Annie Le Brun. Foto: Philippe Matsas
Podríamos definir a Annie Le Brun (Rennes, Francia, 1942) como una de las mentes más lúcidas que existen hoy en día. Sus ensayos pretenden despertar del letargo a los lectores demasiado acomodados en una sociedad que, según sus palabras, corre indiscutiblemente hacia la ruina. Escritora, poetisa, crítica de arte, crítica de literatura, sus escritos sobre nuestra civilización actual abren el debate a la reflexión sobre los problemas que acechan a la sociedad. Una de las mujeres más influyentes del panorama intelectual francés, Annie Le Brun empieza con Lâchez tout su crítica a un movimiento feminista amparado por el moralismo. Le siguieron varias obras dedicadas a las mujeres, como Leonora Carrington: la mariée du vent (2008) o Ailleurs et autrement (2011). Especialista en surrealismo, movimiento con el que trabajó a comienzos de los años 70 cerca de André Breton, sus ensayos exploran otros temas como la novela gótica o la obra del marqués de Sade.Estos días, se publica en España Lo que no tiene precio (Cabaret Voltaire), ensayo en el que denuncia la mercantilización del arte actual. La voz de esta mujer recurre a aquello que hizo al ser humano alguien mejor: su capacidad de soñar, de sumergirse en la soledad, de tener criterio propio. Con su habitual delgadez y su aguda mirada, sin miedo a decir lo que piensa, Annie Le Brun nos recibe en su casa de París, un piso en el que convive con miles y miles de libros distribuidos por el suelo, por las mesas, por las estanterías, por todas partes. Estamos en la cueva de una alquimista del siglo XXI, de una mujer que apela a la verdad.
Pregunta.- No solo los animales están en vía de extinción. Lo que no tiene precio, frase con la que titula su último ensayo, se refiere a todo lo que, por ser inmaterial, como el sueño, la poesía, el silencio, está también a punto de desaparecer. ¿Existe algo en este mundo a lo que no se le pueda poner precio?
Respuesta.- Absolutamente todo lo que acaba de nombrar, el sueño, la poesía y el silencio, están amenazados. Hasta hace poco, los hombres podían darse la vuelta, volver sobre sí mismos, reflexionar. El arte nacía, de cierta manera, de estos momentos de reflexión y protegía como un guardián aquello que no tenía precio. Pero al llegar el siglo XXI, algo grave ha ocurrido, como si esta fortaleza sensible hubiera cedido.
P.- ¿Cuándo se dio cuenta del cambio social?
R.- Al principio me costó entenderlo y eso que ya habíamos vivido ciertas mutaciones en la sociedad. En el año 2000 escribí un ensayo llamado Demasiada realidad, en el que analizaba la terrible ofensiva que estábamos viviendo a raíz de la superproducción, siempre con más imágenes, más información y con esta avalancha de internet que no ha ido sino a peor. En ese ensayo hablaba sobre la "demasiada" realidad a la que estábamos confrontados. Las "demasiadas" informaciones, las "demasiadas" imágenes, las "demasiadas" producciones, conducían a una censura por el exceso y volvían equivalentes a todos los seres humanos. En esa época ya me sorprendió ese brutal cambio social. Ahora, diez, quince años después, la situación es más grave de lo que podía imaginar ya que el mundo ha ido hacia una nueva forma de fealdad. Y a partir de esta reflexión sobre la fealdad que nos rodea nace Lo que no tiene precio.
P.- De hecho en su ensayo habla de una fealdad impuesta por el propio poder, como si fuera la forma más grande de manipulación que existe hoy en día.
