Inés de la Higuera Montejano

Ediciones Paralelo. 98 páginas, 10 €

Escribir desde la condición femenina era esto: hacerlo con tensión, arrojo y fuerza. Hay que leer a Inés de la Higuera Montejano (Madrid, 1992) porque es una gran y desconocida poeta del momento. Carnalidad brutal, delicadeza cenital de asombro entre los pájaros del parto y la blancura de lana de la enfermedad, con "yeguas que enloquecen en sus cajas". Confesionalidad máxima labrada en el tejido con el naranjo ardiendo debajo del recuerdo. Una sed infinita del amado: el cuerpo masculino como templo, el cuerpo femenino como altar. La intimidad alcanza el seísmo bíblico en poemas que amasan la violencia del deseo "tal y como Dios / se incrusta en el pan". El amor es "cruzar la estepa / a lomos de un oso / a medianoche". La mujer es sujeto de hijos muertos, pero también la pasión sensorial hacia el vientre raíz, el olor de los hombres como una identidad respirada con ansia en las almohadas y en sus muslos. El autorretrato "No es sólo el ala" aúna belleza, sensualidad tallada en sí misma y salvaje temblor. Léanla, devórenla, como nos devora en su escritura.

[SOY]

(...)

soy

grieta en la piel, libélula partida

uñas mordidas en la aurora

dolor en las ramas de mi cuerpo

gravedad a la que ceden mis pechos,

cada día,

capilares, verbena en corazón

-que reinventa la paz en el desierto-

(...)