Jo Nesbo. Foto: Penguin Random
En 1937, The New Yorker publicó The Macbeth Murder Mistery (El misterio del asesinato de Macbeth), de James Thurber. La historia trata de una ávida lectora de Agatha Christie que coge un ejemplar de bolsillo de Macbeth creyendo que es una novela policíaca. Pronto descubre que es una obra de teatro de Shakespeare, pero la historia ya le ha atrapado, y la lee como si fuese un relato de misterio. Tarda un poco en descubrir quién mató a Duncan tras haberse negado a creer en un primer momento que los responsables fuesen los Macbeth. “Son los principales sospechosos, desde luego, pero siempre resulta que de los que hay más sospechas no son los culpables o, en todo caso, no deberían serlo”. Su primer sospechoso fue Banquo, pero “claro, fue la segunda persona a la que mataron. Esa parte era muy acertada. La persona que crees que ha cometido el primer asesinato tiene que ser siempre la segunda víctima”. El relato es muy divertido y muy inteligente, puesto que en él Thurber muestra lo mucho que la tragedia de Shakespeare encaja en los perfiles de la ficción detectivesca. Thurber no fue el primero en establecer estas conexiones. Más de un siglo antes, en un brillante ensayo sobre la pieza teatral - “Sobre los golpes a la puerta en Macbeth”-, Thomas De Quincey había reflexionado sobre la profundidad con que Shakespeare captó la interconexión entre asesinato y suspense. A juzgar por las múltiples alusiones a Macbeth en las obras de Agatha Christie, P.D. James y otros autores de novelas policíacas, la obra del dramaturgo se puede considerar uno de los grandes predecesores del género, lo cual hace de Jo Nesbo, el aplaudido autor de suspense noruego, la elección ideal para actualizar la tragedia para Hogarth Shakespeare, una serie en la que diversos novelistas de éxito convierten las obras del clásico inglés en ficción contemporánea. Nesbo (Oslo, 1960) ha asegurado que se encuentra en terreno conocido, ya que, en su opinión, Macbeth es esencialmente “un relato de suspense que trata de la lucha por el poder” y se desarrolla “en un escenario criminal como de cine negro, sombrío y tormentoso, y en una mente humana oscura y paranoica”. Efectivamente, así es, si bien muchos rasgos de esta tragedia de 400 años no se adaptan fácilmente a las exigencias del suspense actual. Uno de los placeres de la lectura del libro consiste en ver cómo afronta Nesbo el formidable desafío de incorporar elementos de la obra teatral poco apropiados para una novela policíaca realista, en particular los sobrenaturales, como las brujas, las visiones y la misteriosa figura de Hécate.
Nesbo sitúa con acierto el drama de Shakespeare en el mundo de drogas y corrupción de finales del siglo XXLa decisión más importante para el escritor era dónde y cuándo ambientar la historia. El autor sigue a Shakespeare y la sitúa en Escocia, pero, en vez de retrotraernos al siglo XI, hace que se desarrolle a principios de la década de 1970. Aunque no da el nombre de la ciudad, diversos indicios apuntan a que se trata de Glasgow. Con esta elección, Nesbo indica cuáles eran sus ambiciones para la novela al darle un marcado acento social, así como una oportuna resonancia política. El Glasgow de aquella época era un lugar terriblemente lúgubre, no muy distinto de las zonas de Estados Unidos actualmente devastadas por la crisis de los opiáceos. La ciudad se tambaleaba por el alcoholismo, las amenazas medioambientales, las altas tasas de suicidio, la corrupción, la guerra entre bandas, la pérdida de puestos de trabajo en la industria y un significativo aumento de la drogadicción. La situación era tan grave que los historiadores hablan del “efecto Glasgow” para explicar por qué sus habitantes morían antes y sufrían más que los que vivían en lugares comparables. Crear un universo que permanezca fiel al original de Shakespeare y que, al mismo tiempo, resulte moderno y real es más difícil de lo que parece. Situar la historia del dramaturgo en un mundo de drogas, bandas y líderes municipales corruptos de finales del siglo XX proporciona una buena ventaja para resolver el problema. El “preparado” -término empleado para