Ilustración de David de las Heras

Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) ha vivido siempre rompiendo fronteras. Hacia atrás, sus raíces se alargan hasta Beirut, Alepo, Alejandría o Lodz. Hacia adelante, el día de su décimo cumpleaños tuvo que huir junto a su familia de su Guatemala natal a Estados Unidos. Desde entonces, cuenta en Biblioteca bizarra que su lenguaje, su memoria, "se partió en dos". Tal vez, incluso, su relato. El escritor guatemalteco se mueve entre el inglés, que aprendió, y el español, su idioma natal. O puede que las palabras, como él, difuminen cualquier límite. También en su literatura la realidad y ficción suelen entremezclarse.



"Empecé escribiendo así -en primera persona-, desde mi primer libro, Saturno", explica en una entrevista concedida a El Cultural. "Pero no es sólo un narrador en primer persona, sino un narrador muy cercano a mí. Con mi biografía. Con mi barba y mis gafas. Hasta con mi nombre. Pero no soy yo. Yo no fumo. Yo viajo poco y mal. Yo no soy tan intrépido y aventurero como ese otro Eduardo Halfon".



El otro Halfon es el que se encamina en Oh gueto mi amor a Lodz para rencontrarse con los orígenes de su abuelo, al que, relata, le salvó la vida un boxeador polaco en Auschwitz. "Todo en la historia es ficción -reflexiona al respecto-. Yo sólo escribo ficción. Y toda mi ficción es real. Yo viajé a Polonia. Me perdieron la maleta. Me vestí en un gabán color rosa. Conocí a una actriz porno. Todo es real, y todo es ficción. No son términos excluyentes. Realidad y ficción son dos círculos que se traslapan en un diagrama de Venn, y la literatura es lo que sucede en la intersección".



Pregunta.- ¿Y por qué sentía la necesidad de escribir esta historia en particular?

Respuesta.- Esa necesidad la siento con todas las historias que escribo. Empieza como una picazón que uno debe rascarse. En este caso, esa picazón inicial se convirtió en una especie de obligación al recibir una beca Guggenheim para viajar a Polonia y buscar allá la historia de mi abuelo. No una obligación contractual o legal, sino más bien moral. Recibí plata con el compromiso de hacer ese viaje y luego escribir algo. Pues bien. Hice el viaje. Conocí la Polonia que mi abuelo siempre me prohibió conocer. Pero al volver a casa la picazón había desaparecido. No tenía historia que contar. O no tenía ganas de contar nada. Pero sé que cada historia tiene su propio tiempo de incubación y gestación. Poco a poco las palabras empezaron a caer, y las imágenes a surgir, y cuando se apareció Madame Maroszek sólo dejé que ella me llevara de la mano.



Ilustrado por David de las Heras (Bilbao, 1984) en una edición nueva publicada por Páginas de Espuma, explica el artista que quedó tan "maravillado" con el texto de Oh gueto mi amor que le bastó solo con una primera lectura para que de aquella historia brotaran todas las imágenes. Hoy, sus dibujos, un total de diez obras realizadas con óleo sobre papel, forman parte de una exposición que acoge, hasta el próximo 30 de septiembre, la Casa Sefarad-Israel en Madrid.



Una experiencia del cuento a la ilustración que, según Halfon, surgió de forma muy natural. Ambos, él y De las Heras, apenas tuvieron una conversación por teléfono en la que el escritor le mencionó algunos detalles de los bocetos y de la historia. "Colgamos, y no volví a saber de él en varios meses, hasta que nos mandó las ilustraciones definitivas -recuerda-. Al verlas, supe que David había logrado darle otra lectura al cuento. No calcarlo. No repetir en imágenes la historia que ya estaba en palabras. Sino darle al lector otra lectura, otra experiencia. Su trabajo le ha otorgado al cuento una dimensión emocional".



No en vano, no es esta la primera vez que el ilustrador trabaja con un libro. Por sus manos han pasado las portadas de obras como Instrumental de James Rhodes o Biografía de un cuerpo de Mónica Rodríguez. "Este tipo de encargos me encantan porque es como vestir a las palabras, intentar darles el traje perfecto que haga que se conviertan en algo corpóreo", explica el propio De las Heras.



Ilustración de David de las Heras

Más cercano a lo artesanal, el artista sopesa las ventajas de la técnica digital, como la rapidez y sus posibilidades visuales, pero aboga por "mancharse las manos e ir descubriendo pequeños errores" que se vayan "convirtiendo en grandes aciertos". "Creo que como -en lo digital- existe la opción de corregir (Control+Z) el procedimiento a la hora de trabajar no es tan preciso ni tan minucioso", afirma.



