Olivier Guez
Autor de cinco ensayos y dos novelas, Olivier Guez (Estrasburgo, 1974) es de la opinión de que cuando uno decide consagrar la vida profesional a la escritura es algo tan fuerte que no se puede hacer otra cosa. "En el fondo es totalmente irracional pasar meses enteros solo delante de una hoja de papel o un ordenador, no tiene sentido, pero es tan fuerte la sensación que no se puede vivir de otra forma. Hay que contar historias", confiesa en una entrevista concedida a El Cultural.Historias como la de La desaparición de Josef Mengele (Tusquets) que acaba de publicar en España. Éxito de crítica y público en Francia, el libro fue galardonado con el Premio Renaudot en 2017, algo que, en sus palabras, sirvió para abrirle las puertas de los círculos aristocráticos franceses. En él, el autor francés recrea la vida clandestina del llamado Ángel de la Muerte de Auschwitz que, conocido por sus sádicos experimentos con niños y su responsabilidad en enviar a cientos de miles de judíos a la cámara de gas, vivió sin ser detenido ni juzgado, entre Buenos Aires y Brasil hasta su muerte en 1979 en una favela.
Pregunta.- No es la primera vez que escribe sobre este tema, en 2015 ya se aventuró con el guion de El caso Fritz Bauer sobre el fiscal que persiguió a numerosos nazis, con La desaparición de Josef Mengele ahora se pone del otro lado, ¿qué le motivó a este cambio?No porque uno escriba que Mengele es un monstruo hemos avanzado mucho. El término 'monstruo' no sirve de nada"
Respuesta.- Hace doce años abordé un ciclo sobre la posguerra europea. Empezó con un libro sobre la historia de los judíos en Alemania desde la guerra, donde me planteé por qué las víctimas habían decidido quedarse, volver o instalarse en ese país. Continuó después con la película de Flitz Bauer donde contaba la historia de ese fiscal que es el punto de inflexión entre dos mundos. El primer mundo es el del primer libro. Cuando digo que Bauer es el punto de inflexión entre esos dos mundos es que por su historia pertenece a los judíos de Alemania, pero por su trabajo, trabaja en la parte oscura de esta historia, es decir, en el destino de los criminales durante la posguerra. Así empecé a tener ganas de trabajar sobre el personaje de Mengele. Luego hubo una serie de coincidencias. Pero en el fondo todo eso responde a una única pregunta, a una misma preocupación. Cómo un continente, cómo una sociedad se recupera o vive después de una ruptura de la civilización de tal calibre. Y esas preguntas se aplican por igual a las víctimas y a los asesinos. En este sentido, Mengele es el criminal emblemático de esta historia.
P.- ¿Cómo se planteó la construcción de su personaje?
R.- Lecturas, lecturas, lecturas.... Además de un conocimiento íntimo con estas historias desde hace tiempo, desde hace más de una década, doce o trece años. Por otro lado el trabajo que realicé sobre la película también ayudó. ¿Qué es lo que hace que una película sea una buena película histórica? Que lo que se vea en la pantalla parezca real. Hay que evitar el kitsch, hay que evitar lo que hizo George Clooney en Good night, good luck. Esa especie de adoración adolescente de los americanos por los cigarrillos condecorados muy relamidos para mí es muy kitsch. Y el hecho de haber trabajado sobre la puesta en escena, de asistir al rodaje, a la preparación de la película, me hizo sentir casi los colores, la materia, el perfil psicológico de los personajes del libro. Además tenía los recuerdos de infancia, puesto que son las historias que cruzan nuestra modernidad. Una historia que empieza a finales de los años 40 y que se extiende hasta los años 80 o 90. Por lo tanto ese mundo lo he conocido, era niño pero lo he conocido. Ha pasado mucho tiempo para encontrar la distancia para contar esas historias.
P.- ¿No temió que al escribir sobre él llegara a humanizar al personaje?
R.- No, porque cuando uno lee una novela policiaca el asesino es un hombre o una mujer. No se trata de humanizar nada, sino de contar su historia. No porque uno escriba que Josef Mengele es un monstruo hemos avanzado mucho. Incluso creo que el término de monstruo no sirve de nada, no se entiende.
P.- De hecho, se han escrito varios libros ya sobre Mengele e incluso Gregory Peck lo interpretó en Los niños de Brasil, ¿qué novedades aporta La desaparición de Josef Mengele a su historia?
R.- Creo que, en relación al lector que tiene una idea de quién era Mengele, rompe con el mito de Mengele. A menudo tendemos a sentirnos fascinados por el mal, el mal absoluto. En este sentido, se han contado muchas tonterías sobre él, presentado como un criminal superpotente, ultra poderoso. El libro muestra que eso son tonterías. Era un hombre como la mayoría de nosotros. Mucho más egocéntrico, cobarde y débil que la mayor parte de nosotros. Por lo tanto esa empresa de desmitificación posiblemente es lo que el libro aporta además de todos los detalles históricos.
El objetivo del libro es contar la historia de Mengele después de Mengele"
R.- El principio fue difícil porque no soy historiador. No es mi vida cotidiana y la medicina nazi menos todavía. Pero después se producen anticuerpos. Uno se protege. Se desarrolla una barrera de forma natural. Por ejemplo, los historiadores que trabajan con las grandes purgas estalinianas, el gulag u otros genocidios; los médicos que trabajan con condenados a muerte o médicos forenses, también ven cosas horrorosas en su vida pero se hacen una barrera, si no sería imposible. En cierta forma es lo que me ocurrió a mí también. Ya no sueño con Mengele, pero bueno, es algo que me ocurría al principio.
