Llucia Ramis. Foto: Santi Cogolludo

La escritora y periodista teje en Las posesiones (Libros del Asteroide) una crónica que radiografía desde lo personal la quiebra moral de una sociedad y el derrumbe de una generación paralizada por la provisionalidad.

En su debut en 2008 con Cosas que te pasan en Barcelona cuando tienes 30 años (Barret), la escritora y periodista Llucia Ramis (Palma de Mallorca, 1977) ya dejaba sembradas las pistas de lo que sería su narrativa en el futuro. Temas como la familia, la memoria, la iniciación, el amor, la pérdida... y un estilo intimista construido con mimbres autobiográficos y autorreferenciales son el camino transitado por la autora para hablar de una generación que ya entonces comenzaba a parecer perpetuamente joven. De nuevo a ese punto de no retorno, ese momento que definió para siempre el presente que es el año 2007 nos traslada Ramis en Las posesiones (Libros del Asteroide), una crónica que radiografía desde lo personal la quiebra moral de una sociedad y el derrumbe de una generación paralizada por la provisionalidad.



"Creo que el 2007 sirve como explicación de todo lo que está pasando ahora. En ese año anterior a la crisis que estalló en 2008 están todas las claves para entender lo que luego ha ido sucediendo", explica la escritora, que en su retrato de la sociedad reciente aborda temas como la corrupción endémica, el tabú de los trastornos mentales, los secretos familiares o la extinción del periodismo. "Mi generación comenzó a darse cuenta de que la precariedad en la que vivíamos se va haciendo más sistémica y es cada vez más permanente. Nos damos cuenta de que no viviríamos como nos habían prometido, de que vamos a ser la primera generación en mucho tiempo que va a perder".



Para explorar ese epicentro, el libro de Ramis, el más vendido en el Sant Jordi de Palma, despliega en paralelo tres historias diferentes que encarnan las visiones de otras tres generaciones: la suya, de quienes hoy bordean los 40, la de sus padres, y la de sus abuelos, que confluyen en ese momento previo a una crisis que terminaría por llevarse de múltiples formas nuestros "derechos y libertades, nuestro dinero y nuestro suelo", unas pérdidas que "hemos asumido sin oponer resistencia". De todas ellas, la escritora asegura que la que menos comprende es la suya propia.



Somos el fruto truncado de las expectativas de nuestros padres, lo que les genera frustración"

"La lucha de nuestros padres y nuestros abuelos está muy clara. Los primeros sufrieron la guerra y la posguerra, lucharon por su supervivencia, y los segundos provocaron la Transición y se empeñaron en remodelar el mundo y este país", sostiene. Tenían unas expectativas de las que nosotros somos el fruto, "un fruto truncado, porque se dan cuenta de que no vamos a tener todo por lo que lucharon, lo que les genera frustración".



El shock que supuso la huida de ese futuro prometido ha provocado en su generación la situación de "nostálgicos prematuros. Echamos mucho de menos los años 80, pero no tenemos setenta años, tenemos cuarenta. Esa nostalgia prematura, sin memoria, porque no hemos tenido tiempo de crearla, la construimos a partir de esa infancia en la que nos creímos que todo estaba por hacer. Hasta que alguien lo hizo por nosotros", apunta Ramis. "Vamos a ser viejos antes de ser adultos. Nos siguen tratando como a niños, no nos dan cargos de responsabilidad, nos dan sueldos de eternos becarios, siempre nos tratan con condescendencia y paternalismo. En el fondo existe un discurso de que somos más inmaduros de lo que realmente somos, porque nunca nos han dado la oportunidad".



Aunque también reconoce que es posible que la visión de su generación a día de hoy se vea enturbiada precisamente por esa condición de actualidad. "Estamos aquí, en el meollo del día a día y no entendemos muy bien el caos que está sucediendo. Por ejemplo el 15M tenía que ser una ruptura, pero esta nunca llegó a producirse". Y sin embargo, piensa, quizá con los años sí que se hable del 15M como se habla hoy del Mayo del 68, pero al estar viviéndolo hoy no lo apreciamos. "Como ha pasado el tiempo, la época de nuestros padres y abuelos ha generado unos símbolos que son fáciles de interpretar. Sabemos cuál es el símbolo del franquismo, de la posguerra, de la Transición, En cambio nuestros símbolos no están claros porque están pasando ahora".



Corrupción, enfermedad del sistema

Para argumentar esta visión, Ramis se apoya en dos historias. La primera, la del padre de la narradora, que afectado por una recalificación ilegal que le roba unos metros de terreno, orquesta desde su blog una campaña mediática para rebelarse contra la injusticia. "Lucha contra esa corrupción que es nuestro pan de cada día y por eso queda impune. Quería que fuera un hombre mayor, jubilado, para demostrar que los yayoflautas todavía salen a la calle por nosotros. Pero no al revés. En las manifestaciones por las pensiones, algo que nos afecta a todos, nunca hay gente menor de cincuenta años. ¿Por qué no entendemos que estas responsabilidades nos afectan a todos?", apunta la escritora.



Al final el sistema siempre se va a imponer. Nos quejamos mucho, pero a la hora de la verdad no queremos complicaciones"


Paulatinamente el padre se va quedando sólo en su cruzada quijotesca hasta que sufre un trastorno mental, porque tiene razón pero se ha convertido en un antisistema, "y al final el sistema siempre se va a imponer. Cuanto más se tiene que implicar la gente más se va desvinculando. Nos quejamos mucho, pero al final, a la hora de la verdad, no queremos complicaciones".



