Miguel Ángel Aguilar. Foto: Estela de Castro
Físico de formación, se vio después tentado por el periodismo, al que lleva dedicado desde 1966. Más de cincuenta años que han dado para mucho, especialmente en España, y le han convertido en maestro de periodistas y aplicado alumno de la realidad. Desde su privilegiado puesto de testigo y, a veces, aunque se considera "bastante contrario al yoismo", casi de protagonista, Miguel Ángel Aguilar (Madrid, 1943) ha vivido en sus carnes la censura y la erosión del franquismo, ha vadeado las turbulentas aguas de la Transición, golpe de Estado incluido, y ha visto a España transformarse en el Estado democrático que hoy conocemos.Fiel seguidor del principio del físico y filósofo Werner Heisenberg, que decía que no conocemos la realidad, sino la realidad sometida a nuestro modo de interrogarla, en Silla de pista (Planeta) nos adentramos en el modo de cuestionar la realidad de Aguilar. El resultado son unas lúcidas memorias, un retrato impagable de España y sus personajes, y también un sentido homenaje a una prensa que ya no existe pero que fue esencial en el tránsito a esta democracia, imperfecta, pero libre, que disfrutamos hoy.
Pregunta.- Su bautismo periodístico fue en el diario Madrid, posteriormente cerrado por el régimen franquista, ¿qué representó el periódico para usted y para España?
Respuesta.- El periódico Madrid venía del año 39, cuando se incautó la sede de El Heraldo, que se cedió a un franquista furioso, Juan Pujol. En el 66 lo compra un grupo de gente que cree que tras la Ley de Prensa de Fraga se va a poder intentar hacer algo. Se intentaba únicamente contar las cosas, pero el régimen no dejaba informar. La Ley de Prensa era un avance muy notable (el precedente era una ley del 38, hecha en plena guerra por Serrano Suñer, y que entendía la prensa como un sistema de propaganda al servicio del Estado totalitario), pero Fraga se quedaba con la llave inglesa y podía excluírte del gremio. Había muchos sistemas de control a distancia, aunque se hubiera suprimido la censura previa. Ahí aprendí los riesgos que se corren. Si los que teníamos algún tipo de compromiso con el progreso de las libertades queríamos publicar algo que molestara al régimen nos servíamos del disimulo, incluso compartíamos la información con las agencias y con la prensa extranjera, porque una noticia que daban más medios era menos arriesgada. Nuestro trato con la prensa extranjera era muy intenso, porque tenía una libertad de la que aquí carecíamos. La prensa extranjera era la única que le podía pedir cuentas a Franco.
P.- Estuvo presente en la Revolución de los Claveles, ¿qué eco tuvieron en España los acontecimientos de Portugal?La prensa extranjera tuvo un gran papel en el tardofranquismo, era la única que le podía pedir cuentas a Franco"
R.- Fue un episodio fundamental que supuso un toque de alarma. Aquí, la gente del régimen era incapaz de comprender cómo los militares portugueses, educados en la absoluta sumisión al salazarismo fueran los que acabaron con él. Esto produjo una alerta tremenda en España para tratar de evitar que nos pasara lo de Portugal. A partir de ese momento, el régimen se escindió en dos sectores, uno que pretendía hacer ellos mismos la reforma para que no les hicieran la revolución, y otro que se encerró en el búnker y pretendía defenderse a toda costa. Los más avisados se dieron cuenta de que tenían que entenderse con las fuerzas democráticas. Ahí comienza a romperse la adhesión inquebrantable al Jefe del Estado y se empieza a pensar "Cuidado, que este se nos muere". Y, como se sabe, los regímenes autoritarios llevan anillada la fecha de caducidad que es la muerte de su líder.
P.- Así llegamos a la Transición, muy cuestionada desde hace algún tiempo. ¿Cómo ocurrió todo exactamente, como se vivió en el momento?
R.- Ahora se tiene ese concepto de proceso monolítico y cerrado, pero vivirlo entonces fue muy distinto. No estaba todo escritor en la pizarra, ni en la del socialista Congreso de Suresnes, ni en la de Pedro Sainz Rodríguez, ni en ninguna. Fue el resultado de muchos atrevimientos y de muchas incertidumbres que se fueron despejando sobre la marcha, pero no había garantía de nada, estaba todo en el alero. Había cosas que era muy difícil de imaginar cómo se podrían sobrepasar, por ejemplo, el tema de las Fuerzas Armadas. En el famoso encuentro de Garabitas en 1961, ante aquellos franquistas que le miraban ya con ojitos de naufrago, Franco dijo aquello de "todo quedará atado y bien atado bajo la guardia fiel de nuestro Ejército". Y le dio al ejército esa misión de continuador del régimen. Hubo que hacer esa operación de desfranquizar, de hacer que el ejército dejara de ser una fuerza de ocupación de su propio país. Y en eso, hay que reconocerlo, pieza absolutamente fundamental fue el Juan Carlos I. El rey hace que el ejército empiece a darse cuenta de que no son los militares de Franco, sino los militares de España.
