A comienzos del verano pasado, recibía el poeta Joan Margarit (Sanahuja, Lérida, 1938) el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, quizá el galardón más importante en este ámbito, en cuyo fallo el jurado destacaba la calidad de su poesía y la fuerza lírica de su lengua catalana. "Soy el primer español que lo gana en 15 años y ni a los catalanes les ha interesado nada, ni a los castellanos tampoco. Ha pasado absolutamente desapercibido", se lamenta el poeta, que utiliza esta historia para eludir hablar de la espinosa cuestión catalana. "Yo sigo mi propio camino, que en general me cuesta mis peajes, tanto aquí, en Madrid, como allí". Claras han sido sus frases de los últimos meses, cuando ha asegurado que cada vez es "más partidario de la inteligencia y menos de los sentimientos" o que nunca ha visto "ninguna independencia que no se haya hecho sin muertos".
Política aparte, la noticia es que la editorial Austral reedita las obras completas de Margarit, Todos los poemas. (1975-2015), que incluyen hasta su penúltimo poemario, Amar es dónde. "El día que este libro en constante crecimiento incluya mi último trabajo es porque me habré muerto", bromea. Con motivo de esto y de su 80 cumpleaños, charlamos en la madrileña Residencia de Estudiantes con un poeta de hondura humana y espiritual que afronta la vejez con "naturalidad, libertad y contentamiento", que es incapaz de olvidar, aunque "ya sin sufrir", el mundo que dejará atrás, y que todavía hoy pretende rebuscar en su infancia el origen de una obsesión que le ha acompañado toda la vida, la poesía. Algo que hará en unas memorias fechadas para el próximo otoño, que huyen de la anécdota, y en las que pretende encontrar la raíz de por qué escribe poemas.
Pregunta.- A punto cumplir una edad tan redonda toca echar la vista atrás, ¿cómo se ve la vida desde la altura de los 80 años?
Respuesta.- No se ve muy diferente, las edades en realidad son todas iguales. No imagines que a los 80 se ven grandes terrazas con unas vistas impresionantes. Pero sí aumenta el sentido común y se relativizan cosas como la muerte y todo ese guiñol que la rodea. La vida no sabe nada de todo esto, un día se acaba y adiós. A esta edad no hay teatro, el teatro se monta a lo largo de la etapa central de la vida, la que yo llamo siempre "la etapa del lío". Es un lío necesario en el que te has de creer todo: la política, la importancia de hacer una cosa y no otra, las leyes, las ideas... son verdaderas sandeces, pero sandeces necesarias, imperativos para vivir en sociedad y que la especie se perpetúe. Pero en la vejez ya sabemos de qué va todo, estas cosas se ven y se comprenden, pero no se participa de ellas, uno marca su distancia, y se está muy bien ahí. Sabiendo que se acaba, claro, si no sería terrorífico también.
"La vejez no me permite ver profundidades que no hubiera visto antes. Lo que aporta es tolerancia y sentido común"
P.- Esto en cuanto a la vida, pero ¿a nivel poético cómo ve este paso de los años, influye en lo que escribe y en cómo escribe?
R.- No, no hay ningún cambio más allá del evidente, porque claro que influye, como también influye la potencia de la juventud y de la sensualidad a los 21 años. Te llega un chiquillo de esa edad y lo primero que te enseña son poemas de amor hasta que le dices: "déjalo ya, tranquilo. Mastúrbate, y escribe de otra cosa". Pero no puede, porque está en un momento en el que aquello es su vida. Y ciertos temas, como la vejez, son en este momento los míos, porque están acordes con lo que es mi vida. Pero no tiene ninguna significación especial, no voy a ver profundidades que no haya visto antes. Tengo mi visión de siempre, pero como ya he visto muchas cosas, simplemente las tengo mejor clasificadas que cuando tenía 20 años.
P.- Precisamente la vejez, es el tema central en sus últimos poemarios, especialmente en su última obra, Un asombroso invierno, ¿qué le asombra hoy del invierno de la vida?
