Rachel Cusk. Foto: BBC
Rachel Cusk (Toronto,1967), británica de adopción, posee una abrumadora escritura divagante, cuyas cualidades le llevan a un virtuosismo discursivo. Prestigio es la última entrega de una original trilogía, que comenzó con A Contraluz (2014), continuó con Tránsito (2016) y ahora cierra Libros del Asteroide con esta novela cuyo asunto viene a ser lo real y los simulacros y también, “la literatura dentro de la literatura”. Las tres obras de Cusk, recibidas con impresionantes críticas en Estados Unidos, son narradas en primera persona por una protagonista llamada Faye. De la vida de Faye, en Prestigio, se nos oculta casi todo, salvo que es británica, escritora y se dispone a asistir a un encuentro literario.
Porque, en realidad, Faye es una narradora testigo, o mejor, una narradora ventrílocua, escondida entre brumas, escuchando y reproduciendo con su voz las historias personales que le cuentan todos los seres con quienes se cruza. Desde su compañero de asiento en el avión, cuando Faye se dirige a un festival literario, a los colegas escritores asistentes al evento, pasando por las periodistas que la entrevistarán, todo el mundo tiene el impulso de revelarle a la escritora los datos más ocultos de su vida y su personalidad.
No hay demasiado diálogo ni desarrollo argumental, pero en todas las tramas hay una mirada sobre la impostura
Naturalmente, algunos de los monólogos dilatados que se suceden con cronologías vagas, versarán sobre la literatura, la edición y la percepción de las obras. Son, de hecho, las reflexiones más interesantes. Una editora reconoce haber fracasado en la promoción de los libros, “porque la gente que trabaja en el mundo literario piensa en secreto que su interés por la literatura es una debilidad”. Ninguno de los soliloquios conduce a ninguna parte. Cusk intensifica la ruptura de las convenciones novelísticas: no hay trama, ni demasiado diálogo, ni desarrollo argumental. La acción está implícita en los ángulos de visión que ofrece cada interlocutor. Los testimonios y la acumulación de historias compondrán la propia trama, y según la brillantez del personaje, el interés de sus lances y peripecias, la narración evolucionará, dando vueltas sobre sí misma.
En todas las narraciones hay una mirada sobre la impostura; sobre la vida real y las apariencias. Un escritor irlandés va con un aspecto desaliñado, lo que Faye traduce como un signo de esnobismo: “Vi entonces que lo que había interpretado como señales de desgracia, eran en realidad signos de éxito [...]. Su traje holgado era una elegante creación de diseño desestructurado”. Sus insinuaciones al analizar a los personajes que la rodean no tratan tanto de juzgar como de olfatear la verdad, mientras de ella sólo tendremos retazos de vida.
Harold Bloom, en La angustia de las influencias, dice que a los críticos les gustan muchísimo las continuidades. Si tuviéramos que buscar un eco en Prestigio, lo encontraríamos en los estallidos divagantes de los personajes de Thomas Bernhard, autor a quien por cierto se cita de pasada, como una pista dejada al azar. Sin llegar a la mente obsesiva de los personajes de Bernhard, la narradora vive un curioso desorden del “yo”: oculta y revelada en las existencias ajenas.
Curiosamente, Cusk recibió elogios y furibundas críticas con dos libros enmarcados en la autoficción: A life's work (2001) , sobre la ambivalencia de convertirse en madre, y Aftermath: On marriage and separation (2012). Nos preguntamos si el eclipse de la narradora en esta trilogía, dando voz a variadísimos personajes, no será una ruta laberíntica para divagar sobre todo y enredar el relato novelesco.