R.- En efecto, me di cuenta de que estábamos más allá de lo que en su día determiné como "demasiada realidad", por supuesto ligado a una mercantilización, una sobreproducción que aumenta día tras día y que nos hunde en una sociedad completamente rodeada de basura. Vivimos en un mundo que ya no podemos controlar pues es imposible intervenir en esta superproducción de basura. Estamos de pleno en ello. Aparte de los discursos ecológicos que escuchamos a diestro y siniestro, todo el mundo sabe que este mundo se acaba, corre hacia su destrucción. Es imposible negarlo. Estamos dentro de esta especie de doble negación que favorece una estetización del mundo, una cosmetización que tiende a rechazar esta catástrofe.
P.- ¿Podríamos decir que el hecho de que no haya ya remedio, nos hace preferir mirar la belleza antes que la fealdad, esta basura, que está ya por todas partes?
R.- Entiendo lo que dice aunque creo que es una forma clara de manipulación que llevan hoy en día los gobiernos y el poder. Estamos en un momento de total subordinación en el sentido en el que 'jugamos' a lo que usted dice, a 'mirar' la belleza. Este mundo es cada vez más injusto, es inadmisible, va hacia su pérdida y es injustificable. Lo que más me sorprende es que para hacer que esta máquina continúe produciendo dinero se juega con lo que pretende negarlo. Esta estetización de la que hablo responde a la búsqueda de la belleza y a la vez desvía la atención sobre lo que pasa realmente. Y por eso funciona tan bien este engranaje. A veces me entra un vértigo feroz cuando veo hacia dónde se precipita el mundo. Todas estas formas que pretenden manipular la atención permiten a unos cuantos hacer lo que les da la gana, continuar enriqueciéndose sin inquietarse por el devenir del mundo, ni de los que caigan por el camino.
Annie Le Brun en su casa, rodeada de libros. Foto: J. C.
R.- Lo vemos, por ejemplo, en el mercado de la alimentación. Ya sabemos que la gran cantidad de obesos es el resultado de los venenos introducidos en los alimentos desde hace años. O sea que ahora creamos una agricultura biológica. De cierta manera están confesando que lo que nos habían dado a comer hasta ahora era puro veneno. Hoy en día, si quieres comer 'sano', tendrás que comprar los productos que nos venden como biológicos y que son más caros. ¿Escapamos a la alienación comprando bio? Más bien parece un círculo vicioso, y es esto lo que yo llamo la cosmetización del mundo.
P.- ¿Ocurre lo mismo con la moda actual de la cirugía estética?
R.- Por supuesto. Es gravísimo. Hay gente que hace análisis de todas las formas que existen hoy en día de alienación del ser humano de estas industrias. Lo que pasa en el mundo de la alimentación, es lo mismo que en el mundo de la belleza, las cirugías, los gimnasios, los productos de cosmética para ser más joven... Hay todo un mercado de reparación para supuestamente volverse más guapo, que la vida sea más bella y que demuestra que se está atentando contra el ser humano de forma increíble, de forma irreversible y que ahora se les hace pagar para reparar. Lo mismo ocurre en el mercado de la moda. Vayas donde vayas, son las mismas tiendas, las mismas firmas que uniformizan al ser humano. ¡Pero no se repara, se afea!
P.- ¿Las acusaciones de su libro pretenden despertar al ser humano de este embrutecimiento?
R.- Sí. Lo que me ha hecho tomar conciencia de todo esto es la colusión que existe entre el comercio del arte, que siempre ha existido, y las altas finanzas, las industrias de lujo, de la moda, etc. De repente, comprendí que estaba pasando algo terrible. En el siglo XIX empezó una toma de conciencia política en la que una gran parte de la actividad artística se abría al mercado. Pero hoy este nuevo pacto con las finanzas ha hecho que nuestro mundo interior esté completamente colonizado.
P.-Ese pacto ha hecho que algunos artistas contemporáneos ganen montañas de dinero. Pero, volviendo al tema de la basura que nos rodea...