El rey hace que el ejército empiece a darse cuenta de que no son los militares de Franco, sino los militares de España"
P.- Con la democracia ya echada a rodar ocurrió el golpe de Estado del 81, en el que estuvo presente. ¿Fue el último escollo para ser un país plenamente democrático?
R.- Sí, fue una vacuna de un efecto muy fuerte en la que lo pasamos muy mal, donde todo estuvo otra vez en el alero, y donde afortunadamente salimos adelante. Pero hay que reflexionar por qué se produjo el 23 de febrero. Para empezar, creíamos que todos los militares eran golpistas, así que se produjo el típico caso de profecía que se autocumple. Pero además, Tejero y los suyos llevaron adelante todo el asunto porque se había sido excesivamente condescendiente e indulgente con los intentos anteriores, como por ejemplo la Operación Galaxia, que se saldó con unas condensa ridículas. Entonces se estableció la idea de la impunidad: "vamos a intentarlo porque si sale bien nos quedamos con el país y si sale mal en veinte días estamos en la calle".
Precisamente contra este sentimiento advierte Aguilar, estableciendo un paralelismo con la situación actual de Cataluña. "Cuidado con el sentimiento de impunidad, que es el mayor peligro que existe para la democracia. Si cualquiera piensa que no va a pasar nada, que sus actos no tendrán consecuencias, se puede ver de todo. En lo referente a Cataluña claro que habrá consecuencias. El que se haya rebelado tiene que apechar con el proceso por rebelión y con lo que haga falta", sentencia rotundo. Sin embargo, la experiencia de haber vivido grandes tensiones y transformaciones en España, hace a Aguilar huir del catastrofismo, y razonar que cada época pone el acento en sus problemas. "La inmediatez actual añade ese sentimiento de gravedad, pero si se ve con un despliegue más amplio cualquier asunto, el problema de Cataluña en concreto, no es para tanto", valora. "Cuando estás viviendo el problema te parece que es el no va más, pero luego vas viendo que ciertas cosas no suceden hoy por primera vez ni son las más graves que ha habido, y que hay soluciones".
P.- ¿Lleva en el periodismo desde los años 60, qué ha cambiado y qué permanece, debemos preocuparnos tanto como se dice por la profesión?"Los medios sufren una inundación que ha dejado al público sin agua potable"
R.- La profesión está hoy más precarizada y desorientada que en otras ocasiones, pero ninguno de estos fenómenos es por completo nuevo. Aunque es cierto que hay momentos, y este es uno de ellos, en que esos dos elementos son especialmente graves. Hoy en día se ha difuminado todo, los medios han perdido el poder de la cabecera, y se han ido volcando hacia ese maremágnum confuso de las redes sociales. Estamos en una especie de inundación en la que lo primero que falta, como sucede siempre, es el agua potable. Una inundación que parece que todo lo avala, pero que en realidad todo lo contamina y deja al público sin garantía de potabilidad.
P.- Justamente contra esa prensa de la inmediatez fundó hace no mucho el semanario Ahora, que ofrecía un modelo de información reposada y de calidad. ¿Por qué fracasó?
R.- Ahora trataba de ofrecer una información completa y que invitara a la reflexión, sin una gota de sectarismo. Tuvimos que cerrar por falta de financiación, porque agotamos los recursos. Pero en realidad el problema, es que todos los medios españoles se sumaron a la corriente del impacto noticioso incoherente y descoyuntado y del halago a las redes sociales. Han dejado de creer en sí mismos, en lo que aportaban de manera indeleble y se han ido a apelotonar bajo la única norma de la aceleración. Pero la información no es mejor por ser más rápida, sino por ser mejor comprobada, más diferenciada y con firmas de calidad. La puntilla es que en España nunca ha habido manera de llegar a un acuerdo inteligente sobre que la información no puede ser gratis, porque entonces no es sostenible. Los grandes periódicos internacionales han comenzado a dar la vuelta a la situación, y deberíamos aspirar a importar ese modelo de pago.