Hermann Hesse
Un puñado de novelas convirtió a Hermann Hesse en referente literario y moral del siglo XX. Ahora la editorial Navona refresca una de las caras más brillantes del escritor, la de cuentista, publicando por primera vez en español Pequeño mundo, una colección de relatos inspirados en el pueblo donde el autor pasó su infancia.
Pero sin abundar en su obra novelística, en la que habría que incluir, por lo menos, Bajo las ruedas, Demian y El juego de los abalorios (en buena parte culpable de que recibiera el Nobel de Literatura en 1946), la completa paleta artística de Hesse (que también fue poeta, pintor, e incluso compuso una ópera hacia el final de su vida) alcanza un punto brillante en sus cuentos, distribuidos en diversos volúmenes escritos durante más de cuatro décadas. Es el caso de Pequeño mundo (Navona), una colección de siete relatos inéditos en español ambientados en un ficticio pueblo de la Selva Negra, trasunto del lugar donde el autor pasó su infancia, en la histórica región de Suabia, hoy el estado alemán de Baden-Württemberg.
Si ya es aventurado buscar características comunes en la obra general de un autor tan complejo y plural como Hesse, cuya literatura se encuentra a caballo entre el romanticismo del XIX y todas las corrientes rupturistas del XX y tuvo tres etapas de evolución, más atrevido es aún hacerlo con sus cuentos, por donde desfilan todas las inquietudes y obsesiones, y no son pocas, que atraviesan sus obras de mayor extensión. Sin embargo, en estos siete cuentos, independientes entre sí, existe un cierto denominador común en la importancia del protagonista, reflejo de una de las obsesiones del autor: narrar los conflictos del individuo para construir y preservar su identidad, sin sucumbir al dogmatismo político o religioso y sin caer en un nihilismo autodestructivo muy lejano de su ética espiritual. En Pequeño mundo Hesse dispone una galería de personajes casi diametralmente opuestos y escarba en sus vidas o en hechos puntuales de éstas para extraer una moraleja, una especie de muestrario de las esencias humanas.
De este modo, en esta serie de relatos encontramos personajes que no encajan en el mundo convencional y que buscan o yerran su verdadera vocación, una de las mayores obsesiones del autor, que dio la espalda a la tradición misionera y teológica de su familia. Las páginas de este libro las pueblan un tímido vendedor de lencería ("El compromiso"), un aprendiz de notario con vocación de peluquero ("Ladidel"), un comerciante que no termina de acomodarse en su estrecho pueblo de origen ("El retorno"), otro comerciante que tras haber prometido a su padre seguir su oficio, descubre pasados los cuarenta años que carece por completo de la vocación e inclinación por el comercio ("Walter Kömpff"), un introvertido e ingenuo joven británico, misionero cristiano, que viaja a la India y descubre su falta de vocación para cumplir su papel misionero ("Roberto Aghion"), un malcriado ladronzuelo ("Emil Kolb"), un joven crítico de arte que pierde por un tiempo su camino absorbido por una concepción superficial de la utopía teologógica tolstoiana ("El reformador del mundo"). Algunos de los personajes tienen suerte y encuentran su vocación y su camino, otros lo pierden para siempre.
Nostalgia de un pequeño mundo
Pequeño pueblo suabo como el que ambienta los realtos de Hesse
A pesar de estar publicado a comienzos de los años 30, cuando ya Hesse estaba inmerso en la etapa final de su escritura, caracterizada por su absoluta independencia y su entrega a la fantasía como soporte de la realidad, Pequeño mundo puede verse como una vuelta nostálgica a su primera literatura, plagada de componentes autobiográficos y autorreferenciales. Además de en el cuento del misionero sin fe, una experiencia personal del escritor, que era descendiente de misioneros protestantes por ambas ramas familiares, este regreso a planteamientos previos se advierte en el tono y los temas, que discurren por los derroteros transitados a finales de la Primera Guerra Mundial en una de las grandes crisis del escritor, la que daría origen a Demian. Hesse plantea aquí, en un ejercicio de memoria, la estrechez de miras de la moral burguesa, fuente de conflicto para muchos de los protagonistas, y la lucha entre pragmatismo e idealismo, conceptos ambos candentes entonces, pero superados tras los años 20 y el fin del elitismo, la fe en la razón y el individualismo que propició el periodo de entreguerras.Tampoco es casual que el título de este libro sea Pequeño mundo. El título alude a una frase de Goethe que dice que cada persona es como un pequeño mundo. De esta forma Hesse rendía homenaje al maestro por excelencia de las letras germanas, cuyo Wilhelm Meister le estaba sirviendo de modelo en la escritura de su obra maestra, El juego de los abalorios; y además reafirmaba una de las grandes constantes de su obra y leitmotiv de El lobo estepario, que todos nosotros llevamos dentro de nuestro pequeño mundo una auténtica república de individuos.
Pero volviendo a la nostalgia, esa mirada un poco inocente al pasado es lógica en un hombre de férrea independencia moral y política que en 1933 observaba con preocupación la toma de poder de los nazis en Alemania. Si ya en 1912 el poeta abandonó la Alemania militante y fanática del emperador Guillermo II y desde Suiza nunca se dejó tentar por los cantos de sirena de la ambigua República de Weimar, también supo ver venir desde lejos lo que supondría para el país el credo de Hitler. Ese mismo año de 1933, amigos como Bertolt Brecht y Thomas Mann estuvieron en su casa durante sus viajes al exilio. Hesse intentó, a su manera, oponerse a la evolución de Alemania manifestándose en sus reseñas periodísticas más enérgicamente en favor de autores judíos o perseguidos por los nazis. Desgraciadamente, desde mediados los años treinta, ningún periódico alemán se arriesgó a publicar artículos suyos. Así que, una vez más, el escritor halló en su mente y en su creatividad, en este caso huyendo al mundo de su infancia, el refugio espiritual que le negaba la realidad.