Traducción de Javier Albiñana. Tusquets. Barcelona, 2019. 192 páginas. 17,90 €

A rebufo del (quizás inesperado) gran éxito cosechado en España por El orden del día, novela con la que Éric Vuillard (Lyon, 1968) ganó en 2017 el premio Goncourt (y mejor obra de ficción extranjera del año pasado según estas mismas páginas), se publica ahora 14 de julio, su anterior título, en el que el francés circunvala de nuevo un hecho histórico crucial (esta vez la toma de la Bastilla en 1789), desde perspectivas narrativas aparentemente poco transitadas. En este caso, la aproximación que Vuillard hace a tan señalada fecha viene a caer, ética y estéticamente hablando, en algún punto intermedio entre los Episodios nacionales de Galdós y los Momentos estelares de la humanidad de Zweig, hasta el punto de que, sin ánimo de perderme en disquisiciones de género (literario, claro), 14 de julio se me antoja más un ejercicio de estilo que una novela, propiamente dicha, de tintes históricos.

En relación con lo anterior, es de destacar que a medida que el lector se sumerge en esta vertiginosa narración por estampas, la propia voz de Vuillard se va imponiendo. Lo imagina uno apoyado, con los brazos abiertos, sobre una reproducción fidedigna, a gran escala, de un plano del París de la época, rodeado a su vez por todos los documentos históricos por él consultados, mientras vocea a quien le quiera escuchar (cuando se entona, Vuillard puede llegar a ser de lo más seductor) cada cruento episodio, señalando con el dedo cada calle, cada plaza, cada fábrica, cada lugar donde se produjo una refriega... haciéndonos ver a su vez, todo el tiempo, cómo la Historia (así, con mayúsculas) la construyen (que no escriben) ciudadanos anónimos, pequeños comerciantes, masa informe en definitiva sobre la que los historiadores suelen pasar de puntillas en pos de los grandes nombres, de las grandes personalidades. El ministro de finanzas Jacques Necker, sí, por supuesto; pero también, por qué no, el futuro general Rossignol, de origen humilde, tan protagonista de la toma de la Bastilla como el anterior.

'14 de julio' se me antoja más un ejercicio de estilo que una novela, propiamente dicha, de tintes históricos

Como las turbamultas no tienen rostro, Vuillard se empeña en hacernos saber el nombre y el oficio de todos los que participaron en los fastos de aquellos días revolucionarios, dedicando incluso un capítulo completo (“La multitud”) a ello. Es de justicia. Vuillard juega en estos casos a hacer las veces de juglar cascabelero, sobre todo al narrar el pasado desde el presente con tanta fruición. Son de hecho frecuentes sus injerencias en este sentido: por ejemplo, al hablar del ya citado Necker, nos señala que “adoptó una actitud arriesgada, como esos traders que, en la actualidad, arrojan sus ordenes entre las mandíbulas del monstruo, esperando que la cosa funcione” (p. 42). Como buen juglar tampoco parece tener miedo a los excesos, a presentarse, en ocasiones, más impresionista de la cuenta (su voluptuosa descripción de Versalles parece sacada del guion de María Antonieta, de Sofia Coppola), a abusar un tanto de cierto chisporroteo narrativo (esas retahílas salpicadas de objetos, esa especie de prosismo de metralleta), tan efectivo como facilón. Para bien y para mal, todo es sincopado en 14 de julio.

A través de estos arrebatos “poéticos”, Vuillard no solo antepone la plasticidad del relato (de su relato) a la frialdad de la propia realidad histórica (destilada, en todo caso, para la ocasión), sino que consigue transmitir con brillantez el caos que se debió vivir durante aquellos días de locos. Al traductor, de paso, lo pone a prueba, al tener que vérselas con semejante ritmo fulgurante. El trabajo de Javier Albiñana, en este sentido, se presenta impecable.

Por más que Vuillard desplace aquí el foco de las narraciones históricas oficiales, lo cierto es que 14 de julio en ningún momento plantea una relectura de los hechos. A cambio, a su término (y espero no estar incurriendo en ningún spoiler al revelarlo), se realiza un claro llamamiento a la rebeldía contra el (des)orden establecido: “A veces, cuando el tiempo es demasiado gris, cuando el horizonte es demasiado mortecino, deberíamos abrir los cajones, romper los cristales a pedradas y arrojar los documentos por las ventanas”. Quién le iba a decir a Vuillard cuando se publicó este libro (allá por 2016) que, a unos pocos días de escribir esta reseña, las calles de París volverían a ser tomadas por el mismo pueblo que aquí retrata.

@FranGMatute