Sólo unos datos: según el Ministerio de Cultura, España es el cuarto país europeo con mayor número de novedades editoriales; el quinto, tras Reino Unido, Alemania, Italia y Francia, con mayor número de títulos disponibles, 656.080. El sector, según las mismas fuentes, aporta el 0,8 por ciento de PIB total y genera casi 50.000 empleos. El último año se registraron 89.962 nuevos títulos en el ISBN, de los que 61.519 se publicaron en papel (68,4 por ciento) y 27.546 en digital. La tirada media fue de 2.753 ejemplares por título (en 2013 era de 3.223, solo cuatro ejemplares más que en 2016, cuando se alcanzó la cifra más baja de los últimos 20 años). En total, se produjeron 240.221.000 ejemplares (un 7,2 por ciento más), de los que se vendieron 157.880.000 (un 0,4 por ciento más), con una facturación de 2.319,36 millones.
Conviene no engañarse: aunque el sector parece haber superado la “tormenta perfecta” que la crisis de 2008 supuso para el libro, las cifras actuales están aún muy lejos de las de la década anterior. Al disminuir el poder adquisitivo de los lectores, se ralentizó el consumo y, si bien aguantó durante los primeros años de la crisis -la caída entre 2009 y 2011 fue del 14 por ciento-, entre 2011 y 2013 llegó a superar el 24 por ciento. Dicho de otro modo, si en 2007 el sector facturó 3.123 millones de euros, en 2017 fueron 2.319 millones, casi el 35 por ciento menos a precios constantes.
"Ya no vamos a tener que lidiar con una crisis a la vez que con otra revolución digital." Luis Solano (Libros de Asteroide)
2013 marcó el fin de la tendencia negativa y, poco a poco, el mercado editorial fue remontando. Las multinacionales de la edición (Planeta, Random House) siguieron adquiriendo sellos y potenciando sus estrategias de control del mercado, pero además centenares de jóvenes editores pusieron en marcha nuevos sellos, muchos de ellos microscópicos. También prosperaron nuevas editoriales con vocación generalista (La Esfera de los Libros, Nowtilus, Galaxia Gutenberg, Ático de los Libros, etc.) , que descubrieron vetas que los grandes grupos se apresuraron a copiar. Y los más literarios y exquisitos (Libros del Asteroide, Barataria, Global Rhythm, Impedimenta, Nórdica, Periférica y Sexto Piso) unieron fuerzas y sinergias y se aliaron en el proyecto Contexto, que en 2008 obtuvo el premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural en reconocimiento a “su irrupción innovadora en el panorama editorial”.
Tras la tormenta perfecta
Diez años después, jubilados Jorge Herralde y Beatriz de Moura y más que consolidados Pre-Textos, Siruela, Páginas de Espuma, Acantilado, Trotta, Renacimiento, Gedisa, y tantas otras grandes editoriales veteranas, los editores de Contexto se han convertido en el modelo a seguir, porque han conquistado al lector creando una marca de prestigio. Por eso, el balance de las cinco supervivientes, tras el cierre de Barataria y Global Rhythm, es muy positivo. “Desde luego -apunta Luis Solano, que creó Libros del Asteroide en 2005-, hoy se edita más y mejor que hace veinte años”. Que el tiempo del lector sea más escaso o que el sector no haya crecido significativamente le parecen consideraciones menores, “porque el sector editorial vive en un túnel permanente. Pero ha dado muestra de su extraordinaria capacidad de adaptación a la realidad y la seguirá dando. Ahora, no parece que vayamos a tener que volver a lidiar con una crisis económica a la vez que con una revolución digital”.
Los protagonistas lo saben: el cambio de paradigma del negocio editorial ha sido radical. ¿Las causas? José Angel Zapatero, editor de Cálamo y de Menoscuarto, destaca la simplificación y abaratamiento de los costes de producción, la irrupción del libro digital, la comercialización con la venta por internet y la irrupción de Amazon, la concentración de los grandes sellos editoriales y la aparición de otros pequeños con propuestas interesantes. Y la crisis que destrozó tantas burbujas, editoriales también... Cambios trascendentales que crearon confusión e incertidumbre, y que se agravan porque editores, administraciones, educadores y padres han sido incapaces de elaborar una estrategia común y eficaz para fomentar el libro y la lectura. “Es una asignatura pendiente, aunque siempre estamos a tiempo. La verdadera crisis es la falta de lectores...”, comenta Zapatero, coincidiendo con Luis Pugni, director general de Harper Collins Ibérica, y con Fernando Paz, responsable de Adn, que reclama “muchos más lectores. Y, por supuesto, que no se pierdan los que hay”. Aunque, como subraya Mónica Monteys, de Gatopardo, cuando una pequeña editorial triunfa conquista el respeto de un puñado de lectores“muy reducido, pero también muy fiel”.
