Reportero de guerra, documentalista y escritor, Hernán Zin (Buenos Aires, 1971) ha trabajado en más de cincuenta países, entre América Latina, Asia y África, ha rodado varios documentales, como Nacido en Gaza, Volar para contarla o La guerra contra las mujeres, y ha publicado varios libros. Su primera ficción, no obstante, es esta Querida guerra mía (La esfera de los libros). En ella cuenta con un tono distendito, casi de humor, la historia de Rodrigo Rey, un reportero de cincuenta años que es enviado a cubrir la guerra de Gaza durante el inicio del Mundial de Fútbol de Brasil. "Un paso por desesperación" según confiesa el corresponsal cuya escritura empezó después de terminar de rodar Nacido en Siria, tras un año y medio dedicado solo a los refugiados. "Entonces decidí empezar a escribir una suerte de alter ego y de viaje a la guerra contando anécdotas graciosas que había visto, me habían pasado o que me imaginé. Fue una escritura de supervivencia. El libro literalmente me salvó. Me ayudó a irme de mí mismo, de mis deseos y de mis obsesiones", explica.
Querida guera mía es, además, una carta de despedida, la que escribe Zin a su propia trayectoria en el conflicto bélico tras más de dos décadas al frente para dedicarse por completo al cine, donde ya tiene en mente la adaptación de su novela, y a la ficción. "No voy a volver", confiesa el autor, consciente de que la guerra siempre tiene un coste. "Ya no puedo más. Amo este trabajo pero ya basta. Llevo muchos años en esto". Así las cosas, reconoce que la ficción le ayudó. "Fue un vómito. Reí y lloré al mismo tiempo mientras lo escribía". Un ejercicio de soltar, soltar a través de la risa y el humor. "Por eso tiene ese tono distendido, irónico, cómico por momentos y trágico también".
Pregunta.- En este sentido, ¿se podría a decir que la escritura le sirvió como catarsis?
Respuesta.- Totalmente. Fue un proceso de encerrarme en casa a escribir durante doce horas al día. Tardé un mes en escribirla, la escribí de un tirón y casi no tuve correcciones porque tenía todo ahí. Fue terapia, fue el puente para dejar esa etapa de mi vida atrás, que ha sido hermosa y ha sido dura. Querida guerra mía me ha ayudado a estar en paz con todo lo que he hecho y a mirar un futuro con optimismo. Tiene humor, es ficción, pero tiene mucha verdad por la necesidad que tenía de escribirla. Necesitaba soltar, necesitaba reírme, necesitaba despedirme de un trabajo que he amado y decir que hasta aquí hemos llegado.
Si cuentas bien la historia todo el mundo puede empatizar con alguien de Gaza, el Congo o Afganistán. El tema es saber contarlo"
P.- El tono que emplea en ella es casi cómico, irónico, ¿cree que el absurdo de la guerra solo se puede contar desde el humor?
R.- También se puede hacer desde la seriedad pero siempre he estado enamorado de Trampa 22, de Joseph Heller, que es el mejor retrato que he encontrado de la guerra y él lo hace con un punto de humor. Es que la guerra es una concatenación de absurdos. Es tan ridículo. Es un mundo tan duramente absurdo, que uno lo ve desde la distancia y se pregunta cómo puede ser que los humanos fallemos tanto. En ese sentido, con el espejo del humor, con el espejo de la parodia, es cuando más claro se ve. Se ve un negro sobre blanco, con más contraste. También lo puedes contar con seriedad. Yo lo he hecho con otros libros y en dos películas documentales, pero aquí creo que el humor lo magnifica todo y lo muestra mejor. El ridículo de que unos seres humanos estén empeñados en matar a otros durante tantos años que ni si quiera se acuerden de por qué querían hacerlo. El daño que se perpetúa y las venganzas y el odio que va creciendo. Pero también hay otro elemento que he encontrado en las guerras que es el humor. La propia gente, los palestinos por ejemplo, tienen un sentido del humor que yo creo que es un mecanismo de defensa frente a una realidad terrible. Hay cosas que te superan tanto emocionalmente que te ríes. Es una risa nerviosa. Me rio porque ya no sé qué hacer. Cuando estoy viendo tanta muerte y tanta desolación... es como una válvula de escape y en ese sentido he sido muy honesto.
P.- De hecho, es una historia ficticia pero, ¿se podrían decir que hay anécdotas reales?
R.- Sí, pero está todo bastante distorsionado. Yo tengo muy pocos puntos en común con Rodrigo Rey. De hecho él quiere seguir en la guerra, y yo me bajo de ella. Ahí hay un juego interesante. A raíz de un hecho traumático yo sigo cuatro años más pero termino con la guerra y él lo que quiere es seguir. Entonces somos muy distintos. Yo sí que lamento el precio personal que he pagado por este trabajo y lo lamento y me gustaría empezar de nuevo. Vivir cosas que no he vivido, la familia, los amigos, cosas que he dejado en el camino por esta labor. Rodrigo no, él quiere más y es insaciable en su voracidad de estar ahí, contar historias, de exponerse física y emocionalmente. En eso somos muy distintos.
P.- En su novela mezcla algo tan sobrexpuesto como el fútbol y el Mundial de Brasil con lo invisible de la guerra, ¿quería evidenciar el contraste entre ambos mundos?
