Eduardo Mendoza. Foto: Iván Giménez - Seix Barral

Elegante, Eduardo Mendoza. Con una americana beige, camisa clara y pantalón oscuro, unas zapatillas que parecen cómodas y esa acogedora sonrisa que le empieza en los ojos, el ganador del Premio Cervantes de 2017 se sienta ante el grupo de periodistas para hablar de El rey recibe (editorial Seix Barral), su última novela, que es, como él mismo anticipa, "la primera de una trilogía en marcha llamada Las tres leyes del movimiento". Con persuasiva humildad informa que está escribiendo el segundo volumen, y que "cuando uno publica un libro se da cuenta de cómo lo tendría que haber escrito, pero ya es tarde. En el segundo tienes la oportunidad de rehacer todas las equivocaciones que te parece que hay en el primero".



Lo histórico y lo ficticio están emulsionados en El rey recibe. Síntesis eficaz y pertinente, en la novela vemos cómo la realidad histórica puede tener elementos de la comedia slapstick, situaciones que funcionan como la comedia de gesto exagerado que veíamos en El misterio de la cripta embrujada o Sin noticias de Gurb. Un rey destronado que quiere recuperar su reino; un periodista o "plumilla" desorientado y unas ciudades, Barcelona y Nueva York, en pleno proceso de cambio social (con todo lo que ello conlleva). Esto es lo que vemos amalgamado en su nueva novela que tiene y no tiene elementos autobiográficos, porque, como dice, "cuando escribo hago lo que me da la gana. Como he hecho siempre".



Después de su recuento particular del independentismo reciente en Qué está pasando en Cataluña, Eduardo Mendoza vuelve con una novela donde el entramado histórico, por una parte, y lo ficticio, por otro, se dan la mano como ya ocurría en La verdad sobre el caso Savolta. La Historia tiene una relevancia decisiva en la formación personal y profesional de Rufo Batalla, el protagonista -"que no alter ego"-, que va dando tumbos al vaivén de los hechos. Pero aclara Mendoza que, a pesar de los parecidos, "no son unas memorias disfrazadas. Me aburro a mí mismo con la autobiografía. Es una novela". Nos pasea el autor por la Barcelona y la Nueva York de finales de los sesenta y principios de los setenta. Vemos el surgir de las primeras manifestaciones del inconformismo social y cultural de esos años, como la apertura del movimiento gay ante la sociedad, el creciente feminismo y el cuestionamiento al statu quo artístico que supuso el arte pop. "Es la historia ficticia de un personaje que va pasando por los episodios y los momentos que a mí me parecen importantes de mi historia personal". Batalla, como tantos otros personajes de Mendoza, tiene un aire de entrañable excéntrico, de persona adorablemente desubicada, pero con la mente despierta y los ojos atentos.



"Tenía interés en darle esta actitud al protagonista, una postura moral; él quiere tener una actitud moralmente correcta pero no sabe cuál es esa postura. Como son los años sesenta, Batalla está encandilado con el marxismo. Pero luego se desencanta. Yo tuve esa conversación entre intelectuales en Praga, la que explica el protagonista de la novela, y después volví pensando que aquello no era lo que me había imaginado. También es verdad que lo que he vivido ha sido cosa de unos días. Yo he sido un turista intelectual. Pero me quedé con esa duda que persigue al protagonista".



Frente a la (supuesta) dicotomía entre memoria y ficción, frente a la duda de si ha consultado textos suyos de la época para recrear sus vivencias en la novela, Mendoza asegura: "Nunca he llevado un dietario. Es memoria. Lo que sí he hecho es recurrir a uno de los privilegios de la novela, que es comprimir. Todo lo que pasa en Nueva York pasa en seis meses, y eso es lo que yo viví en varios años. Los ritmos de la realidad y la ficción no son los mismos".



La novela transmite el estado de ánimo general de aquellos años en las dos ciudades en que está ambientada: la terrible soledad del protagonista a finales de diciembre en una Nueva York "peligrosa pero muy agradable" y las ganas de apertura en la Barcelona de las revistas contraculturales. "A día de hoy, ha cambiado el concepto mismo de ciudad. La ciudad como paisaje y sitio donde estar es un invento reciente, yo creo. Antes la gente iba a París o a Italia a ver los monumentos, no a tomar copas".



No sabemos hasta qué año llegará Rufo Batalla en sus pesquisas, hasta qué trasfondo histórico le llevarán sus pasos inquietos. "Lo que tengo claro es que llegará al año 2000. ¿Por qué? No lo sé. Porque es un número redondo. A lo mejor veo que 1997 o 2004 son buenas fechas. Pero me extrañaría, porque tiene que pasar un tiempo para que la Historia funcione en una novela. No creo que la novela permita tratar fenómenos recientes. Han de pasar 20 o 25 años para que una cosa sea objeto de novela".



Como mínimo, sabemos que sus aventuras tendrán una continuación inmediata, a renglón seguido, en la próxima entrega de Las tres leyes del movimiento, "esta trilogía que igual son cuatro". Impacientes, las esperaremos.