Una vocación que le viene desde la infancia. "Si quería saber cómo sería por ejemplo viajar en una máquina del tiempo, dibujarla y darle una vida visual era la manera más cercana que tenía de que se convirtiese en realidad -relata-. Al final con el tiempo ha sido la manera que he tenido de entender las cosas que me crean conflicto, si aparecen delante de mí de alguna forma, ya sean dibujadas, pintadas o secuenciadas, el conflicto se calma".



Tal vez por eso, su imposibilidad de desplazarse hasta Lodz no haya sido un problema a la hora de trasladar su esencia al óleo, algo que, reconoce, a nivel técnico sí le supuso alguna dificultad. Sus calles, no obstante, forman parte irreversiblemente de esta historia. Porque a veces, también, somos lugares. "Tuve que tirar de internet y del material que Eduardo tenía de la ciudad y de su familia -añade-. Con la mezcla de ambas conseguí recrear de alguna manera ese lugar y ese espíritu".



En esto, la sintonía con el autor de Clases de chapín, Duelo o Signor Hoffman parece evidente. Oh gueto mi amor es un viaje, por definición, casi irrealizable. Un viaje de vuelta, si es que se puede volver realmente a algún lado, a Polonia. Una vuelta a los orígenes, sobre la que empezar a escribir su relato. A definirse. La búsqueda de la identidad es, de hecho, una constante en los textos de Eduardo Halfon. "Eso me han dicho los críticos y académicos -interviene el escritor-. Que mi tema es la identidad. No lo sabía. Y me sigue pareciendo un concepto demasiado frívolo, más para un sociólogo o un antropólogo que un escritor de cuentos. Yo sólo escribo historias breves, íntimas. No me preocupo por cómo etiquetarlas o etiquetarme. Cuando escribo no estoy pensando en conceptos generales o universales. Escribo sobre la vida un hombre de la manera más sincera y auténtica que puedo. Eso es todo".



P.- Pero y si esa inquietud la lleváramos al terreno de la literatura, ¿se puede ser sin principio? ¿Somos nosotros mismos nuestra identidad, un relato que necesita un comienzo y un contexto, un lugar?

R.- Sí, puede ser que mi sensación de permanente desarraigo haya sido lo que me impulsó a empezar a escribir. Pero no a buscar mi principio o mi contexto, sino a crearlos. A imaginármelos. No me interesa un principio históricamente correcto, sino un principio literario, bello. Al final, esa identidad que voy creando es imaginaria. Ese yo que escribe es imaginario.



P.- Sin embargo, parecen interesantes algunas de las preguntas que se plantea ese "yo imaginario" en Oh gueto mi amor, se las planteo: "¿Qué creía que iba a comprender al conocer ese apartamento, cuya apariencia posiblemente ya nada tenía que ver con aquel apartamento de septiembre del 39? ¿Qué buscaba en realidad?"

R.- Es una pregunta que yo me hago todo el tiempo, al escribir. ¿Qué busco, en realidad, cuando escribo? ¿Qué creo que voy a encontrar? Y por suerte no tengo respuesta. No sé qué busco, ni tampoco qué pretendo encontrar. Hacer literatura es un acto de fe. O un salto al vacío, para decirlo en términos menos religiosos. Los escritores no sabemos lo que hacemos. No sabemos cómo lo hacemos. No sabemos por qué lo hacemos. Sólo sabemos o creemos saber que hay que seguir. Hay que volverse a sentar ante el teclado y cerrar los ojos y saltar.



P.- Ha comentado en alguna ocasión que siempre ha tenido una sensación de permanente desarraigo, de no pertenecer, de buscar su lugar en el mundo a partir de sus cuentos, ¿no es esa, en el fondo, la misión de la literatura? ¿No es lo que hacen los escritores? ¿Buscarse en ella?

R.- No creo que la literatura tenga una misión. La literatura es inútil. O sea, carecer de cualquier utilidad. Especialmente para aquel que la escribe. Yo, como lector, encuentro mucho, conozco mundos nuevos, me conmuevo, lloro, me río. Pero como escritor no. Cuando termino de escribir una historia no me entiendo más, ni me conozco mejor. Sigo igual de ingenuo y desarraigado. Yo me encuentro más en una melodía de Thelonious Monk que en mi propia escritura.



Es ahí, donde uno regresa a la letra de Oh gueto mi amor, que es una balada, pero también una historia. "Yo le sonreí de vuelta y le dije que sí -escribe Eduardo Halfon entre sus páginas-, que quizás, y me terminé el vino tinto en silencio, pensando que un nombre, cualquier nombre, es así de trascendente, y así de caprichoso, y así de ficticio, y que todos, eventualmente, nos convertimos en nuestra propia ficción".



@mailouti