Eloy Urroz

A finales del pasado siglo XX, cinco jóvenes autores mexicanos unieron sus conocimientos, sus ideales y sus afinidades literarias bajo un mismo manifiesto, con el que trataron de provocar un cambio, una evolución en una tradición narrativa que consideraban estancada. Cinco novelas (Memoria de los días, de Pedro Ángel Palou; La conspiración idiota, de Ricardo Chávez Castañeda; El temperamento melancólico, de Jorge Volpi; Las rémoras, de Eloy Urroz y Si volviesen sus majestades, de Ignacio Padilla) publicadas en 1996, reunidas en un mismo texto cuyos autores denominaron Manifiesto Crack, con la intención de reivindicar la necesidad de una vuelta de tuerca a la literatura mexicana. A partir de entonces, estos cinco jóvenes autores fueron reconocidos como la Generación del Crack, un grupo literario ya consolidado.



Hoy, más de veinte años después, Eloy Urroz (Nueva York, 1967), uno de los cinco participantes del Manifiesto Crack, presenta en España su última novela, Demencia, que edita Alfaguara en España. Su último trabajo exhibe, al igual que el resto de su obra, la "complejidad narrativa que caracterizó desde el principio" a la Generación del Crack.



Pregunta.- Su novela Las rémoras sirvió, junto con las de otros cuatro autores, para fundar su propio movimiento vanguardista. ¿Contra qué se rebelaba la Generación del Crack?

Respuesta.- Antes que llamarnos Generación del Crack, o Grupo del Crack, los cinco éramos amigos, y seguimos siéndolo. Nos dimos cuenta de nuestra afinidad porque nos unía el amor a la Gran Literatura. Sin embargo, al mismo tiempo, sentíamos que las novelas que estaban publicándose por aquel entonces, a finales de los años ochenta, en los principios de los noventa, era un tipo de novela que ya no nos interesaba demasiado, que de alguna manera estaba pecando de complaciente y de "facilona". Que dejábamos de ver publicadas esas grandes novelas de las que nos enamoramos, que son las del Boom y el Preboom Latinoamericano, y que ya no existían en ese momento, salvo por contadas excepciones. Pre-Boom serían Borges, o Rulfo, o Carpentier…; mientras que el Boom sería Fuentes, y Cortázar y Vargas Llosa… Ésa era la gran novela a la que aspirábamos nosotros.



Luego viene toda esa novela posterior, una novela más light, más pasiva, donde la implicación del lector era mucho menor, donde el lector no tenía que participar activamente en el texto. Nosotros rompíamos con esa literatura llamada del Postboom. Hubo mucha confusión porque muchos críticos y periodistas decían que nosotros habíamos roto con el Boom, cuando en realidad era todo lo contrario. Ya han pasado veintidós años del manifiesto, y hace un par de años, en 2016, lanzamos un Postmanifiesto, a través del cual ratificamos que seguimos vivos.



P.- ¿Cómo cree que ha influido la Generación del Crack en la literatura mexicana?

R.- Quiero pensar que los jóvenes escritores, los que están empezando a escribir y a publicar, se han acercado a algunas de nuestras novelas. Quiero creer que nuestro trabajo tuvo el impacto que pretendíamos, y que la nueva novela mexicana en particular, y la Hispanoamericana en general, se vieron beneficiadas de nuestra iniciativa. De hecho, creo que así ha sido.



En lo que sin duda ha influido la Generación del Crack es en la narrativa posterior de Urroz, en todas esas novelas publicadas tras Las rémoras. En todas ellas podemos percibir la complicación estructural y formal que demandaban en su Manifiesto, "la ruptura con la sencillez argumental a que se habían acomodado" sus contemporáneos, así como la ruptura con el espacio y el tiempo mexicanos que propusieron en 1996.



No obstante, Eloy Urroz ha conseguido aportar su propia voz a toda esa obra enmarcada en el seno de la Generación del Crack. Sus novelas, si bien no se alejan de los ideales plasmados en el Manifiesto, disfrutan de todo aquello que lo convierte en un autor único, peculiar, diferente al resto: la incapacidad de discernir entre lo que sucede realmente y lo que pertenece en exclusiva al mundo de las fantasías, la existencia de "múltiples fuentes narrativas que enriquecen la historia desde diferentes perspectivas" o la presencia de golpes argumentales capaces de capturar la atención del lector más despistado.



