El rey don Felipe entrega el Premio Cervantes al escritor Sergio Ramírez. Foto: Casa Real

Mientras en su país arden las calles y mueren manifestantes a manos de la policía, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez (Masatepe, 1942) ha recogido este lunes en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares el Premio Cervantes, el galardón más importante de la literatura en español, dotado con 125.000 euros y concedido por primera vez a un autor centroamericano. El premiado, que fue vicepresidente de Nicaragua entre 1985 y 1990 y posteriormente se alejó del sandinismo, ha dedicado su discurso "a la memoria de los nicaragüenses asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia y a los miles de jóvenes que siguen luchando sin armas por que Nicaragua vuelva a ser una república".



Según el rey, tomando como referencia la descripción que de Ramírez hacen sus allegados, el escritor es "un hombre reposado de actividad vertiginosa", y así se ha mostrado el premiado durante toda la ceremonia, con los párpados siempre entornados tras las gafas y una expresión serena en el rostro avivada en algunos momentos por una leve sonrisa al recibir el premio y posar para las cámaras.



Centroamérica, tierra de volcanes, es, como ha expresado el autor de El cielo llora por mí, una región convulsa en lo natural y en lo político, "marcada a hierro ardiente en su historia por los cataclismos, las tiranías reiteradas, las rebeliones y las pendencias; pero, en lo que hace a Nicaragua, también por la poesía. Todos somos poetas de nacimiento, salvo prueba en contrario". Tanto es así que, según el autor laureado, "poeta" es una manera de saludo en las calles, "de acera a acera, se trate de farmacéuticos, litigantes judiciales, médicos obstetras, oficinistas o buhoneros; y si no todos mis paisanos escriben poesía, la sienten como propia, gracias, sin duda, a la formidable sombra tutelar de Rubén Darío, quien creó nuestra identidad, no sólo en sentido literario, sino como país".



De hecho, casi todo el discurso de Ramírez ha sido un tributo al poeta modernista, así como a Miguel de Cervantes. Ambos forman, según el autor, un eje que marca la evolución de la literatura en nuestra lengua: "Rubén trajo novedades liberadores a la lengua que recibió en herencia de Cervantes, sacudiéndola del marasmo. [...] La lengua que era ya la de Cervantes hizo a Centroamérica el viaje de ida cuando el 19 de agosto de 1605 llegaron a Portobelo los primeros ejemplares de El Quijote; y el viaje de vuelta con los primeros ejemplares de Azul: es cuando el 22 de octubre de 1888 Don Juan Valera escribe desde Madrid en una de sus Cartas americanas: ‘Ni es usted romántico, ni naturalista, ni neurótico, ni decadente, ni simbólico, ni parnasiano. Usted lo ha revuelto todo: lo ha puesto a cocer en el alambique de su cerebro, y ha sacado de ello una rara quintaesencia'".



Después de definir el Caribe como un "espacio de milagros verbales donde los portentos pertenecen a la realidad encandilada y no a la imaginación, a la que sólo toca copiarlos", el autor de El reino animal ha dicho imaginarse a Cervantes "como un autor caribeño, capaz de descoyuntar lo real y encontrar las claves de lo maravilloso". También ha hecho alusión a la primera vez que Rubén Darío leyó el Quijote de niño y a la primera vez que lo hizo él mismo, bajo la tutela de su madre, que fue también su profesora en la escuela.



Ramírez ha elogiado la naturaleza híbrida del idioma en que escribe, resultado de la mezcla de una lengua "que traía los viejos sones del siglo de oro represados en la arcaica arcadia verbal campesina" con las palabras de la lengua náhuatl y la lengua mangue.



Además de la dedicatoria del comienzo, Ramírez ha vuelto a aludir a la dura realidad centroamericana describiendo un paisaje de "caudillos enlutados antes, caudillos como magos de feria hoy, disfrazados de libertadores, que ofrecen remedio para todos los males. Y los caudillos del narcotráfico vestidos como reyes de baraja. Y el exilio permanente de miles de centroamericanos hacia la frontera de Estados Unidos impuesto por la marginación y la miseria, y el tren de la muerte que atraviesa México con su eterno silbido de bestia herida, y la violencia como la más funesta de nuestra deidades, adorada en los altares de la muerte. Las fosas clandestinas que se siguen abriendo, los basureros convertidos en cementerios".



Ante esta realidad, Ramírez ha recordado el deber del escritor: "Cerrar los ojos, apagar la luz, bajar la cortina, es traicionar el oficio. Todo irá a desembocar tarde o temprano en el relato, todo entrará sin remedio en las aguas de la novela. Y lo que calla o mal escribe la historia, lo dirá la imaginación, dueña y señora de la libertad".



De regreso a su herencia literaria, el premiado ha recordado a su "amigo y maestro" Carlos Fuentes y, con él, la "deuda imperecedera" contraída con los escritores del boom latinoamericano. También debe mucho, ha reconocido el escritor, a su esposa, Tulita, que "inventó las horas" para que él pudiera escribir Castigo divino, su novela más conocida, de cuya pubicación se cumplen ahora 30 años. "Mejor novelista que yo, ha inventado mi vida. Y junto con ella, lo que debo a mis hijos y nietos, presentes todos aquí, mi prole de la primavera del patriarca, de la que me siento tanto orgulloso como dichoso".



Tanto el rey, don Felipe, como el ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo, han glosado en sus discursos la vida y la obra de Sergio Ramírez, han tenido palabras para la convulsa situación política en Nicaragua y han recordado a Sergio Pitol. Méndez de Vigo ha dicho que el premiado logró con sus éxitos literarios "desmentir que el boom latinoamericano fuese flor de un día" y ha destacado su compromiso con la literatura incluso durante su etapa política, cuando tenía una agenda tan apretada que hasta su esposa tenía que concertar una cita con él para tratar asuntos domésticos. Incluso en esa vorágine, el escritor logró arañar horas a la madrugada para que no muriese el escritor que era.



Por su parte, el rey ha ensalzado a Ramírez como "una rama esencial del árbol de la literatura de raíz cervantina" y ha destacado también su compromiso político que le llevó a aparcar por una temporada las letras "cuando su país lo requirió".



Tras dar las gracias a Juan Cruz por alentar su regreso a la literatura tras su etapa como vicepresidente de Nicaragua, a su agente, Antonia Kerrigan, a su editora, Pilar Reyes, y a jurado del premio, Ramírez ha concluido su discurso dando las gracias al rey "por esta honra que España, la de ‘los mil cachorros sueltos' de la lengua, concede a Centroamérica a través mío, y a mi país de vientre pequeño, pero tan pródigo".