R.- Pero si es lo mismo, ¿no se da cuenta? Es un arte que empieza con el reciclaje espectacular de esta basura. Me quedé estupefacta cuando supe que Charles Saatchi, el promotor más grande de arte contemporáneo, había sido el organizador de la campaña de Margaret Thatcher con el eslogan "No hay alternativa". ¡Y es justo lo que es el arte contemporáneo! Reciclaje de la basura. Damien Hirst, por ejemplo, y todo su trabajo sobre las vanidades que, por otro lado, no son vanidades sino una clara imposición para tomar la basura como arte.
P.- Hablando de basura, objetos desechados en el arte, ¿piensa usted que algunos artistas del siglo XX pudieron abrir el campo a esta tendencia ?
R.- Todo el discurso que acompaña al arte contemporáneo es escandaloso. Apelan a grandes artistas como Duchamp, pero basta con conocer un poco la historia del arte para saber que no tiene nada que ver. Las obras de Duchamp son completamente diferentes, como los ready mades. Sin entrar ya en que Duchamp creaba justamente para combatir el dinero y no se posicionaba al servicio del dinero... como otros.
P.- Un discurso que obliga a pensar de una manera se llama totalitario. En su ensayo usted cuenta cómo el arte contemporáneo viene con manual de instrucciones, escrito por críticos de arte, gente del mundo de la cultura, de los museos, como si todos fueran partícipes de esta máquina de hacer dinero.
R.- Claro. No es el espectador el que hace la obra como en el caso de Duchamp, ya no nos dejan mirar libremente, sino que el espectador acepta. En esto insisto muchísimo. El arte ha adoptado ahora una función pedagógica en la medida en que impone sensaciones fuertes. ¿A través de qué? Pues del gigantismo, por ejemplo.
P.- ¿Es verdad que el ser humano se encuentra aniquilado delante de esas dimensiones de objetos que no sabe ni qué representan?
R.- Se nos ha arrebatado la libertad de extasiarnos delante de una obra ya que no se puede tomar distancia. Este diálogo extraño entre una obra y su espectador y del que hablaba tanto Duchamp ya no existe. Nos encontramos delante de una cosa gigante que nos deja perplejo, sin palabras, anonadado. Después de la redacción de mi libro, he leído muchos comentarios de conservadores que explicaban que la perplejidad del espectador es un elemento importante. Se supone que es la novedad, pero ¡para nada lo es! La perplejidad en la que se hunde al ser humano se da al jugar con esta brutalidad que suspende el juicio estético y crítico. Ya no es cuestión de belleza, hay que embrutecerse para aceptar lo que nos exponen. No hay alternativa, este mundo es lo que es y es imposible salirse de él. Es una manera de domesticación del arte que de repente ha cambiado de dirección.
P.- Las palabras que utiliza para definir el momento actual y el mundo en el que vivimos son desgarradoras. ¿Demuestra que estamos en guerra?
R.- Es una guerra que lleva años ocurriendo, de los dueños que quieren una dominación absoluta sobre el mundo a través de un chantaje cínico para convencer. Son todos los mecanismos de la servitud voluntaria que regresan de manera camuflada. Con una brutalidad análoga a la que ya se vivió en los comienzos del capitalismo. Mire lo que pasa con los migrantes, los que se tienen que desplazar por culpa del cambio climático. Por un lado están los dueños del mundo con todo el capital que buscan la dominación del mundo, pase lo que pase. Que las poblaciones estén devastadas ¡no es nada! Que se masacra la fauna, ¡ninguna importancia! Y a la vez todos se dan la mano, lo que significa que este mecanismo funciona divinamente.
P.-Entonces, ¿usted piensa que no nos queda más remedio que dejarnos engañar y en realidad, participamos todos de un mismo engranaje?
R.- No todos. Solo las personas manipuladas. Yo me he negado a pisar la Fundación Louis Vuitton, por ejemplo. Mis amigos no lo han entendido. Los periodistas se desviven. Pero es solo uno de los cientos de camuflajes de todos los horrores que por ejemplo comete la empresa Vuitton. Y yo ¡me niego a ser parte de esto!