Patosos y descarados
Las estadísticas son abrumadoras: según el último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros, en España casi cuatro de cada diez personas no lee nunca o casi nunca un libro, mientras que una de cada cuatro obras leídas son digitales, pero de ellas ocho de cada diez son piratas, sin que desde el poder se combata este robo con verdadera eficacia.
No es sólo que antes de que el libro llegue oficialmente a los lectores circule sin problemas por las redes, sin pagar ningún derecho de autor, es que por cada página pirata que se cierra, se abren diez más. De ahí que cuando una editorial pequeña, que apenas cuenta con más argumentos que su audacia, su olfato y su talento, tiene éxito, el sector sienta tanta euforia como envidia y desazón.
"Tenemos una estantería con los libros de otras editoriales que han copiado nuestro diseño." Jan Martí (Blackie Books)
Los responsables de Blackie Books lo saben bien: cuando hace cuatro años se atrevieron a publicar Instrumental, la autobiografía de un músico casi desconocido llamado James Rhodes, no tuvieron competencia. Los 100.000 ejemplares vendidos del polémico libro incitaron a grandes grupos editoriales a intentar “robarles” a Rhodes “con maneras muy descaradas ¡y un tanto patosas!” confirma, bienhumorado, el editor Jan Martí Cervera. No es su única mala experiencia. También tiene “una estantería en la oficina con todos los libros de otras editoriales que han copiado (un poco demasiado exageradamente) nuestro diseño. Pero por lo general nos llevamos bien, aprendemos de los buenos sellos de multinacionales”.
En busca del nicho perdido
Cada año, desde 2015, según el Ministerio de Cultura, nacen unas trescientas nuevas editoriales, muchas de ellas minúsculas pero a menudo con propuestas de interés, como las muy recientes Tránsito, Trampa, La Caja Books o Kultrum. La competencia es feroz, y la clave para lograr la supervivencia primero y el éxito despues es la especialización. Cada pequeña editorial busca a “su” lector, “su nicho”, de acuerdo a sus propios gustos y aficiones.
Las posibilidades son múltiples, tantas como lectores. Así, hay quien apuesta por la realidad como material literario, y, como Eva Serrano con Círculo de Tiza, se especializa en periodismo literario en todas sus variantes. “Pensamos que la realidad es tan atractiva o más que la ficción y percibimos un interés creciente de los lectores en este ‘nicho'. En todo caso, intuimos que en el siglo XXI las fronteras entre géneros son cada vez más finas y permeables”.
Otros, como Elisabet Riera, fundadora de Wunderkammer, buscan “lectores muy literarios, principalmente interesados en la literatura fin-de-siècle, y con un marcado gusto estético por el objeto libro”, mientras que Carmen Oliart, editora de Sabina, reivindica “otra manera de abordar las obras de las autoras que publicamos desde la autoridad femenina y feminista” para llegar a lectores muy diversos “precisamente porque proponemos una lectura diferente de autoras conocidas o noveles”.
La Huerta Grande confió al principio en el ensayo, buscando, según Philippine Camino, “a un lector que quiera ampliar sus conocimientos y su sentido crítico”, y Ultramarinos en la poesía, poniendo en primera línea, en palabras de su editor, Unai Velasco, “una experiencia particular que visibilice el oficio, tenga en cuenta la tradición y al tiempo la discuta” . El propósito de Tres Hermanas es distinto: desde el principio Cristina Pineda tuvo claro que le interesaba ofrecer “otra vuelta de tuerca” a libros ya conocido e editados: ¿qué ya existían versiones solventes de los diarios de Virginia Woolf? Su sello los editó “inexpurgados. ¿Que ya estaban publicadas las obras de las hermanas Mitford? Sacamos todas sus cartas, de edición inédita en nuestro país”, explica.
