Quico Taronjí

De presentador de televisión a náufrago en el Mediterráneo media un abismo y hay que salirse de varias hormas. Es lo que hizo Quico Taronjí a lomos de un kayak con velas y pedales con el que intentó unir Algeciras y Estambul. Cerca de la quimera y de la muerte, su aventura sólo podría escribirse como un cuaderno lírico de bitácora.

Nos dejó demostrado el padre Homero que toda literatura es un viaje. Desde entonces, al viaje se le ha podido sumar algún que otro ingrediente, pero que narrar es viajar quedó claro desde aquel remoto -y supuesto- momento.



En esto del viaje y la aventura, en el escaparse a la horma y al tedio de la ciudad, aparece Quico Taronjí. Hombre del tiempo, televisivo y lírico, su paso como periodista por la gran mayoría de las cadenas autonómicas le dio una plurirregionalidad que saludamos.



Habrá quien lo piense gaditano y no yerra; y habrá quien lo piense cántabro y tampoco se equivoca. Lo cierto es que nació en Santander en 1970 y desde joven le atrajo la aventura. Ocurrió que diferentes derroteros profesionales lo alejaban del mar y del horizonte, como ya llorara en su tiempo el gran Rafael Alberti. ("Yo sólo quería navegar, boxear, leer; dibujar tabernas repletas de marineros, mundos llenos de mar y estrellas rutilantes colgando del cielo")



Bitácora de un soñador

El primer libro de Quico Taronjí estuvo a punto de ser póstumo o nonato. Aislado. Viaje interior de un náufrago es un cuaderno de bitácora de un soñador que quiere ir de Algeciras -o de cerca- a Estambul en una piragua movida por los vientos o los pedales. ("¿ De Algeciras a Estambul? ¿ Por qué no? Me parecía una buena idea. El Mediterráneo de cabo a rabo: unas 2200 millas náuticas de recorrido (...). El viaje no dejaría de ser algo más que una larga y azarosa experiencia llena de peligros, y tres días a bordo sin pisar puerto podrían llegar a ser muchos").



Verne de sí mismo

Aislado es el nombre de su desguazada embarcación, pero lo es, además, de la crónica íntima de su viaje. Ocurre que el cuaderno de aventuras pudiera quedarse en eso; en apuntes al natural. Pero, lejos de esta vulgaridad de los exploradores letraheridos, Taronjí le da voluntad de estilo al contarnos al errante que vaga por el Mediterráneo en un kayak a merced de Eolo. Asi que el autor se sale de horma cuando la aventura es en carne propia, y así Taronjí se nos hace un Verne de sí mismo -y de lo vivido- en la rosa marina de los vientos. Se le rompen las velas y se acuerda de un antiguo poema irlandés en mitad del azul. Qué cosa...



Quico Taronjí a bordo de su kayak catamarán

Pedagogía marinera

Tormentas, mistrales, galernas. El narrador/aventurero frente al desafío. Que el periplo sea exitoso o no nos importa poco porque Taronjí opta por una voluntad pedagógica sobre la mar y sus cosas. Se deja llevar por arrebatos místicos, y confiesa en su diario cómo la falta de sueño y la inmensidad del mar acercaban la locura por la proa. Y pese a las profundidades marinas y de las otras, Taronjí no cansa al lector. Suyo es el esfuerzo de acercarnos el mar y la insignificancia del Hombre. ("Navegué toda la noche y la madrugada del sábado con viento portante, sin cruzarme con nadie: ni barcos, ni calderones ni delfines. Nadie, absolutamente nadie. Solo en mitad de la nada, como un beduino caminando por el desierto durante horas interminables").



Evidentemente, todo aventurero escapa a la horma, pero es que Taronjí viene leído de cuna y sabe igual citar un verso exacto que leer las estrellas ( "Alcé la vista al cielo. Tumbado como estaba tenía una magnífica visión de la esfera celeste, de las constelaciones, de sus luces en órbita").



Aventurero que escribe

Y es que hay pocos aventureros dotados para la escritura, y uno es Taronjí. Anótese aquí que, de primeras, el diario de un náufrago pudiera espantar la lectura. Pero Taronjí usa bien el estilo, lo eleva. Sus páginas hacen referencia a la mitología y a la marinería, en esa voluntad total de vivir para contar que es, ya de entrada, otro escape de toda horma.



Las desventuras de Taronjí por el Mediterráneo son las del tipo que corta con todas las hormas y se hace a la mar en una endeble barquilla. Nuestro autor no es sólo un kamikaze, sino un periodista lo suficientemente reflexivo para cambiar de vida y plantearse un reto tan poético como suicida. ("De pronto me siento solo en la noche. Muy solo. Terriblemente solo. Me flagelan las olas, el viento, la lluvia intensa. Mi Monte de los Olivos es de agua. Ahora sí, es el momento; recupero las motivaciones de mi viaje que ya llega a su fin").



Pero es que además que Quico Taronjí exhala verdad. Es reseñable el cambio de ánimo de una página a otra: a razón, quizá, de haber divisado la costa y tocar puerto y comida caliente.



Taronjí es la voluntad del urbanita por romper las fronteras y el canto al viaje. Tanto se sale de horma que lo compadecemos en altamar y nos hacemos copartícipes de sus angustias. Era 23 de agosto de 2013 cuando comenzó su epopeya, su viaje ahogado a Estambul. Un viaje que sería a ninguna o a muchas partes.



("Era yo el viejo marinero redimido de su culpa, libre del albatros muerto colgado al cuello, observando por fin su cadáver hundiéndose como plomo en el agua").



@JesusNJurado