La espiral de escándalos, rubricada con la reciente polémica del robo o la venta de datos de más de 50 millones de usuarios, ponen en juego el modelo de negocio y la reputación de la compañía, dedicada a acumular y rentabilizar los datos de sus usuarios. Preguntamos a varios representantes del mundo cultural por su relación con esta red social y por el futuro que le espera.

Menos de quince años después de su fundación, Facebook se encuentra inmersa en el escándalo de filtración de datos para uso electoral más grande de la historia. El pasado fin de semana una investigación conjunta de The New York Times y The Observer sacó a la luz que la consultora Cambridge Analytica consiguió y utilizó de forma indebida los datos de más 50 millones de usuarios de la red social de Mark Zuckerberg para influir en la campaña electoral norteamericana en favor de Donald Trump. Aunque gran parte de la filtración de datos tuvo lugar entre 2013 y 2015, parece demostrado que la susodicha empresa creó basándose en ellos campañas a medida para influir en los votantes y favorecer la victoria del actual presidentes de los Estados Unidos y también del Brexit. Por ello, esta información ha provocado un terremoto político a ambos lados del Atlántico, y Londres incluso ha citado a Zuckerberg para que dé las explicaciones pertinentes.



Pero más allá de las consecuencias a las que se enfrenta la red social, como multas millonarias, las fulminantes pérdidas en bolsa, o el reto de recuperar la confianza perdida de sus usuarios, uno de los pilares en los que se asienta el propio concepto de la empresa, o de la ya cuestionada fiabilidad de los datos utilizados (hay quien asegura que incluso podrían haber perjudicado a Trump más que beneficiado a su campaña), la situación da pábulo a otro tipo de reflexiones sobre la mecánica de funcionamiento de la compañía.



Facebook es una máquina de recopilar datos encaminados a poder conocernos mejor y ofrecernos exactamente aquello que buscamos, en un círculo de información que se retroalimenta sin fin. En principio no hay nada malo en ello, pero dado que ya sabemos que esos datos sirven para especular económicamente e incluso manipular la realidad con noticias falsas o deformadas, debemos preguntarnos: ¿Hasta qué punto es rentable o necesario tener una cuenta de Facebook? ¿Puede esta constatación de lo que es Facebook precipitar su final? ¿Y qué ocurre con el resto de plataformas análogas como Twitter o Instagram, está agotado el modelo? Varios representantes del mundo de la cultura, escritores, cineastas, directores de teatro, nos hablan de su relación con esta red social y del futuro que le espera.



Sergio del Molino. Escritor

Como muchos otros escritores y creadores, utilizo Facebook para divulgar mi trabajo, claro está, pero también me ha servido para ponerme en contacto con personas interesantísimas con las que no tendría trato de otra forma. Además de como una herramienta de promoción, que lo es, indudablemente, para mí Facebook es el sucedáneo de una tertulia. Me encuentro con gente con la que debato y polemizo sobre asuntos de actualidad y a veces siento que estoy en un café decimonónico. Es una extensión de la vida literaria que antes se hacía en los veladores y, en ese sentido, es muy enriquecedor. Desde un plano más estrictamente creativo, Facebook funciona como un laboratorio. Lo utilizo a modo de diario público, hago confesiones, experimento con textos y temas que, luego, pueden incorporarse a mis libros y artículos. Es una forma de escribir a la vista de todo el mundo, y me parece muy interesante. Su riesgo es que es altamente adictivo.



Todo esto debíamos haberlo sospechado. Llevamos años conociendo cómo funciona el tráfico de datos y de qué manera se manipulan los algoritmos en beneficio de terceros. El escándalo es una barbaridad, propio de un guión de Black Mirror, pero, en lo personal, no me preocupa en exceso. Soy plenamente consciente de la intimidad que expongo y del uso que pueden hacer las empresas de los datos que dejo a la vista. No voy a dejar de frecuentar Facebook por eso porque es mucho más lo positivo que las intromisiones o violaciones que pueda sentir, que no son tales, en realidad, pues consentí alegremente que me violaran en el momento en que abrí la cuenta. Me parece muy ingenuo caerse ahora del guindo y pretender que no sabíamos nada.



