Nada en Fear. Trump in the White House, el nuevo libro de Bob Woodward (Geneva, Illinois, 1943), resulta particularmente sorprendente. Sobrio y de textura gruesa, el trabajo presenta una Casa Blanca que ha tenido fugas desde el primer día. Ya sabíamos que la cosa pintaba mal. Y aquí llega Woodward, como un policía, llamando a la puerta a las 3 de la madrugada para poner al día los detalles. A primera vista, algunos son graciosos. Trump se queja cuando Twitter, la red social en la que dispensa píldoras de descortesía tamaño caramelitos Pez, aumenta la extensión máxima de cada tuit de 140 a 280 caracteres, porque opina que“es el Hemingway de los 140 caracteres”.
Más extraño todavía resulta enterarse de que Trump ordena imprimir los tuits que han gozado de más aceptación para estudiarlos. ¿Y qué ha aprendido? Que sus mensajes más eficaces suelen ser los más descabellados. Tiene un grupo focal unipersonal que se nutre del hedor de su propio azufre. Reince Priebus, su exjefe de gabinete, llama al dormitorio presidencial, al que Trump se retira a tuitear, “el taller del diablo”, y a la primera hora de la mañana y la noche del domingo, cuando está ocioso, “la hora de las brujas”.
Varios miembros de la Casa Blanca han intentado rebajar el tono de las efusiones verbales del presidente en internet, pero, por lo visto, la idea ha sido abandonada. Los asesores de Trump merecen una consideración por lo general despiadada por parte de Woodward. “Trump ha suspendido la prueba del presidente Lincoln”, afirma el autor. “No se ha rodeado de un equipo de rivales o competidores políticos”. Woodward cita gráficamente una declaración de Priebus sobre el caos reinante en la toma de decisiones en la Casa Blanca: “Cuando juntas una serpiente, una rata, un halcón, un conejo, un tiburón y una foca en un zoo sin paredes, las cosas empiezan a ponerse feas y sangrientas. Eso es lo que pasa”.
Fear es el típico libro del periodista de The Washington Post en el que los nombres de las fuentes de las escenas, las reflexiones y las citas solo aparecen de vez en cuando. Woodward nunca ha sido un escritor elegante, pero, en este caso, su estilo es más acartonado de lo habitual. Parece como si quisiese demostrar que, en la actual coyuntura histórica, la mera competencia fáctica elemental debería ser suficiente.
El crítico Clive James se quejó en una ocasión de que Woodward “verifica los hechos que presenta hasta que lloran de aburrimiento”. Pues bien, parece que la verificación de los hechos y el aburrimiento han recuperado aquí el sex appeal. En Fear, Woodward prescinde de la mayoría de los pequeños detalles humanos que animaban sus anteriores libros. Reduce la ambientación al mínimo, y las escenas que sí ambienta suelen tener que ver con controversias sobre políticas relacionadas con Corea del Norte, Afganistán, la reforma fiscal, el comercio y los aranceles, y el acuerdo de París sobre cambio climático, entre otros asuntos.
En los libros de Woodward, sus personajes siempre han logrado intercambiar acceso por protagonismo y un poco de piedad. Sin duda, algunas de las fuentes principales son Priebus, Gray D. Cohn, ex asesor jefe de Trump en materia de economía, y Rob Porter, su ex secretario de personal. Hay escenas aterradoras en las que Cohn y Porter conspiran para mantener determinados documentos fuera del alcance de Trump. Uno de ellos habría retirado a Estados Unidos de un acuerdo comercial clave con Corea del Sur. Otro habría sacado al país del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Al describir uno de esos momentos, Woodward señala: “En 2017, Estados Unidos quedó atado a las palabras y los actos de un líder emocionalmente agitado, voluble e impredecible. Varios miembros de su personal se unieron para obstaculizar sus impulsos más peligrosos”.
En cierto modo, Cohn es el centro moral del libro. Si se tratase de una novela en primera persona, él sería el narrador. Una y otra vez le escandalizan la falta de formación de Trump y su absoluto desinterés por aprender nada. Cohn y JimMattis, secretario de Defensa, han tenido “varias conversaciones” sobre “el Gran Problema: el presidente no entiende la importancia de los aliados exteriores, el valor de la diplomacia o la relación entre las asociaciones militares, económicas y de los servicios secretos con los Gobiernos extranjeros”. Según el autor, Trump ha pronunciado frases tan irresponsables como la siguiente, referida a la guerra en Afganistán: “Tíos, deberíais estar matando. Para matar gente no hace falta estrategia”.
En el libro se lanzan numerosos insultos, a veces a las espaldas, otras en plena cara. La mayoría de ellos proceden de Trump. A Porter le dijo de Priebus: “Es como una ratita, corriendo de aquí para allá como un loco. No hay que hacerle ni caso”. Al Fiscal General Jeff Sessions lo llama “retrasado mental” y se burla de su acento. Woodward cita la siguiente referencia al presidente por parte de su jefe de gabinete, John F. Kelly: “Es idiota. No vale la pena intentar convencerlo de nada. Ha perdido el juicio. Esto es una casa de locos”.
El vicepresidente Mike Pence queda como un caddie con pretensiones que no quiere agitar las aguas, no sea que Trump vaya a tuitear algún comentario malintencionado sobre él. Steve Bannon, el ex jefe de estrategia de Trump, suele hervir a fuego lento en el telón de fondo del libro. Esto es lo que Bannon dice de Melania: “Entre bastidores es un martillo”. Casi todos los interesados consideran a Ivanka y Jared Kushner unos inútiles. “Son como una cuadrilla dedicada a enmendar la plana, siempre merodeando y observando”, señala Woodward, que también cuenta que Ivanka consiguió que su padre hablase con Al Gore del cambio climático.
Afirma que el informe secreto de la CIA, la Agencia de Seguridad Nacional, el FBI y otros organismos sobre la injerencia rusa en las elecciones de 2016 era un documento hermético. ¿Por qué introdujo entonces James Comey, director del FBI en esos momentos, el llamado “dosier Steele”? “Es como si yo hubiese investigado y escrito para The Washington Post uno de los artículos más serios y complejos de mi vida”, afirma Woodward, “y le hubiese añadido un apéndice de acusaciones sin verificar publicándolo como si tal cosa como una lista de tareas para futuras investigaciones”.
El libro transmite una fuerte sensación de cuenta atrás. John M. Dowd, ex abogado de Trump, no cree que su antiguo cliente sea mentalmente capaz de testificar ante el fiscal especial. “No testifiques”, dice el autor que fueron sus palabras. “O eso, o el mono naranja”.
Trump declinó ser entrevistado para el libro, informa Woodward en una nota para el lector. Sin embargo, el título procede de una declaración que hizo en una entrevista de 2016 con el periodista: “El verdadero poder es -no quiero ni emplear la palabra- el miedo”.
Si en el libro hay algo con lo que quedarse, es que el presidente de Estados Unidos es un mentiroso nato. Me gustaría que Fear tuviese otros puntos que resaltar. Esperaba más contexto, más pasión, un poco de ironía y, desde luego, más historia a secas. Seguramente,Woodward es la persona indicada para hacer comparaciones entre Trump y Nixon que valgan la pena. Pero ese no es su estilo. Fear cobra poco impulso narrativo. Es una lenta tormenta tropical, no un huracán. El lector pasa las páginas porque, a medida que el autor acumula detalles nauseabundos, cumple lo prometido en el título.
© The New York Times Book Review