Mosaico de editores homenajeados en Los papeles del cambio, con Carlos Barral, José María Castellet, Beatriz de Moura y Esther Tusquets, entre otros

Es una pregunta que se ha planteado alguna vez (o cada día) cualquiera que se dedique a las letras: ¿Puede acaso la literatura transformar el mundo? Los papeles del cambio. Revolución, edición literaria y democracia 1968-1988 es una pequeña exposición en la planta sótano de la Biblioteca Nacional que hasta el 10 de marzo invita a responder que sí al tiempo que rinde homenaje a un puñado de personas que creyeron en ello a pies juntillas bajo la losa de la censura franquista.



Comisariada por el ensayista y crítico Jordi Gracia, catedrático de literatura española de la Universidad de Barcelona, la muestra se enmarca en las conmemoraciones por el 40.° aniversario de la Constitución española y propone un recorrido por el panorama editorial de las décadas anterior y posterior a la firma de la Carta Magna a través de un centenar de ejemplares, la mayoría de los cuales se puede hojear. Las novelas del boom latinoamericano, la antología poética de los Nueve novísimos de José María Castellet, un cancionero de Bob Dylan, las memorias de la Pasionaria, Apocalípticos e integrados de Umberto Eco, Crónica sentimental de España de Manuel Vázquez Montalbán, El nuevo periodismo de Tom Wolfe… "Entre todos cuentan el cambio que vivió la sociedad a través de sus libros y sus editores", señala Gracia.



La exposición deja de lado las grandes editoriales comerciales del momento para centrarse en aquellos editores que asumieron el riesgo de empujar los límites de lo que se podía publicar, "actuando como si Franco ya hubiera muerto aunque entonces seguía muy vivo", señala Gracia. "Las formas de represión del régimen seguían siendo muy contundentes, pero la difusión de los libros de la editorial Anagrama, Tusquets, Kairós o la poesía de Visor emitían el mensaje de una renovación cultural, intelectual y vital que no tenía nada que ver con la España oficial, la educación franquista y esa cosmovisión estática y profundamente reaccionaria que transmitían los medios de comunicación públicos de entonces".



Nueve novísimos, antología de José María Castellet (Barral Editores, 1970) y Antología de la Beat Generation, de M. R. Barnatán (Plaza & Janés, 1970)

Hay que recordar que en 1966 la nueva Ley de prensa e imprenta impulsada por Manuel Fraga eliminó la censura previa, lo que en la práctica fue "una trampa" y "una muestra de cinismo político", opina Gracia, ya que desde entonces "la censura se ejerce secuestrando las ediciones una vez que el editor ha publicado el libro y pagado el papel, la imprenta y la distribución". Una práctica que afectó a muchas editoriales y acabó con algunas, como Ciencia Nueva, "que no pudo sobrevivir a la asfixia a la que la sometió el régimen, por ser roja y estar llena de comunistas".



Tampoco hay que olvidar, añade el escritor, que "España era franquista. No nos hagamos la ilusión de que todos éramos antifranquistas". Mientras en 1975 las editoriales que vendían decenas de miles de ejemplares eran Planeta, Plaza & Janés o Bruguera y el rey de las ventas era Fernando Vizcaíno Casas, los lectores que se interesaban por este otro tipo de libros y editoriales eran "una masiva minoría", como la llama el comisario. "Minorías intelectuales muy activas y movilizadas". Lo que hicieron editores como Carlos Barral (Seix Barral), Esther Tusquets y Beatriz de Moura (Tusquets), Jorge Herralde (Anagrama) y muchos otros fue "crear las condiciones de una democracia política a través de una democracia cultural cuando no existía la democracia. Se la estaban inventando sobre la marcha", explica el comisario de la exposición, que considera importante el orden en el que aparecen las palabras "revolución" y "democracia" en el título de la exposición, ya que buena parte de esta élite intelectual predicaba "una idea de democracia revolucionaria, no la idea de democracia representativa y liberal con la que nos manejamos hoy".