No creo que esto sea el fin del modelo de Facebook. Está demasiado asentado, es demasiado poderoso, se ha convertido en parte de nuestra vida cotidiana. Mi esperanza es que provoque una reacción ética, que se acabe la ley de la jungla y que se plantee un debate sobre la afección a la democracia. Pero creo que el delito está en los delincuentes, no en la herramienta. Del mismo modo que no prohibiría los cuchillos porque algunos los usen para matar a gente, no prohibiría las redes sociales porque unos malnacidos las usen para el mal. Es bueno que un parlamento intervenga, porque afecta a la democracia misma, y tal vez sea el momento de instaurar una regulación severa que vaya más allá del código ético y que castigue a quien use las herramientas con fines turbios, del mismo modo que los jueces condenan a quien apuñala a otra persona, pero no cierran la fábrica de cuchillos.



Denise Despeyroux. Dramaturga

No estoy todavía muy al corriente de los detalles del último escándalo en Facebook, pero, de hecho, una de las cosas que más agotan de la red es esa capacidad de amplificar los climas de escándalo e indignación. Muchas de esas indignaciones son legítimas y comprensibles sin ninguna duda, pero ignoro si tiene algo de fértil esta amplificación. En realidad siento que no sé valorar las implicaciones prácticas de facebook en "la vida real". ¿Es un medio para difundir tu trabajo? Desde luego si yo mantengo la página es con esa idea, pero no sé juzgar las repercusiones que pueda tener. No sé, por ejemplo, si los profesionales que me contactan a través de Facebook me contactarían o no de otra manera si diera de baja la cuenta.



¿Si me planteo borrar la cuenta? Muy a menudo. De hecho la desactivo varias veces al año cuando necesito estar más centrada y "menos al tanto de todo". Cuando la tengo activa procuro no entrar muy a menudo en la página, pero cada vez que la abro y echo un vistazo me encuentro con un montón de información sobre los demás que siendo sincera no sé cómo gestionar. ¿Felicitas cada cumpleaños del que te enteras? ¿Felicitas todos los logros de los colegas o solo aquellos de los que te alegras verdaderamente? ¿Das la condolencia por mascotas muertas a personas casi desconocidas? ¿Con las mascotas no pero con las madres sí? En fin, si te paras un poco en este tipo de disquisiciones surgen un montón de interrogantes, y lo peor es que ese montón de interrogantes es verdaderamente estúpido.



En resumen: no me manejo con ninguna soltura ni alegría en la red, y sin embargo parece que no soy capaz todavía de borrar mi cuenta definitivamente, como si con ese gesto me aislara o me apartara demasiado de algo que ni sé bien qué es... ¿la pertenencia exactamente a qué y junto a quiénes? Añoro la etapa en que me relacionaba con una media de veinte personas, todas de carne y hueso, con o sin mascotas, madres o logros... y estar ahí para ellas era tan simple como estar ahí, sin que eso tuviera nada que ver con ninguna escurridiza y dudosa "imagen pública".



Manuel Vilas. Escritor

Para un escritor Facebook es una forma de estar en contacto con sus lectores y un buen canal de difusión de su obra. Y es gratis, eso es fundamental.



Si Cambridge Analytica tiene las fotos de mi facebook, me parece gracioso, a ver si se anima y compra mi último libro y así me espía mejor. Si quieren hacer un buen trabajo conmigo, les será imprescindible comprar mis libros. Lo pueden hacer por Amazon.



Facebook solo es un texto con una imagen. Ya estaba todo antes: palabras y fotos. Las palabras están aquí desde Homero y la fotografía desde el siglo XIX. Lo importante es que la gente lea libros, y sea políticamente culta. Lo importante es que la Democracia avance, sea más eficaz, más profunda. Lo importante es que la gente, en vez de tenerle miedo, se ría de Trump, el hombre más necio del planeta.



