Primer encuentro de los presidentes Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov en 1985 durante una de las cumbres de Ginebra. Foto: White House Photo Office
Cuando mi mujer y yo llegamos a Moscú como periodistas al comienzo del reinado de Vladimir V. Putin, la primera persona a la que entrevistamos fue al último líder de la Unión Soviética, Mijaíl S. Gorbachov. Nos contó que había visitado no hacía mucho a Putin en el Kremlin y que le había planteado la pregunta que se hacían muchos en todo el mundo: ¿tenía intención de devolver a Rusia al autoritarismo? “Su respuesta”, nos contó, “fue un no rotundo”. Con la perspectiva que da el tiempo, la respuesta de Putin parece desde luego poco sincera. Para Putin, Gorbachov era un intermediario con Occidente que enviaba un mensaje tranquilizador pero engañoso. Los occidentales acudíamos en masa a ver a Gorbachov como un oráculo de la democracia. Pero Putin sabía que Gorbachov no era ningún héroe para sus conciudadanos. Los rusos lo despreciaban por considerarlo el destructor de su imperio y apoyaban a Putin como su restaurador. Gorbachov vivía entonces, como ahora, en una realidad dual: admirado y agasajado en el mundo, criticado y condenado al ostracismo en Moscú, San Petersburgo... William Taubman (1941) aborda esta dicotomía en una magistral biografía, Gorbachov: vida y época, que sin duda será la crónica fundamental de este personaje tan intrigante. Taubman, cuya brillante biografía sobre Kruschev obtuvo el premio Pulitzer, ofrece aquí otro retrato ricamente estratificado de un líder ruso decidido a reformar una sociedad profundamente corrupta y disfuncional, pero que acabó arrastrado por fuerzas que no fue capaz de controlar. Para entender la Rusia de hoy es necesario comprender la época de Gorbachov, cómo abrió una sociedad herméticamente cerrada tras 70 años de sofocante gobierno comunista pero fue incapaz de resolver los problemas más profundos del país y acabó siendo apartado por el ambicioso Boris Yeltsin, un populista más interesado en descomponer el esclerótico sistema que en reformarlo. Cuando llegó Putin, un frío ex teniente coronel de la KGB, muchos rusos deseaban mano dura, y estaban dispuestos a ceder parte de su recién descubierta libertad a un líder que prometía orden y la vuelta a la grandeza nacional. Cuando Putin se lamentó de que la desmembración de la Unión Soviética había sido la “mayor catástrofe geopolítica del siglo” recibió vítores. Gorbachov engendró a Yeltsin y Yeltsin engendró a Putin. Pero Gorbachov, que ahora tiene 86 años y sigue viviendo en Moscú, todavía es aplaudido en Occidente, y resulta difícil encontrar muchas figuras que hayan influido más que él en los últimos 50 años. Puso fin al sistema totalitario creado por Lenin y Stalin. Liberó a los rusos para que dijeran lo que pensaban sin miedo, puso fin al monopolio comunista del poder y convocó elecciones democráticas. Allanó el camino para que Europa del Este saliese de la órbita de Moscú. Y se reconcilió con Occidente. “Gorbachov fue un visionario que cambió su país y el mundo, aunque ninguno de los dos tanto como había deseado”, afirma Taubman. El problema de Gorbachov, dice, fue que Rusia no tenía verdadera experiencia con la libertad que se le ofrecía. “El que la democracia rusa necesitase más tiempo para construirse de lo que él creyó fue más culpa de la materia prima con la que trabajaba que de sus fallos y errores personales”.
