Ilustración en Le Petit Journal para el folletín Nichée de fauves, de Paul Bertnay (1914)
A principios del siglo XIX comenzaba a despuntar en Francia un género que mezclando lo policiaco, el suspense y el terror llegaría a dar forma a lo que conocemos por literatura noir. Esa evolución vertebra Crímenes a la francesa (Siruela), una antología de relatos donde el traductor Mauro Armiño reúne lo mejor de esta rica tradición.
Como indica Armiño en un estupendo prólogo, en realidad los orígenes de la literatura de crímenes son rastreables hasta la Antigüedad, estando presentes en mitologías y folclores como la Biblia y las tradiciones celtas y también en el sustrato grecolatino, con Edipo sin ir más lejos. Sin embargo, tras realizar un exhaustivo desarrollo de lo genuinamente francés, desde las crónicas medievales del delincuente y escritor François Villon hasta las novelas de fechorías de los aristócratas del XVIII, el traductor explica que dos fueron las causas clave para el vigoroso desarrollo de esta literatura en el país galo.
La primera, sería esta aparición del folletín, que era el principal entretenimiento popular y de donde se extraen buena parte de estos relatos. "El folletín comienza a ser masivo poco después de la desaparición de Napoleón, y ahí escribieron todos, los mejores y los peores. Básicamente por una cuestión de supervivencia, la prensa entonces daba mucho más dinero que la literatura, y entonces los escritores cuando tenían un ratito se ponían a escribir un cuento", explica. El otro factor para que esta tradición del crimen arraigara como género se debe a uno de los escritores más influyentes del siglo XIX, el maestro de géneros Edgar Allan Poe, creador del primer detective de la historia de la literatura, que aparece en una serie de relatos precisamente ambientados en París. "Baudelaire traduce a Poe, y ahí aparece el caballero Dupont, un detective que rastrea, persigue huellas, organiza su visión racional del crimen y termina dando con el asesino y descubriendo el misterio. Sería el modelo de todo lo que vendría después".
Una vida de malandanza
Pero más allá de estos apuntes, Armiño explica que ese interés morboso en los crímenes, común a la gran mayoría de países, si no a todos, tuvo un pico grande en Francia debido a su propia historia. "Desde la famosa Revolución hubo en Francia, por decirlo finamente, mucha malandanza, al socaire de que los tiempos, que eran muy revueltos, y todo el mundo mataba o robaba y hacía lo posible para sobrevivir, desdelo más bajo de la sociedad hasta lo más alto, como destacan las grandes novelas decimonónicas".El París del siglo XIX es el escenario mayoritario de esta literatura
E igual que ocurre con ellas, el carácter firmemente realista de muchos de estos relatos, incluso de los más sobrenaturales, nos permite al rescatarlos hoy en día acceder a una completa cosmovisión de la sociedad francesa del siglo XIX. La situación omnipresente del crimen hacía que la gente siguiera con fervor y estupor la historia de los grandes robos o las vidas de los grandes criminales, muchos famosos como estrellas de Hollywood o futbolistas actuales. De uno de estos criminales, Rocambole, viene el término rocambolesco. "Un personaje fundamental de este mundo fue Vidocq, un ladrón y asesino condenado a galeras que terminó siendo jefe de la policía de París", relata Armiño. "Le acusaban de infiltrar policías en las bandas de ladrones y asesinos y en las cárceles y se sabía todos los trucos., porque se sabía todos los trucos. Siempre se ha hecho eso, utilizar el "mal" para procurar el "bien"".Artesanos del género
Además de esta labor de inmersión literaria e histórica, Armiño pone en valor este volumen por la recuperación que hace de ciertos escritores olvidados. Es cierto que sorprende encontrar ligados al género plumas como las de Apollinaire, Dumas o Balzac, que seguramente escribirían por el garbanzo, pero el traductor nos invita a alejarnos de los nombres y dejarnos seducir por las historias. "He tratado de hacer hincapié en que no existen solo Balzac o Maupassant, sino que hay también un nutrido grupo de escritores menores que son muy buenos en este tipo de relatos", insiste."No solo buenos, sino que ahora mismo se les está recuperando en Francia. Narradores serios y solventes como Jules Lermina o Jean Richepin. Son escritores menores, sin novelas de bulto o de culto, pero son muy buenos observando y radiografiando las costumbres francesas. A mí los que más me interesan, son estos pequeños, incluso Leroux, muy ingeniosos y muy listos". De hecho, la gran mayoría de estos autores poco conocidos en nuestro país han tenido en Francia una vida ininterrumpida, pues sus historias saltaron al cine a comienzos del siglo XX para pasar poco después a la televisión. "En Francia siguen gustando porque en el fondo son crónicas de un suceso con una gran base de realismo social y son muy adaptables a la tele. Ha habido telefilmes en Francia que unían varios cuentos del mismo autor y han tenido mucha vida, pero aquí no tenemos esa televisión capaz de hacer cosas de estas", se lamenta Armiño.
El ocaso del crimen
Mientras se mantenía como el rey en Francia, este género impuro y mestizo también alcanzó popularidad en el mundo anglosajón, sin embargo, alcanzaría una orientación diferente. "La principal diferencia es la seriedad, los ingleses se lo creen. Creen realmente en el detective en Sherlock Holmes, un señor que acaba sabiéndolo todo a base de intuiciones. El género detectivesco francés es distinto. Allí saben que es ficción", sostiene Armiño. "Hay un distanciamiento mayor hacia lo que están contando en los relatos, una especie de humor y no de tremendismo". Pero a pesar del gran ejemplo de Holmes, la potencia de la literatura victoriana se encuentra en otro lugar un punto por encima de lo real, explica el traductor, "en el territorio de los mitos del terror y lo gótico como el Frankenstein de Mary Shelley, los vampiros, desde El castillo de Otranto hasta llegar a Drácula, o El monje, de Matthew Lewis".A partir de los años 20, la literatura del crimen cede protagonismo a los detectives del noir más clásico
Finalmente, uniendo a esto el paulatino fin del folletín, la aparición de los medios de comunicación de masas y el descalabro rupturista moral y artístico que supuso el fin del viejo orden tras la Primera Guerra Mundial, este género criminal francés se modificaría y simplificaría, pasando por las novelas de detectives del estilo del Maigret de Georges Simenon, hasta dar origen en la actualidad a otra cosa que conocemos muy bien y que sigue copando en Francia buena parte del mercado editorial: la novela negra.