María Alcantarilla

Aunque la infancia ha sido siempre uno de los temas más recurrentes en poesía, junto al amor, la soledad o la muerte, resulta significativo cómo últimamente algunas poetas españolas han retrocedido hasta sus primeros años de una manera más intensa. En 2017, Alba Flores, María Alcantarilla e Isabel Bono, tres autoras que pertenecen a generaciones diferentes, abordaron la niñez en cada una de sus obras de un modo casi íntegro.

"El niño tiene íntegra la fe creadora y no tiene aún la semilla de la razón destructora. Es inocente y, por tanto, sabio. Comprende mejor que nosotros la clave inefable de la sustancia poética". Así se expresó Federico García Lorca en una conferencia que impartió en 1928, Las nanas infantiles. Era su modo de desmitificar la asociación entre la infancia y la ignorancia que los adultos siempre han establecido de manera arbitraria. García Lorca contemplaba la inocencia, o incluso la ingenuidad, como elementos positivos en la personalidad de un niño. Sobre estos términos -inocencia, ingenuidad e ignorancia- se ha articulado siempre el tratamiento sobre la infancia, pero la poesía indaga más allá de estas acepciones. La fascinación ante el mundo, las primeras sorpresas, que llegan desenvueltas en forma de alegría o decepción y, en definitiva, el estreno de la vida son sentimientos que, marcados por los afectos de las relaciones familiares, siempre han sido susceptibles a la mejor literatura.



La infancia siempre ha sido un territorio muy explorado por los poetas. En el siglo XX la poesía española tiene referencias inolvidables en poemas como "El niño yuntero" o "Las nanas de la cebolla" de Miguel Hernández, donde el poeta se lamentaba desde la cárcel por la desnutrición de su hijo. A Lorca, ya mencionado, se le recuerdan nanas tan conocidas como la del caballo grande, algunas incluidas en Canciones (1921-1924), y obras no tan famosas como La Balada de Caperucita (1919), uno de sus primeros libros. En este poema extenso muestra un conflicto de identidad que tuvo lugar al final de su adolescencia -"arráncame del pecho la flor de mis pasiones"-, y es tratado de forma simbólica, agarrándose a códigos un tanto complejos que difuminan el verdadero yo poético. "Hay un niño que pierden / todos los poetas", dice en "Poema de la Feria".



Al encuentro de aquella identidad salen los poetas más contemporáneos, herederos de Lorca, Miguel Hernández y tantos otros, cuyos poemas más relevantes sobre la infancia fueron los dedicados a sus hijos o a las hijas de los amigos, casi siempre en forma de nana u otras formas populares. Todas estas referencias se han articulado en torno a una poesía actual que ha recogido aquellas influencias, pero ahora se interesa por el recuerdo de la infancia en primera persona, que es la que alcanza las más altas cotas literarias. Bajo el precedente de autoras tan importantes como Alfonsina Storni, Gabriela Mistral o Alejandra Pizarnik, la autoría femenina ha tomado ventaja en lo que se refiere a la poesía de la infancia en castellano, con nombres como Rosa Chacel, Francisca Aguirre, Rosa Lentini, Ángeles Mora, María José Ferrada, Sara Herrera Peralta, Isabel Bono, María Alcantarilla o Alba Flores.



Alba Flores

Precisamente los tres últimos nombres pertenecen a autoras que en 2017 publicaron tres poemarios que presentan una misma temática y una forma muy distinta de aproximarse a ella. Alba Flores (Madrid, 1992), María Alcantarilla (Sevilla, 1983) e Isabel Bono (Málaga, 1964) escriben sobre la niñez, su propia niñez, de una manera desgarradora y emocionante, sin concesiones. Pertenecen a generaciones diferentes pero todas atienden a las demandas de la época. Por eso reivindican, entre otras cosas, la posición de la mujer en el mundo, aunque sin levantar pancartas demasiado pomposas. Más bien con el verso en la mano y la infancia en los dientes para contar historias que no podrían ser desenterradas sin retroceder al origen, a la primera etapa de la vida.



