. Sin embargo, el escritor venezolano intenta "que en mis cuentos la categoría del personaje tenga algún valor". Además, la novela supone, a la hora de escribir, "un estado menos agudo y más constante, una especie de ambiente en que tú estás durante un tiempo que puede ser muy prolongado", mientras que "un cuento es adrenalina, una situación mucho más intensa que te golpea y te toma en momentos más puntuales, y en ese sentido es mucho más gratificante".



Pregunta.- Esa intensidad y esa adrenalina de la que usted habla están muy presentes en los cuentos de Los terneros. La noche, en ese sentido, parece ser un elemento fundamental en su obra reciente, y ayuda a crear un ambiente opresor, muy onírico, con esos elementos extraños que se ven. ¿Por qué esos ambientes?

Respuesta.- Yo quedé marcado por esos ambientes con la escritura de la novela, porque esa nocturnidad fue, y es todavía un dato muy importante de mi país, Venezuela, del que yo me fui hace apenas dos años. Venezuela entró literal y simbólicamente en una etapa de una terrible oscuridad, y yo me daba cuenta de que no solo con la novela, sino incluso todavía más con este libro, yo estoy en ese ambiente. Sin embargo, con los cuentos no fue algo muy consciente, no fue deliberado. Cuando estaba en el proceso de edición con Juan Casamayor, él fue la primera persona que me dijo que era un libro nocturno y oscuro. Yo no me había dado cuenta, pero después de que me lo dijo, me percaté de que era evidente. Incluso en los cuentos que suceden de día, hay una sensación que quizá tenga que ver con lo onírico. Creo que es una etapa en la que estoy, que está muy conectada con lo nocturno y lo onírico.



P.- Ahora que habla usted de Venezuela. En uno de los relatos hace un repaso de la historia reciente del país, e incluye una frase muy inquietante: "Estos asesinos, esos que están ahí afuera cazando a estudiantes, también son hijos de asesinos". ¿Qué quiere usted decir con esto?

R.- Ese cuento reproduce como situación narrativa un dato de los últimos años, las protestas estudiantiles del año 2014. Es el ambiente opresivo que propicia ese relato. Es una versión mínima del Decamerón: afuera está la peste y en ese espacio interior de una librería sucede el relato, pero no para distraerse de la peste, sino para entenderla. Es un cuento que conecta con mi lectura narrativa del país que trata de remontarse a estadios anteriores desde los hechos objetivos del presente para tratar de comprender cómo se llegó a esta crisis, esta tragedia y esta oscuridad. Los asesinos que ahora nos gobiernan son hijos o descendientes simbólicamente de esa larga tradición de asesinos que hay no sólo en Venezuela sino también en América Latina y en Europa. Es una cuestión humana.



P.- En algunos de los relatos del libro, los personajes son, como usted, venezolanos instalados en otros países. ¿Le ayuda la distancia a entender mejor la situación del país? ¿Capta más matices ahora?

R.- Entenderla no. Lo que pasa en Venezuela es incomprensible para los extranjeros y para los propios venezolanos. El nivel de maldad al que ha llegado la dictadura y el nivel del conflicto… pasan cosas allá, que es difícil de entender, pero no porque sea difícil de interpretar, sino porque la dictadura ha creado todo un sistema de desinformación, una nubosidad alrededor de lo que sucede. Pero la distancia me ha permitido entender rasgos de mi país y mi sociedad, que quizá solo se perciben cuando uno se permite tomar cierta distancia (y en mi caso esa distancia es literal). Eso me permite una calidad de vida que no tengo allí, y esa calidad de vida me permite reflexionar con detenimiento sobre cosas sobre las que en mi país no reflexionaba.



P.- Una imagen común de Venezuela es la de un "paraíso perdido", debido a su enorme potencial, y no me refiero sólo a lo económico. Hay una riqueza artística y cultural que se ha echado a perder con la revolución. ¿Está presente esa idea en el libro?

