Luis Buñuel. Correspondencia escogida
Sólo cabe felicitarse, y con alborozo, por la aparición en Cátedra de Luis Buñuel. Correspondencia escogida, una contribución fundamental para el conocimiento de la vida y la obra del cineasta aragonés. Establezcamos, de momento, una mera radiografía cuantitativa para hacernos cargo de su magnitud: a lo largo de cerca de 800 páginas, el volumen recoge unas mil cartas -y notas, y postales, y tarjetas…-, en gran abundancia inéditas, entre Luis Buñuel y alrededor de doscientos corresponsales de todos los ámbitos, ordenadas cronológicamente entre 1909 y 1983.
El libro contiene ochenta y ocho ilustraciones -fotografías y documentos, no fotogramas- y un apretado índice de nombres citados que ocupa quince páginas. Como corresponde a un trabajo académico, se relacionan y se detallan las fuentes de las que proceden tanto los materiales inéditos como los ya conocidos gracias a numerosas publicaciones dispersas. Y se hacen con encomiable brevedad las aclaraciones necesarias para la mejor comprensión de los textos y de los contextos.
El trabajo de investigación y edición ha sido realizado por la catedrática hispanista Jo Evans y por el profesor e investigador gallego Breixo Viejo (Santiago de Compostela, 1976), que tienen en común su vinculación con la University College de Londres. La tarea ha sido posible gracias a la financiación de la londinense Fundación Leverhulme. Y aquí no cabe sino lamentar, una vez más, que una obra de esta envergadura, sobre una de las figuras más importantes de la cultura española y universal del siglo XX, sea ajena al sostén económico de cualquier institución pública o privada española. No olvidemos que la falta de apoyo económico en España para un proyecto que forzosamente había de llevar varios años ha sido el motivo por el que Ian Gibson no pudo completar Luis Buñuel. La forja de un cineasta universal (Aguilar, 2013), limitando su biografía al período comprendido entre 1900 y 1938. Tengamos en cuenta que las estancias de Buñuel -con idas y venidas- en España, París, Nueva York, Hollywood y México -reflejadas en Correspondencia escogida- requieren, para una biografía exhaustiva, de prolongadas temporadas en diversas ciudades y países a fin de recabar testimonios y escarbar en archivos y hemerotecas.
Las misivas cruzadas por Buñuel a lo largo de más de 70 años representan un auténtico botín y un torrente de conocimiento
Cabe fácilmente imaginar el enorme interés que para aficionados y estudiosos de Luis Buñuel (Calanda, Teruel, 1900- Ciudad de México, 1983) y su cine presenta esta Correspondencia escogida, obra única por sus dimensiones hasta la fecha. Ese interés queda plenamente confirmado tras la lectura del libro. Las misivas cruzadas a lo largo de más de setenta años entre el cineasta y sus familiares, sus amigos conocidos y desconocidos, sus colaboradores e infinidad de cineastas, escritores, críticos y artistas de ámbitos diversos -más la legión de nombres mencionados en dichas cartas- representan para el lector cinéfilo y para el crítico o historiador un auténtico botín y un torrente de conocimiento. Renuncio aquí a elegir algunos nombres entre tantos comparecientes porque todos los lectores versados en Buñuel -el libro no está destinado a otro tipo de lector- ya los pueden suponer. Eso sí, lo importante no son los nombres -o no sólo- sino la mucha información que esta correspondencia suministra sobre los procesos de las relaciones profesionales y amistosas de Buñuel, sobre sus azares, vaivenes e incidencias. Y, por supuesto, hay sorpresas curiosas e inopinadas.
Jo Evans y Breixo Viejo, en su muy iluminadora introducción, comentan e, incluso, acotan el terreno en el que consideran que su obra es más reveladora. Dicen los editores que esta Correspondencia escogida sirve, sobre todo, para esclarecer las condiciones económicas y de trabajo en las que Buñuel realizó y difundió su obra para, a renglón seguido, y considerando lo anterior lo más importante, relativizar o menospreciar la creada y difundida condición de Buñuel como mito, artista y autor. Dejemos aparte el presunto carácter de mito de Buñuel -que aludiría, por resumir, a algo parecido a la genialidad o singularidad heterodoxas de su biografía y de su creación-, y anotemos que Evans y Viejo inciden en presentarnos a una especie de mero trabajador del cine que pugna por desenvolverse y solventar su supervivencia entre los condicionamientos económicos del capital y de la industria y las censuras del mercado y de la política. Evans y Viejo apelan a las manifestaciones de Buñuel y al estilo de sus películas para sacarlo fuera del ámbito artístico y estético narcisista y burgués y para situarlo en algo así como el “anti-arte” y, desde luego, en una posición que “desafía” la teoría del cine de autor.
Las primitivas tomas de postura de Buñuel contra el cine como arte en sus tiempos de radical surrealismo parisino -sobre todo- y la evidencia de sus muchas concesiones al encargo en su etapa mexicana, no permiten, a mi parecer, un enfoque tan drástico. Si la correspondencia total de Buñuel se cifra, según sus editores, en unas dos mil cartas, cabe pensar que la selección de Evans y Viejo ha querido incidir demostrativamente en la orientación por ellos propuesta. Es verdad que Buñuel no fue un dechado de elocuencia a la hora de explicar la estética de su cine y las ideas y los procedimientos de puesta en escena que la conforman, pero, felizmente, esta Correspondencia escogida rebasa con mucho el restrictivo punto de vista que le han querido dar sus editores.
Aportando testimonios muy interesantes, puede que, en efecto, estas cartas no ofrezcan apenas elementos al estudio del cine de Buñuel desde el plano artístico, pero, felizmente -repito-, vuelan solas y libres para proporcionar multitud de detalles entre la anécdota y la categoría sobre la escurridiza y contradictoria personalidad del cineasta; para conocer mejor su mundo íntimo, de afectos, de filias y de fobias; para conformar un autorretrato involuntario y sometido a reservas sobre el ser humano, sus manías, sus fantasmas y sus muy poliédricos -y, con frecuencia, incorrectos- rasgos de carácter, y para contribuir jugosa y decisivamente, en fin, a esa biografía completa del cineasta que todavía -¡parece mentira!- nadie ha hecho. Es obvio que la lectura de Mi último suspiro (Plaza y Janés, 1982), sus memorias, siempre seguirá siendo obligada -como la de otros libros sobre Buñuel-, pero esta Correspondencia escogida -¿cómo decirlo?- aporta, entre otras cosas, un pálpito vital insustituible.
A Louis Malle
México DF, 4 de junio de 1970
Mi querido Louis,
Tu carta me ha dejado confuso, estupefacto y, debo decirlo, emocionado y... agradecido. No sospechaba que Tristana te fuera a gustar. Después de todo, la única satisfacción que tengo cuando hago una película es que mis amigos la aprecien. Conservo tu carta como un buen recuerdo de “mi carrera”, que, creo, llega, esta vez sí, a su fin. Con todo, me gustaría acabarla con un buen churro. De momento no tengo ideas para un churro ni gana alguna de trabajar, pese a los dry martinis que tomo todos los días para inspirarme. [...]
Un abrazo
Luis Buñuel