Image: Samanta Schweblin: Lo más dañino de la tecnología es el ser humano al otro lado

Image: Samanta Schweblin: "Lo más dañino de la tecnología es el ser humano al otro lado"

Letras

Samanta Schweblin: "Lo más dañino de la tecnología es el ser humano al otro lado"

27 diciembre, 2018 01:00

Samanta Schweblin. Foto: Alejandra López

La escritora argentina publica Kentukis (Random House), una reflexión acerca del inquietante presente de la tecnología que vehicula sus clásicos temas como los límites entre lo ordinario y lo extraño, la soledad o los problemas de incomunicación.

Piense en un cruce entre un peluche de felpa y el móvil más rudimentario caminando por su casa. Ahora imagine que al otro lado de ese muñeco hay una persona a quien no conoce de nada que desde su ordenador está viéndolo todo. "En principio no fue una idea literaria, solo estaba tonteando, pensando cosas y me pregunté cómo podía ser que no existiera ya un aparato así. Pero a la vez entendí el peligro de algo como esto y ahí se me encendió el bichito literario. Hubo un primer borrador de 10 ó 15 páginas donde atrapé de una sentada el concepto: sería una novela por capítulos con varios personajes y varias ciudades". En este inquietante mundo que puede ser tan parecido al nuestro nos sumerge Kentukis, la nueva novela de Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978), la segunda tras Distancia de rescate, una nada halagüeña reflexión sobre los límites y peligros de la tecnología, narrada a través de varios episodios, en la que la escritora imbrica sus temas habituales como como los límites entre lo que es cotidiano y lo extraño, el voyerismo, la soledad o los problemas de lenguaje e incomunicación.

Pregunta. Sale de su zona de confort al escribir una novela con el tema de la tecnología como eje, que además es coral y narrada en tercera persona. ¿Por qué lo ha hecho así y cómo ha sido el proceso?
Respuesta. Desde el comienzo sentí la historia como una novela por la extensión, la estructura coral y en capítulos, el narrador en tercera persona… Y ya sin hablar de la tecnología, un tema absolutamente ajeno para mí. A diferencia de Distancia de rescate, que es una novela alargada que mantiene su estructura de cuento, Kentukis es una novela pura. Sin embargo, hacia la mitad, a pesar de que tenía esa sensación de salir de mi zona de confort, advertí que en realidad no había escapado de mis temas y de mis climas. Porque a pesar de la tecnología, la novela sigue hablando de los límites entre lo que es ordinario y cotidiano y ese vislumbre de lo extraño, de lo que desconocemos, y de la comunicación y los problemas de incomunicación, de la soledad, de los problemas del lenguaje…

P. Todos estos temas tradicionalmente suyos están pasados por el tamiz de la tecnología, ¿por qué?
R. Eso mismo pensaba yo, pero en realidad la tecnología es un armazón, casi una excusa, porque no se habla mucho de ella en el libro. Justamente lo que hace el kentuki es permitirme sacarme de encima el problema de la tecnología y así poder hablar de las conexiones y desconexiones humanas.

P. En este sentido, ¿por qué tememos la tecnología, si al final lo que demuestran todas estas historias es que donde está lo bueno y lo malo es en los seres humanos que la utilizan?
R. Exactamente, la tecnología es neutra. Crece todo el tiempo de manera atonal, cambia, muta… Siempre tenemos esta idea de la tecnología como el gran mal, este ser informe y enorme que en algún momento nos va a dar un coletazo, o esta mirada de maléfico control gubernamental o empresarial que está pensando en espiarnos y controlarnos. No digo que eso no exista, existe y cada vez lo veremos de manera más concreta, pero más allá de todo eso, el mal más cercano y más dañino que tenemos respecto de cualquier tecnología es que al otro lado de cualquier aparato hay otro ser humano. Y ese ser humano, encima, no suele ser un mal tipo, es un tipo igual a nosotros. Uno de los grandes desafíos de Kentukis era demostrar justamente como uno mismo es el malo.

El kentuki plantea si puedo y debería intervenir en la realidad, inmiscuirme en las vidas ajenas"

P. La novela está ambientada en un tiempo que podría ser hoy mismo, y un espacio que recorre varias ciudades. ¿Qué importancia juegan estas dos coordenadas?
R. Son dos cuestiones importantes, sí. A nivel espacial, con los kentukis es posible poder circular, casi como una aspiradora de piso por la casa de otro, o puedes tocarle los pies para que te mire. Esa espacialidad en vivo sí es algo que hoy no tenemos. Y con el tiempo también pasa lo mismo, porque muchas veces en Facebook con dos o tres clics llegamos a lugares que nos horrorizan y escapamos. Eso que vimos pasó, hace años u horas, pero ya pasó. Sin embargo, lo que muestran los kentukis está pasando en este mismo momento, por lo que aparecen un montón de implicaciones legales y morales. ¿Puedo y debería intervenir en esto que está pasando? ¿Debería inmiscuirme en las vidas ajenas?

P. Ahí surge esa dicotomía que plantea dividiendo a la gente en dos tipos: amos y kentukis. ¿Qué implica esta elección? ¿Realmente el amo es el amo?
R. Al principio de la novela sí parece que hay una gran diferencia entre estos dos tipos de personas, pero luego uno se da cuenta de que en realidad ambos son amos y esclavos de forma alterna. Un kentuki es el acceso remoto de un ciudadano a la vida privada de otro. Hay uno, que se conecta desde su computadora, el ser kentuki, que despierta dentro del peluche que compró otro, el amo. Por supuesto el que es kentuki es en un principio un voyeur que mira todo el tiempo. Pero después el tema empieza a complejizarse, porque los kentukis no tienen manera de hablar, pero inevitablemente el ser humano intenta inventar siempre algún tipo de comunicación. Mientras no la hay, no hay juicio de valor, por lo tanto, la relación es casi como la de un amo como una mascota. No hay lenguaje, y eso hace olvidar casi que del otro lado hay un ser humano.