Diana Larrea. Artista

Como la mayoría de los artistas plásticos y otros agentes relacionados con las artes plásticas, yo también comencé a utilizar Facebook en el año 2008 para dar difusión a mis trabajos plásticos entre nuestros contactos. Al mismo tiempo, también tengo acceso a la mayor parte de la información sobre exposiciones, eventos, charlas, jornadas, convocatorias, etc. a través de esta red social. No tengo muy claro si todo este movimiento finalmente se materializa en oportunidades concretas de trabajo, porque la oferta es muy escasa debido a la situación que vivimos.



Cuando hace 10 meses comencé mi proyecto Tal día como hoy, que es una acción artística de investigación y divulgación online, comencé a tener problemas de seguridad en mi cuenta. Fue un hacker quien entró en mi perfil y anuló la opción de crear álbumes de fotos. Facebook lo solucionó en 24 horas y desde entonces tengo reforzadas las opciones de acceso. Después tuve un par de denuncias de algún "amigo" por spam y por un desnudo fotográfico de los años 50. No he tenido más problemas. En general, respetan mis publicaciones, porque conozco sus normas e intento atenerme a ellas, aunque me parezcan absurdas.



De momento, en un futuro inmediato no me planteo borrar nada. Sobre el tema de los desnudos, las denuncias y los castigos, como ya he dicho antes, me parecen absurdos. Por ejemplo, he encontrado en Instagram cuentas de directores de cine porno y sus actrices que no sufren censura alguna. Sin embargo, las imágenes de los artistas e incluso alguna cuenta, como la del artista Juan Francisco Casas, son directamente eliminadas sin explicación alguna.



Tengo la impresión de que todo esto no es el fin de nada. Supongo que como se trata de algo orgánico, que va cambiando en respuesta a las reacciones de las personas, pues tendrá que ir adaptándose a nuestras necesidades. De lo contrario, la gente dejará de usarlo. Creo que Instagram, que es la otra red que utilizo, funciona de modo muy similar. Sobre el resto de plataformas no tengo noticias porque no las utilizo ni las conozco.



Eduardo Chapero-Jackson. Cineasta

Facebook ha servido de algo. Ayuda a difundir información a interesados, ha hecho que más gente haya participado en eventos, presentaciones, charlas o proyecciones. También en acciones de apoyo y ayuda en cuestiones de calado social. Eso tiene valor. Me he enterado de cosas e información que me hubiese perdido de otra manera. Y he creado vínculos enriquecedores. Lo utilizo poco, en ciclos. Tengo la sensación de que se ha convertido también más en pasatiempos previsible.



Me alegra y me alivia que todo esto se considere un escándalo. No me ha sorprendido el hecho -es tan obvio, ahora buscas un vuelo a Estambul y durante meses te llega información relacionada por todas partes- por lo que la reacción es esperanzadora. Eso sí, parece claro que ha saltado la alarma porque ha tocado ciertos grandes intereses, no sabemos qué otros asuntos pasan desapercibidos. Estamos ante monopolios claros: ¿Si Faceboook es Coca-Cola, cuál es la equivalente a la Pepsi? Me encantaría que hubiese otras opciones fuertes, que compitiesen con reclamo real de respeto a la información de los individuos.



No creo que todo esto suponga el final. Espero que esta crisis sirva para madurar la sociedad de la información y que estas empresas tengan que rendir cuentas. Como medio norteamericano yo he estado en el espectro opuesto a Trump, todo lo que corría por mi Facebook era acerca de Bernie Sanders, al que yo he apoyado muy activamente en las redes. Creo que, al igual que compramos un periódico con el que nos sentimos afines, como individuos tenemos la responsabilidad de saber más allá de nuestro "perfil", de nuestro "algoritmo", para saber de verdad qué ocurre allí fuera.



