Retrato del vizconde en invierno
La burguesía acomodada, rancia y de pujo aristocrático, figura entre los intereses temáticos privativos de Álvaro Pombo (Santander, 1939) y le ha dedicado varias obras. En otras encontramos la homosexualidad y la religión, también motivos predilectos suyos. Los tres coinciden en Retrato del vizconde en invierno, de modo que esta nueva novela supone una suma de un buen sector de su escritura novelesca. Si a estas cuestiones añadimos una casi iné-dita atención por la vejez, tenemos el bucle de preocupaciones del libro.
Horacio, el vizconde aludido en el título, ocupa el espacio central de la novela, una especie de planeta en torno al que giran los satélites familiares, la esposa fallecida, la amante consuetudinaria durante mucho tiempo, el hijo y su pareja del mismo sexo, y la hija, consagrada a la amistad peligrosa de un cura apuesto y de su hermana. Completa el censo un matrimonio de sirvientes de toda la vida. El título sintetiza las otras referencias anecdóticas, de alcance simbólico. Retrato: el bloque familiar decide obsequiárselo a Horacio en su 80 aniversario, y la pintura suscitará en él alarma al sentir reflejada su personalidad miserable, frente a la imagen pública de respetado intelectual. Invierno: es tanto el tiempo acotado de la acción como el metafórico de la decadencia del vizconde. El escenario perfila la situación narrativa: una mansión en un selecto barrio madrileño con vistas al Retiro y al Jardín Botánico.
Retrato del vizconde... tiene una ideación teatral, casi más que narrativa, y recuerda, salvadas todas las distancias, la “alta comedia” decimonónica por su observación de interiores burgueses ensimismados en sus características inquietudes de clase. Esta gente ociosa (no vemos ninguna actividad laboral corriente) se enreda en sutiles y rebuscadas especulaciones que afectan a sus almas enfermas de malas pasiones, de egoísmos enquistados, de soledades irredimibles. Y como son personas cultas (padre e hijo escritores laureados), se explayan en disquisiciones filosóficas y en elucubraciones estéticas.
Pombo desarrolla en esta obra una atractiva mezcla de novela psicologista y de pensamiento. En cuanto a aquélla, los personajes interesan por la fuerza con que patentizan un desvalimiento absoluto producto de su conflictividad anímica. Respecto de la otra dimensión, los amplios pasajes ensayísticos implican alguna rémora narrativa, aunque leve porque un narrador muy cercano al propio autor (si no es un alter ego suyo) habla con una perspectiva irónica y desenfadada, y muestra cierta complicidad con el lector. Además, un diálogo vivaz agiliza las elucubraciones de los personajes y los cultismos (un solo ejemplo: “SIDA ontoteológico”) y el retoricismo (otro nada más: “un secreto secreta un secreto”) típicos de Pombo se contrapesan con súbitos coloquialismos (dos muestras: “perder aceite”, “punto filipino”). Al fin, el artificio no impide la comunicación.
Ya sé que no debe hacerse una reductora lectura sociologista del escritor cántabro. Sin embargo, esta estampa de la clase alta algún día valdrá como un bodegón social, canto del cisne de un grupo cuyo acerado análisis moral cierra Pombo con un golpe de efecto de extrema radicalidad que no debo concretar.