P. Reflexiona sobre cómo nuestra intimidad puede ser atacada virtualmente, pero es la propia gente la que pone fin a ese espacio privado al comprar esa cámara con alguien detrás. ¿Qué nos lleva a eso?
R. Puede parecer una locura, pero sin embargo estamos rodeados de esta exposición. ¿Qué te lleva a subir tus imágenes a Instagram o Facebook? Es la misma trampa. Y hay algo de la exposición, del mostrarse, que es parte de la trampa, pero engancha a la gente. Si yo te digo que por poco dinero puedes tener una conexión a internet para estar por la casa de otro o una especie de robot que circula por tu casa, que es como un peluche que tiene vida… ¿Quién se resiste? Pero hay más. A mí me gustaría ser ama y tener un kentuki, quizás por toda la parte perversa de todo lo que le podría obligar a hacer, ver o escuchar… Pero jugaría con la idea, quizá mentirosa, de que yo puedo poner ciertos límites. Como si tenerlo ahí no implicara ya una cantidad de intimidad muy fuerte.

El ser humano siempre contesta a sus grandes preguntas vitales comparándose con los demás"

P. Y en el otro lado, ¿qué motiva a una persona a entrar a ciegas en la vida de alguien a quien no conoce?
R. Hay algo intrínseco que tenemos los seres humanos que es compararnos constantemente con los demás. Todo el tiempo queremos saber si lo estamos haciendo bien, y nos hacemos preguntas del tipo: ¿Soy normal o no? ¿Está bien esta pareja, este trabajo? ¿Lo estoy haciendo bien o mal? Y esas preguntas, en lugar de contestárnoslas con nuestros propios deseos y necesidades, lo hacemos casi siempre en comparación con los demás. Por eso todo el tiempo necesitamos tener un juicio de valor hacia nosotros y hacia los otros. Y el mejor espacio para eso es el voyerismo, porque lo que el otro te dice o te muestra no es la verdad. Tenemos esa sensación de que la verdad siempre ocurre, en el lugar en que nosotros no estamos. Entonces el voyerismo sería la manera más auténtica y razonable de llegar a esa verdad vital que tiene que ver con esa pregunta que nos hacemos toda la vida.

P. En estos temas, la legalidad va siempre un poco a rebufo de la realidad, ¿cómo se establecen estos límites morales o legales en estos aparatos, en esta relación de vigilancia y conexión?
R. Ahí está la gran pregunta de la novela. Técnicamente la novela no plantea nada de fuera de este mundo, es absolutamente realista. Un kentuki es un cruce entre un teléfono y un peluche, pero algunas críticas han dicho que es una distopía o una novela de ciencia ficción. Esto es muy interesante, porque significa que vivimos en un mundo absolutamente tecnologizado que tenemos hipernaturalizado. No nos hacemos preguntas ni pensamos que vivimos en la ciencia ficción o el futuro, pero cuando eso lo llevamos a la literatura, que es el espacio donde pensamos y tratamos de entender y poner etiquetas a las cosas, sí nos parece el futuro. Ese ruido me parece fascinante. Creo que naturalizamos la tecnología muy fácilmente porque nos es muy útil para un montón de cosas, pero no la estamos pensando. Es decir, estamos asumiendo un montón de cosas sin pararnos a pensar en los límites éticos, las cuestiones morales o legales de hasta dónde puede uno ver y mostrar… Y esas cuestiones son las que disparan las distintas historias. Todo el tiempo es un prisma que trata de reflejar gran parte de los problemas contemporáneos, desde el veganismo y el maltrato animal hasta el abuso de las mujeres, la pedofilia, la soledad…

Fue un esfuerzo muy grande mantener la novela en lo cotidiano, pero también ahí hay drama y apocalipsis"

P. Sin embargo, todas las tramas se mantienen siempre en un ámbito pequeño y cotidiano, ¿por qué no abordar los grandes conflictos que puede generar esta tecnología?
R. La verdad es que era una tentación enorme, frente a un dispositivo como el kentuki, que permite tantos finales desopilantes y de ciencia ficción, crear algo tipo fin del mundo y crisis global, porque la tecnología suele llevarnos a ese lugar, quizá por el miedo que produce y por las posibilidades reales que tiene… Fue un esfuerzo muy grande mantener la novela en lo cotidiano, en el problema chico. Hablar de tecnología, pero no como un gran monstruo ajeno, sino narrar cómo la gente corriente, qué les pasa a esas personas. Y es que, en mi opinión, también hay drama y apocalipsis en esas vidas, en el espacio de lo cotidiano.

P. Y tras esta inmersión, ¿seguirá explorando la temática tecnológica? ¿Lo próximo será novela o libro de relatos?
R. En principio esta temática la damos por cerrada, aunque nunca se sabe. Todo el tiempo estoy creando cuentos, es lo que hago todos los días, así que siempre hay un libro de cuentos en camino. Pero pueden aparecer ideas que se salen de ese género y hay que escribirlas. Me interesa mucho el formato de la nouvelle, que permite la combinación de lo mejor de las dos fuerzas, esta cosa de transformación y profundidad que tiene la novela y lo rotundo, lo contundente y la tensión que puede tener el cuento. Pero no me siento todavía lo suficientemente profesional para elegir lo que escribo. Las ideas aparecen, y cuando lo hacen, ya traen un formato.