José Luis de Vicente. Comisario e investigador cultural

Facebook me ha interesado de dos maneras: primero, como máquina de coincidencias felices, insertando en mi newsfeed referencias, proyectos y noticias que interesaban a gente cercana a mí cuyo criterio comparto, y que se me podrían haber escapado. En mi trabajo esto me ha sido muy útil. La segunda tiene que ver con las relaciones difusas y dispersas que te permite mantener con gente a la que no verías nunca, o con la que habrías perdido el contacto definitivamente si no existiese este canal. Eso me ha proporcionado muchos momentos compartidos que no hubiesen existido de otra manera; creo que es algo que ponemos poco en valor cuando hablamos de las redes sociales. Por supuesto, muchos otros de sus efectos no han sido tan beneficiosos, como la sensación de estar mirando siempre a un buzón de publicidad de personas-marca en el que la autopromoción es el modo por defecto de relación con los demás.



Hace años que sabemos que Facebook es el ejemplo por excelencia de una máxima de la economía de los datos: si no pagas por el servicio no eres el cliente, eres el producto. Y el producto de Facebook es la monetización de tantas maneras como sea posible de los datos que extrae de nosotros. Para ello, el sistema se ha diseñado de tal forma que cada vez tengamos la necesidad de pasar la mayor cantidad de tiempo posible usándolo. Facebook no es adictivo por casualidad; ha sido diseñado para serlo.



La falta de regulación de este modelo, y la falta de previsión ante la posibilidad de que este modelo fuese abusado con fines socialmente perjudiciales, nos ha llevado hasta una situación probablemente insostenible. A partir de ahora, la cuestión es cómo desmontamos toda una arquitectura en manos privadas extremadamente centralizada que se ha convertido en una parte tan fundamental de lo que llamamos Internet que para mucha gente la ha reemplazado por completo.



Ha llegado el final de una visión inocente e idealizada de lo que son las plataformas de servicios sociales en la web. Ahora sabemos que todos estos servicios tienen costes políticos y sociales, junto a los beneficios, y que el saldo neto no es necesariamente positivo.



Me encantaría borrarla, porque no creo que el modelo de negocio de Facebook basado en el extractivismo de datos y en explotar la atención del usario sea beneficioso socialmente. Pero no es una decisión fácil de tomar; el problema de Facebook es que tras años de usarlo, como cualquier usuario, he realizado de hecho una inversión muy fuerte en la plataforma (en contenido, en crear una estructura de filtros formada por las miles de decisiones que he tomado usándolo) y no es fácil renunciar a ella. Borrar mi cuenta significa perderlo todo, porque no puedo llevarme mis datos, mis interacciones, mi estructura de contactos, a una red competidora. Facebook es un ejemplo perfecto de cómo el "capitalismo de plataforma" funciona capturando al usuario en un entorno del que es, de alguna forma, rehén. Por supuesto, la opción de borrar mi cuenta existe y es mía, pero tiene un coste.



Perfil de Ingres en Facebook. Obra de Ana Riaño para el Proyecto RRSS, 2017

Eloy Tizón. Escritor

Me resulta difícil calibrar la importancia de Facebook en la difusión de mi obra. No cuento con herramientas para ello. En general, diría que el balance es positivo. Aprovecho mi perfil en Facebook (y otro en Instagram, desde hace poco) para informar de aspectos relacionados con mi trabajo literario: presentaciones, reseñas, artículos, recomendaciones de libros, etc. También lo utilizo -cada vez más- como correo electrónico. Mi vida privada queda al margen de los focos.



De momento mantendré mi cuenta abierta, a la espera de más informaciones. Lo ocurrido no me ha sorprendido mucho. Sobre las redes sociales penden casi desde el principio sospechas de espionaje. Es mitad leyenda urbana y mitad realidad. Por si acaso, lo prudente es no exponerse demasiado.



Cualquiera sabe si este es el fin de Facebook o del resto de redes. Da la impresión de que las redes sociales tuvieron un pico de esplendor, hace pocos años, que ya ha menguado. Por cansancio, por hartazgo, por saturación. No creo que vayan a desaparecer, al menos de momento, pero sí es posible que el fenómeno se vaya desinflando. O que se reconvierta en algo distinto. Tal vez en algo que sea menos red y más social.



