Ejemplar de The Kabbalah, de Christian D. Ginsburg, en la biblioteca de Borges. Foto: Javier Agustí
Somos aquello que leemos. O que no leemos. Los libros, nuestros libros, nos definen. También el modo en que los atesoramos. Cuenta la viuda de Borges, María Kodama, que el escritor guardaba sus lecturas en las estanterías de manera arbitraria y por orden de lectura. "Ese era su orden", explica durante un acto de presentación de La biblioteca de Borges de Fernando Flores Maio en Casa América. No seguía una lógica temática o de procedencia. No había orden alfabético o por autor. "No. Los ordenaba según los leía o según le habían interesado. Como tenía una memoria impresionante sabía dónde estaba cada cosa y cómo indicar a cualquiera para que lo localizara enseguida". De hecho, cuando la escritora lo conoció, Borges ya no podía ver pero "recordaba donde estaba cada uno de los ejemplares", incluso lo que estaba escrito en algunos de ellos. "Lo recordaba perfectamente bien".Ella es, desde la muerte del escritor, la responsable del legado de su biblioteca personal. "Yo no sabía que yo había quedado a cargo de su biblioteca. Me enteré, de hecho, cuando Borges partió", confiesa. En total, llegó a acumular un total de 2.000 volúmenes, ahora custodiados por la Fundación que lleva su nombre, la mayoría, "no de literatura, sino de filosofía y religión", matiza el propio Flores Maio. "Hacer un trabajo con estos dos mil libros", ha sido "una tarea muy difícil", reconoce el autor de La biblioteca de Borges, cuya selección de obras y fotografías que aparecen en el libro, supone apenas el 5 por ciento de los títulos que pertenecen a la Fundación Borges.
"Lo que hemos querido ha sido tomar algunos libros que de alguna manera Borges va citando a lo largo de su obra", analiza. Se trata, este por tanto, de un volumen que reúne las imágenes de estos textos, de la mano del fotógrafo Javier Agustí, y que incluyen algunas de las anotaciones del autor de El Alpeh. "Lo que aportan estas notas a cada uno será de una forma diferente -interviene Kodama-. A él le aportaron la posibilidad de perfeccionar lo que él escribía a partir de lo que él veía como error o como gran belleza".
Notas de Borges en una Biblia. Foto: Javier Agustí
Sobre la importancia de la lectura, coincide su viuda, que accedió a la publicación de esta obra porque le pareció "muy interesante que la gente también pudiera tener acceso a los libros que más le gustaban a Borges". Ese, precisamente, era uno de sus deseos. "Hacer que la gente se interesara, no por su obra, con la que él era sumamente exigente y vivió corrigiéndola todo el tiempo. En cambio, él realmente se sentía bien y disfrutaba leyendo a otros escritores y quería ofrecer la oportunidad de conocer esos textos que le habían dado tanto placer a otros lectores".
Se refiere a autores, la mayoría de ellos de origen inglés o norteamericano, aunque también españoles, franceses o italianos. Nombres propios como Kipling, John Donne, William Blake, Bernard Shaw, T. S. Eliot, Almafuerte, Enrique Banchs, Dante, Kafka, Homero, Virgilio o Sarmiento. "Estos libros pertenecían a la casa de su abuela inglesa -explica la propia Kodama en el prólogo de la obra-, y desde muy pequeño estaba familiarizado con ellos". De ella, no obstante, se desprende la ausencia de escritores contemporáneos. "Él no leía autores nuevos. No podía leer por él mismo, lo que le interesaba era releer".
Crítica con su obra y completamente honesta, Kodama, que destaca de Borges su sentido del humor, su inteligencia y la facilidad que tenía en la palabra, opina que lo realmente fascinante de El Aleph es la descripción. "Lo demás me parece muy banal", afirma. Según ella, si tuviera que elegir un solo relato de toda la obra de Borges, sería Las ruinas circulares. "Yo tenía diez años cuando lo leí por primera vez. No recordaba el nombre del autor. Lo leí hasta el final sin entender intelectualmente nada pero sentí una fuerza tan grande que hasta día de hoy yo digo que la Fundación la fundé porque él había escrito Las ruinas circulares".
@mailouti