R.- Una de las imágenes que el venezolano se ha construido de sí mismo, pero que también desde Europa se ha construido de Venezuela, es que el país es una especie de paraíso terrenal. Esa imagen ha pesado mucho sobre nosotros. Nos hemos creído que vivíamos en un mito que la abundancia del petróleo parecía confirmar. Pero lo sucedido en los últimos años es un golpe muy fuerte para nuestro orgullo, que nos ha llevado a descubrir que en realidad no éramos un paraíso y que no somos un país rico como pensábamos. Esta crisis nos ha servido para descubrir que en el fondo somos muy pobres. Esa riqueza efímera económica no está conectada con las verdaderas riquezas de un país a nivel institucional, social y moral. Sin embargo, sí me interesa destacar esa riqueza cultural que mencionas porque yo vengo también de un país que, durante cuarenta años de democracia, supo construir cosas muy valiosas que en los últimos veinte años se han echado a perder. Con esa noción de paraíso perdido sí me conecto, el paraíso que construimos, un nivel de desarrollo cultural y artístico que se ha perdido. Venezuela fue una de las pocas democracias estables de ese período, y ahora estamos prácticamente aislados de la corriente general del mundo.



P.- Ese nivel cultural se refleja mucho en los cuentos de Los terneros, con las referencias culturales, sobre todo a nivel literario. Hay un poso literario profundísimo en los cuentos, con Petrarca, Saint Exupery, Cervantes… ¿Por qué ese ambiente literario?

R.- Al escribir, mi interés está volcado hacia los demás. Me interesan las historias que me rodean, y mi proceso de autoconocimiento pasa a través de los otros. A mí me gusta mucho la literatura que habla de literatura. La gran tradición literaria es esa, es el Quijote, Shakespeare, Dante, Borges... Me encantan los libros que hablan de otros libros, porque, en mi caso, la mayor experiencia que he vivido es mi experiencia como lector. De ahí es de donde saco las cosas que más me importan. Pero tengo la impresión de que si yo hubiese sido ingeniero y a la vez escritor, mis personajes habrían sido ingenieros. Parto de lo que tengo a mano, porque al final lo que da peso a un relato no son elementos circunstanciales, sino elementos de fondo. Mis cuentos están llenos de referencias, porque esas referencias son importantes para mis personajes. Mis personajes son tipos a los que una lectura, una música o una obra artística les cambia el destino. Son personajes quijotescos en ese sentido, porque esas experiencias culturales les afectan más que a una persona corriente.



P.- En ese aspecto, me gustaría preguntarle sobre el poder de la literatura en sus cuentos. La literatura tiene un carácter de fatalidad y marca los destinos. El nombre de Petrarca obliga a quien lo porta a ser un poeta, el Quijote trastoca la forma de ver el mundo de quien lo lee, Nuestra Señora de París desvela una nueva forma de entender la ciudad… La literatura obliga a la gente a hacer cosas. ¿Qué le lleva a escribir con esa idea?

R.- No es un proceso muy consciente, no son decisiones que se toman. Para mí los impactos más importantes son los literarios. Lo mejor que me puede pasar es descubrir un libro o un autor y ver las conexiones que esas lecturas tienen con la vida. La literatura puede cambiar la vida de las personas. Yo no sería quien soy sin las cosas que he vivido y, dentro de las cosas vividas, por las cosas que he leído. Y a mí me sorprende comprobar hasta qué punto la literatura permite leer la realidad de una forma más interesante y completa, ver hasta qué punto la realidad está determinada por unos modos de ver que se apoyan a veces inconscientemente en lo literario. El ejemplo más claro es la obra de Víctor Hugo. Él escribe una novela que es a la vez una catedral, y el imaginario alrededor de Notre-Dame de París está muy ligado a la novela. La propia obra de Víctor Hugo determina nuestra visión de la iglesia. En ese sentido, lo que yo escribo refleja esa fascinación. A mí me sorprenden constantemente las conexiones entre la literatura y la realidad.