Alberto Conejero. Dramaturgo

Facebook es una herramienta cuyo uso aceptamos acríticamente por sus ventajas inmediatas -agenda de contactos, difusión de trabajos, etc.- pero de la que sólo ahora empezamos a conocer su verdadera naturaleza e implicaciones.



He tenido la cuenta desactivada ya en varias ocasiones y por períodos largos porque he sentido que era mejor hacerlo. Lo que se cuenta ahora confirma la sospecha de que se trata de un lugar con una trastienda que desconocemos y debemos estar alerta.



Debemos plantearnos en qué sentido hemos perdido algo que considerábamos irrenunciable y es la intimidad real, el contacto efectivo, la cercanía. No creo que las redes sociales vayan a desaparecer pero deseo que seamos sus poseedores y no al revés...



Eloy Fernández Porta. Escritor

Uso Facebook como lector, no como usuario, aunque en una ocasión alguien decidió abrir una cuenta con mi nombre y perfil -fue un experimento literario, según me contaron después- y allí quedó. Los metamedios que uso son Tumblr, Bandcamp y Spotify, usado como forma de contacto y a la vez como medio para crear listas de reproducción conceptuales, en relación con mis libros y seminarios. Yo estoy a favor de usar los metamedios "relacionales" como filtros de información y nada más. Lo hago con Twitter, para seguir ferias de arte a las que no puedo asistir. Procedo así: abro un perfil con un nombre cualquiera, me hago seguidor de cuarenta o cincuenta fuentes que sé que cubrirán el evento, y durante tres o cuatro días me doy una ducha de información monotemática. Es la manera más informativa de ver una feria, aunque desde luego es mejor ver las obras in situ. Y cuando se clausura, cierro la cuenta, me olvido del nombre y hasta la siguiente, que pueden pasar semanas o meses. De la misma manera, también Facebook puede funcionar como filtro, como nodo relacional entre saberes y como herramienta para el trabajo en curso.



La verdad es que me sorprende que el filtrado masivo de datos no se hubiera producido antes. Como decía Paul Virilio, quien inventa el coche inventa el accidente. Por las mismas, quien inventa la información inventa el filtrado de datos. Y desde la emergencia de la Sociedad de la Información quedó prefijado un "devenir filtración", un destino inevitable, el devenir al que todos los datos privados tienden, tarde o temprano. Quien haya tenido que lidiar con asuntos burocráticos de un familiar fallecido habrá comprobado que, desde el punto de vista administrativo -en el mundo de los datos- somos inmortales. Es imposible borrar todos y cada uno de los registros de datos del finado, siempre seguirán llegando cartas comerciales desde alguna parte. Esto ocurre porque las empresas siempre se han intercambiado, ilegal y sistemáticamente, paquetes de datos de sus clientes, para publicidad no solicitada u otras prácticas contra las que las asociaciones de defensa del consumidor protestan pero no pueden revocar. Ese es el Gran Filtrado, el que realizan rutinariamente las empresas entre sí, y es un instrumento básico en la estructura del mercado. El caso de Facebook, aun cuando llama mucho la atención por el volumen de datos difundidos -privacidades vulneradas- no es estructural, me parece un accidente secundario.



No creo que llegue a ser el fin de un modelo, aunque desde luego marcará un antes y un después, habrá una modulación y un cambio. Entre ellos, habrá una redefinición del término "privacidad", que no significa lo mismo en todos los momentos de la Historia, y eso a Mark Zuckerberg no le costará mucho hacerlo, ya tiene experiencia: hace años que con su empresa redefinió el término "amigo", y casi todo el mundo aceptó la acepción que él propuso. Creo que lo mismo reza para el resto de las redes. El problema aquí es que este asunto suele plantearse como si se tratara de una lucha entre dos bandos: por una parte, una colectividad supuestamente muy preocupada por la privacidad; por otra, algunas empresas interesadas en acabar de eliminar los restos de esa noción burguesa. Y me parece que, en general, no es esa la dinámica. Por una parte, la "colectividad digital" no está unida en la causa de mantener la privacidad; bien al contrario, participa de manera activa y necesaria en sus vulneraciones. Por otra, la adquisición de identidad en la red por medio de un perfil siempre trae consigo una ambivalencia entre la exposición y la ocultación, entre el dato reservado y el compartido. Ese es el erotismo frío de la red, su sensualidad informática: insinuar un dato, sugerir una privacidad. Es la cualidad sensual del mundo digital, más significativa que su cualidad sexual -la pornografía-, porque el sexo hace criaturas pero es la sensualidad la que mueve las sociedades, la que moviliza los afectos. Hay muy pocas personas que estén dispuestas a renunciar a esa experiencia, a ese "senso"· del siglo XXI. Por eso no se puede cambiar un modelo basado en esa alternancia entre lo exhibido y lo oculto, tanto menos cuando hoy la noción de "intimidad" incluye más actos y prácticas de las que incluirá el año que viene, pueden apostar por ello.