P.- En Las rémoras, al igual que en La mujer del novelista, el protagonista es un escritor; en La familia interrumpida, es un cineasta; en Demencia, se trata de un violinista. ¿Es que esa confusión entre la realidad y la ficción sólo puede sucederle a las mentes relacionadas con las artes?

R.- Creo que el artista sí que vive a veces en esa especie de solipsismo, en cuanto que en determinados momentos del día, en determinadas horas de la jornada, está viviendo en su propio mundo. El cineasta con su película, el novelista con su novela, el músico creando su pieza musical… Me imagino que sí debe de haber un poco de estar viviendo esa otra realidad en la intimidad de la mente del artista.



P.- Su obra también se caracteriza por sus desconcertantes giros argumentales. ¿Proceden éstos de la improvisación o son parte de una estructura narrativa preconcebida?

R.- No forman parte de ningún plan previo. Simplemente son necesidades que va exigiendo la misma narración. Pongamos como ejemplo el caso de Demencia: me gusta llamarla "thriller coral", puesto que es como un coro de sucesos diversos que están proveyendo de diferentes texturas a la narración, acontecimientos que sirven para que el lector pueda ver esos hechos desde diferentes puntos de vista, unos más "reales" que otros. Creo que ahí es donde la historia se ve enriquecida puesto que nadie tiene una verdad absoluta, y precisamente en esta novela lo que no quiero es darle certezas al lector de nada. Esto se enfatiza cuando estamos leyendo el punto de vista del violinista, Julián Alfaro, en Demencia, que nunca queda claro si vive una suerte de esquizofrenia o si realmente están pasando algunas cosas anómalas alrededor de él. Anómalas, que no sobrenaturales, quiero decir. La novela, de esta manera, transita siempre en un estado de vigilia, con un aura de mucha ambigüedad, donde mi interés es infundirle esa misma confusión al lector.



Eloy Urroz estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México y se doctoró en Letras Hispánicas en la Universidad de Carolina, precisamente con una tesis sobre su amigo el también escritor (y compañero en la Generación del Crack) Jorge Volpi. En la actualidad es profesor de Literatura Española y Latinoamericana en la Universidad James Madison, en Virginia. Como parte de su trabajo, trata de mantenerse "al corriente de todo cuanto sucede en el marco de la Literatura en nuestra lengua".



P.- ¿Cómo ve el panorama actual de las Letras en español?

R.- Muy rico. Me parece que hay una especie de resurgimiento después de ese letargo que hubo, sobre todo en los años ochenta, en que no creo que se hubiera publicado lo mejor. A partir de Bolaño, de Volpi y de toda una serie de novelistas parece haberse creado un tipo de novela con una mayor aspiración formal.



P.- ¿Y cuáles cree que son las perspectivas de futuro para nuestra Literatura?

R.- Pienso que la necesidad de historias es inherente al ser humano, y mientras haya seres humanos va a haber necesidad de contar historias. Lo que hace el buen novelista es tratar de contarlas lo mejor posible. No solamente basta la historia, sino que hay que saber contarla, lo cual constituye el desafío formal que tiene el novelista. Quiero pensar que para el futuro continuará habiendo historias. Ahora bien, hay muchas formas de contar historias, y no todas ellas son buenas… Pero, de todos modos, soy optimista.



P.- Ustedes crearon un movimiento de corte vanguardista a finales del pasado siglo XX. ¿Cree que aún hoy, en pleno siglo XXI, cuando parece que en las Artes todo vale, tiene sentido fundar un movimiento así?

R.- Creo que el arte literario es el terreno de la libertad por antonomasia. Es el lugar donde el ser humano, a través del arte, puede permitirse todo, casi cualquier transgresión. Pero también creo que si eso se interpreta mal, puede llevar a objetos artísticos que no merecen ese nombre, a pastiches, a confusiones. Una cosa es que sea el terreno de la libertad, donde debes explorar cualquier camino de la condición humana, pero eso no significa que no deba haber detrás una conciencia artística muy profunda para sublimar el objeto artístico a su máximo nivel. Libertad no significa complacencia. Al contrario, libertad significa exigencia. En ese sentido, creo que los movimientos de vanguardia, los rompimientos, son muy necesarios. Creo que están constantemente alimentando esto que se llama la "tradición de la ruptura" de la que hablaban Octavio Paz o T.S Eliot, que es la "tradición de la modernidad". La modernidad tiene que estar constantemente buscando estos rompimientos para avanzar. Porque no puedes perpetuar la tradición per se. La tradición es precisamente romper con la tradición.