Hiperión. Madrid, 2018.75 páginas. 10 €
Ni las niñas ni las mujeres dicen siempre la verdad. Ni los hombres, afortunadamente: en caso contrario, no existiría la literatura. Donde la hay segura, y además honda y vibrante, fortalecida por un discurso tan desnudo como sobrio, es en Las niñas siempre dicen la verdad, el primer y potente libro de Rosa Berbel (Estepa, Sevilla, 1997). En los últimos años, quizá por la influencia de las redes sociales en la forma de comprender y de asomarse al mundo, se ha desarrollado una línea de exhibición intimista -ligeramente distinta a la confesional de siempre: la llamaremos poesía selfie- que bien podría leerse en paralelo a la cuenta de Instagram de su autora o autor: máxima exposición en primer plano de un yo puesto a la vista de la colectividad, que observa y también es observado. Es lo que sucede con la poesía de Rosa Berbel: que nos interpela desde una certeza de vivir, desde una biografía puesta en pie que nos alude con sus fotografías de realidad.
Así, en el excelente y descorazonador primer poema -“Precuela”-, la infancia resucita como un escenario en ruinas que ya no podemos habitar, con amigos lejanos y la prisa de los años perdidos. Luego, dividido en tres partes -“Quemar el bosque”, “Planes de futuro” y “Sala de espera para madres impacientes”- se va desarrollando una identidad femenina y biográfica desde un realismo radical que sabe incardinar fogonazos verbales que levantan el vuelo de la universal mediocridad de vivir. Así, mientras recordamos que “la basura expandía los límites del mundo”, vamos descubriendo que crecer es “romper cosas que nunca hemos tenido” en el desasosegante “Crecer es”.
Es una poesía de impacto o golpe, con un lirismo ácido que guarda su reveso de calor. Poemas memorables: varios, lo que ya es mucho. “Árbol genealógico” -con esas manos que “alimentaron hijos, / construyeron ciudades / en civilizaciones olvidadas, / acariciaron cuerpos infelices”- o el que da título al libro. En “Oráculo de Delfos” se nos aparece una posible poética de las muchas de la obra: “siempre, sin ninguna excepción, / la imagen crea el acontecimiento”. ¿Recuerdo o artificio? Poco importa ante un poema tan demoledor como “Planes de futuro”, con una pareja ya en los cuarenta -o sea, que doblan en años a la autora- que sueña con su “ropa en la arena como entonces / (...) uno enfrente del otro, / con toda la extrañeza de los cuerpos desnudos”.
Se asoma con desencanto Rosa Berbel al futuro, pero también a la articulación del presente, con un culturalismo bien sujeto que hace dialogar a Heráclito con Flaubert en “First dates”. Nos habla “de los niños dormidos y de los padres muertos, /de tanta lucidez / guardada en los armarios”. “Manual de supervivencia para salir del nido” es tan generacional como también un hondo autorretrato con ironía y belleza.
Poesía coloquial la de Las niñas siempre diden la verdad, con varias capas que asoman entre los centelleos de las imágenes. Al final del verano, nos basta “una palabra / para encender el fuego”. Entonces, libremente, arderemos.