Carlota Ferrer. Dramaturga

Facebook siempre me pareció una buena herramienta de difusión y publicidad de mi trabajo, ¡y sin coste económico! Aunque por otro lado, observé con disgusto que obtenía mas likes con selfies míos que con las fotos o carteles de mis espectáculos, y no soy modelo precisamente... pero recuerdo cuando hicimos Los nadadores nocturnos en el Teatro de la Abadía, llegamos tarde a la programación, fuera de la publicidad y con los programas trimestrales ya impresos y como era reestreno la prensa ya no se hace eco, llenamos los 5 días programados por el boca boca en la calle pero sobre todo en las redes, creo...



El ser humano es una animal social. No es de extrañar por tanto que nos sintamos atraídos por las redes sociales. Si a esto le sumamos los alicientes de reconocimiento (likes), entretenimiento y sentimiento de pertenencia a una comunidad, la receta del éxito está servida. Google, Facebook o Instagram promulgan en sus "misiones" valores universalmente positivos y buenistas: conectar a las personas, mejorar la comunicación, cambiar el mundo para hacerlo mejor. Con estos lemas y los llamados efectos de red -cuantos más usuarios haya, más nuevos usuarios se crearán- han llegado a desbancar en la cúspide de empresas con valoraciones billonarias a las compañías más grandes de décadas anteriores (General Electric, Walmart, JP Morgan...). Teniendo en cuenta que conectar personas, per se, no genera beneficios económicos, resulta primorosamente naíf -y hasta tierno- que noticias como la de Cambridge Analytical, relacionada con el abuso de explotación de datos capturados en Facebook, nos sorprendan.



Hace casi un mes he eliminado mis perfiles de Facebook e Instagram. Mantengo Twitter y Pinterest porque no las tengo descargadas en el móvil y no he encontrado el momento de borrarme ya que no recuerdo las contraseñas y lleva un tiempo hacerlo. Pero mañana lo hago sin falta, je,je. Ha sido una decisión personal al margen de lo acontecido recientemente, fruto de la sensación de pérdida de tiempo, de falsedad e irrealidad, la indignación ante los linchamientos o enaltecimientos masivos sobre informaciones normalmente no contrastadas y la puesta en peligro de la libertad de expresión, paradójicamente. Además, los artistas tenemos un enemigo a gestionar toda nuestra vida, debido a la exposición y exhibición propias de nuestro oficio: la vanidad. Las redes sociales ponen en riesgo dicha gestión, muerto el perro se acabó la rabia.



De todas formas no creo que esto sea el fin de Facebook. Será sustituida por otras mejorada y evolucionada, ahora estamos en la era de los likes y los algoritmos como gurús de nuestro destino y los datos nos los piden en todas partes con un descaro insufrible y los proporcionamos con normalidad sin reflexión, estamos a merced de las nubes. Recuerdo cuando de pequeña veía las series americanas donde la popularidad y el qué dirán, en las escuelas siempre era un tema principal y me parecía algo ajeno a mi colegio o mi instituto en España, en el sentido de tener éxito social, eso aquí no pasa, pensaba yo y ahora ese patio de recreo lo llevamos encima a todas horas. Otras redes como Instagram y Pinterest tienen más éxito porque no hay que leer y el ojo es capaz de asumir un gran número de imágenes sin tener que pensar demasiado. Dejemos los móviles y mirémonos más a los ojos, hablemos y toquémonos, señores y señoras.