"Cuando reflexiono sobre quién soy, siempre me acabo preguntando ¿qué pensaría quien fui de niña de quien soy ahora?". Así se expresa para El Cultural Alba Flores, la poeta más joven, que fue reconocida con el Premio Adonáis 2017 por Digan adiós a la muchacha (Rialp, Premio Adonáis). Se trata de un título que ya anuncia el proceso que será descrito a lo largo de todo el poemario: crecer. Presentado casi como una línea de tiempo, el libro de Alba Flores abre con el poema "Nogal", que representa toda una etapa, tantas vivencias y tantas personas importantes como el abuelo, la madre, la hermana. Toda la obra está construida sobre elementos simbólicos: la nieve (el encuentro), el árbol (estabilidad, resistencia) o la casa del pueblo -"Casas viejas con almas viejas"-, que tiene un especial significado, pues da cuenta de la ruptura con una etapa del pasado. "No nos asustó la sangre / hasta que fuimos mayores", dice en un verso.



El momento preciso en el que la infancia se deja atrás es muy significativo para estas autoras. "Me he pasado mucho tiempo buscando en las fotos de niña ese gesto que me dijera: ¡Ahí está! La pérdida de la inocencia", cuenta Isabel Bono para El Cultural. Se refiere a un poema del libro Lo seco (Bartleby), que es una especie de manifiesto en favor de la aridez, y a la vez "lo que te deja sin querer la infancia". El poema "Los buenos salvajes" es la representación gráfica de sí misma en su niñez: "la niña con gafas que no le temía a nada", tal y como reza el último verso. Isabel Bono reconoce que escribe sobre la infancia "para averiguar de dónde y desde cuándo soy lo que soy ahora", pues "nada se es si no se ha sido". En Lo seco la poeta localiza los miedos de la niñez a través de imágenes potentes -"bocas llenas de dientes rotos"- y la moralidad machista de una época en versos como "Si no sabéis bailar, no os querrá nadie".



El poemario de María Alcantarilla, La edad de la ignorancia (Visor, Premio Hermanos Argensola), también es un libro político. Desde la exploración de su infancia, expresa una posición ante el mundo, ese lugar en el que se ubica pero al que no siente pertenecer: "¿A quién interrogar, pedir asilo?". Pero, más que esto, lo que existe es una reivindicación de la inocencia, que sí pertenece a una etapa (la infancia), contra la ignorancia, que puede no perderse nunca. A través de un tono aparentemente contenido, la poeta retrata una infancia inquietante con un cariz amargo, a pesar de poemas como "Chrysler 180", en el que evoca su niñez desde un punto de vista nostálgico. "Hay días en que grito mi ignorancia / como un niño perdido / reclama la voz de quien lo cuida", dice. Bajo el verso "Nacer es la primera indecisión" plantea una interesante relación en torno a la maternidad no vivida. Esta idea está desarrolla en las tres partes del poema "La hija que no tuve", que aparece de manera intermitente a lo largo del libro.



Isabel Bono

Con la lectura comparada de los tres libros, resulta llamativo cómo cada autora defiende su propio estilo poético para abordar el recuerdo de la niñez, más áspero en el tono de María Alcantarilla y más condescendiente en el caso de Alba Flores. Aunque, cuidado, el lenguaje de Digan adiós a la muchacha es de una ingenuidad tan peligrosa que el lector siente, durante toda la lectura, que le están tendiendo una trampa. "Yo nunca me sentí ignorante ni creo ahora, al echar la vista atrás, que lo fuera. La diferencia entre ser mayor y ser niño, es que cuando eres niño, aún te queda algo de esperanza", dice Flores.



Aparentemente, la voz de María Alcantarilla es la más sobria y asentada, con una seca expresión profundamente poética, como cuando concluye en uno de sus poemas finales así: "Pero, en el fondo, qué importa ser mayor o ser un niño / si el miedo es casi igual y la alegría / a pesar de la estatura". Y es que, según las declaraciones de la poeta, "en todas las edades cabe la ignorancia y, sobre todo, en la adulta. El adulto se cree, de repente, mayor, consciente, preparado. Eso, para mí, es la ignorancia: creer que ya eres grande y que ya tienes todas las respuestas".



La cotidianidad es una de las características más representativas de la poesía de la infancia actual. Alba Flores desde la ligereza y la expresión coloquial e Isabel Bono con un mensaje más desasosegado van en busca de la profundidad a través de descripciones situacionales de la vida cotidiana. "El vacío pendiendo de su eco como un trapo de un tendedero" o "un dedal rodando debajo de la cama" son algunas de las imágenes que expone Isabel Bono en su particular retrato de lo que fue su infancia. Este tipo de situaciones suelen ir asociadas a los ambientes familiares, también protagonistas en la poesía sobre la niñez. El poema "Lazos de familia" de María Alcantarilla o "Mi madre" de Isabel Bono son dos buenos ejemplos.



