Andrés Trapiello en el Rastro

"Contra lo que algunos piensan -escribe Andrés Trapiello (1953) en el prólogo de su último libro-, el Rastro, tan cochambroso, es un lugar de poesía, de sutilezas". Es, de hecho, el sitio de los valores subjetivos y de las segundas, terceras y hasta cuartas oportunidades. El rincón donde uno se pierde para encontrarse de nuevo. Un momento algo inusual como un domingo cualquiera por la mañana. La huella que queda, el tiempo varado y el pasado resistiéndose a desaparecer. "No es propiamente lo que entendemos por un lugar poético -prosigue el escritor-; al contrario, el del Rastro es un barrio más bien feo, de casas ramplonas y mal encaradas, pero si en algún lugar del mundo la poesía tiene una gran autoridad es ahí".



Publicado por Destino, Trapiello establece en El Rastro una historia, teoría y práctica de este lugar que se originó en el siglo XIX en el barrio más pobre de Madrid y que debe su nombre a las huellas que dejaban las reses en los antiguos mataderos. Sobre él escribe, reflexiona, filosofa y hasta construye su propia memoria. Su existencia está unida a la de la pobreza. Un ciclo que empieza casi como un mercadillo con productos alimenticios, que pasó a la comercialización de objetos viejos de primera necesidad y de ahí a los puestos de trapos hasta que, poco a poco, se fue transformando en lo que es hoy, "el mercado de cosas viejas de una sociedad de bienestar".



La temática no es nueva, ni es la primera vez que Trapiello la aborda. Antes que él, pasó también por allí Ramón Gómez de la Serna pero su libro aunque es "un libro prodigioso", trataba más del propio Gómez de la Serna que del mercadillo. El Rastro es más una teoría sobre el lugar, las cosas viejas y la pulsión de comprar. ¿Cuándo algunos de esos objetos pasan de ser cosas viejas o útiles a artículos de lujo? Se pregunta el autor. Es la diferencia, explica, entre comer en un plato del siglo pasado o ponerlo en la vitrina. Ese momento en que las cosas dejan de ser lo que eran y se convierten en un objeto distinto.



Un puesto de relojes en el Rastro de Madrid

Para escribirlo, dice, cuenta el escritor, que durante cuarenta años ha paseado entre sus puestos buscando ese "algo que se nos ha perdido en el pasado, en la infancia", ese algo capaz de "explicar algunas de nuestras carencias", que consigue congregar en torno a él a entre 50.000 y 100.000 personas cada domingo. El Rastro está lleno de objetos "que están esperando una resurrección". Y eso, en parte, es la esencia de este rincón de Lavapiés donde cualquier cosa, por mucho que se dé por perdida, puede conseguir una nueva utilidad.



A él, por ejemplo, y al barrio que lo acoge, se le deben dos términos que no siempre tuvieron las mismas connotaciones: rastrero y barriobajero. "En el siglo XIX, al principio -explica el escritor- tenían incluso ciertos encorchados gloriosos porque la gente de estos barrios tuvo un comportamiento heroico en los acontecimientos del 2 de mayo".



Eso sí, puntualiza, "allí solo encontramos lo que ya hemos encontrado antes en casa. Si no lo has encontrado antes, no lo vas a encontrar ya". En este sentido, "lo más generoso que tiene es que te da siempre más de lo que puedes esperar". Nada es, de hecho, una certeza entre sus puestos. Prácticas como el regateo, sirven para "conocer el precio de las cosas porque a menudo las cosas valen lo que te den por ellas, pero nadie sabe lo qué es", explica antes de remarcar que lo más bonito de la práctica es que "en el Rastro todo el mundo miente pero nadie se engaña". Ni si quiera los objetos que se venden. Son lo que son. "Al no tener encima los focos de lo nuevo -opina-, los más antiguos son más libres de decir lo que tienen que decir".



Como la ciudad, como el barrio y como la vida, los domingos pasan y el Rastro se adapta a los nuevos tiempos. Internet se ha transformado en el mercadillo más grande del mundo pero "la diferencia está en el contexto", opina Trapiello. "Cuando encuentras una novela, encuentras una casa que acaban de desmontar". Están las cortinas, la lámpara, los marcos de fotografía. "Todo viene con su matiz". Por eso, no parece que de momento los domingos por la mañana vayan a quedarse huérfanos. "Perdurará porque siempre habrá cosas viejas y siempre habrá gente que busque", afirma el propio escritor.



@mailouti