R.- Me asombra en primer lugar estar aquí, además en buenas condiciones. Estar aquí habiendo perdido muchas cosas, pero no las suficientes como para desvanecerme. Por lo tanto, poder hacer frente a esta pérdida, porque a su vez hay ganancia, que consiste en un aumento de lo que yo llamaría buenas cualidades: la tolerancia y el contentamiento, que no se parece en nada al conformismo.
P.- Últimamente se habla sobre el envejecimiento de la sociedad y la repercusión que esto tendrá a todos los niveles, desde la economía a la política. ¿Qué puede tener de positivo y negativo ser una sociedad más longeva?
R.- Creo que el mayor problema que tenemos hoy en día y tendremos en los próximos años no es de longevidad, sino de cultura. Hasta donde sabemos hay dos extremos de sociedad, dictadura y democracia. Los regímenes políticos tienen unas exigencias durísimas para ser constituidos. Si quieres una dictadura, necesitas un ejército y una policía de cojones al servicio de un núcleo muy cerrado de poder. Sin esto no hay dictadura. Ahora bien, si nos vamos a la democracia, la pregunta es: ¿se puede armar una democracia con población inculta y analfabeta funcional? Esa es la pregunta que debemos plantearnos ahora. Tenemos una clase política muy ligada al gran poder económico, y que no parece que apueste en absoluto por la cultura.
El que tiene mi edad y sufre por la sociedad o es un mentiroso o no ha entendido de qué va el tema"
Éste, insiste Maragrit, es un debate que no se escucha, ahogado por temas como los salarios. "Pero si dentro de unos años ya no habrá trabajo para todos y el salario tendrá que resolverse como en Un mundo feliz de Huxley", especula. Para el poeta, quizá ya estemos ahí, "en un punto de incapacidad de la gente para escoger de qué forma quiere vivir, y lo que deberíamos es plantearnos volver durante unos años al despotismo ilustrado para levantar un poco las escuelas". Pero a pesar de su desencanto con una política ineficaz y despreocupada el poeta asegura no sufrir ya con estos temas. "Ya no sufro, que es el gran regalo de la edad. El que tiene mis años y sufre o es un mentiroso o no ha entendido de qué va el tema", ironiza.
P.- Asegura que la vejez da la libertad de que no existe un después, una edad posterior que juzgue. Desde esta premisa, ¿cómo es su relación con el presente?
R.- Es la única edad que sabe que no será juzgada. Mi relación con el presente es como debe ser. Cuanto menos futuro hay, más poder tiene el presente. De joven, cuando tienes todo el futuro del mundo el presente no vale de nada, te pasas el día proyectando lo que harás. Eso no existe para mí. Si me apuran mucho, hago planes para esta noche. Pero pensar por ejemplo en el verano que viene, al revés, me pone muy nervioso. No quiero perder tiempo hablando de un momento en el que a lo mejor ni existo. Todo esto es muy tranquilizador.
P.- ¿Y su relación con la memoria, material que nutre muchos de sus poemas?
R.- La memoria es siempre investigación, porque el recuerdo nunca acabas de interpretarlo. Por ejemplo, publicaré ahora en septiembre un libro de mis memorias de infancia, adolescencia y primera juventud, pero no para recordar si fui a tal sitio o hice tal o cual cosa. Es una especie de intento de contestar a una pregunta muy simple: ¿de dónde salen mis poemas? O, dicho de otra manera, ¿por qué yo he escrito esos poemas y no otros? No tengo más que un sitio donde buscar. En el lío no, ahí ya todo serán mentiras o anécdotas, y yo quiero buscar la verdad.
P.- Defiende que el poeta, a diferencia de otro tipo de escritores, debe hablar solo de lo que tiene en su interior, ¿por qué entiende la poesía como autobiográfica?