R.- Es un reflejo de nuestra profesión, del cariño que ponemos, de la pasión, porque es un oficio, el de contar historias, que lo hacemos desde la pasión y lo difícil que lo tenemos para contar ciertas cosas. Como opina Rodrigo en el libro, en la radio están media hora debatiendo sobre si Casillas jugará o no el partido cuando todos sabemos que lo va a jugar, es todo un paripé, mientras que a la noticia de los niños muertos en Gaza se le dedican apenas 30 segundos. En ese sentido entiendo su frustración. Todos los fracasos constantes que sufre son como una metáfora de lo que nos pasa a los reporteros cada día. Que queremos contar y tenemos tan poco espacio y tan poco eco. Rodrigo Rey, de alguna manera, más allá de ser un poco carca a veces, no deja de reflejarnos a todos, queremos contar historias pero lo tenemos todo en contra.
P.- Incluso en un momento de la historia su protagonista se desespera porque el medio para el que trabaja puede permitirse tener a 35 corresponsales en el Mundial de Brasil pero no a tres periodistas en Gaza, ¿el interés lo marcan los medios de comunicación o los lectores como consumidores?
R.- Yo tengo fe en la gente y en que si cuentas bien la historia todo el mundo puede empatizar con alguien de Gaza, el Congo o Afganistán. El tema es saber contarlo bien y encontrar el espacio. Creo en las personas porque a mí me responden a los libros y a los documentales mucho más de lo que siempre espero. Aparte, los españoles son empáticos y solidarios por naturaleza. Otra cosa es que sean un poco localistas, que les cueste mucho ver más allá de las fronteras. Como dice bien Rodrigo, tenemos este defecto de fábrica, nuestra empatía es limitada temporal y especialmente, se nos acaba rápido y llega cerca. Lo cual es una paradoja porque en un mundo globalizado tenemos que ver siempre más allá aunque sea para ver dónde vamos a estar nosotros. Siempre hay que mirar fuera. Y es lo que falta en España.
P.- ¿Y cómo ve la situación del periodismo de guerra?
R.- Hoy en día no hay nadie haciendo reporterismo de guerra. No importa si cuentas una historia en un barrio de chabolas, en la Gran Vía o en una zona de conflicto, lo que importa es si cuentas bien la historia. Ahí, a veces, el mundo del periodismo de guerra es complejo. Hay gente que siente que con llegar y estar en Siria ya es suficiente. Y no, es contar una buena historia. Hay que ir, hay que estar y hay que contarlo muy bien. Que sea atractivo y profundo. Pero no hay nadie en el terreno. Hay una guerra tremenda en Yemen, en Sudán, otra en Siria, y no hay gente en el terreno o hay muy poca y muy esporádica.
P.- A lo largo de su oficio ha trabajado en más de cincuenta países, ¿por qué eligió Gaza y el Congo, los dos conflictos a los que viaja su protagonista, para contextualizar Querida guerra mía?
R.- Truman Capote decía que "cuando empieces a escribir, escribe sobre lo que sabes". Y Hemingway que mostraras la punta de lo que conoces muy bien y el resto, si lo conoces muy bien, se percibirá. Son los dos conflictos en los que más tiempo he pasado: El Congo y Gaza. En Congo he estado tres años rodando el documental La guerra contra las mujeres, sobre mujeres violadas en conflictos armados. Y en Gaza he escrito un libro, he hecho un documental y he ido muchísimas veces. Son lugares, junto a Calcuta, de los que conozco hasta la última piedra. Los conozco, los he vivido, los he llorado y ahora me río con ello.
P.- ¿Y cree que existe una solución posible cercana al conflicto de Palestina?
R.- No, no veo ninguna solución. La única solución es la creación de dos estados y la compensación a los palestinos que han perdido sus hogares y lo veo muy complicado. Veo que el mundo no está a favor de empujar a la parte de la sociedad israelí que está en contra de ello. Hay una parte muy grande también que está a favor pero parece que la parte más fundamentalista, más populista, es la que gana. Ojalá tuviéramos más elementos para presionar a esa parte de Israel que no ve, que quiere el estatus quo actual que es demencial. Hay que avanzar y hay que crear con seguridad dos estados sin duda.
P.- Y en cuanto al Congo en un momento de su novela compara el imaginario colectivo que se tiene de África con una especie de decorado del Rey León. ¿Habría que reivindicar más África? ¿Cómo se puede salir de los estereotipos que tenemos?
R.- Llevo media vida intentándolo. Llevo 15 años trabajando ahí de forma continuada. De hecho presento hoy el libro y mañana me iré a África. Y es tan diversa. Por ejemplo en Kenia hay 42 grupos tribales y cada uno habla su idioma. Aquí hablamos de la diversidad en España pero imagínate allí, 42 grupos. África está dando un salto cualitativo a nivel económico tan impresionante que tarde o temprano la vamos a tener que mirar. Ya no hablemos de Botsuana, o de Ghana o Sudáfrica, sino de países emergentes que están creciendo un diez o un quince por cierto, que están haciendo las cosas muy bien. El continente africano se está poniendo de pie, es nuestro destino mirar hacia allí aunque nos cueste mucho. Y eso nos va a enriquecer porque es un continente lleno de matices, de riqueza cultural, muy vitalista, muy joven, donde ya no hay casi dictaduras. La prensa no deja de crecer. Están despegando y se lo merecen. Hay mucha gente emprendedora, mucho talento y mucha creatividad.