Agustín Fernández Mallo. Escritor

Facebook ha sido y es una plataforma importante para la difusión, pero en la medida en que la usan otros miles de usuarios. Creo que hay que tener claro que si no existieran las redes sociales, las cosas funcionarían igualmente de bien o de mal. Se trata de -como ocurre con todas las cosas-, una necesidad creada por el mercado, que en cualquier momento puede desparecer en beneficio de otras necesidades que ni sospechamos.



No me planteo eliminar mi cuenta. Si así fuera debería borrar no sólo mi cuenta de Facebook sino todas, incluso debería darme de baja en el censo de mi Ayuntamiento, y en el del club social de mi barrio, ya que todos utilizan o podrían utilizar mis datos y perfiles en su beneficio. Se daría el absurdo de que al final, para "ser tú mismo" tendrías que borrarte del Mundo a ti mismo, desaparecer. Creo que es mejor saber qué debes subir a las redes y qué no debes. Por otra parte, no olvidemos que Facebook es una empresa, es decir, tiene dueño, tu cuenta no te pertenece, y cuando quieran cogen unas tijeras, te la cortan y se acabó. La idea de las redes sociales como "espacio de libertad" es de lo más naíf. También por otra parte, me parece más escandaloso -o como mínimo igualmente-, el modelo moral que Facebook ha implantado, donde un desnudo del cuerpo humano, ya sea una figura del Neolítico o una cirugía de pecho, es automáticamente borrada. Como si ellos tuvieran el copyright de la moral.



Tampoco creo que esto sea el fin del modelo de Facebook. En realidad hace tiempo que todo eso se sabe y seguimos alimentando al monstruo. Nuestra ansia por "estar ahí", por existir aunque sea virtualmente, supera en mucho a esas macroinjerencias, que al final, si no te tocan directamente, pasan inadvertidas o se olvidan pronto. La idea de crearse un yo en la red es poderosísima. Y ellos lo saben, y con eso juegan.



Alberto Olmos. Escritor

Para mi trabajo, Facebook ha supuesto poco o nada, ya que no tengo perfil propio. Hay una página de fans, pero no se actualiza, creo. Sí uso Twitter, así que supongo que tener Facebook multiplica por dos el ridículo de ser un escritor promocionando tu propia obra, ridículo tan propio de nuestro tiempo.



Las recientes informaciones no me influyen directamente porque, ya digo, no tengo Facebook. Quizá por eso no entiendo muy bien el revuelo creado. Nadie te obliga a estar en esa red social. Todo el tiempo te manipulan y tratan de influir en tu voto y en tus opiniones: desde la tele, desde los periódicos, desde los carteles, desde las conversaciones. No creo que lo de Facebook sea mucho más grave. Además, tampoco creo que nadie de izquierdas votara nunca a Trump por mucho que se lo dijeran, subliminalmente o como fuera, en esta red social.



No creo que esto sea su final. Estoy seguro de que Facebook sobrevivirá. Estamos un poco locos: ¿realmente va a costarle problemas a una red social donde todo el mundo sube voluntariamente su vida privada en forma de fotos y lamentos y textos y quejas y frivolidades porque alguien use toda esa información para vender algo o para que votes algo? ¿Qué esperaban?



Bibliografía recomendada

- La búsqueda del algoritmo, de Ed Finn (Alpha Decay, 2018)



- El filtro burbuja. Cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos, de Eli Pariser (Taurus, 2017)



- Arden las redes, de Juan Soto Ivars (Debate, 2017)



- La nueva fórmula del trabajo, de Laszlo Bock (Conecta, 2015)



- ¿Quién controla el futuro?, de Jaron Lanier (Debate, 2014)



- Big Data, de Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier (Turner, 2013)



- Multimillonarios por accidente. El nacimiento de Facebook, de Ben Mezrich (Alienta, 2010)