1918 estaba siendo un gran año para el pintor austriaco Egon Schiele, uno de los grandes artistas figurativos de la época, fundador junto a Oskar Kokoschka del llamado expresionismo austriaco. De talento precoz, su condición de intelectual le libró de combatir en la Primera Guerra Mundial, durante la cual se casó con Edith Harms, que esperaba su primer hijo, y su arte alcanzaba notoriedad y se vendía con fluidez. En ese clima, Schiele comenzó a pintar un cuadro que tituló La familia, en el que plasmaba con un realismo melancólico su futura situación familiar, él, su mujer Edith y su bebé. Una familia que nunca llegaría a existir. Edith contrajo la gripe en octubre de 1918 y murió cuando estaba embarazada de seis meses. Schiele le siguió a la tumba tres días después, con solo 28 años, sin poder acabar un cuadro que se convertiría en testimonio de la crueldad de la llamada gripe española.
Y es que el mundo todavía estaba sacudido por los estertores de la Primera Guerra Mundial, la más brutal conocida hasta entonces, cuando sobrevino otra desgracia de proporciones mucho mayores. Entre 50 y 100 millones de muertos fue el increíble saldo que dejó tras de sí la también conocida como gran gripe, la mayor epidemia conocida desde la Peste Negra medieval, que fue más mortífera que las dos guerras mundiales que azotaron, antes y después, el siglo XX. Desde los Estados Unidos a China, de Australia al norte de Rusia, durante dos años, la epidemia se extendió por todo el globo afectando a una de cada tres personas del planeta.
El paradigma de cultura y ciudad destruida fue Viena. A la desaparición del Imperio Austrohúngaro, que la dejaba como cabeza enorme de un cuerpo desmembrado, Viena tuvo que sumar un feroz ataque de la gripe, que se llevó por delante a varios representantes culturales, tanto de las efervescentes vanguardias del momento, como del viejo orden imperial. Además de Schiele, otros dos grandes artistas de la Secesión, el movimiento que renovó el arte vienés de principios del siglo XX, sucumbieron a la epidemia. Al cartelista y diseñador Koloman Moser la enfermedad le agravó fatalmente un doloroso cáncer de mandíbula.
También alcanzó la muerte al padre espiritual y artístico de aquella generación, el simbolista Gustav Klimt, para quien la gripe se tradujo en el proceso final de una reciente hemiplejia que le mantenía postrado. Precisamente fue su discípulo Schiele, lejos de imaginar su análogo e inminente final, quien realizó un dibujo póstumo de Klimt en la Morgue de Viena. La capital imperial también quedó huérfana entonces de uno de sus máximos artífices, el arquitecto Otto Wagner, ideólogo de buena parte de los edificios modernistas de la Viena Imperial, así como de otras obras de la arquitectura civil como puentes o las famosas estaciones de metro vienesas.
Guerra y gripe, cara y cruz
Pero no solo en la Austria de posguerra la gripe se cebó en el mundo cultural. En 1920, cuando el peligro ya parecía casi extinto, moría por su causa en Múnich el filósofo, economista e historiador Max Weber, uno de los padres de la sociología. Dos años antes, el 10 de noviembre de 1918 el dramaturgo Edmond Rostand, célebre por dar vida literaria a la figura de Cyrano de Bergerac, viajaba hacia París desde su casa del País Vasco francés, donde se refugió de la guerra, para celebrar el inminente armisticio. Tres semanas después moría en la capital francesa. Había sobrevivido al conflicto, pero no a la epidemia.
Precisamente en los días previos al armisticio, el escritor Blaise Cendrars visitaba el 8 de noviembre el número 202 del Boulevard Saint-Germain, hogar de Guillaume Apollinaire, uno de los pilares literarios del cubismo y el surrealismo. El portero le informó de que el señor y la señora Apollinaire estaban enfermos, él, todavía convaleciente de las heridas cerebrales sufridas dos años y medio antes durante la Gran Guerra. Cendrars cuenta que subió las escaleras y golpeó la puerta. Alguien le dejó entrar. "Apollinaire estaba acostado de espaldas. Estaba completamente negro", recordaba. El escritor murió al día siguiente.
Su cortejo fúnebre, compuesto por muchos de los grandes artistas de las vanguardias como Picasso o Modigliani, se encaminaba al cementerio del Père-Lachaise para el funeral cuando fue rodeado por una ruidosa multitud que celebraba el fin de la guerra y la abdicación del káiser Guillermo de Alemania. La epidemia se enlazaba así gráficamente con el clima dejado por un largo y sangriento conflicto. El propio Modigliani huyó posteriormente de París tratando de evitar la gripe, lo cual no es seguro si consiguió, pues a la postre no pudo evitar su muerte, a principios de 1920, por una meningitis tuberculosa. También sorprendió la muerte por gripe cerca de Lisboa al gran pintor cubista y modernista portugués Amadeo De Souza Cardoso, que durante su estancia parisina antes de la guerra había sido compañero de Picasso y del resto de artistas vanguardistas.
Más allá de los casos fatales, la gripe de 1918 fue padecida de múltiples maneras por muchos de los representantes de la cultura del momento. Tras la abdicación del káiser Guillermo y el fin de la guerra, Ezra Pound vagó por las calles lluviosas de Londres para "observar el efecto del armisticio en el populacho", y contrajo lo que en un principio creyó que era un resfriado. Por suerte sobrevivió. Otro afectado que vivió engarzadas las consecuencias de la guerra y esta epidemia fue el escritor checo Franz Kafka. La contrajo en Praga el 14 de octubre de 1918 y mientras se hallaba en su lecho de enfermo fue testigo de la caída del Imperio Austrohúngaro desde su ventana. "Contraer la fiebre como súbdito de la monarquía de los Habsburgo y recobrarse de ella como ciudadano de una democracia checa fue sin duda sobrecogedor, aunque también un poco cómico", escribió su biógrafo.