P.- El libro se abre con una cita: "Todo sacrificio es un barco dirigido hacia el cielo". Esa es la primera referencia que se hace al sacrificio, una idea que se va intensificando hasta llegar al último relato. ¿Qué tiene la idea de sacrificio tan interesante para usted?

R.- Todo este libro se fue construyendo alrededor de la noción de sacrificio, una noción que fue adquiriendo importancia poco a poco. No fue un presupuesto de partida, que a partir de ahí escribí los cuentos, sino que, por lecturas, por las cosas que pasaban en Venezuela, la idea fue calando, hasta que llegué a un punto que tropecé con un libro de Calasso, El ardor, donde trabaja el concepto de sacrificio, y afirma que su importancia se ha perdido en la cultura contemporánea, que privilegia el hedonismo y el individualismo. Cualquier cosa que implique un sacrificio parece condenada, y Calasso recupera esa noción a partir de sus lecturas de la religión, y yo conecté esa reivindicación que él hace del sacrificio con la obra de un artista plástico venezolano, Miguel Von Dangel, que ha construido toda su obra a partir del sacrificio, especialmente a partir del sacrificio de Jesucristo y aparece en el libro con otro nombre.



Cuando estaba escribiendo los cuentos, me di cuenta de que la idea de sacrificio era el leitmotiv que articulaba el conjunto, y a su vez conecté esa importancia del sacrificio con un episodio muy violento y terrible que sucedió en la Universidad Central de Venezuela cuando grupos paramilitares armados de la dictadura entraron para sofocar una protesta estudiantil, y agarraron a un estudiante, lo desnudaron, lo golpearon y lo humillaron. Ese momento fue muy impresionante para la comunidad universitaria, y hubo reuniones especiales para ver qué pronunciamiento podíamos hacer. Ese muchacho humillado me recordaba a los perros crucificados de la obra de Von Dangel, y esa conexión me llevó a escribir el relato que da nombre al libro, y a partir de ahí, las conexiones con los otros relatos salieron de forma muy natural. Es una noción que me parece muy importante rescatar, porque a veces no depende de nosotros, no depende de si estamos o no de acuerdo con un sacrificio. La vida impone siempre sacrificios, siendo consciente o no, uno siempre está cediendo para avanzar. Lo interesante es aprender a apreciar esa noción por su importancia. En el libro no hay una moraleja para rescatar el sacrificio, pero los relatos están construidos y estructurados a partir de eso.



P.- Pero esa destrucción que usted refleja en su libro no se limita a Caracas y Venezuela de la dictadura. Los ambientes en los que se desenvuelven sus personajes son lugares terribles: México arrastra las consecuencias de la violencia revolucionaria, París está, como toda Francia, asediada por el terrorismo de norte a sur... Se intuye en el libro un final de era inminente, un Apocalipsis al que, incluso, se hace referencia directa. ¿Era algo intencionado, o fue más bien una idea inconsciente?

R.- Es bueno que preguntes eso, porque siempre me preguntan sobre Venezuela, porque es obvio, es algo que está en mis cuentos, un tema insoslayable, pero a veces daría la impresión de que las cosas malas solo suceden allí. Sin embargo, cuando miras el mundo, ves los años de la crisis española, los conflictos del independentismo, el terrorismo en Francia, el Brexit en el Reino Unido, que un animal como Donald Trump sea presidente de Estados Unidos, Corea del Norte… Cuando ves el panorama, es desolador en todas partes. Por distintas lecturas e intuiciones, tengo la sensación de que estamos viviendo una época apocalíptica. La palabra "Apocalipsis" está siempre ligada al fin del mundo, pero su origen, el Apocalipsis de San Juan, significa "revelación". Esa polisemia a mí me interesa mucho. Creo que estamos asistiendo al final de un mundo, no del planeta Tierra, sino de una visión del mundo, y al nacimiento de otro, y parte del desconcierto que estamos experimentando proviene de eso, de que se avecina un mundo que no conocemos, y ese es también un concepto que atraviesa todo el libro.