Heng-o, diosa de la luna en la mitología china, h. 1350-1400

Traducción de Francisco López Marín. Atalanta. Gerona, 2018. 644 páginas. 58 €

"Un ser humano es parte del conjunto que llamamos ‘el universo', una parte limitada en el tiempo y el espacio. Pero se experimenta a sí mismo, vive sus pensamientos y sentimientos como algo separado del resto: una especie de ilusión óptica de su conciencia... Nuestra tarea debería ser liberarnos de esta cárcel ampliando nuestro círculo de entendimiento...". Estas palabras son de Albert Einstein, el científico más respetado del siglo XX, una mente racional que penetró con lucidez sin precedentes en la realidad fenoménica. Llama la atención comprobar que a este tipo de declaraciones no se les ha dado nunca la relevancia que obtuvieron sus teorías sobre el tiempo o el átomo. Como si las últimas procedieran de los labios de un premio Nobel de Física (1921) y las otras de ese anciano de pelo alborotado que saca la lengua con descaro, en la famosa foto de la celebración de su setenta y dos cumpleaños. El postulado de Einstein sobre la identidad es, por así decir, otra Teoría de la Relatividad, pero en este caso en el ámbito de la conciencia. Y resulta mucho más difícil cambiar nuestras creencias sobre nosotros mismos que las que tenemos sobre el mundo físico y su comportamiento.



La cita de Einstein se reproduce en las últimas páginas de este libro monumental y bellamente editado, erudito y por momentos apasionado. Su autora combina un amplio bagaje intelectual, que va de estudios en filosofía y literatura comparada a sus clases sobre mitología y su formación como analista jungiana. Esos son los mimbres de este texto, un estudio enciclopédico sobre el simbolismo de la luna, estructurado pormenorizadamente, con amplios discursos en que se cruzan la antropología con la mitología y la poesía. También desarrolla reflexiones acerca del significado del mito, que luego comentaré. Como buena jungiana, Jules Cashford no concibe mitos y símbolos como meras construcciones culturales, sino como la expresión de dimensiones de la psique, que han pasado a formar parte de lo que se denomina inconsciente colectivo. Mito y símbolo hablan en el idioma de la imaginación, que es la lengua materna de la psique. Estas son ideas ya conocidas, pero Cashford las ribetea con aportaciones de la neurociencia, acerca de la evolución de la mente humana.



El libro se titula La Luna. Símbolo de transformación y, en efecto, recorre sus páginas una encendida invitación a trasformar nuestra conciencia como individuos y propiciar un nuevo estadio de evolución de la conciencia de la especie. Una clave de esa transformación sería la vivencia de pertenecer a sistemas más amplios y complejos, como los que mencionaba Einstein. La luna nos proporcionó pistas sobre esa interrelación de los seres vivos, moviendo las mareas o alineando sus fases con el ciclo menstrual, la hinchazón con la luna llena. Su presencia plena, su mengua y su total desaparición en la luna nueva, para surgir luego hasta la plenitud, se entendieron como un diagrama del ciclo de la vida.



La luna, un elemento presente con fuerza en mitología, literatura y antropología, señala una verdad profunda: el cambio como condición de todo lo existente

En los albores de la aparición del homo sapiens, cuando el medio natural en que estaba inmerso era su principal fuente de conocimiento, la constante y cambiante presencia de la luna fue sin duda un destacado motivo de observación. Lo extraordinario es, según explica la autora, que de forma prácticamente universal -y concretamente hasta la aparición de la agricultura- "la luna y no el sol era el principal foco de las ideas y prácticas religiosas, en la medida en que estas asumieron una forma cosmológica". Para la cultura occidental, que durante los últimos tres mil años ha tenido una orientación predominantemente solar, esto puede resultar sorprendente. Los investigadores sostienen, además, que el papel de la luna en la evolución de la mente humana tuvo mayor peso del que se había imaginado. Y que los orígenes de la civilización hunden sus raíces en las notaciones sobre el movimiento lunar. Gracias a la luna, argumenta la autora, nuestros ancestros llegaron a concebir el tiempo y los ciclos, lo que propició el desarrollo del pensamiento deductivo y racional.



Cashford realiza un soberbio esfuerzo conceptual para ordenar y articular un amplísimo elenco de referencias, estableciendo apartados muy heterogéneos, como la luna y las aguas, la luna y la red de los seres vivos, la luna y la fertilidad, la luna y el destino, la luna negra y la muerte, la luna nueva y el renacimiento. Si bien el acopio de referencias es de carácter universal en cuanto a mitología y folclore, no sucede así en la literatura. Esto por buscar algún defecto a este libro admirable.



En algún lugar del mismo, Cashford dedica a unas páginas al pensamiento simbólico que me parecen especialmente reveladoras. Dado que éste precedió al pensamiento racional y al lenguaje discursivo, tendemos a considerarlo como inferior o defectuoso. Sin embargo, gracias a él, que no separa algo de su opuesto y que proporciona imágenes inteligibles y evocadoras, se pueden iluminar y expresar formas ocultas del ser y de sus experiencias psíquicas. A través de los símbolos podemos, por ejemplo, acceder a un sentido de la totalidad que está fuera del alcance del pensamiento racional. Los grandes símbolos son todos ellos de origen natural, lo que nos habla precisamente de la íntima relación del ser humano con la naturaleza, un vínculo que ha ido desapareciendo en la medida en que la experiencia sagrada del mundo ha dado paso a otra secular, en la que los símbolos son meros documentos de cultura. El desplazamiento de la orientación lunar a la solar, a comienzos de la Edad del Hierro, retiró de la Tierra la divinidad inmanente y la llevó a donde no podía ser vista, y propició la capacidad humana de interiorizar la divinidad. La idea misma de Naturaleza aparece cuando la visión unificada de la Madre Tierra empieza a desvanecerse.



Jules Cashford se acoge a una teoría de etapas de la conciencia humana, según la cual, tras la primera época, de fusión con el medio, estamos al final de la segunda, dominada por la racionalidad discursiva y fragmentadora del todo. Y siendo así, estamos también al comienzo de una etapa ulterior, la llamada "participación final", en la que la antigua consciencia participativa podría ser recreada en otro plano, mediante la imaginación.



Todo lo dicho acerca de este libro es apenas un resumen esquemático y un caprichoso recorrido por algunas de las ideas que contiene. Si fuera un simple manual de simbología, por muy completo y bien ilustrado que fuese, no lo consideraría de tanto interés. Pero gracias a él podemos acceder a un caudal enorme de informaciones que hace que se nos presente como incontestable la idea de un profundo sustrato común de lo humano a través de las más vastas magnitudes de tiempo y espacio. Mitología, literatura y antropología revelan la continuidad de una serie de imágenes que parecen pugnar en cada ocasión por llegar a nuestra consciencia. La Luna, un elemento presente con fuerza en todos estos ámbitos, señala una verdad profunda: el cambio como condición de todo lo existente. Un cambio que en último término implica necesariamente muerte y renacimiento.



Levanto la vista del libro de Cashford sobre la mesa. Y veo por la ventana la araña de la luna tejiendo el hilo de nuestras vidas, como tantas veces acabo de leer que se ha imaginado. Esta es una de las noches más largas del año. Le pido "lunaraña, haga largos sus hilos, tienda en la noche una telaraña de suspiros".