En Estados Unidos la enfermedad atacó de forma grave a la artista Georgia O'Keeffe, reconocida como la madre del modernismo norteamericano. En este caso, la recuperación fue sin secuelas dado que murió a los 97 años. Por su parte al escritor John Dos Passos quizá le salvó la vida, pues la contrajo en un transporte militar mientras cruzaba el Atlántico para combatir en Europa. Al poeta y médico William Carlos Williams le afectó en otro sentido. Durante esa época se volcó en el ejercicio de su profesión. "Los médicos hacíamos hasta sesenta visitas al día. Varios de nosotros perdimos el conocimientos, uno de los jóvenes murió, otros se contagiaron y no teníamos nada que fuera eficaz para controlar ese potente veneno que se estaba propagando por el mundo", escribió. También se sobrepusieron a la gripe F. Scott Fitzgerald, que enfermó al final, mientras terminaba su novela A este lado del paraíso, y un entonces jovencísimo Walt Disney.
Las secuelas de la epidemia
Un caso curioso es el del poeta William B. Yeats, a quien la gripe le granjearía una enemistad de por vida con la patriota y sufragista irlandesa Maud Gonne. Tras salir ésta de una cárcel inglesa, regresó a Dublín parar reclamar su casa al escritor, al que se la había alquilado. La mujer de Yeats, en avanzado estado de gestación, se hallaba enferma de gripe en ese momento y este no dejó pasar a Gonne. La mujer que durante tanto tiempo había sido su musa, a la que había dedicado el verso "Pisa suavemente, pues caminas sobre mis sueños" le bombardeó con cartas de odio. También la esposa del poeta T. S. Eliot contrajo la gripe junto a su marido, lo que al parecer agravó el trastorno nervioso de esta hasta el punto de no ser capaz de dormir. Esta enfermedad y sus secuelas influirían posteriormente al escritor en una de sus obras maestras, La tierra baldía.
La gripe también tuvo secuelas para el británico D.H. Lawrence al que dejó con los pulmones y el corazón debilitados. La misma afección que él legaría al guardabosques Mellors de El amante de Lady Chatterley, su gran obra. Al compositor húngaro Béla Bartók la convalecencia le dejó una grave infección de oído que le hizo temer una sordera permanente, irónicamente como su héroe musical, Beethoven. Tomó opiáceos para el dolor, pero no hicieron desaparecer las alucinaciones auditivas que padeció durante algún tiempo después.
Otro personaje sobre el que se ha especulado mucho como firme candidato a sufrir estas secuelas, que hoy llamaríamos síndrome de fatiga crónica o posviral, es el pintor noruego Edvard Munch. Se considera prácticamente seguro que contrajo la gripe española, y que cuando se recuperó pintó una serie de autorretratos, estremecedores testimoniaos de su padecimiento. El más famoso de ellos le muestra sentado, amarillo y demacrado, en una silla de mimbre. Por el contrario, su biógrafa afirma que aunque era melancólico por naturaleza después de la gripe entró en una etapa muy creativa. Pintó al menos catorce obras importantes en 1919, que sorprenden por su optimismo y su celebración de la naturaleza.
De forma indirecta, la gripe atacó también a Arthur Conan Doyle, el creador británico del detective más científico, Sherlock Holmes, que dejó de escribir ficción después de perder a su hijo a causa de la gripe española y se dedicó al espiritismo. Otra secuela de este tipo se percibe en la obra del pensador Sigmund Freud, que en 1920 escribió un ensayo titulado Más allá del principio del placer, en el que introdujo el concepto de pulsión de muerte junto al de pulsión sexual. Por entonces, negó que la muerte a causa de la gripe española de su querida hija Sophie, embarazada de su tercer hijo, hubiera influido, pero más tarde admitió que tal vez tuvo algo que ver.
Un cambio de paradigma
Se tiende a pensar, e incluso a achacar a los intelectuales de aquella época, la poca influencia que tuvo la gripe en el arte y las letras, pero esto no es del todo cierto. Con anterioridad al siglo XX la enfermedad era moneda corriente, y se le daba la importancia justa que se le suele conceder a aquellas cosas más obvias y comunes. En el terreno literario, se venía de una tradición, ejemplificada en La montaña mágica de Thomas Mann, que se remontaba al romanticismo decimonónico, y empleaba la enfermedad en sentido metafórico.
Serían los grandes renovadores de la novela, como Virginia Woolf o James Joyce quienes abrieran la brecha para crear una "literatura de la enfermedad" que ha cotizado al alza desde entonces. Por su parte, el arte en general no fue el mismo tras la epidemia, aunque la Gran Guerra también jugó su papel. Se produjo una ruptura violenta a partir de los años 20, de las vanguardias, cuando el deseo de romper vínculos con el romanticismo y el legado del XIX fue evidente en todas las artes, desde la arquitectura a la música de compositores como Arnold Schönberg o Ígor Stravinski, o al cine de Fritz Lang o Friedrich Murnau. Evidentemente, tras casi 100 millones de muertos, el mundo no podía ser el mismo.