Jaime Siles (Valencia, 1951) es poeta, filólogo, ensayista, crítico, traductor y catedrático de Filología Clásica de la universidad de su ciudad natal. Su carrera académica ha sido tan exitosa como su trayectoria poética, jalonada con distinciones y premios como los de la Crítica, Ocnos, Loewe, Generación del 27, José Hierro, Ciudad de Torrevieja, Tiflos y, ahora, Gil de Biedma. Entre sus libros de poesía destacan Génesis de la luz, Biografía sola, Canon, Alegoría, Música de agua, Columnae, Semáforos, semáforos, Himnos tardíos, Pasos en la nieve, Colección de tapices, Actos de habla, Desnudos y acuarelas y Horas extra. Resulta llamativo que aún no haya agrupado sus versos, por más que en 1992 diera a la imprenta Poesía 1969-1990.
Poeta precoz y prolífico, a Siles se le considera, Castellet al margen, un novísimo y, a decir verdad, su poesía incorpora no pocas de las características que se atribuyen a ese grupo; el culturalismo, por ejemplo, mezcla perfecta de vida y arte.
En una entrevista reciente, reconocía que la propia identidad y la relación con el lenguaje "ha sido uno de mis temas favoritos". "Mi escritura-como mi yo, si es que éste existe- es un producto del Lenguaje", agregaba. Sí, Siles es un poeta del lenguaje y de ello es buena muestra este libro breve y denso con voluntad de testamento. En el lúcido prólogo afirma que "la vejez carece de futuro", si bien la Antigüedad Clásica "lo tiene asegurado". Alude luego al tiempo, una de las claves de esta obra, "un espejo, casi simultáneo, en el que poderse, aunque sea muy pálidamente, percibir". Añade que "el yo de estas páginas no es un alter ego". Se refiere después a "las voces que conforman esta plural persona poética". Las que "objetivan un modo y un mundo de ficción: el mío propio". Estamos ante un "testimonio" en verso de "fidelidad y amor a la Filología Clásica". A Grecia. Ante un "homenaje". Se trata, en suma, de un libro de "ficciones y figuras" que pretende interiorizar la "vivencia de aquel mundo como lo imaginé". Diecisiete poemas extensos lo componen. En el primero, tiene dieciséis años y lee la Ilíada ("Cóncavas naves navegan por mi mente"). Relee a los sesenta y cinco y concluye: "Todo está dicho -muy bien dicho- allí". "Sólo como ficción el ser perdura".
Llega después la Odisea y de nuevo la identidad: "¿Me llamo Ulises o me llamo Nadie? ¿Existí alguna vez?". Y Troya, esa guerra incesante; Mnamón el memorioso y Phoinikastas; Meránides ("La vida está hecha de instantes"); el héroe Belerofonte (otro relato hecho poema, donde leemos: "Todos lleváis -como yo- / escrita vuestra muerte, y es mejor no aplazarla: el tiempo puede ser una dádiva, pero nunca es un don”, y: "el miserable destino de los hombres, que es uno y siempre el mismo / y consiste en morir", o: "pensamos allí en todo lo vivido / y en lo poco que nos quedaba por vivir"); Antístenes el cínico, al que Caronte desmemorió; Epiménides, que vio Justicia y Verdad; Cínidas y el yo que "es lo único / que hay que olvidar"; sofistas ("verbalizar el universo es el único modo / en que podemos pensarlo y poseerlo") y filósofos ("la lengua griega / es la única que permite pensar"); la erótica de la belleza, ese misterio; Aristón y las metáforas (vivir lo es, ¿y la muerte?)... La respuesta tal vez esté en "Examen", que expresa la fe en la transmisión del conocimiento y su posterior continuidad en los jóvenes: "Vida y muerte son un solo y mismo texto. Nosotros lo leemos sin saber para qué". "Solo somos su pausa".
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