No fue un exiliado más. León Felipe, el poeta prometeico, el republicano sosegado y espiritual ya vivía a caballo entre México y España cuando en 1939 el exilio le deja varado en la otra orilla de la lengua. Desde allí recibe a los nuevos exiliados, los ayuda, soluciona sus problemas. Y escribe, escribe sin pausa. Conferencias, cuadernos, cartas. Una obra oculta e inédita, por la que se le escapa el alma, y que fue reunida en 2015 en Castillo interior. León Felipe es hoy en día conocido, pero no reconocido, a pesar de ser uno de los autores más importantes del siglo pasado en España. Nunca abrazó del todo la voz modernista inaugurada por Juan Ramón, que nunca llegó a entenderlo, y su difusa ideología política, a pesar del compromiso, lo han alejado durante años de la primera fila de los nombres de autores reconocidos en el imaginario colectivo.
Actos, eventos y exposiciones llevan sucediéndose durante este 2018, cuando se cumplen 50 años de la muerte de León Felipe, dos de las principales continúan abiertas en Madrid y Zamora durante el próximo mes de septiembre. La primera, expuesta en la Biblioteca Nacional bajo el título León Felipe: El poeta del roto violín, reúne más de 30 obras del autor zamorano como antologías, poesía, traducciones, teatro o adaptaciones teatrales y también biografías y libros sobre su vida y su trayectoria literaria. Además, la BNE, que ya conmemoró los 50 años de la muerte del poeta el pasado enero, con una mesa redonda en la que participaron los expertos Jorge Urrutia, Fanny Rubio y Gonzalo Santonja; ha colaborado con el Museo Etnográfico de Castilla y León, con sede en Zamora, para la otra gran muestra sobre el poeta, León Felipe: ¿Quién soy yo?, que se puede visitar hasta el 30 de septiembre.
Esta última exposición aborda no solo el legado, sino la figura de León Felipe, porque en palabras del comisario Alberto Martín, “es un personaje muy desconocido y no se trataba solamente de situar unas fechas límite, su nacimiento en 1884 y su muerte en 1968. Queríamos hablar de la intensa biografía y de su obra, así como del impacto de su producción poética y de sus relaciones personales”, explica. “Felipe Camino estuvo en contacto con grandes figuras, un aspecto que considerábamos importante. Tal es el caso de Buñuel, Lorca o Max Aub, o incluso la transcendencia de León Felipe en palabras de Vicente Aleixandre o Gabriel Celaya”.
Así, la muestra se centra en la biografía del poeta desde su nacimiento en 1884 en Tábara, Zamora, donde su padre ejerce como notario. Siguiendo sus destinos profesionales conocerá la historia y los paisajes castellanos para finalmente recalaren Santander, ciudad que nunca amará. Con una incipiente vocación teatral y unas enormes ganas de conocer a sus ídolos literarios, decide irse a Madrid, pero su padre solo le sufragará los gastos a cambio de que continúe formándose. Estudia Farmacia, pero más que profundizar en los secretos de la botica, descubre las riquezas artísticas que conserva el Museo del Prado y el bullicio de los patios de los teatros, en los que se representa a Shakespeare, que tendrá un evidente influjo en su poesía.
La literatura ante todo
Tras licenciarse y de vuelta a Santander abre dos farmacias, y al poco tiempo, la rebotica del establecimiento que él mismo regenta en la calle San Francisco de la capital cántabra se convierte pronto en un improvisado espacio de encuentro literario, mucho más atractivo para Felipe que las fórmulas y frascos que se amontonan en las estanterías. Poco diestro en los negocios, pronto se encuentra endeudado y acabará en la cárcel, debido a un fraude en el alquiler de su farmacia, no sin antes unirse dos años como mal actor a una compañía de cómicos. Será entre rejas donde la lectura de El Quijote, otra de sus grandes influencias, le abrirá un inmenso mundo literario. También en prisión escribe sus primeros poemas, nacidos de una radical inconformidad, de la lucha entre realidad y esperanza.
El éxodo y el llanto
León Felipe es un poeta reiterativo e insistente, que gusta de un cierto descuido verbal, que todo lo fía a la pasión y a la potencia de la voz. No quiere ser un poeta, si por poeta entendemos un artífice del verso que se sienta en su escritorio y escribe y reescribe cada palabra, corrige y tacha, busca dar forma exacta a sus intuiciones. No es un orfebre. León Felipe se ve a sí mismo como un profeta que grita su verdad por los caminos y clama en las plazas ante la indiferencia de todos, como un don Quijote apaleado, un música de violín quebrado, como el payaso de las bofetadas: un español del éxodo y del llanto.
Pero en esta época convulsa perdió el gusto por la poesía pura de sus inicios. Por ejemplo, La insignia y otras obras escritas durante la guerra civil y la inmediata posguerra, tienen tanto de poema como de eficaz panfleto o discurso mitinero. Él mismo afirmaba: “Creo que soy el más torpe y el más ciego de todos los poetas españoles, pero creo que me salva el poder responder de todos mis versos con mi sangre”. Sin embargo, con Ganarás la luz el poeta político deja paso al poeta existencial, no menos excesivo, pero lleno de fuerza y emoción si uno acepta dejarse llevar por su ritmo, seguir las reglas de su juego.
Tras instalarse definitivamente en México, inicia la década de los 50 con su introspectivo Llamadme publicano. Su interés por el cine le lleva a escribir el guion de La manzana, mientras que El juglarón es su particular adaptación de cuentos populares. Pero su gran obra de este periodo es El ciervo, en la que expresa su lucha por alcanzar la verdad. Es en esta década cuando gana notoriedad en México, pues los escritores mexicanos se interesan por la poesía escrita en la España atrapada entre los muros oxidados del franquismo, en un ejercicio de complicidad que continúa el acercamiento e interés del gobierno de Cárdenas por la causa republicana y por los exiliados.
Tras la publicación de El Ciervo y la muerte de su mujer en 1957 León Felipe, que tiene ya más de setenta años, parece dar por concluida su obra y abandona la poesía. Aunque su legado todavía tendrá un sorprendente epílogo, ya cumplidos los 80, con ¡Oh este viejo y roto violín!, de 1965, expresión de su profunda angustia, de su rechazo a la crueldad de la vida, y Rocinante, aparecido ya póstumo en 1969, tras su muerte en la capital mexicana el año anterior. Son dos volúmenes excesivos y desiguales, como todos los suyos, llenos de ingenuidad y verdad: “Hace mucho frío aquí en la tierra./ Estaba durmiendo bajo un puente./Es invierno./Un invierno muy duro.../Entonces fue cuando me dije:/¿Por qué no te vas al cielo,/a hablar con tus amigos los ángeles?/Y me metí por la gatera que conocéis/ de la puerta trasera del cielo”.