R.- En el poeta es verdad del todo cuando lo que hay en los poemas está sacado de aquí dentro, no puedo sacar cosas de fuera, hacer un poema sobre este árbol de aquí. Si este árbol sale en mi poema es porque se ha metido en mi interior y ahí lo he descubierto, no allá fuera. El poema debe salir de las cosas que uno tiene en su intimidad, que son millones, la mayor parte porquerías, guarradas, estupideces, tonterías… De ahí se han de buscar esas perlas universales. El artista es quien tiene inspiración, la capacidad que no tiene todo el mundo de, mirando todo ese vasto interior, encontrar ahí el poema. Pero tiene que ser dentro, buscar fuera vale para las novelas, pero ¿qué tiene que ver la poesía con la prosa? La poesía no es de letras ni de ciencias, si se parece a algo es más bien a la música, está en otro territorio. Pero como su fin es las palabras se la empaqueta con la literatura.
"¿Existe en la historia un solo gran poeta que haya escrito en una lengua que no sea la materna? No. Ese fue mi gran error"
P.- A la hora de crear poesía, sufrió un cambio de idioma trascendental a lo largo de su trayectoria. ¿Cómo fue el tránsito de su lengua cultural, el castellano, a la materna, el catalán, y cómo influyó esto en su escritura?
R.- Fue un cambio dramático, porque tuve veinte años de parálisis casi total. Siguiendo el símil de antes, me costaba extraer esa perla, sacarla en palabras, porque yo quería hacerlo en castellano, la lengua de cultura que me impuso el franquismo. A los 20 años hacía un silogismo bárbaro: "¿La poesía es cultura? Sí. ¿La cultura tiene una lengua? Sí, el castellano. Bien, pues escribiré mis poemas en castellano". Estaba cometiendo el error del siglo. ¿Existe en la historia un solo gran poeta que haya escrito en una lengua que no sea la materna? No. El día que me pasé al catalán habían pasado 20 años y cuatro libros en castellano. Aún haría otros ocho en catalán donde me perdería en el entusiasmo y la emoción por el nuevo léxico. Hasta que me serené, y desde entonces ya sí empieza la primera página de estas obras completas. Lo que tiene su parte buena, porque me libra de una cosa que es un coñazo en este tipo de libros: la poesía de juventud.
Además del tránsito lingüístico, Margarit también sufrió una paulatina evolución en su manera de definir y sentir la poesía. Primero, la entendió como verdad y luego, como belleza. Hoy asegura que ambos conceptos no se deben confundir, pero que ambos deben estar en el poema. "Para mí el poema es aquello que no ha entendido nadie y que se acerca mucho a lo que en teoría de la información llaman caja negra. Es un lugar donde llega una información conocida que entra directa y después sale completamente transformada, mucho más completa", explica. Lo que pasa dentro de esa caja no lo sabe nadie, ni el crítico ni el lector ni el propio poeta, pero si entras jodido te consuela y quita la tristeza. Eso es leer un poema, meterse en la caja negra. ¿Por qué camino te consuela? Por el de encontrarte a ti mismo, el poema es un espejo, es aquello que le mandas a alguien desconocido que está a 10.000 kilómetros y tiene 30 años menos que tú y al leerlo dice: 'coño, soy yo'. Y misteriosamente, cuando uno puede decir 'soy yo' es feliz".
P.- Dentro de sus obras completas, ¿qué libro le recomendaría a alguien que nunca haya leído a Joan Margarit para iniciarse en su poesía?
R.- Joana, porque es un libro que encierra la idea del riesgo y la dureza de una cosa que aparentemente es fácil y cómoda, como es un libro de poemas. Cuando yo supe que mi hija moriría, que los siguientes meses simplemente iba a vivir esto, me encaré con la poesía y dije, "si hasta ahora me has servido, o lo hace en estas condiciones o nunca más escribo una sola palabra". Lo cual quiere decir que me dispuse a sobrevivir escribiendo no unas memorias o un dietario, sino un libro de poemas, es decir, hice lo que todos los poetas dicen que no se puede hacer: escribir en caliente un poema sobre un tema así. A mí no me interesaba lo que no pudiera escribir en caliente.