Orhan Pamuk

El escritor turco visita España para presentar su nueva novela, La mujer del pelo rojo (Literatura Random House), una reflexión sobre las relaciones paternofiliales y la lucha entre individualidad y autoritarismo, enlazada con dos mitos fundacionales de Oriente y Occidente cuya vigencia permanece hoy en día.

Advertía el escritor y Premio Nobel turco Orhan Pamuk (Estambul, 1952) el martes en Barcelona que no contestaría preguntas sobre política. Sin embargo, en la charla ofrecida ayer en el Espacio Fundación Telefónica no pudo resistirse a lamentar el triste momento que vive su país. "Turquí está en una situación política terrible ahora mismo y tengo muchos amigos seriamente deprimidos con este asunto. Preferiría vivir en un país Europeo en el que pudiera existir la libertad de expresión que en Turquía está desapareciendo". Por eso, Pamuk asegura que le alegra visitar nuestro país y ver la alegría y libertad de la que goza la gente. "En Barcelona quisieron hacerme una comparación entre las dos situaciones, la de mi país y la suya, pero no es comparable. En España son, como mucho, 20 personas las que están en la cárcel por motivos políticos, pero en Turquía son más de 50.000".



Aunque pronto recordó Pamuk que su visita a España se debe a la presentación de su última novela La mujer del pelo rojo (Literatura Random House), y tras el paréntesis pronto se centró en la literatura. En este nuevo relato el escritor narra la historia de un joven estambulita de buena familia con un padre ausente, que a mediados de los 80 se va de aprendiz con un maestro pocero a intentar encontrar agua en una localidad de las afueras de la ciudad. En el proceso de enfrentarse con el pozo, fuente inagotable de metáforas, y durante esas semanas de pico, pala y poleas, su existencia cambia profundamente al desarrollar una relación paternofilial con su maestro y comenzar a descubrir el amor y la culpa, que entran como un torrente desbocado en su existencia.



La novela ha supuesto un auténtico éxito en el país asiático, quizás porque se publicó en Turquía en 2016, justo cuando "mi país sufre una deriva autoritaria". Esa situación política sirvió de espoleta para que Pamuk se decidiera narrar una historia que lleva acompañándole más de 25 años. "La historia comenzó a germinar en mi cabeza cuando estaba terminando de escribir El libro negro (publicado en 1990). Al lado de mi estudio unos poceros comenzaron a excavar un pozo a la manera antigua y artesanal. Me llamó la atención la relación entre el maestro y su discípulo, que de día, durante el trabajo, incluía gritos, humillaciones y sometimiento, pero por la noche se transformaba y adquiría una ternura afable y preocupada". Para Pamuk, esa extraña relación se convirtió en un símbolo de los vínculos entre padre e hijo que él nunca pudo disfrutar.



Autoritarismo vs. individualidad

"Al igual que el protagonista de mi novela, yo también tuve un padre ausente. Esto dentro de lo malo, tuvo sus cosas buenas. Por ejemplo, nunca nos reñía a mi hermano y a mí, era un libertario, por lo que no he sido aplastado por un padre autoritario, como mis amigos. Tuve la libertad que quizá influyera en que haya sido escritor. Pero por contra nos faltó ternura, nunca tuvimos esa complicidad que disfruta mucha gente". Hablando con los poceros, Pamuk trabó amistad y comenzó a escuchar sus historias, que almacenó "en ese banco de historias enorme que acumulo hablando con la gente, de las que luego solo utilizo una pequeña parte. Siempre hago muchas entrevistas para mis libros, me he profesionalizado bastante en esto, lo que quizá me convierta en periodista", bromea el escritor. "Tengo varios amigos que me dicen que me estoy convirtiendo en un antropólogo, pero en realidad disfruto mucho esa parte de la escritura, y cuanto más investigo, más cómodo me siento al dar rienda suelta al Pamuk narrador".



Un Pamuk narrador con el que las historias nunca son tan sencillas. Si podríamos dar por concluida la relación entre padres e hijos con este fresco que despliega el escritor, al que se añade cierto aire de iniciación para el joven protagonista, el Nobel todavía da una vuelta más a su novela. "Mientras escribía Me llamo Rojo (1998), leí mucho folclore turco, y me sedujo mucho la historia de Rostam y Sohrab, recogida en el Libro de los reyes del poeta persa Ferdousi, una historia muy similar al mito de Edipo que narra Sófocles, solo que en este caso el padre mata al hijo también tratando de huir del destino". Ambos mitos, leyendas fundacionales de Oriente y Occidente, trata de enlazar Pamuk con la historia del maestro pocero y su aprendiz.



"La elección de estas dos historias me sirve para hacer una comparación entre la individualidad con el autoritarismo", explica el escritor. "Sófocles nos habla de la individualidad del hijo, Edipo. Ferdousi nos habla del autoritarismo del padre. Nosotros, como lectores modernos exculpamos a ambos asesinos, pues quieren sustraerse de su destino, pero en una de ellas defendemos el ansia individualista de Edipo, que camina contra su destino y en otra legitimamos el autoritarismo de Rostam, que conduce a la muerte a su hijo". Además de comparar ambos mitos, Pamuk pretende afirmar que estas historias "siguen estando presentes, no están olvidadas y superadas, pueden encontrarse hoy en día".



Unir las ideas y la relaidad

Sobre la dificultad para mezclar ambos mitos fundacionales, tan trabajados durante miles de años, el Nobel asegura que "el problema de las novelas filosóficas o de ideas, como las mías, es que es muy difícil enlazar estos mitos, vincularlos con la realidad, con la agilidad que exige una novela. El escritor que mejor hablaba de lo esencial de los mitos fundacionales aplicándolos a la realidad fue Dostoievski", opina. "Lo importante es el talento del escritor para hacer que este péndulo vaya cada vez más rápido, saltar de lo muy realista, de un vaso de licor o un reloj, a los grandes conceptos: Dios, la amistad, la libertad, el peso de la historia... Eso es lo que debe hacer una novela para mí, que el péndulo haga la transición de una forma rápida de las grandes ideas hasta nuestra realidad", desgrana Pamuk.



Porque según asegura, "cuanto más modernos nos volvemos, más confundidos nos sentimos acerca de los significados de esas grandes ideas. Hoy nos entretienen los pequeños detalles de nuestra vida". En este sentido, el escritor se muestra rotundo al asegurar que "si hay algún deber o alguna obligación moral que debe tener un novelista es establecer esa conexión entre esto de aquí y esos grandes ideales que flotan en el ambiente y con los que yo siempre intento conectar". Y es que con los años, Pamuk, que confiesa sentirse más un artesano que un artista, "he aprendido que escribir no es tanto promover ideas como crear situaciones que quieres entender y que todos entiendan. Lo bonito de escribir una novela es que uno rinde tributo al punto de vista de otra gente, y lo hace de una forma mucho más delicada que en la realidad".