Un elemento clave en la evolución del lector medio español fue, según Gracia, el editor Javier Pradera con la colección Alianza Bolsillo, a partir de 1966. "Al precio de una entrada de cine puso en circulación obras maestras absolutas de toda la tradición occidental, de autores como Kafka, Nietzsche o Proust, con ventas de 200.000 ejemplares. Estamos hablando de cifras astronómicas que forman parte de ese cambio de las clases medias en España incluso bajo el franquismo y gracias al aumento de la población universitaria, sin cuya agitación a mediados de los sesenta no habrían existido la mitad de estos editores", reconoce el experto, que también destaca el papel de colecciones como Cuadernos ínfimos de Tusquets, Cuadernos de Anagrama o la de poesía El Bardo, fundada por José Batlló en la editorial Libros de la Frontera.



No obstante, el lector de estas colecciones y el de las novedades de las grandes editoriales eran muy distintos, "hasta que a Rafael Borràs (editor en Planeta) se le ocurrió que el Premio Planeta fuera a parar a Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Jorge Semprún y Francisco Umbral, todos seguidos. Así consiguió resituar a la editorial en democracia", explica Gracia. "Entonces sí hubo una reconciliación de lectores. Vázquez Montalbán, que publicó en Kairós su Manifiesto subnormal, que fue un bombazo y una provocación para la izquierda más dogmática y sesuda, se convirtió solo siete años después en autor de Planeta".



Manifiesto subnormal, de Manuel Vázquez Montalbán (Kairós, 1970); Eurocomunismo y socialismo, de Fernando Claudín (Siglo XXI, 1977); Microfísica del poder, de Michel Foucault (La Piqueta, 1978)

Editores del exilio

Los padres intelectuales y sentimentales de los nuevos editores fueron aquellos que alimentaron desde el exilio las lecturas clandestinas de los españoles durante la posguerra. Muchos títulos impublicables en España circularon en la sombra dentro del país gracias a editoriales como Ruedo Ibérico, fundada por José Martínez en París; la Editorial Losada de Buenos Aires, creada por Gonzalo Losada; o el Fondo de Cultura Económica de México, que tras la guerra civil acogió a intelectuales españoles como José Gaos, Eugenio Ímaz o Joaquín Díez-Canedo. Así, las obras de Manuel Azaña, de Miguel Hernández, de Rafael Alberti, de Arturo Barea, de Max Aub, El labertino español de Gerald Brenan o La guerra civil española de Hugh Thomas se leyeron a escondidas hasta que a partir de 1978 comenzaron a ser publicadas libremente por editoriales españolas como Seix Barral, Alianza, Cátedra, Crítica o la colección Austral de Espasa-Calpe. "Lo que antes era la trastienda de los clandestinos se convierte casi en la red de referencias fundamentales para la nueva democracia", señala Gracia. "A León Felipe claro que se le leyó en los años sesenta y setenta, pero en la clandestinidad. Después se siguió leyendo su obra en ediciones escolares anotadas y para profesores, esa es la diferencia".



Humor, sexo y drogas

La exposición de la BNE dedica también algunos anaqueles al humor gráfico de autores como Forges, Ops (el otro seudónimo de El Roto) o la revista Por favor "que se también refleja la apertura al hedonismo que marcó la Transición, en la que tuvo una mayor presencia la literatura erótica, como la citada La máquina de follar de Bukowski, los libros que hablaban sin tapujos del consumo de drogas, como A la rica marihuana y otros sabores, de Terry Southern, o los que trataban los dos temas a la vez, como La bestia rosa, de Francisco Umbral. "A veces tendemos a reducir el cambio a lo político, cuando lo que hubo sobre todo fue una nueva mentalidad, que iba desde un erotismo desacomplejado, fresco y provocador hasta la experimentación hedonista con las drogas sin este puritanismo en el que estamos empezando a instalarnos", opina Gracia. "No todos acabaron con sida, ni muertos, ni machacados machacados por la heroína. No estoy rebajando el drama que supone la adicción a las drogas, pero tampoco quiero callar esas formas del hedonismo activo y vitalista que reflejan muy bien el tono de la época y el gran cambio que vivimos en España".



@FDQuijano