Paul Theroux
J. P. (Jay) Justus, el narrador de esta extensa y laboriosa obra, empieza relatando, con una sonrisa y un gesto de satisfacción, la historia que su madre le contó cuando era niño. Érase una vez un hombre condenado a la horca. Como último deseo pidió hablar con su madre. La mujer fue conducida al pie del patíbulo, donde se encontraba su hijo esposado. En vez de dirigirle la palabra, éste le arrancó un trozo de la oreja de un mordisco, lo escupió y gritó: “¡Por tu culpa estoy aquí, a punto de morir!” Lo que sigue a esta fábula son unas 650 páginas en las que Justus no solo muerde la oreja de su madre, sino también las de seis de sus hermanos. Únicamente Ángela, la séptima, se libra por una buena razón: lleva más de cuarenta años muerta. En la novela abundan los mordiscos a las orejas, y hacia el final de este ejercicio de arrogancia egocéntrica y autocompasión, es posible que el lector tenga la sensación de que su propia oreja ha sido brutalmente atacada. Todos los lectores autodidactas (es decir, la mayoría de nosotros) tienen lagunas en su historial. Así es también mi caso. He leído a Dickens y a Tólstoi, pero no a Austen; la mayor parte de Faulkner, pero poco de Hemingway (y me arrepentí); todo Philip Roth y, en cambio, nada de Bellow. Paul Theroux (Medford, Massachusetts, 1941) era una de mis lagunas, un prolífico escritor para el que siempre me había propuesto sacar tiempo. Y ahora que lo tengo, no es que lo lamente exactamente, pero me he quedado atónito y, aunque no sabía prácticamente nada de su vida, cuando llevaba leídas unas cien páginas de Tierra madre empecé a sospechar que lo que estaba leyendo no era tanto una novela como una especie de autobiografía disfrazada. Por ello me dirigí a internet en busca de similitudes.
El autor tiene un sentido del humor fabulosamente canalla. El 102 cumpleaños de la madre es desternillanteJay Justus es un escritor conocido sobre todo por sus libros de viajes, igual que Theroux. Jay estuvo casado dos veces y se divorció las dos. Theroux está divorciado y vuelto a casar. Ambos proceden de familias numerosas y resentidas, ambos fueron boy scouts, los padres de ambos eran vendedores, sus madres vivieron más de 100 años, y ambos se criaron en Massachusetts, de donde se han marchado muchas veces pero a donde siempre vuelven. Además, descubrí que no era ni mucho menos la primera vez que el autor escarbaba sin piedad en su familia. Ahí están algunas de sus anteriores obras. Nada nuevo en el mundo de las letras, si bien uno rara vez se topa con paralelismos como estos combinados con un juicio tan feroz. A pesar de todo, creo que puedo decir que me gustó. Como ocurre con algunas de las novelas más horripilantes de Thomas Hardy (me viene a la cabeza Jude el oscuro), leer Tierra madre es como ver chocar un coche a cámara lenta. Mientras avanzaba fatigosamente a través de la perifrástica lamentación de Jay sobre su despectiva, embaucadora, mentirosa y taimada madre (cuyo nombre nunca se menciona, es tan solo “Madre”) y sus traicioneros y desagradables hermanos, me venía una y otra vez a la mente el chiste que dice: “Aparte de eso, señora Lincoln, ¿qué le ha parecido la representación?” Eso me llevó a reflexionar sobre la delgada línea que separa el humor del horror. La cosa deja de ser graciosa en cuanto el afectado eres tú. La novela no cuenta una historia propiamente dicha, sino tan solo una situación. Sentada en su trono (un sillón de cuero del cuarto de estar), la madre talla pájaros, hace crucigramas y presume de buena salud. “¿Me oís quejarme de algo?”, pregunta cuando sus hijos comparan sus tratamientos médicos. “Yo no me quejo de nada”. Además, es un genio en el juego de los favoritos. “Nunca éramos más leales a Madre que cuando nos comportábamos con deslealtad entre nosotros”, cuenta Jay. El narrador se refiere a los hermanos como a una tribu salvaje que adoraba a una diosa a la que llevaban ofrendas. “Nos ganábamos su favor con regalos”. Theroux consigue contar una historia cuando no está ocupado con la necesidad de su narrador de ajustar viejas cuentas. Una de las mejores tiene que ver con el calzonazos de su padre, el vendedor, que se libera brevemente de la agobiante influencia de su mujer representando el papel del señor Bones en un espectáculo teatral caracterizado como un negro. En los ensayos se convierte en un hombre diferente, divertido y vagamente siniestro. “Cuando fanfarroneaba en el papel de esclavo cómico”, recuerda Jay,”se convertía a nuestros ojos en un amo aterrador”. La historia del señor Bones era nueva para mí, pero a muchos lectores de Theroux les resultará familiar, ya que había aparecido tanto en The New Yorker como en la recopilación homónima de cuentos del autor. Cuando Jay narra que su hermano mayor, Floyd, se hacía pis en la cama, la historia no es tan graciosa. (De nuevo la delgada línea entre el humor y el horror). “Años después seguía refiriéndose a ello con vergüenza y amargura”. “Antes de que llegasen los gritos de su madre acusándolo de haberlo vuelto a hacer ya estaba muerto de miedo”. Al final, la madre obliga a Floyd a dormir sobre un hule.
