Yasha Mounk. Foto: Harvard.Edu

Yasha Mounk Traducción de Albino Santos. Paidós. Barcelona, 2018. 416 páginas. 24 €

El título del nuevo libro de Yascha Mounk (Múnich, 1982), El pueblo contra la democracia, hace un uso inteligente de un oxímoron: al fin y al cabo, ¿qué es la democracia sino el gobierno por el pueblo? Cuando la democracia se encuentra bajo asedio, se supone que los combatientes son dictadores y oligarcas; el pueblo debería ser el guardián (si todo va bien) o la víctima (si no es así). Pero esto sólo son los delirios de la democracia liberal. Mounk, profesor de Teoría Política en Harvard, demuestra que las insurrecciones populistas pueden socavar la democracia. Al principio, los populismos se presentan a sí mismos como profunda, radicalmente democráticos. El referéndum del Brexit de 2016 es un buen ejemplo. Invitar a los ciudadanos a decidir mediante el voto un cambio de política tan tremendo fue una recreación de la democracia directa. Aquellos que votaron para que Gran Bretaña abandonara la Unión Europea declaraban que estaban rescatando la autonomía de las garras de una élite insensible asentada en Bruselas. Gran parte de esta retórica utilizaba el fanatismo antiinmigración, lo que constituye una táctica clásica del manual populista. Por mucho que los populistas pretendan defender la voluntad de los ciudadanos, su definición del “pueblo” es restringida, “estrecha de miras”, según Mounk, o manifiestamente excluyente. También “dicen abiertamente que ni las instituciones independientes ni los derechos individuales deberían acallar la voz del pueblo”. Y esto es lo que hace que el populismo sea hostil a la democracia liberal. Fíjense en lo lejos que hemos llegado sin hacer ninguna mención a ya saben quién, el populista en jefe de Estados Unidos. Está incluido en El pueblo contra la democracia, pero una de las razones para recomendar esta esclarecedora obra es su alcance internacional. Mounk argumenta que, por muy único que Trump se considere, sólo es parte de una oleada mundial. Las fuerzas populistas están cobrando impulso en Gran Bretaña, Alemania, Italia y Francia; en lugares como Venezuela, Hungría, Turquía y Polonia ya se han establecido, sentado bases y pasado a la siguiente fase: destruir las garantías institucionales para apuntalar su autoridad.
Mounk, escritor claro y convicente, cree que los demagogos populistas ofrecen chivos expiatorios en vez de soluciones
Los politólogos como Mounk hablan de las normas y las instituciones con una reverencia que puede desconcertar a los no expertos. Pero las instituciones son lo que permiten a las personas, cuyas experiencias e intereses divergen, vivir juntas en un sistema democrático. Ya sea porque se les confía la regulación de los bancos, la protección de las libertades civiles o el cumplimiento de la duración limitada de los mandatos, “las instituciones liberales son necesarias a la larga para la supervivencia de la democracia”. Mounk es un escritor claro y a menudo convincente; se inclina por la explicación paso a paso y la enunciación ordenada. Su prosa parece reflejar su modalidad preferida de política: seria, respetuosa y pragmática. Mounk también es consciente de que, por muy necesarias que sean las instituciones, pueden convertirse en agentes del “liberalismo no democrático”, que él define como “derechos sin democracia”. Para responder a problemas complejos que la liberación democrática no resuelve de manera óptima -los tipos de interés o el cambio climático- el gran poder se consolida en manos de funcionarios no electos. “Las agencias burocráticas dotadas de expertos en diferentes materias empezaron a asumir una función cuasi legislativa”, afirma Mounk. El hilo conductor de la retórica populista en todo el mundo es la ira contra las élites tecnocráticas. Mounk no cree que este resentimiento sea necesariamente infundado, aunque opina que los demagogos que explotan esa indignación ofrecen chivos expiatorios en vez de soluciones. Pese a que la desigualdad económica entre las naciones está disminuyendo, en la mayoría de los países, Estados Unidos incluido, ha ido en aumento. Las élites no le hacen ningún favor a la democracia, insinúa el autor, cuando su respuesta a los miedos del público es hacer caso omiso de ellos, o insistir en que las cosas en general van mejorando. Sin embargo, responder a esos miedos no debería significar consentir la afición populista a la invectiva racista y las teorías de la conspiración. “El argumento para tomar tantas decisiones de política por oposición democrática puede ser totalmente correcto”, señala Mounk. Pero dicho argumento ha de plantearse activamente, y no ofrecerse como algo evidente; para un demagogo, pocas cosas son más fáciles de utilizar como arma que una política, por sensata que sea, presentada por élites astutas como un noble fait accompli. Mounk dedica una parte importante de su libro a presentar propuestas concretas para salir de la espiral populista. Señala la destitución, el año pasado, del corrupto presidente de Corea del Sur, Park Geun-hye, y defiende las protestas en masa como respuesta a los abusos flagrantes de poder, así como la necesidad de “deshacerse de algunos miembros del régimen en el poder” y conseguir que cambien de bando. También sugiere algunas soluciones que podrían sonar razonables a los oídos tecnócratas, pero que parecen, cuando menos, fantasiosas desde el punto de vista político: dedicar más recursos a la imposición de reglamentos fiscales y permitir que “todo adulto en edad de trabajar se tome periodos sabáticos regularmente para mejorar sus aptitudes”. Se nota que Mounk pretende mostrarse esperanzador, al preguntarse si el caos en la Casa Blanca será capaz de “vacunar” a los estadounidenses contra el canto de sirena antiliberal, pero el politólogo respetuoso con las normas que lleva dentro no puede evitar preocuparse. Señala el ejemplo de la República romana, que osciló entre el dominio plebeyo y el patricio durante un siglo, erosionando las normas e instituciones hasta el punto de que, con cada golpe, “se volvían menos capaces de aguantar el ataque”. Trump, con su amplia experiencia tanto en el mercado inmobiliario como en la bancarrota, probablemente ha desplegado a su equipo de demolición sabiendo de sobra que balancear la bola de derribos es fácil; lo difícil es construir algo. © The New York Times Book Review