El precedente más cercano a estos tres poemarios tan recientes es el libro Ficciones para una autobiografía, de Ángeles Mora (Córdoba, 1952), que resultó ganador del Premio de la Crítica en 2015 y del Premio Nacional de Poesía en 2016. "El cuarto de afuera", última sección del poemario, "se estructura alrededor de la infancia y el despliegue espacial, temporal y sentimental que produce la reinvención poética de la niñez", dice Ioana Gruia en la antología La sal sobre la nieve, publicada en 2017 por la editorial Renacimiento. Por supuesto, este poemario toma conciencia de cómo los afectos familiares influyen en los sentimientos de una niña marcada por su infancia. "La soledad del ama de casa" es un poema que habla de la culpa-"como esa mancha que no sale del vestido / la culpa se aloja en la conciencia"- y la incomprensión en la soledad de la infancia: "Huecos tristes ante una misma".



Algunos de los poemarios más importantes que han abordado este asunto desde la autoría femenina en los últimos años han sido publicados por la editorial Bartleby. Los trescientos escalones, de 1976 aunque reeditado por última vez en 2012, es un homenaje de la autora Francisca Aguirre (Alicante, 1930), Premio Nacional de Poesía en 2011, a su padre. El "triste asombro" ante el mundo es la idea principal del libro, que habla de las desgracias que asolaron su infancia: la Guerra Civil, el exilio en Francia a los nueve años y la posterior muerte de su padre, un pintor republicano que fue ejecutado durante la dictadura.



Rosa Chacel

Tuvimos, de Rosa Lentini (Barcelona, 1957), fue publicado un año más tarde, en 2013. Se trata de un libro duro, que aborda la muerte de familiares y habla incluso de los sentimientos previos al nacimiento. Está estructurado bajo un sentido unitario que explora la desolación de la infancia. Sara Herrera Peralta (Jerez de la Frontera, 1980), un ejemplo mucho más reciente, enfoca este tipo de conflictos de un modo más indulgente con un libro emocionante sobre la relación con su abuelo: Hay una araña en mi clavícula (La Garúa Libros, 2012).



Rosa Chacel (Valladolid, 1898 - Madrid, 1994), con su novela Memorias de Leticia Valle podría ser también un referente de la literatura sobre la infancia. Por más que no sea un poemario propiamente dicho, la obra contiene un poderoso voltaje poético. Publicada en 1945, Memorias de Leticia Valle es una exposición de la perversa ingenuidad de la niñez encarnada en una preadolescente que seduce a Daniel, su profesor, que según la leyenda podría representar a José Ortega y Gasset, maestro de la autora durante la infancia.



La literatura femenina, en fin, ha conectado más con el tratamiento de la infancia en los últimos tiempos, y las causas pueden adivinarse en la coyuntura social que atraviesa el mundo en estos momentos. La figura de la mujer, reducida a estereotipo durante tantos años, se abre paso con fuerza desde todos los ámbitos. Por supuesto, también a través de la cultura. Las poetas actuales no quieren perdérselo y emiten sus fórmulas poéticas con brío y personalidad. Conviene recordar que otras autoras, como Alejandra Pizarnik, ya mezclaba sus recuerdos con un estilo de corte feminista en el siglo anterior.



Por último, la relación de las mujeres con la niñez es más intensa, pues existe un conflicto físico y emocional que no se da tanto en los hombres. Por ejemplo, la menstruación suele llegar en esta etapa, y supone, a mayor o menor escala, una transformación de su realidad. Tal y como dijo Olga Muñoz Carrasco para El Cultural, la razón estriba en que "la mujer convive con su cuerpo de manera más radical".



@JaimeCedilloMar

La poesía infantil, ¿un género menor?

Para hablar del vínculo poesía-infancia, es procedente explicar que existen más vertientes, marcadas por la intención y el tono. Por ejemplo, la poesía infantil, considerada por muchos un género menor, tiene como objetivo descubrir la poesía a los niños, y tiene en Gloria Fuertes a su mayor representante en España, aunque también desarrolló una poética adulta que le granjeó apoyos importantes como el de Jaime Gil de Biedma o José Hierro. En la actualidad, María José Ferrada (Chile, 1977) desacredita a quienes minusvaloran la calidad de la poesía infantil. En El idioma secreto (Factoría K de Libros, 2013), realiza un homenaje a su abuela, entrañable y rural, en un libro lleno de espiritualidad que indaga sobre el género humano, desde una perspectiva simbólica y metafórica que fue muy bien acogido por la crítica, no sólo de literatura infantil.