Con 'Tierra Madre' Theroux ofrece un ejercicio de ajuste de cuentas malintencionado y también una novela divertidaTodo lo que cuenta Jay en Tierra madre merece ser repetido al menos dos veces (o una docena). Una de esas repeticiones tiene que ver con lo que el narrador considera la singularidad de su familia: “Nunca he visto ningún grupo de gente tan enmarañado, tan rencoroso, como mi familia”. Sin embargo, seguramente muchos de nosotros sentiremos empatía, más que horror, cuando Madre amenaza a Floyd diciéndole que va a “ponerle el hule alrededor del cuello” y lo va a obligar a “llevarlo puesto al colegio”. La mayoría de los adultos, incluido el que escribe esta reseña, podemos recordar humillaciones parecidas de padres a los que se les había acabado la paciencia. De manera más sucinta, Philip Larkin sabía que “papá y mamá” te dejaban hecho polvo. “Puede que no fuese su intención, pero lo hacían”. Esto me recordó cómo la abuela de mi mujer me taladraba con la mirada cuando yo, que entonces era muy joven, entraba en su casa tambaleándome bajo el peso del equipaje y la parafernalia del bebé. “Si te metieses una escoba en el trasero” me informaba solícita, “podrías ir barriendo el suelo al pasar”. Floyd el meón (incluso cumplidos ya los sesenta y aquejado por otros males diversos, sus hermanos y sus hermanas nunca le permitieron olvidar su falta infantil) crece y se convierte en profesor universitario, poeta y crítico ocasional. En la línea de la tradicional hostilidad de la familia, acepta reseñar una de las novelas de su hermano Jay para la revista Boston y la destroza. El libro es “en el mejor de los casos, una lectura para la playa, un ladrillo para gustos medianamente cultos solo un escalón por encima de Judith Krantz [...], una burla del enano saltarín”, y su autor, un escritorzuelo “egocéntrico en busca de la fama”, etcétera, etcétera. Todo aparentemente en venganza porque Jay no le había contado que tenía una relación con una mujer y que le había regalado un anillo de compromiso. Tierra madre es un ejercicio de ajuste de cuentas malintencionado y también una novela divertida. La fiesta para celebrar el 90 cumpleaños de Madre solo es entretenida, pero la merienda campestre en la residencia donde celebra su 102 aniversario es desternillante, con los hijos ya ancianos lanzándose puyas en el argot del instituto. Cuando Jay llega a la fiesta, uno de ellos exclama: “Aquí está el gilipuertas”. Theroux tiene un sentido del humor fabulosamente canalla, que alcanza su apogeo cuando Jay describe la abominable cocina de Madre. “Todo lo que hacía Madre parecía comida para gatos, incluidas las manoplas que tejía, de manera que sus regalos sin excepción eran una especie de burla”. Mejor incluso -me río escribiéndolo- es la descripción de su sopa de guisantes, “tan espesa que un ratón podría haberla atravesado trotando”. ¿El estilo es suficiente por sí solo? ¿Leeremos esta diatriba de la extensión de la Biblia por su prosa? El lector tiene que decidirlo por sí mismo. En cuanto a mí, he disfrutado de Tierra madre en contra de mi voluntad. La familia de Jay no es ni mucho menos única y en muchos hogares se puede encontrar una versión de su embustera y calculadora madre. No obstante, en el libro también he descubierto un poco de mí mismo. Theroux acaba asesinando a todos sus personajes. Aun así, he disfrutado de la representación. © New York Times Book Review