P.- ¿Descubrió algo de él que le sorprendiera especialmente?
R.- Sí, su pequeñez. Su mediocridad. Todo gira en torno a su pequeño ego de principio a fin. Incluso lo que hizo en Auschwitz gira en torno a sus pequeñas ambiciones personales. En Latinoamérica igual. Durante veinte años escribió un diario donde solo hablaba de él, de sus sufrimientos, de su ombligo, de su soledad, de su injusticia, etc. Solo existe él en el mundo. No corresponde para nada con la imagen del Ángel de la Muerte que nos han querido vender durante décadas.
P.- ¿Hay algo de consuelo en pensar que su final resultó patético?
R.- Es una forma de consuelo probablemente pero no creo que sea el tema. Lo auténtico, el meollo de la cuestión, el objetivo del libro, es contar la historia de Mengele después de Mengele. Si me consuelo o no poco importa. Lo que es interesante, en mi opinión, es que el lector se plantee la pregunta de si fue castigado o no, si sufrió o si tuvo suerte. Creo que después de leer el libro cada uno se forja su opinión. Y en eso creo que consiste la literatura. No es un ensayo. Yo cuento las cosas tal y como ocurrieron. Pero cada lector luego saca sus conclusiones, con estas cuestiones y otras. Eso es lo interesante en mi opinión. Es contar la historia tal y cómo ocurrió, no como nos hubiera gustado que hubiese ocurrido.
P.- Ya que lo comenta, La desaparición de Josef Mengele no es un ensayo, pero sí una novela basada en hechos reales, ¿cuánto hay de ficción?
R.- La parte de ficción es un trabajo de puesta en escena. Tengo la información pero no los detalles. La relación con la húngara, por ejemplo. Cómo, cuándo, cuánto tiempo, no lo sé. Sin embargo, en función a la información que tengo y puesto que es una información importante, pongo en escena cómo era, cómo se desarrolla. No sé si estaba enfermo o no, ni cómo se acostaron, poco importa, pero el lector tiene que saber que hubo una relación de este tipo. Por otro lado, las grandes etapas históricas las respeto.
P.- Escribe que el hombre es una criatura maleable, ¿hay que desconfiar de los hombres?La forma en que Truman Capote cuenta la historia de 'A sangre fría' para mí es una auténtica fuente de inspiración"
R.- Creo que hay que ser lúcido. La historia demuestra que el ser humano es capaz de las cosas más extraordinarias y más abyectas, y lo tenemos todos, en mi opinión, dentro. Creo que el genio absoluto de El Bosco, en el que nunca he dejado de pensar, es el tríptico del paraíso, el purgatorio y el infierno, donde cuenta la historia de la humanidad. Todos, absolutamente todos, tenemos esas tres partes en nosotros, en nuestra vida cotidiana, que es ese purgatorio. Somos capaces de las cosas más sublimes y de las más infernales. Con mirar un periódico todos los días, vemos que eso ocurre constantemente y, por lo tanto, hay que estar atentos, hay que tener una cierta desconfianza. El ejemplo de Mengele es universal, porque es un hombre sin cualidades particulares, que pertenece a la buena burguesía, con estudios, al que le gusta la música clásica, la literatura y que, sin embargo, unos años más tarde va a llevar a 400.000 personas a la cámara de gas, haciendo además experimentos terribles con niños. Ese es el por qué de esa frase.
P.- ¿Tuvo algún referente literario a la hora de abordar su escritura?
R.- Para este libro el más importante fue A sangre fría de Truman Capote. Su método de narración es un modelo absoluto porque reúne una información gigantesca, tiene acceso al asesino, hace una gran obra literaria que se ha convertido en un clásico de la literatura del siglo XX. La forma en la que cuenta esa historia para mí es una auténtica fuente de inspiración. Luego en cuanto al ritmo, en el libro no hay diálogos. Me gustan mucho los relatos de escritura indirecta, como la de Thomas Bernhard, porque crea una música. Esa especie de rito, de fluir del discurso indirecto, crea una atmósfera muy particular. Para un hombre que está solo la mayor parte del tiempo y que de hecho le da vueltas constantemente a la cabeza, me parecía que correspondía a su estado de ánimo.
P.- Pero no solo hubo referencias literarias, también las hay cinematográficas, ¿no?
R.- Sí, en concreto la película de Werner Herzog, La cólera de Dios, que cuenta la historia de un conquistador al que al final se lo traga la jungla. Mengele también es tragado por la jungla. Este libro podría haberse llamado también Mengele o la cólera de Dios. El corazón de las tinieblas ya estaba cogido como título. No es un modelo porque la historia no tiene nada que ver, pero lo leí mientras preparaba el libro y Conrad logra que vaya aumentando la atmósfera, cada vez más sofocante, ese calor... Creo que ha tenido una influencia en un medio que se parece, tropical, salvaje.
P.- ¿Y cree que habrá paz para los malvados?
R.- No lo sé porque no he cometido ningún crimen. Pero desde mi punto de vista, o el criminal tiene remordimientos, ahí no hay paz, o tiene miedo a ser atrapado como Mengele, y tampoco hay paz. Un auténtico criminal que no tiene ni arrepiento ni miedo de ser atrapado es muy poco frecuente. Exisitirá, me imagino, pero es muy raro. Pero déjame añadir una última cosa sobre el perdón. El otro día hablé de ello en una entrevista. Me dijeron, yo no soy especialista en estas cuestiones, que Jackes Derrida considera que se puede perdonar, y Jankélévitch piensa que se puede perdonar solo si el criminal pide perdón. Yo estoy de acuerdo con Jankélévitch, claramente.
@mailouti