"Un editor puede ser un artista, además del proxeneta y el gorrilla de sus autores." César Sánchez (Fulgencio Pimentel)
No falta quienes, sin experiencia editorial ninguna, como Miguel Lázaro y José Miguel Pomares, montaron una editorial, Cabaret Voltaire, consagrada al principio a la literatura francesa y francófona, y que se ha visto recompensada con las ventas crecientes de autores como Leila Slimani, Mohamed Chukri y Annie Ernaux. En los libros sobre el arte y los artistas se centró Clara Pastor, de Elba, pero ha ido ampliando su catálogo “a otras formas de arte como los viajes o los jardines, ya que vinculan el espacio artístico a la belleza. En realidad -destaca-, ese es nuestro nicho: rescatar los aspectos de la vida que nos parecen delicados y bellos”. Otros lo fían todo al manga, como Gallo Nero, que comenzó en 2010 con una colección de novela gráfica. “Diría -comenta Donatella Ianuzzi- que somos la única editorial literaria que publica a grandes autores del siglo XX junto a autores de culto del gekiga”, o quien, como Jorge Salvador Galindo, de Pez de Plata, considera que apostar por la narrativa contemporánea en castellano y el humor, “en un mercado plagado de traducciones y tendencias”, ya es suficiente rasgo de distinción. Aunque, para distinción la de Víctor Gomollón, inefable editor de Jekill & Jill, que no concibe la idea de atender al lector: “Creo que ya hay muchas editoriales que trabajan en eso”, sostiene socarrón. “Prefiero darme el gusto de publicar lo que quiero. Si se da el caso y a los lectores les gusta, ¡es maravilla!, ¡es comunión!, eso que sucede algunas veces”.
Entre Asturias y Berlín
Gomollón es ejemplo también de algo característico de este nuevo modelo: él y sólo él es Jekill & Jill. Elige los manuscritos, trata con los autores, diseña, maqueta y prepara las promociones. Lo demás (traducciones, corrección, distribución, relación con los medios, etc.) corre a cuenta de colaboradores externos, un sistema de trabajo que comparte con otras muchas editoriales unipersonales como Wunderkammer o Gallo Nero. Pero podría ser peor: hay quien, por no tener, no tienen ni sede fija, como ediciones Paralelo, “aunque tenemos gente en Granada, Coruña y Barcelona”. Y quien trabaja entre Berlín y Asturias, como los editores de Pez de Plata, Jorge Salvador y Eva Díaz; o quien monta una editorial para huir del paro, esto es, con pasión pero sin manifiesta vocación editorial, como los antiguos libreros Laura Sandoval y Daniel Álvarez, que se lanzaron a la aventura con Hoja de Lata. Su estructura es mínima, excepto la traducción y la corrección, asumen la totalidad de las tareas, hasta definirse como “el hombre y la mujer orquesta”.
Y es que, en ocasiones, las microeditoriales se crean por razones de amistad y la plantilla dura tanto como ésta o hasta que cambian las circunstancias. Así, Julián Lacalle, de Pepitas de Calabaza, confiesa que ahora son “tres y medio”, pero que “siempre hay muchos amigos cerca. Sin su amistad y colaboración no seríamos nada. Pero nada de nada...”. Otro ejemplo: Ultramarinos la soñaron tres personas (Julia Echevarría, Víctor Ballcels y Velasco), pero los dos primeros se han desenganchado, aunque Velasco cuenta con la ayuda del tipógrafo Sergi Gòdia y la pintora Estefanía Urrutia, “que desde el principio se han encargado del diseño tipográfico y la concepción pictórica del proyecto”.
César Sánchez, creador de Fulgencio Pimentel, reivindica el papel del microeditor como una suerte de creador. “Sin duda: un editor puede ser un artista además del proxeneta y el gorrilla de sus autores y de explotar su patrimonio familiar y el de sus amigos. O puede que no tenga más remedio, porque nació así. Nosotros cuatro nacimos así. Digo esto con pudor teñido de orgullo, o al revés”.
Indies pero menos
En el otro lado del arco se encuentra un puñado de sellos híbridos o mestizos que comparten rasgos con las indies aunque formen parte de grandes empresas. Se trata de seducir al lector que ahora huye de los productos de las multinacionales, ofreciendo una perspectiva distinta (Adn en Anaya) o un enfoque más literario (:Rata_, en Grup Enciclopèdia Catalana). La que pretende ser más fiel a la casa madre es Harper Collins Ibérica. Se plantó en España en 2015 con la nueva traducción de Matar a un ruiseñor de Harper Lee, un mes antes de publicar también su segunda novela Ve, y pon un centinela, su gran bestseller; su enfoque es generalista y su objetivo es convertirse, según Luis Pugni, su director general, “en actor clave del mercado editorial español”.