Taubman ofrece un magistral retrato de un líder vanidoso, impaciente, en ocasiones petulante pero también sabio y previsorPor sorprendente que parezca, esta es la primera biografía completa y seria de Gorbachov con la magnitud que él merece. Aunque se escribieron algunos libros apresurados mientras aún estaba en el cargo, eran incompletos. Desde entonces, la mayor parte de lo publicado han sido relatos sobre la caída de la Unión Soviética, en los que Gorbachov es un actor principal pero no el único foco de atención. Los más destacables son la impecable crónica de David Remnick La tumba de Lenin, y la sorprendente Down With Big Brother [Abajo el gran hermano] de Michael Dobbs. Las memorias de Gorbachov no fueron especialmente satisfactorias y los libros que el ex presidente ha escrito a lo largo de estos años parecen más pensados para defender su posición como estadista mundial que para revelar algo acerca del hombre y su época. Taubman abordó el proyecto con su esmero característico. Ha utilizado la investigación archivística y las memorias escritas por personas del círculo de Gorbachov, así como el esencial diario de Anatoly Chernyaev, uno de los asesores más cercanos del presidente. También entrevistó a varios actores clave, incluidas ocho sesiones con el propio Gorbachov en el transcurso de varios años. Lo que emerge es el retrato de un líder vanidoso, impaciente y en ocasiones petulante, pero también sabio y previsor. Un hombre complicado para una época complicada. Gorbachov, nacido en 1931 cerca de Stávropol, en el Cáucaso, estaba muy unido a su padre, que combatió en la Segunda Guerra Mundial, pero mantuvo una relación más compleja con su madre, una mujer severa que lo golpeaba con el cinturón. Trabajó cinco veranos ayudando a su padre a manejar una segadora-trilladora, y obtuvo la Orden de la Bandera Roja del Trabajo, firmada por Stalin, que lució con orgullo durante su primer año en la universidad. En la Universidad Estatal de Moscú era un chico de pueblo que ni siquiera sabía qué era el ballet. Pero aprendía con rapidez y llegó a ser un experto en el sistema que más tarde destruiría, escalando rangos desde su posición de funcionario en Stávropol. Su verdadera oportunidad fue conocer a Yuri Andropov, también de Stravropol, director de la KGB y más tarde secretario general del Partido Comunista. Estaban tan unidos que incluso veraneaban juntos. Andropov llevó a Gorbachov a Moscú y lo introdujo en el Politburó, encaminándolo como su posible sucesor en 1985. “A él se lo debemos todo”, decía Raísa, la mujer de Gorbachov. Desde dentro, Gorbachov comprendió que el sistema se estaba pudriendo. Un punto de inflexión para él fue el encubrimiento por parte del Gobierno del desastre nuclear de Chernóbil. “Chernóbil me abrió los ojos”, diría más tarde. Sus programas de glasnost (apertura) y perestroika (reestructuración económica) cambiaron la sociedad rusa. Pero la suya fue una revolución gradual que arrancó a trompicones, una “revolución por medios evolutivos”, como la definiría él. Durante la caída del Muro de Berlín, las cumbres con Reagan y los cambios en la sociedad soviética, los esfuerzos de Gorbachov por mediar entre reformadores y reaccionarios no dejaron satisfecho a nadie. El enfrentamiento con Yeltsin sembró las semillas de su caída. Es posible, señala Taubman, que Gorbachov reconociese en Yeltsin su propia “arrogancia, vanidad y orgullo”. “Tal vez la ira de Gorbachov estuviese dirigida en parte contra sí mismo”. Cuando, como era inevitable, llegó el final, los reaccionarios fueron los primeros en volverse contra él, montando en 1991 una chapucera intentona golpista que se fue al traste ante la resistencia popular liderada por Yeltsin. Pero fueron los reformadores los que dieron la puntilla a Gorbachov, a medida que Yeltsin empezó a esquivarle. Su último intento de retorno, un tragicómico enfrentamiento electoral con Yelstin, que se presentaba a la reelección en 1996, terminó con un humillante 0,5% de los votos. Ese fue el dictamen de los rusos sobre el hombre al que Occidente había concedido el Nobel de la Paz. Cuando Yeltsin cedió el paso a Putin, a principios del año 2000, Rusia había cambiado, de manera imperfecta, insistía Gorbachov, pero aun así a mejor. Pero estaba volviendo a girar. “La verdad es que, con Vladimir Putin, Rusia abandonó en gran medida la senda iniciada por Mijaíl Gorbachov tanto en el interior como en el extranjero, y volvió a su norma tradicional, autoritaria y antioccidental”, remacha Taubman. “Pero eso no hace sino subrayar la excepcionalidad de Gorbachov en cuanto gobernante ruso y estadista mundial”. © The New York Times Book Review