referirse a la droga que crea tanta adicción- constituye el centro de la novela de Nesbo y actúa eficazmente de puente entre el nebuloso mundo de las brujas de Shakespeare con su caldero y el de los modernos laboratorios de drogas. Al convertir la adicción en un elemento esencial de la trama, Nesbo consigue que la paranoia y las visiones alucinatorias, que ocupan un lugar clave en la pieza de Shakespeare, no solo sean creíbles, sino también significativas en un sentido contemporáneo. La guerra entre bandas es otro de los pilares de la reelaboración del noruego, y se adapta bien a la violencia extrema del original, en el que se describe y se representa una lucha feroz. En este peligroso mundo de lealtades siempre inestables y de ganancias ilícitas, es fácil volverse corrupto. Este es el sino del Macbeth de Nesbo. Al principio es un buen policía, pero no tarda en ansiar el ascenso y el poder, cuyos efectos son más adictivos que los de las drogas y el alcohol que atrapan a tantos en el universo de esta novela. En Macbeth, Shakespeare se muestra inusualmente parco a la hora de dar a conocer los antecedentes y las motivaciones de sus personajes. ¿Tuvo lady Macbeth un hijo que murió? ¿Quién sembró en la mente de Macbeth la idea de matar a Duncan? ¿Fueron las brujas, fue lady Macbeth, o quizá estuvo siempre latente en ella? ¿Por qué abandona Macduff a su familia? Nesbo indaga en lo que Shakespeare se reserva y, partiendo de una de las obras más enigmáticas del dramaturgo, se extiende sobre las circunstancias que llevaron a sus personajes a ese punto de sus vidas. Así, por ejemplo, tenemos una opinión muy diferente de Macbeth cuando imaginamos que pasó parte de su infancia en un orfanato. En cuanto a Duff (Macduff), nos cae más simpático cuando lo vemos desgarrado entre sus lealtades personales y las exigencias del corazón. El precio que Nesbo ha tenido que pagar por desarrollar estos antecedentes entrecruzados es que ha necesitado casi 450 páginas para conectarlos, a pesar de lo cual el ritmo de la novela rara vez decae. El autor tiene talento para utilizar los detalles triviales para definir un carácter. Por ejemplo, es de lo más lógico que Banquo tenga un viejo Volvo mientras que Malcolm prefiere un coche potente y llamativo, en concreto, un Chevelle de segunda mano.
Los personajes secundarios, como el demoníaco Seyton y Caithness (en este caso una mujer, y además enamorada de Duff), tienen más relevancia y son retratados vívidamente. Sorprendentemente, aunque la caracterización tanto de Macbeth como de su mujer, Lady, es muy gráfica, Nesbo no da a la pareja un largo pasado en común -se conocen hace solo unos años-, lo cual puede explicar por qué su relación transmite una sensación mucho menos intensa y eléctrica que en el original. El autor también saca partido de una ventaja sobre Shakespeare, al cual no le estuvo permitido escenificar la muerte violenta de un rey escocés durante el reinado de Jacobo de Escocia, al que acababan de intentar asesinar. El asesinato solamente se podía describir. De ahí que, al principio de la obra, Duncan muera fuera de escena, y que, en el acto final, Macbeth, su sucesor en el trono de Escocia, sufra un destino similar y también entre bastidores. Nesbo no trabaja con esta clase de limitaciones, y las escenas violentas son de las más memorables de la novela. El resultado es creativo y profundamente satisfactorio, en particular para los lectores familiarizados con la trama. Si bien aquí y allá encontramos ecos del lenguaje de Shakespeare, a Nesbo le interesa menos la textura verbal del original que adaptar el argumento y profundizar en los dilemas morales a los que se enfrentan sus personajes. Al final ofrece un Macbeth oscuro pero, en el fondo, esperanzador, adecuado para nuestros turbulentos tiempos, en los que “la lentitud de la democracia” tiene todas las de perder frente a los déspotas ávidos de poder que exigen lealtad sin límites a unos partidarios carentes de moral, y en los que los valientes tienen que aliarse para vencer a las fuerzas oscuras que amenazan con destruir el tejido social. © New York Times Book ReviewOscuro pero esperanzador, este