Otro modelo lo representa Adn. Sello alternativo creado por Anaya, que a su vez forma parte del gigante Hachette, líder en Francia y una de las principales multinacinales de Reino Unido y Estados Unidos, intenta llegar a un público amplio “con literatura de calidad. Tocamos distintos géneros y no queremos limitarnos a un tipo determinado de público”, destaca su editor, Fernando Paz, que tiene en Michael Conolly a su autor estrella, con 100.000 ejemplares vendidos en España e Hispanoamérica con los cinco títulos publicados. En cambio, lo de :Rata_ es otra historia. Su fundadora, Iolanda Batallé, directora desde hace un par de meses del Instituto Ramón Llull, recibió en 2015 el encargo del Grup Enciclopèdia Catalana de crear un sello absolutamente personal, con trazas de independiente pero con la seguridad económica de la empresa, que se comprometía a sostenerla al menos durante cinco años. Gracias a eso ha configurado un catálogo audaz, con “obras escritas con las tripas, desde la necesidad, a tumba abierta”.
"El mercado editorial fabrica libros que no crean lectores sino consumidores." Phil Camino (La Huerta Grande)
El problema es que, como apuntaba Gabriel Zaid en Los demasiados libros (1996), “la mayor parte de los libros nunca se comentan, nunca se traducen, nunca se reeditan”, así que cada semana llegan a librerías y plataformas nuevos títulos, porque nunca había sido tan fácil publicar (según Zaid, en el mundo se imprime un libro cada treinta segundos). Además, hoy cualquiera puede autoeditarse con la ayuda de Amazon o de plataformas similares, y buscar un lugar bajo el sol editorial. En los últimos cinco años los libros autopublicados han aumentado un 70 por ciento, y son célebres casos como el de Blue Jeans, que comenzó a colgar en las redes capítulos de su primer libro, Canciones para Paula, con tal éxito que una editorial “convencional” (Everest) lo relanzó: hoy tiene publicadas once novelas, se ha rodado un filme basado en su ¡Buenos días, princesa!, y ha vendido cerca de un millón de ejemplares. Aunque el caso de Blue Jeans es excepcional, lo cierto es que, según el Informe Bookwire sobre la evolución de los libros electrónicos en América Latina y España, las ventas derivadas de la autopublicación en los mercados en español están valoradas entre 4 y 8 millones de euros.
Esta multiplicación de propuestas agrava lo que Jorge Herralde llamaba a comienzos de siglo “la muerte súbita de los libros”. Veinte años después, José Ángel Zapatero confirma que ha ido incluso a peor y que ahora no existe problema comparable a la rotación incontrolada de los títulos. “No puede ser que un libro recién publicado sea viejo en dos o tres meses y que cada año su vida sea menor”.
Siguen sobrando novedades y falta visibilidad. Y, sobre todo, faltan lectores de verdad, de esos que, como añora Philippine Camino, devoran más de un libro por semana y que para editoriales como las suyas, serían el “lector fetén”. Alguien a quien no le importe comprar un libro que puede no gustarle, porque sabe que hay que leer mucho y de todo. “Sí, de esos hay poquísimos. Mucha gente quiere rendimiento inmediato. A esto se suma que el mercado editorial fabrica libros que no crean lectores sino consumidores puntuales”. El problema, tercia Donatella Ianuzzi, es que la crisis lectora “no es algo transitorio sino irreversible agravado por la despreocupación institucional”. Tampoco ayuda el escaso prestigio social de la cultura, ni, como señala Jan Martí, las burbujas creadas por los agentes literarios, “que piden más dinero del que toca por un libro (que jamás lo va a generar)”, y las que se crean en las ferias internacionales con las modas literarias.
Paradójicamente la solución para estas minúsculas editoriales son las redes, que permiten visibilizar las novedades más allá de las librerías y de los medios convencionales y han reemplazado al tradicional boca-oreja, aunque muchos echen de menos la opinión de ciberprescriptores honestos y fiables, que ordenen el creciente caos editorial.