Otra de estas historias habla de un empresario, socio de su abuelo, que a comienzos de los 90 se suicidó tras matar a su mujer y a su hijo de 16 años, amigo de la infancia de la narradora. "La corrupción ha estado siempre, no es que de pronto vivamos en un país o un mundo corrupto. Cuando estalló este caso real, los titulares decían que era el fin de la era del pelotazo. Y estamos hablando del año 93", ironiza Ramis. "La gravedad de la corrupción reside en que forma parte de la sociedad. Siempre la tratamos con grandes titulares, se habla de políticos, empresarios, y nunca pensamos que como está totalmente integrada dentro del sistema nos afecta a cada uno de nosotros de forma individual y familiar. Todo el mundo ha vivido una situación de favores, vetos, compadreo...".



Silencio y memoria

El hilo conductor de ambas historias es la presencia de la narradora, que vive los hechos en un falso presente cuyas armas son el silencio y la memoria. "En la novela hay más en lo que no está escrito que en lo contado", reconoce la escritora. "Quería hablar de esos dos grandes silencios, el de la corrupción y el de los trastornos mentales. El primero como enfermedad social y el otro como individual y familiar". Asegura Ramis que ante esta clase de temas, por ejemplo el del suicidio del empresario Benito Vasconcelos, siempre se extiende una sombra de silencio, como ocurrió en su familia. "Estos silencios son una manera de creer que todo se solucionará. Un poco como pasó después de la guerra cuando se tenía esa idea de que no tocar ciertos temas aumentaba la cohesión", explica. Eso genera fantasmas, que pueden ser mucho más grandes de lo que fue el hecho en sí. "Cuando algo no se habla, se genera una sombra que puede ser peor incluso que lo que la proyecta. Como no se habla, uno no sabe exactamente en qué lugar está todo eso y qué lugar ocupa en la propia familia".



Además, la escritora reconoce que "no nos podemos fiar en absoluto de la memoria", ya que siempre magnificamos los recuerdos, como ocurre con la infancia. Más todavía si los recuerdos vienen por escrito. "Hay tres personajes en la novela que escriben, y en los tres casos lo hacen para reconstruir su realidad. Cuando escribes estás tomando distancia, pero al mismo tiempo estás mintiéndote, estás justificando un hecho", defiende Ramis, para quien tenemos la tendencia de creernos todo lo que está por escrito aunque lo hayamos escrito nosotros mismos. "La propia narradora está haciendo un ejercicio de invención, porque está ordenando todos esos recuerdos y sentimientos para salvarse. P ero en el fondo también es un autoengaño, una forma de superar todas las heridas".



Escribir comporta una responsabilidad porque esa es la versión de la realidad que va a trascender"

Heridas que deben estar cerradas a la hora de abordar una narración de este tipo, que si bien no es autobiográfica, comparte muchas de las experiencias de la autora, lo que hace difícil establecer esa fina línea que evita que se mezclen intimidad y generalidad. "Escribir comporta una responsabilidad porque esa es la versión de la realidad que va a trascender. Mis novelas son muy autobiográficas, pero tienen una voluntad de retratar una sociedad a través de lo individual", defiende. "Creo que la literatura justamente está en la distancia. Tú escribes para ordenar tus ideas, pero eso no es literatura, está demasiado próximo a ti y a la realidad. Si hubiera escrito esta novela en 2007, estaría demasiado cerca del monstruo, y el monstruo me comería", reflexiona la escritora. "En cambio, con diez años de distancia estoy hablando de fantasmas. Y el fantasma reaparece y da miedo, pero no hace daño. Creo que el juego literario consiste en encontrar la distancia adecuada, que es lo más difícil y a la vez lo más interesante".



El SOS del periodismo

En medio de ese lamento por lo que pudo haber sido y lo que es, Ramis incluye la gran crisis que pervirtió al periodismo, al que considera en peligro de muerte. "No hemos hecho nada, hemos sido todos muy indolentes. Todos los actores del periodismo, desde los que ponen el dinero hasta los que lo consumen lo hemos hecho mal y no hemos reaccionado en el momento justo", diagnostica. "Hoy en día tenemos los medios para hacer el mejor periodismo de la historia, pero hemos perdido el prestigio, por lo que nadie quiere invertir y no hay dinero, con lo cual se genera la confusión de que la información es gratis y de que cualquiera puede ser periodista".



Esos males pueden rastrearse también en ese ubicuo 2007, en el que "aun no había Twitter ni se hablaba de posverdad", recuerda la escritora, que afirma que la crisis comenzó con la gente que comentaba las noticias web, "porque bajo una misma cabecera, se mezclaba gente que respeta un código deontológico con otra que muchas veces ni siquiera firma con su nombre". Y apunta a los propios medios como cómplices "porque utilizan los vídeos u opiniones de la gente en redes, informaciones gratuitas sin contextualizar ni contrastar. Eso no es periodismo". Por ello cree que "somos responsables de volver a recuperar esa necesidad de periodismo en la gente, porque sin periodismo no hay democracia. Si conseguimos eso la gente volverá a pagar, se suscribirá y desechará la información adulterada y los exabruptos de opinión propios de la actualidad".